Había pensado escribir
sobre recuerdos, rememorar algún fin de año pasado como aquel que trabajando
bailando encima de un bafle que reventaba música de esa que le gusta a Marcos
Dk. Tenía uno muy curioso también en el que me levanté cansada, dolorida
sudorosa y con huellas dactilares de varios individuos en mis caderas marcadas
en un morado que le hubiera encantado a Gustau. O aquel de Misa del Gallo y dar
la paz de corazón a quien tenías al lado y que me recuerda a Manu. Podría hablar
de uno que se pasó muy rápido mientras mis dedos golpeaban las teclas de la
máquina de escribir como haría Juan, al ritmo de detonación de un Thompson. Una vez a las 12 me sentí tan diva como Regina
con mi vestido de lentejuelas bajo los focos. En más de una mañana de 1 de
enero me sorprendí con una mirada limpia y una sonrisa sincera como la de Inés.
Otras me arrastré a la cama golfeada y apaleada por los excesos como toda una
Carlos B. Iglesias. Me falta uno ideal con mi marido y mi hijo como el de Irene. Espero
poder tener uno en comunicación con el espíritu
de la Tierra acompañado de un grupo de médiums sensitivoscomo el que me propone Carlos Sisi. No
me han faltado cotillones de carcajadas atronadoras sacadas de mi pecho aunque este no sea tan generoso como
el de CalaveraDiablo. Creo que también gasté horas dudando de forma estúpida de
mi talento como Alicia. De pendencia y botella rota, al más puro estilo Athman,
aún tengo cicatrices. Algunos afirman que soy toda pose y artificio y que mis
uvas se parece demasiado a las de Connie, ojalá. Uno con Olga puede ser para
crear una antes y un después, mucho más incluso que el final del mundo este que
tanto vaticinaba Teo. Me gustaría saber
qué me propondría Miguel Ángel y poder enfrentar mis pupilas a las infinitas de
Karol. Con Elena, mi hermana Elena, no sería el primero. Creo que no pararía de
reír junto a Concha y sería ya de corte de respiración si estuviera también Magüi.
Tendría batallitas que contar con Nacho de cuando existían esas cosas que eran
fancines y que nos harían sentir muy viejos delante de Ximo y Gustavo. Brindar junto
a Zara sería mirarse en un espejo admirable. El cambio de ciclo, finalización, comienzo
y continuidad se personificaría en Dani y Lua. Una medianoche de fin de año
junto a Michelle sería tan provocativa que hasta Javier saldría de sus
bibliotecas y castillos. No me parece una mala idea una velada en la que seguir
aprendiendo de Antonio. Hay un par de
nenes con corbata de los que me acordaré de forma muy especial y lo que está
claro es que al final daré la bienvenida al nuevo año junto a Dulce, que es muy
sosa, pero siempre está a mi lado para lo bueno y para lo malo.
Se me juntan recuerdos,
con deseos, amigos con colaboradores, planes con quizás, compañeros con
contactos, y mucho se me olvida. Bueno ¿qué se puede esperar de una rubia,
verdad?
Pero enumerando nombres
propios y las experiencias que van ligados a ellos, concluyo que este 2012
muere dejándome un gran legado de cosas hechas, planeadas, perdidas y
desestimadas. En resumen, hemos vivido y de eso se trata y vivir tiene tragos
dulces, insípidos y amargos.
El 2013 comienza con un
argumento que ninguno de los Herbet, Card Asimov o Simmons se atrevieron a
imaginar. Este año acojona pero habrá que enfrentarlo pues ninguno de los
nombres que aparecen arriba ni yo misma somos cobardes ni vamos a bajarnos en marcha.
¿A que no, nenes y
nenas?
Yo os reto. Elegid vuestras
armas. Contáis con las mías.
Nada mejor para comenzar el año que hacerlo con Regina Roman
y su Mota Rosa, venga, combustible para sobrevivir a las fiestas.
Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...
Siempre he pensado en esa clase de personas a las que todo,
le parezca bueno o malo, si no le concierne, lo deja a un lado, o en el mejor de los casos, lo pasa por el forro de los costados (nada
de tacos, me lo advirtió el duendecillo fantasma de las navidades pasadas, y
hay que hacerle caso).
Tiene que ser interesante poder ver cómo ocurren,
ocurrieron, o acabarán las cosas, con la seguridad interna de que, pase lo que
pase, en menor medida siempre (que a pequeños sentimientos y linternas me
remito) no le molestará lo suficiente como para quitarle el sueño y alumbrarle
retinas que poco de llorar conocen.
Curioso sí, eso cómo poco. He decidido entonces hacer un
pequeño repaso a mi año, no vaya ser que sea yo uno de estos pocos inquilinos
de vidas propias y limitado de sentimientos ajenos con sobrantes y
demasiadas glorias, nunca se sabe, dicen que están cegados, podría entonces
estar en medio y no haberme enterado. Y me quedé dormido. Sí, pensando es
cuando mejor duermo, no pongo en orden ni se desborran hojas en mi cuaderno,
pero quizás, cansado de oírme a mí mismo, acabo encontrando consuelo en estos
minutos de silencio lleno de poco del mundo y vacío de todo sentimentalismo, si
es de ley que cuando se duerme se sueña, no se siente, doy por hecho entonces,
que no padezco ni tampoco lo hacen mis entrañas.
Y ha sido sorpresivo que al final, tras sueños en ruinas y
una que otra lejana y desolada montaña, haya encontrado respuestas conclusas.
No con las palabras que me hubiese gustado encontrarlas, eso hay que dejar en
nota (mental, que soñaba, recordad, por mucho que me apenara allí se iba a
quedar).
El primero en presentarse con su estúpido y violáceo
cuadernillo fue él, el pequeñito; menudo de cuerpo, gafas sobre la nariz, pecas
alrededor de los pómulos, y manía de ser el más listo aunque no haya sido de
nada nunca el amo. Me dijo que me sentara y cerrara los ojos (rechisté, todos
saben que los fantasmas estos te llevan a ver, no te lo hacen de padecer), pero
tras una colleja certera y una amenaza con aquella pluma demasiado afilada, al
final obedecí y dejé que siguiera con su broma macabra. Fue entonces, puede
que al ver como se arrimaba a mí pecho aquella coronilla conocida, aquel rostro
que no veía pero que al resoplar sobre mi cuello, hizo que todo hecho cenizas
volviera a estar en llamas, se tratara pues de una respuesta, una reiterada por
aquellos dedos ya tan lejanos que volvían a rozar mi rostro con promesas mudas
y extrañas, en un pasado que ya de hacía mucho no tenía memoria o añoranza. El
pasado escupiendo sílabas y verdades no siempre es bienvenido, menos a lomos de
un fantasma y de sentimientos que de hace tanto tendrían que haberse hecho
fríos. ¡Maldito duende de las navidades pasadas! De saberlo, no soñaba y
te mantenía despierto conmigo. Una nueva colleja y le miré; sonrió de lado a
lado, y lo comprendí: no se trataba de añorar lo perdido, sino, de ver y tener
claro, que lo pasado no se borra y que hay recuerdos que por muy ocultos que
estén, nunca se irá de la memoria.
Creí que la noche terminaría, pero Dickens lo tenía claro y
por supuesto no me lo pondría tan fácil (a mí ni a nadie que por sus páginas haya viajado) y vi entrar entonces el hada del presente a lomos de un animal cuánto menos raro. Cuidado, el
que dice raro no dice desconocido, y el cuadrúpedo dejó claro con su mira y
hocico fruncido, que más me valía no hacer burlas ni hablar de no ser cuestionado. Tenía que pasar por ello, ya puestos, tocaba todo o nada, al igual
que el presente que ahora ante mis ojos se dibujaba. No me sabía desconocido,
los rostros diarios uno siempre los tiene claros, pero sí interesante el que
cada acontecimiento actual se acabara en un mismo instante, justo en el momento
preciso cuando la situación vivida se solucionaba, cuando había dado un paso (o
abierto un candado) y ya no visionaba lo ocurrido. El hada de pelo verde y ojos
de zafiro sonrió, y su amigo el equino de un solo cuerno, de poder hacerlo,
seguro los ojos en blanco hubiese puesto junto a uno que otro resoplido. No
podía enseñar el presente tal cual, no porque no lo hubiese vivido, sino,
porque el camino tomado me habría llevado a un desenlace, pero, como con todo,
siempre hay eso de los segundos caminos (o oportunidades). El presente solo es cuestión de decisiones, no hay buenas, malas, equivocadas o certeras,
la que tomes será tu hado, así pues, si llegado a aquel momento, con aquellas
manos sobre las mías, los ojos ajenos y marrones pegados a mis retinas, el beso
podría o no ocurrir, pero nada cambiaría los hechos: si el corazón ya había
sido tomado, qué más daba que fuera en este u otro momento robado.
Quise entonces que todo terminara. No tenía paciencia, ni
ganas claras, de que viniera ahora un espantapájaros cabalgando en un aterrador Grifo, o peor, otro duende con mala gana y poco juicio, a enseñarme los
errores cometidos y un futuro que seguro ni de lejos hubiese querido. Y para mi
sorpresa, y la vuestra (pobre cuenta cuentos el señor D., seguro ahora ya no le parecería tan divertido), no surgió fantasma alguno para regañarme y dejar claro que
más me valía cambiar el pasado o el presente vivido me llevaría a un futuro
triste y retorcido. En su lugar me hallé sentado en mi sillón de siempre, con el
mismo té y cigarrillo en el cenicero, ni un
fantasma, nadie ni nada que me explicara qué hacer para mejorar o cambiar
(supuesto, supongo, supondría) una vida entera para no acabar en aquel preciso
instante como lo hacía. Comprendí entonces la belleza de aquel momento, la
moraleja de este mi propio cuento: no hay futuro que lamentar cuando el pasado
lo has vivido intenso y el presente lo haces de cuerpo y alma enteros. Lo que
tendrá que ser será, o eso oí alguna vez, entonces, de estar esperando saber
qué será de mí, se me olvidaría cómo llegué hasta allí. Lo único que podría
tomar como cierto y enseñanza en todo ello es que, quizás (y solo si eso quiero), llegada una bifurcación conocida, o un beso a escondidas certero, más
me vale no esperar saber qué sería mañana tras ello, porque, pase lo que pase,
no se tratará de mi futura navidad o de un próspero año nuevo, sino, de el
desear y poder (quizás, con suerte) volver a besar estos mismos labios tras un
año entero.
No sé vosotros, pero yo, tras la visita de mis dos
fantasmas, y la espera de un nunca llegado tercero, me di cuenta de algo, y eso
es lo que aquí os quisiera compartir: no se puede cambiar el pasado, solo queda
escoger los recuerdos, los que quieras, con cariño, con cuidado, de hacer de
los buenos momentos eslabones nunca olvidados Que de el presente hay que tomar
lo que guíe (o nos grite) el corazón, si te equivocas, nadie lo pagará por ti,
eso sí, ten cuidado, pero no te pares a pensar en qué será si decides girar la
esquina o darle la mano, lo mismo pasa el tren, y os quedáis tal cual, sin
dedos ni peldaños. Y del futuro, amigos míos, solo hay algo que ha aprendido
este mero observador en este peculiar cuento de navidad: no hay nada cierto, no
puedes saber qué vendrá, lo que importa, es atesorar el pasado, vivir el
presente, y ser felices cuando se puede, por ejemplo hoy, que es navidad.
Felices fiestas a todos. Ah, y si veis el hada que suele venir a hacer pasar la vida ante vuestros ojos con aire de presente,
decirle que al final, en el momento que nos dejó a mí y a ellos sin saber qué
pasó, al final del todo, sí, me besó.
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Y mañana lunes no te pierdes a la inconfundible So Blond, en su From My Blond Mind
―Karol, dime la verdad, porque me ha pasado otras veces…
siempre que me decís que me lleváis a un sitio termino en otro muy distinto y
Brasil es Brasil, con eso no se juega. ―pregunto a mi taconera con una pisca de
terror e ilusión.
―¡Qué sí, Brasil nana, na, nana, nana, naaa…! ―responde
cantando.
―¡Venga, la verdad! Tú sabes que en tres días es navidad,
y bueno que en estas fechas tan señaladas uno, expatriado como yo, como tú…
tiende a hacer locuras.
―Ajá ―responde Karol sin mirarme.
―Y también, otra cosa sospechosa, que tú, justamente tú,
la loca de los aviones, estés tan tranquila en un repentino viaje a casa, dispuesta
a soportar más de doce horas de vuelo, ¿es un sueño? Explícame ¿Qué pasa aquí?―pregunto
a decimas de irritarme.
―¿Intentas convencerme? ¿Acaso, no quieres ir? ―pregunta
Karol emitiendo una sonrisita nerviosa.
―¡Qué va, sí! Te imaginas otra vez la navidad al
calorcito, con mini vestidos y fiestas nocturnas en la playa. Toda la familia metida
en la cocina preparando los manjares de la noche buena entre risas y cotilleos
femeninos ―respondo dejándome llevar por recuerdos.
―Yaaa, ¿sabes que no vamos a Brasil ni a Argentina,
verdad…? ―agrega ella mientras lo afirma con la mirada.
―Lo sé, pero la idea de coger el avión sin pensarlo era
buena. ¡Mierda! Era la mejor de las ideas. Entrar en casa, acurrucarme un buen
rato entre sus brazos, abrazarlos y sentirme otra vez la hija pequeña y
malcriada sería bestial. Luego adentrarme en el jardín entre el olor a carbón
quemado que se impregna en toda mi ropa, mientras las brasas se calientan para
cocer un asado de carne que me dolerán las muelas de tanto masticar ¡cómo me
encantaría!
Y mis tías, ay, esas señoras muy de su casa que preparan
un mesón largo rodeado de sillas dispares, hasta la del ordenador se utiliza,
porque a las doce brindaremos todos, la familia y los vecinos ¡cuántos somos! Y
los pequeñajos comiendo helado y pesadísimos turrones ilusionados comparten carcajadas
al ver al tío asignado que este año le toca sumergirse bajo el invernal disfraz
de PapáNoel y repartir regalos ―respondo transportando mi corazón años atrás.
―A veces me gusta preparar la maleta, coger el coche e
imaginar que vuelvo a casa, que emprendo un viaje donde me sentiré segura, donde
ese abrazo será verdadero, será natural y será igual que siempre… ―me corta Karol,
percibiendo que yo estaba entrando en un bucle sinfín.
―¡Qué bonito, cielo! ―respondo emocionada apoyando mi
cabeza en su hombro.
―Abres la maleta sin pensar, metes trapitos sin control,
quizás igual o menos de los que trajisteis la primera vez y te das cuenta que
no tienen ningún sentido. Ahora vistes desapego y eso te juega malas pasadas,
pero será siempre un gran escudo.
―Totalmente cierto, y eso de acostumbrarse a echar de
menos, que cruel suena ¿no? ―le digo sintiéndome reflejada frente a su alma.
―Venga, volvamos con las pedorras que ya estarán llamando
al 112 ―propone mi morena con los ojos empañados en lágrimas.
―Es que yo casi ni lloro ¿y tú?
―Yo tampoco aunque es bueno.
―Sí, eso dicen…
―¿Haremos este año el círculo de mujeres? ―pregunto
cambiando totalmente de tema.
―Sí, Irene ya compró velas amarillas, cítricos, palo santo
y esas brujerías… ―contestó Karol entre risas imitando los movimientos de
nuestra taconera en plena sesión de brujas.
―Después de lo que pasó el año pasado tenemos que elegir
con cuidado. ―afirmo con cautela.
―Síiiii, es que se ha cumplido todo.
―¡¡Todo, todo… !―gritamos a coro.
―Amore, déjame en casa que me ha llamado Jóse. Me ha invitado
a cenar con su familia ¿qué hago?
―Tranquila cielo, disfruta mucho de ese amor, te lo
mereces. ―Confirma Karol una verdad que yo sentía latir dentro mío.
―Menos mal que no lo he llamado diciendo, “Oye, Jóse que
me voy a Brasil”.
―Menos mal. Aunque yo sí, lo he dicho a todo el mundo,
porque el plan es creértelo.
―Pues estoy pensando en pasar la noche vieja en
Argentina, ¿te apuntas? ―respondo entre risas.
―¡Yessss! ¡Esa es mi chica! ―responde la morena más guapa
de mi mundo.
Después de la noche buena, de que
todas las taconeras pasaran la noche con sus familias y salieran de fiesta,
tenían ganas de verse. Habían quedado el día veinticinco para comer juntas,
pero la cosa se les iba a poner difícil.
Las doce de la mañana y ya sonaba
en la cadena de música el repertorio que Connie tenía para estas fechas,
volviendo locas de remate a todas sus amigas.
So, descansaba en el sofá del
salón con evidentes síntomas de resaca y un cabreo considerable, ya que le
habían sacado de la cama a empujones.
— En serio, ¿no podríais quitar
la dichosa música de una puta vez? Me va ha explotar la cabeza, cabronas— decía
So enterrando la cara entre los cojines del sillón.
— Que poco navideña eres. Mira,
mira, ahora viene mi canción favorita… “En el portal de Belén hay estrellas,
sol y luna, la virgen y….”—contestaba
Connie cantando cada vez más alto y dando saltitos por toda la habitación, con
la mirada de So clavada en la nuca.
— ¡Alicia! ¡Como no la hagas
callar, juro que la mato! — Gritó So al tiempo que hacía el amago de levantarse
con un jarrón en la mano a modo de arma arrojadiza.
— Venga, que haya paz, ya sabes
que ella se lo pasa bien con las dichosas canciones, para una vez que le
dejamos ponerlas… — contestó Alicia, mientras avisaba a Connie para que bajara
un poco el volumen.
— Jooooder, es que tenéis muy
poca gracia, en estas fechas es cuando hay que cantar y estar felices, sois aburridas
y sosas. Si So no se hubiese pasado la noche…— dijo Connie, sabiendo que si
terminaba la frase perdería el pelo mientras dormía.
— No tenéis vergüenza, Regina
lleva en la cocina preparando la comida toda la mañana y vosotras aquí haciendo
el payaso, ¡ayudar un poco, coño! — Dijo Karol al entrar al salón con el
delantal blanco lleno de manchas de salsa de tomate.
— Yo hice el postre ayer y os advertí
que el día de Navidad estoy desconectada todos los años, así que no me
jeringuéis más, que me duele la cabeza, ¡joder! — Bufó So con las manos
presionando la sien.
— A mí me da igual, me lo paso
bien con la cabeza metida en la cacerola, descansad y poned la mesa que ya casi
está todo listo. Tomaremos un pequeño aperitivo y luego nos sentamos a comer,
os tengo preparada una sorpresa— contestó a voz en grito Regina desde la cocina,
mientras removía una fuente de ensalada.
— Por cierto, ¿dónde se ha metido
Irene? Ya debería haber llegado, la guarrona siempre con retraso— dijo Karol buscando
el número de la rubia en la agenda.
— Esa siempre ha tenido retraso,
pero mental. Seguro que se presenta con la mesa puesta y se queda dormida en el
postre. Estuve hablando con ella anoche, me dijo que después de la cena con sus
padres iría a una de esas fiestas raras que le gustan con su primo, ya veremos
cuándo llega y en qué condiciones— aseguró So con cara de fastidio.
— No te pases mucho con ella, ya
sabes cómo está últimamente. ¡Joder! Que no me coge el teléfono, lo usa para
hacer bulto en el bolso— dijo Karol remarcando por tercera vez.
— ¡Ah! Esta si que mola… “…entre
cortina y cortina, sus cabellos son de oro, y el peine de plata fina, pero mira
como beben…” — canturreaba Connie con su gorrito de Papá Noel puesto.
— Os lo estoy advirtiendo, o la hacéis
callar o la callo para siempre—amenazó So.
Alicia decidió no meterse más con
el concierto de Connie, de todos modos no convencería a ninguna de las dos para
ponerse de acuerdo. Sacó el mantel de las celebraciones y puso las sillas
alrededor de la mesa, solo faltaba la cubertería y demás menaje. Se acercó a la
cocina, Karol lo tenía todo dispuesto en la encimera, entre las dos dejaron la
mesa lista para comer. Mientras, So y Connie se tiraban de los pelos sobre el
sofá, So daba gritos horribles que pronto atraerían las visitas de varios
vecinos quisquillosos, mientras Connie guardaba el mando de la cadena de música
entre sus tetas, intentando que So no se hiciera con él.
En esos momentos Regina cogió la
fuente de ensalada y se dirigió hacia el salón, toda orgullosa de la buena
pinta que tenía. Tras haberla probado sabía ciencia cierta que estaba
deliciosa.
Karol y Alicia intentaban que la
sangre no llegara al río con sus dos amigas, que empezaban a perder los nervios
con la tontería de los villancicos.
Connie le dio un pequeño bocado
en el brazo a So y ésta, para defenderse, le propinó un empujón, que hizo que
la rubia trastabillara hacia atrás y tropezara con Karol. Alicia, al ver que
sus dos amigas se darían un buen culetazo, se adelantó unos pasos para
agarrarlas, pero en esos momentos Regina entraba al salón con la ensaladera
entre las manos, que por el choque de cuerpos salió despedida hacia arriba,
ocasionando una lluvia de rúcula, tomatitos Cherry y aceitunas por toda la
habitación.
Connie se llevó las manos a la
boca, ya que era la única que no había recibido los proyectiles vegetales. Estaba
preocupada por la reacción de Regina, tanto trabajo en la cocina y ahora por
unas estúpidas canciones se había arruinado todo, se sentía culpable por el
accidente culinario.
So gruñó y miró a Regina con cara
de susto, lo último que quería era que el día se jodiera por una tontería como
aquella.
Alicia y Karol intentaban
levantarse mutuamente, ya que Regina estaba bajo sus cuerpos, con el bol
estampado en el pecho.
Todas miraron a Regina, su
apariencia era ridícula, con todo el escote lleno de maíz y trocitos de pollo y
rúcula, el pelo en la cara también cubierto de tropezones y las manos
convertidas en puños, pegando la barbilla al pecho sin levantar la cara.
Antes de tenderla una mano para
ayudarle a levantarse, todas echaron un paso hacia atrás, temiendo su reacción.
Pero Regina empezó a convulsionar,
con espasmos ocasionados por un ataque de risa que hizo que todas se relajaran
un poco.
— Sois unas cabronas, ahora os
tocará comer sin ensalada y además quiero el salón limpio como los chorros del
oro. Menuda pinta me habéis dejado, el año que viene nos vamos a comer a un
chino— dijo Regina entre carcajada y carcajada.
Todas le siguieron la broma y
empezaron a tirarse trozos de ensalada las unas a las otras, mientras que
Regina se escurría y resbalaba con lo que había derramado por el suelo.
En esos momentos el timbre de la
puerta sonó. Los vecinos vendrían a quejarse del barullo que tenían montado las
taconeras, lo suyo no era pasar desapercibidas y aunque el bloque entero sabían
que no podían hacer mucho, gracias a su forma de ser, siempre había algún
incauto que intentaba acercarse a su casa para pedir explicaciones.
Connie, que era la que mejor
parada había salido del estropicio, se acercó a la puerta para encarar al
vecino malhumorado, de todos modos la conversación siempre terminaba pronto con
un: “Lo sentimos, no volverá a pasar. Pero mejor no moleste, anda”
Cuál fue su sorpresa, cuando se
encontró a Irene tirada en el suelo, sobre el felpudo y en posición fetal.
Connie empezó a gritar y todas
salieron rápidamente al recibidor, levantaron a la rubia del suelo y la
llevaron hasta el salón, para ponerla con cuidado sobre el sofá cubierto de
lechuga y aceitunas.
— ¿Qué coño te ha pasado, cariño?
— Preguntó con desesperación Karol.
— Nena, joder, contesta, que nos
tienes preocupadas— decía Regina cogiendo su mano y dándole unos pequeños
toques en las mejillas.
So salió de la habitación y volvió
con un vaso de agua, ni corta ni perezosa se lo vertió en la cara para que
espabilara, pero Irene hizo un gesto de desagrado con los ojos y se puso a
llorar desconsoladamente.
— Dinos qué pasa, por favor, que
nos estás preocupando, ¡joder! — Increpó Alicia zarandeando a la pobre Irene.
Cuando Irene levantó la cabeza y
Karol le miró a los ojos, supo exactamente lo que había pasado, quedaron claras
todas las dudas sobre dónde había pasado la noche su compañera rubia, su
llaverito, como ella solía llamarla; supo a la perfección qué era lo que en
esos momentos le hacía daño.
— Creo que deberíamos dejarla
descansar un poco, luego nos contará todo lo sucedido, ¿verdad, nena? — Dijo
Karol agarrando a Irene por los brazos con delicadeza y acompañándola hasta su
dormitorio.
— Pero no nos puede dejar así, si
hay que matar a alguien o dar una paliza a algún capullo, dínoslo ahora mismo que
nos ponemos los guantes y el pasamontañas— soltó So realmente preocupada.
— No pasa nada, ya se me pasará— contestó
entre hipos la aludida.
Connie recogió el bolso de Irene
que, con todo el lío, se había quedado tirado en la entrada de la casa. Cuando lo
tuvo entre las manos pudo ver lo que contenía, estaba abierto, mostrando parte
del secreto.
Connie pasó al salón segundos
antes de que Karol e Irene lo abandonaran, y con una voz fuerte y enérgica
dijo:
— ¡Dime que no has estado con él,
dime que no ha vuelto!
***
Después de un par de horas de
sueño reparador, Irene se levantó de la cama y se dirigió al comedor, donde
todas sus compañeras de piso y amigas, la esperaban para empezar a comer.
— Deberíais haber empezado sin mí,
ya son las cinco de la tarde y estaréis muertas de hambre— comentó Irene al ver
que los platos estaban vacíos y la mesa colocada.
— Creemos que antes de comer nos
debes una explicación, ya quedamos en que no volvería a pasar y no has cumplido
tu promesa— dijo Alicia en tono serio, cruzando los brazos bajo el pecho.
— Desembucha, cabrona, te vamos a
dejar morada a golpes como sea lo que estamos pensando todas— siguió So.
La tarde sería movidita y aquella
comida de Navidad recordada durante mucho tiempo.
Y mañana viernes con sus increíbles relatos e historias, viene nuestra Connie, achuchable e imperdible, para no perdersela nadie....
Me
las he apañado estupendamente. Yo, que creo en la somatización más que en la
iglesia y eso que paso por delante de la puerta de varias todos los días, me he
pillado el catarro de mi vida en estas fechas tan señaladas. Sí, me levanté con
la garganta tomada en Nochebuena y hoy, día de Navidad, estoy que no veo.
Y no
es que me haya servido de gran cosa, porque mi determinación era la de asistir
a cenas y comidas familiares y es lo que he hecho. Además, lo he pasado bien .
No
soy una persona navideña, no me gusta la navidad. No me sale sonreír a golpe de
lucecita aunque sí me salga llorar a mares a golpe de anuncio ñoño. No soy el
Grinch ni se trata en exclusiva de una vida familiar con la que me pasa a mí
como al manco con el lugar de la mancha: que no quiero acordarme. Lo que me
sucede a mí en Navidad es lo mismo que me pasa con el matrimonio:que creo en ella. Y más cosas, pero empecemos
por esta que es la que menos duele.
Se
celebra en Navidad que hace muchos años, unos 2013, nació en un establo a las afueras
de Belén un crío destinado a salvar el mundo. Nació pobre, en una familia
desestructurada, y sin más garantía de vida que la fe de su madre y la tibieza
de su padrastro.Este niño era el
cordero de Dios que luego quitó el pecado del mundo mediante un complejísimo
sacrificio ritual bañado de sangre y de sudor.
Lo
celebramos llenándolo todo de carteles de mil colores, gastando dinero que no
tenemos y, en pocas palabras, tirando la casa por la ventana. Concentramos una
cantidad de gasto alarmante en unos pocos días, como si el resto del año
nuestros seres queridos no mereciesen regalos, abrazos, besos o ricos
platospreparados con esmero y amor.
El
año consta de 365 días. 366 si es bisiesto. Cada día, cuando nos despertamos,
deberíamos recordar que el crío aquel se transformó más tarde en un hombre que
murió por nosotros y nuestros pecados. Es decir, si celebramos la Navidad como
cristianos. Porque Jesús, Cristo, nació y murió para que nosotros viviésemos
libres de todo mal todos los días de nuestra vida. Su intención era que
amásemos anuestros prójimo todos los
días. Que todos los días fuésemos amables y bondadosos.
Si
no somos cristianos pero celebramos estas fiestas porque nos dan la oportunidad
de ver a personas a las que no vemos tanto como quisiéramos, nuestro deber es
en realidad el mismo: amar. Hay que amar a diario. Desde que nos levantamos
hasta que nos acostamos. Sin luces, sin villancicos, sin cenas copiosas, sin un
gasto extra. Hay que sonreír a nuestros compañeros y tenderles una mano.
Porque,
al final, la Navidad es eso: Felicidad. La felicidad de compartir, de reunirse,
de celebrar. Y nada nos impide hacerlo tan a menudo como queramos excepto
nosotros mismos.
Por
eso no me gusta la Navidad. No me gusta porque es una excusa para vivir 11
meses alejados de los nuestros, de nosotros mismos, de las mejores versiones de
nuestras personas que podríamos ser con un poco de esfuerzo cotidiano. Puedes
madrugar diez minutos para extenderte la base de maquillaje o hacerte el nudo
de la corbata, así que nada puede impedirte coger el teléfono a medio día y
llamar a un amigo al que no puedes ver.Cada semana tienes la oportunidad de beberte unas cervezas con tus
compañeros de trabajo, no es necesario esperar a mediados de diciembre.
No,
no me gustan las excusas para ser mediocres cuando es obvio que podemos ser
brillantes. Yo lo he visto: he visto bailar juntos a enemigos de oficina, he
visto a un jefe llevarle copas a un empleado, he visto a hermanas que no se
hablan compartir un trozo de pastel. Si se puede hacer eso en una ocasión sin
que la dignidad de nadie salga malparada ¿Por qué no se hace cada día? ¿Qué
perdemos si somos mejores?
Luego
están los otros motivos, los prosaicos. Por ejemplo, que me toca mucho las
narices que el calendario me diga cuando debo hacer las cosas y que, de paso,
me salgan etiquetas a la espalda si decido mandar al calendario en cuestión a freír
monas. Somos nosotros los raros, los que
preferimos portarnos estos días como todos los demás días. Somos nosotros los
pinchaglobos y los mala sombras. Yo creo que no.
No,
señores. Yo no voy a desearles que pasen unas felices fiestas. Yo quiero la paz
mundial, que se tape el agujero de la capa de ozono, que se desmantelen todos
los ejércitos, que nadie pase hambre en el mundo, que no haya ni un solo niño
al que le falte amor, que solo se escriba buena literatura, y que seamos todos
felices SIEMPRE.
Porque
si no es navidad todos los días, la navidad no existe.
No puedo creer mi suerte. Me toca subir entrada justo el día de Navidad. Qué ternura, qué emotivo, qué subidón.Qué de bolas, espumillones y luces por todas partes. Qué de regalos, qué de velas... ¡Qué dolor de barriga, demonios!
Y es que tenemos una idea preconcebida bastante arraigada de lo que deben ser estas fiestas. Hay que estar alegres (por narices), quererse mucho (por coj***es), ser mejor persona (por los huev**) y cantar villancicos todo el tiempo con el mejor humor posible anunque desafinemos. En la oficina, donde llevan diez años sin darnos ni los buenos días, nos obsequian con unas hojaldrinas y anís del mono y con los chupitos, a lo tonto, todo el mundo sonríe más y bobea a la primera de cambio.
Con esa perspectiva no me extraña que haya quien odia la navidad. Quien la aborrece. Yo adoro este momento.
Como todo en esta vida, lo que se hace por obligación, rechina. Como todo en la existencia humana, si se convierte en una competición, agota. ¿A qué viene meterse con los demás por cualquier minucia? Que si el árbol, que si el Belén, que si las tradiciones, que si los yankees, que si yo soy mejor o tú peor por lo que hayas decidido plantar en el salón de tu apartamento.
Tiempo muerto, por el amor de Dios. Vive y deja vivir.
Mi entrada hoy será corta: la resumiré en un ruego. Que respetemos el modo en que cada cual decide vivir su vida y sus tradiciones. Que abramos la mente a las ilusiones de los demás. Que ansiemos copiar todo lo que llega de fuera, si conlleva alegría y un apetecible "pasarlo bien". Fuera amarguras, fuera irritaciones, fuera tener que cenar con los suegros si no los soportamos. Flexibilicemos las reglas, rompamos alguna, incluso, si resulta necesario. Porque si por seguirlas a rajatabla nos frustramos... no merece la pena. Si cenar frente a tu odioso cuñado te empeora la úlcera, prueba a hacer algo distinto este año. Reúnete con amigos agradables y positivos, con gente maravilllosa que te lleve denuevo a creer que el mundo y la humanidad merecen la pena. Escoge fijarte solo en lo bueno que trae la navidad: el brillo en los ojos de los críos, lo hermosas que lucen las calles, la generosidad quizá más acusada en estos días que en el resto del año, el amor con que se cocina, ese poner música en casa (algo que quizá no siempre hagamos) o acompañar nuestros quehaceres ante los fogones con una copita de vino.
Utiliza la lupa de tu atención, no para agrandar los defectos sino para destacar las virtudes. Y algo más: arrastra esa filosofía de vida más allá de diciembre, por favor. Tira de ella para que ilumine el resto de tu año. Porque mejorar y superarse son la mejor meta. No seas chinche, ni cansino, no des la vara, no envidies, esfuérzate, cree en ti mismo y sobre todo, quiérete mucho, no esperes que lo hagan los demás; no seas pasivo ni caradura. da siempre el primer paso y cuando pretendas que las cosas cambien, empieza por cambiar tú.
Y ahora que mi sermón acaba, voy a ver cómo anda el "babo" que lo tengo abandonaíto en el horno y de paso, acompañaré el viaje de inspección con un sorbito de tinto. Lo dicho, japy navipeich y no SUS amargueich.
Pensadlo.
Y mañana... Las galletas navideñas, digo de la suerte, con Alicia Pérez gil. No hay excusa.
Vuelve
la navidad, atrás quedó la distanciaaaaaaaaa, y una madre con nostalgiaaaaaaaaa
recuerda su felicidaaaaaaaad. Vuelve…Vuelve…vuelve a casa, al hogaaaaaaar.
Esto hay
que leerlo con la voz un poco tocada por la sidra.
Otro
año más nos encontramos en estas fechas, que cada vez, me parece a mí, se adelantan
más, serán cosas de la edad. En esta ocasión debido a las circunstancias serán
más sobrias que en otras (además ya ha sido el sorteo de la lotería y sé que no
soy rica, joder que rabia que yo tengo vocación y aptitud para rica) con los
tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. Terry Prachett lo definiría como «tiempos
interesantes» basándose en un refrán oriental (oriental lo pongo porque no me
acuerdo si era chino o japonés), esto es: aquellos que se estudian en los
libros de Historia, pero que, a aquellos que les toca experimentarlos en sus
propias carnes preferirían no sufrirlos. Resumiendo: Jodidos.
En todo
caso, con lluvias, truenos y chaparrones la vida sigue y esta noche es
Nochebuena y mañana Navidad. Las familias se sentaran juntas en mayor o menor
armonía, con sonrisas más o menos fingidas, entre charlas y risas. Llegará el
mensaje de felicitación del rey (este año el esperado retorno del monarca va a
ser muy grande de ver, ni Aragorn ni hostias) y el cotillón de turno de la cadena que toque,
se dará buena cuenta de las viandas preparadas con amor, con toda probabilidad,
por una madre cariñosa que habrá invertido sus buenas horas en hacer la compra,
preparar entrantes, primeros platos, asado y postre.
Así
pues, hagámonos un favor a nosotros mismos y a los que nos rodean y démonos una
tregua, reconciliémonos con el mundo durante unas horas e imaginémonos que el
espíritu ese de amor y cariño del que hablan los anuncios nos inunda. Quién
sabe, lo mismo se torna realidad. ¿Os imagináis? En plan Gaiman en Sueño de un
millar de gatos. Todos deseando con tanta rabia que algo ocurra que al final
ocurre por pelotas.
Yo, por
mi parte, debo reconocer que me encantan las Navidades. Me gusta pasear por
Madrid de noche cuando las lucecitas adornan mi ciudad, me alegra escuchar los
villancicos y pararme a contemplar los distintos Belenes que se montan en
casas, centros comerciales y plazas significativas; todos muy parecidos, unos
más grandes, otros más humildes pero todos bonitos a su manera. Me gusta comer
cosas ricas y regalar (en realidad me gustan los papeles brillantes y hacer
paquetitos por un trauma laboral muy malo) y estas fechas son excusas para
esto. Comerciales, mercantilistas, desvirtuadas y todo lo que querías pero son
gestos amables para con uno mismo y otros, así que buena sea esa justificación.
Quizás sea porque me traen recuerdos muy
queridos para mí, de una infancia que en algunas ocasiones me parece muy lejana
y en otras que fue a la vuelta de la esquina como quien dice. Por supuesto no
todo en el pasado fue mejor, no, pero la
mente tiene la cualidad de dar un valor especial a aquello que ocurrió y que ya
no puede volver. Tal vez por eso me empeño en vivir siempre estas fiestas con
la mejor de mis disposiciones, porque hoy estás aquí y mañana no. Y hay seres
queridos que, por su edad o por alguna
otra circunstancia, quizás no puedan acompañarte en las siguientes ocasiones,
con lo cual mejor aprovechar al máximo mientras se pueda y del futuro dios
dirá.
Tengo
que acordarme de quienes estarán solos,
aislados del mundo en su corazón acorazado con wiski y tabaco. En su mundo de
lecturas de autores muertos y jóvenes promesas. En su negación de cualquier
sentimiento que no sea rabia. Alzaré una
copa.
Algunos
estaréis ilusionados y otros fastidiados. A mí en algunos círculos me llaman
mosca cojonera por mi afán de repetir mis errores una y otra vez. Toda la razón,
no lo voy a negar, sin embargo, a pesar de lo hipócrita que pueda sonar, en
épocas señaladas no pierdo la ilusión de que las cosas salgan bien, de que la
gente me sorprenda con algún gesto positivo, con alguna muestra de cariño o con
alguna sonrisa inesperada, si no lo consigo, me consuelo con un socorrido y
optimista: siempre se podrá volver a intentar el año que viene.
Celebramos
el nacimiento del hijo bastardo de un carpintero en un pesebre. Celebramos la
estúpida creencia de que llegó el salvador del mundo. Si podemos tragarnos eso también
podemos tragarnos por unas horas que todo va bien.
Nenes y
nenas, deseo de corazón que esta noche y mañana lo paséis genial rodeados de
los vuestros, que comáis mucho turrón y sobre todo que nada se os atragante. Enfundad,
ya habrá tiempo de recargar y seguir disparando.
Besos
de carmín.
Mañana Regina Roman se viste de fiesta y pone la mesa de gala en La Mota Rosa, que la que es super diva es super diva para todo. Ya verás para fregar todo.