viernes, 26 de julio de 2013

Encuentros en tacones. Tenemos un secreto.



— Deberíamos decírselo ya— dijo Connie mientras descorría las cortinas del piso.
— En serio, que la rubia no es tonta— contestó Karol con aire despreocupado.
— Ya, pero no creo que haya llegado a la conclusión acertada ella solita, la cosa es complicada— habló Regina, un tanto absorta en sus planes para la noche.
— Vamos a ver, ¿en serio creéis que no se huele nada? Lo de que todas nosotras tengamos turno de noche no es lo más común— agregó Alicia antes de calzarse sus tacones de aguja.
— Yo pienso lo mismo, Irene no tiene ni idea de lo que pasa en esta casa, ella ha sido la última en llegar y ¿qué se ha encontrado? Una panda de nenas que trabajan en turno nocturno, que visten como vestimos, siempre con el maquillaje intacto y sobrecargado…— puntualizó So mirando con deseo los tacones de Alicia.
— Os repito que la rubia no es tonta y sabe muy bien dónde está metida— dijo Karol absorta entre las páginas de su libro.
— Pienso lo mismo que So, no solo por ese tipo de cosas, lo de las visitas constantes de hombres en casa ya raya lo peculiar. Podemos pasar por chicas jóvenes y promiscuas, que se divierten y saben montárselo divinamente, pero la cantidad de machos que entran por esa puerta es para levantar sospechas a cualquiera— intentó convencer Regina a la morena mientras se pintaba las uñas de rojo chillón.
— Si queréis que os sea sincera, lo único que no logro entender de Irene es porqué sigue tan campante— contestó Karol, mirando concentrada a sus compañeras de piso.
— ¿A qué te refieres con seguir tan campante? — Preguntó Alicia.
— Es que me resulta extraño que a ninguna de nosotras, por no decir todas, no la veamos apetecible, lleva varios meses viviendo aquí y ya nos deberíamos haber tirado encima de ella. No sé a vosotras, pero a mí es la primera vez que me pasa— confesó Karol levantando una ceja.
— Sí, yo también lo he notado, ¿curioso, verdad? Alguna vez me he levantado por el día y la he encontrado en el baño tomando una ducha. En cualquier otro momento me habría metido con ella y… pero no, nunca me ha atraído en ese sentido. Es muy raro sí, y más raro que nos pase a las cinco— dijo So arrugando el entrecejo.
— Pues yo no lo había pensado hasta ahora, pero tenéis razón, nunca he pensado en Irene de esa manera— agregó Connie.
— Lo dicho, ya ha anochecido y no tardará en llegar a casa, deberíamos contarle nuestro secreto. Se lo debemos— propuso Regina convencida.
— ¿Y crees que no se irá corriendo asqueada? No sería la primera vez que eso sucede— preguntó Alicia.

— Bueno, también podríamos incorporarla a nuestro plan de vida, por llamarlo de alguna manera. Es una chica fuerte, lo mismo hasta le interesa— propuso So imaginando en su mente la escena.
— No, no, no, nada de eso, dejadla tranquila que ella tiene una vida feliz según está. No necesita mierdas como las nuestras, bastante tenemos nosotras con soportar lo que nos ha tocado— dijo Karol, en su tono de voz había cierto tono de tristeza.
— Lo dices como si nuestras vidas fuesen un asco. Perdona, bonita, pero yo estoy muy orgullosa de ser lo que soy, y bien que nos lo montamos, te quejarás — Contraatacó So ofendida.
— No estoy diciendo que sea algo por lo que avergonzarse, pero vivir así tiene muchas desventajas y en eso no me podéis contradecir— aclaró Karol.
— Se lo podemos proponer y que ella decida. Aunque para eso, tenemos que contarle nuestro secreto. Yo no estoy tan segura de que se huela la tostá, seguro que la tenemos hecha un lío con nuestros horarios y manías extrañas— dijo Regina mientras se ponía la segunda capa de maquillaje.
— Pues ahí suena la puerta, así que decididlo rápido que la rubia ya está aquí— habló Connie.
La llave en la puerta sonó y tras ella apareció Irene con cara de pocos amigos. Pasó al salón donde sus compañeras de piso y amigas estaban reunidas, y tras un breve vistazo a sus caras de circunstancias, se acercó a la ventana para asomarse por ella.
La luna llena saludaba en el firmamento, una brisa cálida acompañaba a las primeras luces artificiales de la noche. Era verano y el bochorno se palpaba sobre la piel en forma de sudor pegajoso. Irene se dio la vuelta y encaró a sus cinco amigas que la observaban con demasiada atención.
— Vale, ya veo que como todos los días habéis dejado la casa cerrada a cal y canto, esto parece un horno, a ver cuándo os convencéis de que hay que poner aire acondicionado aquí dentro. Y ya me estáis contando qué es eso que os está pasando por la cabecita, huelo charla desde dos manzanas de distancia. Desembuchad— dijo Irene con los brazos cruzados y una ceja levantada.
— Pues verás, hemos estado hablando… el caso es que hemos decidido que lo mejor sería contarte qué hacemos todas las noches cuando salimos de casa— dijo Connie, a la que apoyaban todas sus amigas menos Karol, que miraba frustrada cómo su opinión no había contado para nada.
— Mmm...… confesiones… — Irene dejó en el aire la palabra y acto seguido se echó a reír a carcajadas.
La risa de la rubia era a cada segundo más alta y estridente. El resto de mujeres dentro de la habitación se miraban entre ellas confundidas.
Irene paró de reír abruptamente y se dio la vuelta, dando la espalda a sus compañeras de piso y encarando el ventanal. Su pelo empezó a crecer a una velocidad pasmosa; pasó de tener una melena por los hombros hasta llegarle los cabellos a la cintura, las uñas de sus manos crecieron un par de centímetros, largas y afiladas como cuchillos, arañando el cristal de la ventana; los vellos de sus piernas, brazos y pecho se alargaron considerablemente. Su espalda se curvó imperceptible y de su garganta salió un alarido gutural que dejó clavadas en el sitio a las cinco taconeras tras de ella.
Al darse la vuelta todas abrieron la boca con asombro. Un gran lobo de pelaje blanco y ojos grises se erguía sobre sus patas traseras, esbozando una mueca en su rostro que bien podría tratarse de una sonrisa.
Las cinco chicas, alucinadas, escucharon dentro de sus cabezas:

“¿En serio pensabais que no sabía vuestro secreto? La que os ha dado la sorpresa he sido yo, ¿a que sí? Lo único que os tengo que decir es que en mi faceta lobuna apestáis de una manera muy desagradable, pero aún así os quiero mucho, chicas. Supongo que es raro que una mujer lobo como yo viva con un grupo de vampiras como vosotras, pero el mundo está loco, y desde un principio me caísteis bien. Bueno, no es por romper la magia del momento, pero tengo hambre y me gustaría salir con vosotras esta noche, montaremos una fiesta a todas luces épica. ¿Qué me decís?”  








Y la semana que viene nuestra Connie nos traerá una de sus entradas, interesantes aventuras se cuecen dentro de esa cabecita rubia y talentosa, no os perdáis "¿Qué hacer antes de los 30?"



martes, 9 de julio de 2013

From my blonde mind: La delgada línea roja.


Vivir es algo que hace cualquiera. La prueba de ello es que el mundo está lleno de seres vivos (como el nabo)  y la historia plagada de testimonios que dan fe de que esto no es una novedad. Sin embargo, la diferencia entre solo respirar y seguir adelante o ir un paso más allá al tratar de que nuestra existencia sea algo satisfactorio y placentero, puede significar un abismo. Uno tal como el que puede separar una vida feliz de una desgraciada. Imagino, aunque esto es una suposición, que todo el mundo aspira a alcanzar la primera opción y dejar de lado, no sin alivio,  la segunda.

Bueno pues si esto es así,  ¿Qué es lo que nos lo impide? Llevo ya algún tiempo enganchada a un libro cuyo título y también tema de estudio es la Inteligencia emocional, de Daniel Goleman. Dicho a voz de pronto suena quizás un poco extraño. En las últimas décadas se ha puesto mucho interés en medir el C.I. (coeficiente de inteligencia) como también en intentar calcular cuánto de biológico o de medioambiental podía haber en la incidencia de determinadas enfermedades de tipo mental o emocional así como en la tendencia a la violencia, el fracaso escolar y laboral o el deterioro de las relaciones íntimas.

Nada es un todo por sí mismo, excepto, tal vez, los casos más extremos, sino más bien la suma de factores que se van acumulando hasta que se convierten en una montaña de tales dimensiones que cuesta encontrar el hilo conductor capaz de explicarnos cuál es el principio y cuál el final. Una profesora de matemáticas que tuve cuando era pequeña, siempre utilizaba un ejemplo de lo más ilustrativo: « Enderezar un árbol torcido cuando está creciendo es fácil, basta con atarlo a una cañita y crecerá recto; en cambio, cuando  sea grande, podrás engancharlo a una viga de acero que te dará lo mismo, continuará igual de torcido».


Por suerte, aunque hay similitudes entre una planta y una persona, en algunos casos más que en otros, no son tan pronunciadas para que la metáfora se pueda aplicar al pie de la letra. Contamos con la ventaja de que el cerebro humano es mucho más plástico y está abierto a modificaciones durante todo el transcurso de nuestra vida, es decir, podemos aprender y modificar nuestros hábitos, nuestros sentimientos y nuestro comportamiento e incluso superar barreras que por autoconvencimiento considerábamos insalvables ( dentro de unos límites, no nos vayamos a pensar que podemos llegar a ser superman y nos atemos una toalla al cuello para intentar volar porque lo más seguro es que nos metamos una leche fina).En mi caso, pensar que evolucionar es posible me abre una puerta a la esperanza; quizás algún día no muy lejano consiga ser ordenada, o deje de comerme la cabeza por cosas estúpidas que a nadie le interesan, o pueda mirarme en el espejo de un probador sin sentir la mayoría de la veces ganas de huir despavorida.

La semana pasada mantuve varias conversaciones con distintos interlocutores acerca de temas diversos pero que, de alguna manera, dentro de mí, terminaron  todos relacionados.
En el primero, un hombre de unos cincuenta años afirmaba, con todo el conocimiento que le otorgan sus largos años de experiencia y su afición a la lectura, que los jóvenes de ahora eran muy poco trabajadores, con mucha tendencia a la frustración y poca a el esfuerzo y para ilustrarlo además usaba de referente a los  «Ni ni» .  Yo, que soy una tocacojones, podía estar de acuerdo hasta cierto punto, pero nunca del todo y esgrimí a mi favor a los que yo, en oposición a los tan mencionados  «Nini», he bautizado como «Y- y», aquellos que estudian y trabajan y tienen proyectos y ayudan en casa y se buscan las habichuelas como pueden etc., que, con toda sinceridad, no sé si serán los más abundantes, pero es de lo que yo más he visto o quizás en lo que más me he fijado. En todo caso, muchos o pocos, ahí están. Lo que me sirve también para recalcar la cantidad de matices que podemos encontrar si estamos abiertos a observarlos.

La segunda conversación fue con alguien muy cercano a mí y me ayudó a entender de qué manera nuestras acciones pueden calar en el resto de personas. No ya las grandes y ostentosas, sino también las pequeñas de la vida cotidiana, una palabra dicha en un mal tono, un comentario bienintencionado usado en un momento erróneo, la omisión de ayuda cuando es solicitada  de una manera sutil, o ,por el contrario, la saturación de alguien que  se encuentra en el límite de su resistencia.

La empatía es algo complicado. Porque tendemos a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el nuestro; además somos una compleja maraña de sensibilidades prestas a ser heridas y a devolver el golpe de lo que creemos un ataque injusto y gratuito, muchas de las veces sin fundamento real. Así conseguimos hacer un poco más difícil nuestra existencia con enrevesados argumentos mentales de si Fulano ha hecho esto para molestarme, pues entonces, yo se lo devuelvo de esta otra manera y se puede continuar hasta el infinito y más allá. Nuestros antepasados tuvieron sus neuras y nosotros arrastramos las nuestras propias y alguna que otra heredada.
La tolerancia a la frustración, tanto como el verdadero y genuino amor por nosotros mismos, es un tema que deberíamos haber aprendido a una edad temprana, para después, de mayores, ser personas capaces de enfrentarnos de manera resolutiva y optimista a los contratiempos de la vida, sin embargo, para la mayoría esto es una quimera tal como mantener en la edad adulta la creencia de que los reyes magos existen. El niño cree a pie juntillas durante su infancia que los padres son una especie de seres divinos todopoderosos capaces de resolver casi cualquier problema u obtener todas las respuestas. Cuando crecemos, no obstante, nos percatamos de que son tan humanos y limitados como nosotros mismos y que en realidad han hecho lo que han podido con las circunstancias que les han tocado vivir, tragándose su propia dosis de desengaño y tristeza, mientras intentaban encontrar como nosotros, como todos, su propio camino en el filo de una navaja que es la incertidumbre de no saber si nuestros empeños obtendrán el resultado que deseamos. Siempre tras la búsqueda de algo mejor  en medio de la delgada línea roja que separa el éxito del fracaso.


Que estamos un poco dispersas en verano, pero seguimos publicando, a ratos a trozos, todas sudás, pero acordándonos de vosotros.
Playa o montaña, pasarlo bien, nenes y nenas. ;)