viernes, 29 de marzo de 2013

¿Qué hacer antes de los 30? ¡Yuppy!





Feliz, feliz y feliz. Mi chico tiene un piso propio (arrendado), espacioso (exagero un poco), ordenado (por ahora) y YO tengo una llave, ¡yuppy!

Impulso instantáneo de escapar al Ikea y decorarlo todo con maripositas, impulso reprimido al verme envuelta entre las sábanas a rayas azules y blancas en la nueva cama de mi Jóse.

Esto es genial, porque tiene una cocina y recién levantadito solo con sus bóxer negro prepara el desayuno en una cocina de verdad.

¡É un miracolo!
Se terminaron los días en la mini habitación detrás de su tienda (video club) y los desayunos de la máquina dispensadora entre las películas de terror.

Presiento que celebraremos las pascuas en su comedor, iré al baño para contar las sillas, además quiero lavarme los dientes, (aún no lo he traído, pero claro, primordial un cepillo de dientes rosa, bien femenino para marcar territorio).

¡Cuatro sillas! ¡Maldita sea!

Somos seis las taconeras más algún chico, sí estamos en primavera y en tacones hay amor.

Vale, cuatro sillas y la del ordenador, alguien en el coche tendrá que traer alguna plegable, se las pediré a Regi que tiene una terraza divina.

Mmmm, tendré que decirle a Jóse porque deberá preparar un buen menú. Yo no soy muy cocinitas, mis antecedentes me delatan.

Pues, pedir chino tampoco es plan, porque es pascua y se celebran con comilonas. Seremos doce como mínimo.

Ok, después del café confieso mi plan.

Mientras tanto ya he creado un grupo en whastapp, asunto: Inauguración del piso y pascua, quería un título más extenso pero no me lo permite.

Ya he medio organizado con Regina el tema de las sillas, Irene se ha ofrecido a preparar su tarta de tres chocolates, que es una delicia y las demás confirmaron asistencia y en parejas.

¡Yuppy! Soy un as de la organización. Jóse quedará maravillado.
Creo que el aseo es el sitio más inspirador para crear oportunidades.

¡Yuppy! Lo he dicho mil veces pero es que he vuelto a la cama y aún está calentita, mientras veo a Jóse que se acerca con una super bandeja con café, tostadas y zumo.

La vida de novia es genial y encima una tan maravillosa como yo, estamos a viernes y ya he organizado el domingo.

―Rubita, te tengo una sorpresa más.

―Y yo… ―contesto entusiasmada, pero le dejo continuar porque soy una cotilla y no me aguanto.

―Este domingo iremos a comer a casa de mis padres, quiero que los conozcas, yo ya he pasado por lo mismo con los tuyos, y además es una tradición en pascua porque iremos al pueblo, allí conocerás a toda mi familia.

―Eiggggg ―se me escapa, mientras pienso: bjgtufhf&%/()/%$$%=)(%······333

―¿Qué dices? ¿Ya tenías algún plan?

―¿Planes, yo? ¡Qué va! Es una magni, maravi, una estupenda idea! ―contesto tartamudeando.

Continuará…




¡¡¡¡¡Buen fin de semana!!!!!


jueves, 28 de marzo de 2013

Encuentro en tacones. Conspirando en contra de... (Parte II)


PINCHANDO "AQUÍ" LA PRIMERA PARTE DE ESTA HISTORIA


Las seis chicas estaban nerviosas, no querían meterse en problemas pero su paciencia se había agotado y era hora de poner los puntos sobre la i.
Karol pasó al dormitorio de Connie, tenía que convencerla de que ocultarse no era la mejor opción, si habían trazado el plan juntas, juntas tenían que cumplirlo.
— Venga, nena, ya está todo listo y te necesitamos en el salón.
— Yo no voy, me muero de miedo ¿has visto con qué cara nos mira?
— Pues no la mires tú a ella, así de fácil.
— Claro, quieres que me siente en frente y mire a las musarañas. Esto es una encerrona y no veo que se haya asustado, la verdad. Vamos a tener problemas, estoy segura.
    ¿Y has visto lo que se parece la tipa a…?
— Calla, que la pobre Irene se ha quedado flipada cuando la ha visto, a mí me ha dado un escalofrío.
Tras unos minutos de conversación, las dos chicas salieron al encuentro de sus amigas y su “invitada” especial.
El salón estaba muy oscuro, las cortinas cerradas y la persiana dejaba entrar pequeños destellos por los agujeritos, aunque insuficientes para ver con claridad la estancia.
So se acercó a la lamparita junto al teléfono y después de encenderla, puso el regulador en la mínima potencia, de todas formas, no quería iluminar demasiado la habitación.
Dando la espalda a la ventana, sentada en una silla y con los pies y las manos atados con cinta americana, descansaba una rubia con cara de pocos amigos. Resoplaba cada pocos minutos, al parecer, los raptos no le hacían gracia.
Delante de ella habían colocado seis sillas alineadas, aquel era el lugar que ocuparían las taconeras para el interrogatorio.  
— No es por meter prisa, pero me gustaría sabes qué cojones hago aquí— dijo la secuestrada.
— No le hagáis ni caso, esto lo vamos a llevar a nuestro modo. Que no os intimide esta desgraciada— habló So para el resto de sus amigas.
— ¡Eh! Sin faltar, que yo he colaborado…
— ¿Colaborar? Sí, has colaborado haciendo de nuestras vidas un tormento. ¡Yo me la cargo ya y asunto arreglado! — Gritó Alicia a punto de tirarse encima de la chica.
— Tranquilidad, ¡joder! La tenemos atada y no puede hacernos nada ¿vale? Así que un poquito de autocontrol, todas tendremos nuestro momento— Aclaró Regina mientras alisaba las arrugas de su falda.
— Bien, empezaré yo, quiero que termine el numerito lo antes posible— dijo Karol mientras sujetaba a Connie por el brazo para que no escapara de su lado. La rubia estaba muy nerviosa—. Vamos a ver, guapetona “véase el sarcasmo”— hizo comillas en el aire—, desde unos meses a esta parte has convertido nuestras vidas en un tormento, nos has metido en infinidad de tragedias, de malos rollos, situaciones en las que hemos llorado, sufrido lo indecible y lo peor de todo, nos has hecho daño como a viles animales. Nos gustaría saber, y creo que hablo en nombre de todas, ¿qué leches te hemos hecho nosotras para que nos trates así?
Las taconeras se cruzaron de brazos al tiempo, y esperaron que la interrogada hablara.
La rubia atada carraspeó, ladeó la cabeza un poco y con una sonrisa pérfida, dijo:
— Tengo la garganta seca, ¿podría beber algo?
— No, habla— contestó tajante Irene, aún aturdida por el shock al ver la apariencia de la chica.
— ¿Y un cigarrito? No fumo, pero en estos momentos me vendría muy bien.
— Tienes las manos atadas a la espalda, no creo que estés en condiciones de fumar, déjate de gilipolleces y contesta la puta pregunta— siguió So, entrecerrando los ojos.
— Que falta de hospitalidad… Además, no he entendido la pregunta, yo no veo nada malo en mi comportamiento, solo hice mi trabajo, eso es todo. Tendrás que especificar en qué os hice daño— la rubia atada se agitó en el asiento y puso gesto de dolor cuando sintió las rozaduras que la cinta le hacía en las muñecas.




Ilustración Juapi 


— ¡Hasta aquí podíamos llegar! Mira, cabrona de mierda, nos has metido en un montón de líos, acaso no recuerdas las aventuras con los demonios que casi nos matan, los universos paralelos y viajes en el tiempo, nos cambiaste de color de pelo y forma de ojos; despedidas de soltera que terminaron en la cárcel, si no llega a ser por Regina y su abogado, aún estaríamos allí; nos hiciste perder la memoria, ¡joder! ¡Fuimos las culpables de la destrucción del mundo! Pero si hasta nos has plagado el cuerpo de putos granos con una invasión de pulgas de la hostia, será mejor que me des una explicación coherente, porque te juro que no sales de este piso hoy con todas las partes de tu cuerpo completas ¿Me has entendido ahora con claridad? — Dijo Alicia, a punto de estallar de pura rabia.
— ¡Ah! Eso. Pues vaya, yo pensé que os lo habíais pasado bien. Os convertí en las cantantes más famosas de toda China, y os puse como heroínas macizorras con trajecitos chulos, que os recuerdo, por si lo habéis olvidado, la historia terminó con vosotras salvando el mundo. Lo reconozco, las pulgas fue un poco coñazo, pero tampoco es para tanto…
Alicia y sus cinco amigas no daban crédito a lo que escuchaban, la escritora que tenían en frente estaba totalmente segura de lo que decía, no sentía ningún tipo de remordimiento por sus fechorías, y ellas habían sido el blanco de su diana.
Connie, levantó la cabeza por primera vez, y miró enfadada a la escritora atada.
— Has destrozado nuestras vidas. Nos distes unos hijos demoníacos convirtiéndonos en malas madres, confesamos ser lesbianas con amores imposibles, le diste a Irene el concierto de su vida para luego destrozarlo con una cancelación que casi entra en depresión la pobre. No tienes corazón. Pero si hasta nos mataste en un accidente de coche… mandándonos al cielo y al infierno ¡con el puto demonio!...
— Eeeeh… Para el carro, para. Lo del concierto no fue mi culpa, ese día teníamos invitado y “ÉL” decidió que la historia terminara así, yo no tuve nada que ver... — intentó defenderse la escritora.
— Y no se te olvide cuando nos cambió de cuerpos…— Agregó Regina.
— Esa tampoco fui yo, además creo recordar que era todo una broma que…
— ¡Una broma! Me río yo de las bromitas que inventas, que nos has metido hasta fantasmas en casa— dijo So, mientras el resto de chicas asentían con la cabeza en muestra de apoyo.
— Yo sé de algunas que no están tan descontentas con esos “fantasmas”…— la escritora enarcó una ceja mirando a Karol que, inmediatamente se sonrojó.
— ¡Y una mierda que te comas! Nos has metido en una guerra de pintura con chicos que seguramente no tenían culpa de nada. Y no voy ha hablar del día de las putas manchas naranjas por todo el cuerpo, porque entonces me caliento y…— contestó Karol.
— Ah, sí, ese día fue muy divertido— la escritora se río con una gran y sobreactuada carcajada.  
— Pero miradla, si además se lo está pasando pipa. Tenemos que cortarle algo ¡ya! — Sentenció Alicia.
— Espera, Ali. Verás, voy a ser buena gente y te voy a conceder una última oportunidad para que te disculpes, asumas tus errores y des tu brazo a torcer. No te garantizo que salgas de aquí con vida, pero al menos, intentaremos que sea rápido— dijo Karol levantando el mentón, esperando la respuesta.
— Sois muy ilusas, en cierta manera me habéis decepcionado, os creía más… inteligentes. Pero nada, supongo que todo el mundo se equivoca alguna vez. De aquí saldré cuándo y cómo me de la gana, por si no lo habíais notado yo soy la que escribe la historia, soy la que maneja vuestros hilos— dijo la escritora agrandando la sonrisa—, si no me he levantado hasta ahora, es porque me hacía gracia el espectáculo que estabais montando, pero lo cierto es que llego tarde a una cita y os voy a tener que dejar. Otro día nos tomamos unas cañitas, si os apetece, claro. Y aunque yo no soy mucho de amenazas, a partir de ahora seré mucho más… contundente con vuestra historia. Chicas, chicas, chicas, no está bien meterse con quien os da de comer, es algo a tener en cuenta. Nos vemos la semana que viene, “guapetonas”.  
Tras pronunciar aquellas palabras, la escritora deshizo las ataduras de sus muñecas y tobillos con un chasquido de dedos, dejó paralizadas en sus asientos a las seis taconeras, como si sus culitos estuviesen pegados con Súper Glue, y se levantó dirección a la calle mientras canturreaba una de sus canciones preferidas de Jack White.



Palabras de la autora:
Hola a tod@s, espero que os haya gustado el final de esta historia, hoy es un día especial, como habréis visto arriba en grande, hemos tenido el placer de contar con la obra de un gran ilustrador, él es Juan Antonio Abad Gonzalez (Juapi), que aceptó el trabajo de poner carita a esta historia de secuestros y mujeres perversas ^^ Le ha quedado genial, ha enfocado maravillosamente el escenario que rodeaba a nuestras taconeras y a una servidora. Tiene un estilo que a mí me apasiona, sus dibujos son muy detallistas, minuciosos y llenos de colores (aunque este sea en blanco y negro)
Aquí os dejo sus páginas webs, para que podáis contemplar todos sus trabajos y el correo electrónico para poneros en contacto con él. Su talento no tiene límites.
Web: www.elescritoriodejuapi.comFacebook: https://www.facebook.com/juapilustradorMail de contacto: estudioseinen@hotmail.com  
Muchas gracias, artista!!
 También quería proponeos un pequeño juego, sé que algunos de vosotros sois asiduos al blog y conocéis las aventuras de las seis chicas en tacones, me gustaría saber qué relato ha sido vuestro favorito en estos casi diez meses de publicaciones. Estaré encantada de conocer vuestras preferencias.
 Y ahora sí, un besote para tod@s y que paséis una Semana Santa estupenda. 







Y mañana podréis disfrutar de una entrada de lo más recomendable, imperdible diría yo, con nuestra rubia loca y encantadora, Connie y su qué hacer antes de los 30.



miércoles, 27 de marzo de 2013

Galletas de la suerte: Madre


Como somos personas, todos tenemos una. Es esa señora que te obligaba a lavarte los dientes, que no te permitía salir hasta tarde, que te reclamaba buenas notas, cocinaba verdura y aún hoy te hace regalos inexplicables de los que te hacen pensar que no es posible que alguien que te llevara en su seno te conozca tan poco.

Cuando somos muy pequeños, dependemos de ellas para la vida. Si no nos dan de comer, si no nos protegen del frío, si no nos cuidan, morimos. Es así. Nos gustará o no, pero es lo que hay. Sin una madre –o un padre- o una figura que la sustituya, los bebés no crecen, se hipotecan, se reproducen y mueren: se limitan a morir. Durante el desarrollo de su labora maternal, las señoras que nos tren al mundo suelen tener buenas intenciones. Es decir, no nos odian, ni pretenden hacer un infierno de nuestras vidas. Al menos en la mayoría de los casos no; aunque de todo hay en el mundo. La buena idea, de todas formas, no garantiza nada. Al contrario, afirmo por experiencia que las madres se equivocan a lo largo de su carrera en muchísimas ocasiones.

No es por disculparlas, pero ser madre es algo parecido a ser… desarrollador de software para la NASA en 2013 disponiendo de tecnología del 2000. O sea, que tienes que amar y educar a un cohete que debe sobrevivir en la época actual, pero para hacerlo sólo dispones de tu acerbo personal, que recibiste hace una media de treinta años (La media en la actualidad es superior.). Creo que esa es la base del conflicto generacional: la mujer que jugó con una muñeca de cartón debe criar a una hija que crecerá entre Barbies con mil vestidos. La mujer que peinó Barbies de melena dorada asistirá al desarrollo de una hija que manejará como una extensión de su propio cuerpo tablets, i-phones, etc.


Eso para empezar. Luego están las broncas atávicas acerca de la hora de llegada, el maquillaje, los chicos, los trapos, la relación nefasta con la comida y con el cuerpo (estas dos últimas con un frecuente componente heredado), la imposición de llegar donde ellas no llegaron que ellas entienden como una ofrenda a nosotras de lo que ellas no tuvieron. También la represión, la presión, la pre-represión, la post-presión… Una relación madre-hija normalita conlleva una serie de tiras y aflojas tremenda durante la que se forja la personalidad de la hija y se modera el carácter de la madre. En una relación maternofilial tóxica es posible que la madre destroce a la hija o viceversa. En cualquiera de los dos casos es responsabilidad de la hija crecer y cortar el cordón umbilical.


Mi abuela se quedó embarazada y se casó. Hablamos de un ambiente rural en el Aragón profundo. Sí, de Castilla y Aragón nacen las galletas. Nadie más española que yo, y olé. Además mi padre el castellano se llamaba Fernando, chupaos esa, nacionalistas de toda catadura. Porque mi madre se llama María Jesús, que si la bautizan Isabel…

Bueno, regreso a lo mío: mi abuela embarazada se encuentra con mi abuelo el maltratador y vira la mirada a mi bisabuela. Recordad: Aragón profundo en plena posguerra. Hablamos de 1950, que podría parecer que no, pero las Españas eran todavía dos (si es que no siguen siéndolo) y los pueblos de ambas se regían por determinadas convenciones férreas como Martín Fierro (si es que no se siguen rigiendo). Vamos, que mi bisabuela le dice que esos lodos son culpa de aquellos polvos y que con su pan se lo coma.

Me puedo imaginar la rabia contenida, la impotencia, el dolor, la soledad, la pequeñez que sentiría mi abuela contra mi bisabuela. Me lo puedo imaginar porque he asistido a todo eso en la figura de mi madre que lo sintió contra mi abuela porque ella no la protegió de su padre, de mi abuelo el maltratador. Y no sólo puedo imaginarlo, sino que lo comprendo. Porque soy hija y me he sentido desprotegida, incomprendida y mal criada. No malcriada, asumo que se ve la diferencia.

Sin embargo, mi abuela no aceptó la responsabilidad de superar los errores de su madre y eso la llevó a repetirlos en la mía. Y mi madre, que quiso subsanar los errores de la suya, se excedió y nos traspasó a mi hermana y a mí traumas heredados varios. Múltiples y graves, diría. Ahora bien, soy una mujer adulta de 39 años de edad con experiecnias propias y capacidad de decisión. Me queda mucho por vivir y mucho por aprender. Me queda todo el resto de mi vida por crecer y llevo desde los dieciséis diciendo que es mía la vida. Es MI vida.

Sería hipócrita y cobarde escudarme en los errores de mujeres que hoy están muertas o arrepentidas. Sería la mitad de lo que soy y menos de un cuarto de lo que podré ser si no me dijera en este momento que hace ya tiempo que dejé de depender de mi madre. No hablo ya de perdón, sino de liberación, de coger los planos de mi vida –vosotros de las vuestras- y construir con mis propias herramientas los pisos que me queden hasta llegar al ático.  Habrá quien diga que si los cimientos están torcidos malamente se puede edificar un edificio sólido. Yo contesto que los cimientos se pueden tirar abajo y comenzar de nuevo.

No digo que sea fácil, sólo que es posible.






Y mañana la rubia que nos encuentra y nos pierde, una mala influencia según cualquier madre que se precie...


martes, 26 de marzo de 2013

Galletas de la suerte: Deterioro



Una llega a los treinta y nueve años con la bonita sonrisa que conocéis, los ojos que vitoreáis y el cuerpo lleno de agujetas porque empezar el gimnasio a los 40 se pasa de tópico ¿Por qué? Pues porque ya decía la Cosmopolitan en mis  años mozos que lo que no fueras antes de los treinta, raro sería que lo fueras después. Hablamos de frescura orgánica, no de inteligencia emocional, que esa mejora como los vinos mientras que la otra decae como los edificios de la Habana.

Lo que la Cosmo se callaba era TODO lo demás. Esas cosas que empiezan a pasar factura una vez alcanzada la edad adulta. Todo comienza, como en los telefilmes (Ya me gustaría que la vida tuviera un presupuesto de comedia romántica con Julia Roberts y Clive Owen, pero no.): chica conoce chico y ambos se enamoran. Cierto: esto puede dar tantas vueltas como se quiera pero, antes o después, la cosa termina en enamoramiento. Tras el flechazo vienen la calma y la convivencia. A veces vienen de la mano. Al menos en mi caso, que tardo menos en compartir piso que en dar buena cuenta de una palmera de chocolate el primer día de regla. Tras un periodo razonable de feliz cohabitación, cuando se ha comprobado que cada uno usa su cepillo de dientes exclu-si-va-men-te, llega el compromiso en forma de firma de hipoteca.



Hay quien se casa, pero en realidad la formalidad de la boda es una menudencia. Un matrimonio se rompe en un plis plas; que para eso se ha creado el divorcio exprés. Ahora bien, a ver quién es el listo que liquida una hipoteca a treinta años en el tiempo que se tarda en contraerla. Me río yo de vestidos blancos, lágrimas de alegría y para siempres. Para siempre es el diferencial más el Euribor con o sin suelo.



Los primeros años la hipoteca es como un jardín. Le vas comprando adornos. Instalas gas natural como si plantases un bonito arriate de hortensias, pintas las paredes como si trazaras un caminito de pizarra… Esas cosas que hacen la vida más cómoda, más colorida y mejor. Pero hay un momento en el que las cosas cambian. Puede que mantengas la relación. Puede incluso que firmases sola (o solo, o solo) el préstamo hipotecario y que tu nidito sea tu refugio, el oasis en el que te refugias del mundo cruel en el que nadas a diario para ganarte el pan (y el importa de ls cuotas). Nada de eso importa. Las hipotecas, las casas, también tienen crisis de los cuarenta. Esto es lo que no te dicen en ninguna parte.

Un día llegas a casa y te quedas con la puerta del microondas en la mano. No sabes cómo ha sido. Es un micro nuevo, apenas tiene un año, pero no ha pasado ni el periodo de garantía. Desde el principio no te tuvo muy contenta porque no calentaba bien, pero tampoco esperabas que se diese por vencido tan pronto. No le das mucha importancia porque tus suegros te prestan uno que tenían arrinconado en un trastero y, oye, funciona de maravilla y además es más grande. Ni te planteas que parezca extraño que un electrodoméstico a todas luces más antiguo se sienta más cómodo entre tus muros que el que acabas de tirar a la basura. Al final lo que cuenta es que el desayuno salga a la temperatura deseada y que la vida siga.

Y sigue. Sigue hasta que la goma del frigorífico, la que impide que se escape el frío y se pierda así una cantidad de energía considerable (por no hablar de la factura de la luz), se despega de la puerta. El acontecimiento te pillará buscando una coca cola o una cerveza, oirás una especie de chasquido fofo y se te quedará cara de idiota. Hasta que descubres la esquina levantada del hermético y le quitas importancia porque, total, un poco de pegamento extra fuerte hace milagros. Y los hace, sí. Pero tú sabes que esa puerta tiene un remiendo. Aún así, no relacionas el microondas con la nevera. Quizá porque una enfría mientras que el otro calienta ¿Qué sé yo? Los caminos del cerebro humano son inescrutables.

Hay una tercera prueba por la que pasarás antes de llegar a mi estado de epifanía actual: tu casa nunca está limpia. Has comprado un i-robot que aspira solito y te hace la vida mucho más fácil. Lo has comprado porque un aspirador que llevaba contigo más años que la tos ha decidido exhalar su último aliento. En fin, en su caso lo que ha decidido es negarse a una succión más. De cualquier manera, el resultado es que en tus suelos no se asienta un pelo de gato, ni un grumo de arena de gato, ni una pelotilla de pienso de gato sin que tu i-robot dé buena cuenta de ello. Aún así, la casa parece sucia. Con el tiempo se ha creado una pátina extraña que te recuerda a uno de esos bares de capital de provincias o de barrio muy barrio donde aún hay pintados mejillones en los escaparates, las barras son metálicas y los parroquianos se adornan con mostachos y patillas.

Eso es el deterioro. A las personas se nos caen las nalgas, pero podemos hacer sentadillas; se nos forman bolsas bajo los ojos, pero podemos tirar de infusión de manzanilla y rodajas de pepino; se nos cuartea la piel, pero existen las mascarillas de miel o aceite de oliva. Para lo que no hay remedio es, con un sueldo ordinario, para una casa que se compró hace diez y que necesita una reforma de 15.000 euros. Eso avejenta a cualquiera.


Y mañana nos reencontramos sobre los tacones... Mientras el tiempo lo permita.


La mota rosa: labores domésticas




Muchos leerán el título, pondrán cara de póker y preguntarán con la boca abierta: “¿eso que es lo que es?” Y es que para jolgorio de muchos y jodienda de otros pocos, las labores domésticas son las grandes desconocidas del mundo moderno. Y no tan moderno. Hasta no hace mucho, su denominación no era comprensible si no iba atada a la idea de “mujer, fémina, hembra” y se las llamaba “tareas propias de su sexo” (hay que jod***se). Así rezaba en los documentos de identificación oficial y tal y cual. Nadie protestaba, porque nada mejor para ser un buen ciudadano, un citizen de orden y pro, que aceptar los mandatos sociales y gubernamentales con una sonrisa y total sumisión. No te premian pero tampoco te fastidian. Tu paga, calla, come y sigue como puedas, esa es la consigna.

Vuelvo al tema doméstico, que me apasiono y me desvío, que esta semana estoy de descanso creativo y me palpita la vena reivindicativa. He tenido que ponerme a mudar muebles de habitación y acometer la “limpieza y reorganización primaveral” pa no explotar como un cohete. Vamos al lío:

Desde un punto de vista masculino, las labores domésticas no existen. Son “cosas” de la casa que habitualmente se hacen solas. Porque  ¿cómo si no, se explican esos cestos hasta el borde de ropa pestilente, esos carros de platos sucios acumulados en el fregadero, esas sábanas de la cama que se cambian (con mucha suerte) cada dos meses, esa ropa de deporte y/o interior esparcida por los rincones? ¿Eh? ¿Cómo? Hasta que viene mamá, o la asistenta, o la novia de turno y pone cada cosa en su lugar. Lo que me asombra y me deja perpleja no es que no los hagan es… ¡¡que no les molestan!! ¡¡No los ven!! ¡¡No los huelen!! ¡¡Los obvian, saltan por encima!!

¿Cómo lo hacen? Yo quiero ser hombre…


De sobras sé que mi entrada (y mi tono jocoso, distendido y graciosín) levantará ampollas, que hay por ahí sueltos hombre muy apañaditos que se manejan en casa mil veces mejor que una mujer. Pero por más que escueza estaréis conmigo en que son minoría y que el origen de la puesta en marcha está, por lo general, en una situación de necesidad ex-tre-ma. Hablo de lo que he visto (y veo), no me invento nada, lo juro por la torre de Babel. Mis conclusiones son contundentes. Os cuento y las comparto con sumo gusto:

Misterios de la nueva era: el modo virtualmente mágico en que los fabulosos gayumbos “viajan” desde el suelo del dormitorio al tambor de la lavadora, de ahí al tendedero y vuelta al cajón de la ropa limpia. ¡Voilá!

Mandamientos del macho: ¿para qué hacer la cama, si por la noche la voy a destrozar enterita? 
Pues qué queréis que os diga… La cosa tiene su lógica.

Las camisetas no se planchan: razón, “nadie se da cuenta si están arrugadas”. 
¡¡Inocencia divinaaaaaaa!! ¡¡Ternuritaaaaaaa!! ¡¡Pero qué monos soooon!!

A pesar de todo os queremos, os amamos y podemos vivir con vuestras… peculiaridades. Pero solo porque Dios creó a la mujer flexible, flexible, flexiiiiibleeee.

Hasta el martes próximo, amores ;)




Mañana, que es miércoles, cita obligada con las galletas de Alicia Pérez Gil (si no me las han cambiado). No os escaqueeis...




lunes, 25 de marzo de 2013

From My blonde Mind: Fábula


Hay regalos de dolor y sangre. Es la forma que tiene la diosa de recordarte que tan solo eres la portadora de su furia y su don. De hacerte sentir pequeña y torpe; de robarte tu coraza mellada y convertir la hoja de los estiletes en un espejo. Eso te hace rehuir la mirada, humillarla al suelo, más que cualquier mandato divino.
Las runas, talladas en huesos de vetustas madres, te hablan de un futuro que no quieres, de días que no aspiras vivir pues te acercan de forma irremediable a un ocaso que no ha conocido cénit.
Hace frío en tu coto, tanto que lo has abandonado buscando el mar que siempre te ha dado vida. Pero este no es tu mar, no reconoces sus sobras ni sus corrientes y las olas te arrastran para robarte el aire que siempre te has jactado de no necesitar. Aunque es buena esta humedad, esta nada que te rodea mientras el azul se transforma en negro y los sonidos desaparecen. Hay rostros de héroes, mejores que tú, que perecieron ahogados con los ojos abiertos y muecas de calma en el rictus.
Los cadáveres hundidos tienen la piel blanca y los huesos de esponja.
¿Te servirá aquí tu luz? Eres la estrella de la mañana en la tierra del no amanecer y eso no augura nada bueno. El fondo te recibe con un abrazo intenso de limo y sal. Sabes que es triste sentir erizarse el vello de la nuca ante este gesto, pero no puedes evitarlo, ya no recuerdas cuando alguien te tocó así, cuando alguien te anheló tanto.
Te cuesta media vida alzarte, despechar esos brazos, volver a ponerte en guardia. Algo de ti queda en las aristas calcáreas de coral, dientes de un monstruoso leviatán, y maldices porque son ilusiones y no recuerdos. Falta de unos, demasiada cargada de otros.
Las Parcas te han subestimado al creer que aquí no serías nada, no son las primeras que han cometido ese error. Te mueves, funcionas, vives en este abismo acuático pero no es ese el principal peligro. Hay torsos de hembras cosidos a cuerpos de pez que te rondan, agudos sus dientes, afiladas sus escamas y ríen en un chirrido de victoria pues tus manos están desnudas y eres un ser de tierra seca.
Cantan mientras sus aletas describen fantasías en el agua y te ciegan con burbujas, cantan dentro de tu cabeza con voz dulce y mentirosa:
«¿Qué has venido a hacer aquí, princesa, has venido a entregar tu carne y hacer que deje de doler tu alma, princesa?»
Es muy tentadora esa melodía, demasiada conocida para tus noches de vivac bajo estrellas que son las únicas que te acompañan.
«Dinos, princesa, ¿no hubo hermanas de sangre, ni camaradas entre los que dejaste en el mundo del cielo abierto, princesa?»
Intentas pensar en quién encenderá tu pira cuando faltes pero te das cuenta de que para que eso ocurriera alguien debería extrañarte. Nunca arderá esa yesca asaeteada por certero dardo en llamas.
«Princesa, ¿no hubo un caballero de negra armadura que consiguiese borrar el mal del hechizo que aquel nigromante te causó, princesa?»
Esas lamias leen en tus ojos pues te falta tu yelmo de penacho de oro y sus falsedades te transforman en una marioneta, en un títere sin soplo de vida propio porque sabes que cualquier embuste tiene un poso de razón que le otorga cuerpo.
Ante ti aparece la más grande todas ellas, una hidra marina que se burla agitando su melena, retándote con una belleza salvaje y tan antigua como el deseo de los hombres.
«¿Es eso verdad, princesa, no hay nada para ti allá arriba? Dame el mejor bocado, ofrece tu pecho y te dejaré quedarte aquí con nosotras, princesa.»
Sus garras marcan ya la incisión en tu esternón y ahora empieza a faltarte el aire. Porque es toda historia debe tener un final y tus gestas ya han ido contadas, porque los oráculos han predicho tu caída sin ascensión, porque no dejas hito ni muesca en memoria alguna.
¿Para qué luchar? ¿Para qué un nuevo intento?
Sientes la zarpa que desgarra piel, carne y hueso. El alivio de un último aliento y ya nada duele. Eso las condena  porque sin martirio no te reconoces, no te recuerdas y te aterra sentirte otra en tu propio sosiego.
―Desde cuándo una princesa debe pedir nada a una ramera.
El frío de tu corazón expuesto abrasa y el agua cruje al convertirse en hielo.
Ahora estás en una playa que es tuya por derecho de conquista. El sol derrite con lentitud el mar que has helado dando sepultura y muerte a todo lo que contenía. Tienes una nueva cicatriz aunque no nuevos pecados. El camino es largo hasta tu castillo de plata, púas y marfil, pero tu paso ligero.
Existe un santuario, escavado en la roca por manos más sabías y piadosa que las nuestras, en las que se acumulan ánforas. Cada una de ellas tiene un nombre grabado y, en  la gruta que las acoge, se cuentan por billones. Cada una de esas vasijas, no más grandes que el tamaño de un puño, guarda odios y amores, sueños y desvelos, lo perdido y ganado, el equipaje y aparejos de toda una vida.  Hay muescas en su superficie vidriada, si borras o añades una sola, por insignificante que sea, la arcilla se quiebra.







sábado, 23 de marzo de 2013

Galletas de la suerte - El apagón


Podría parecer que no, pero escribir no lo es siempre todo, ni es lo más importante. A veces lo que marca la diferencia es la nada. Michael Ende la describió como una especie de niebla gris que se lo comía todo.  Luego la personificó en un lobo. Un animal terrorífico de ojos rojos como el infierno y fauces dispuestas a devorar a Bastian Baltasar Bux. Yo se lo habría agradecido ¿A quién se le ocurre transformar a los pobres uyuyuys en aquellas mariposas estúpidas?

En fin, hablábamos de la nada y de su relevancia en la vida de una persona.



La nada es tratar de dormir durante doce horas porque estás de vacaciones y lograr nueve de milagro.  Dar vueltas en la cama y pensar que no quieres levantarte. Que sí, que hay mil cosas que hacer, pero que quieres cerrar los ojos, darte la vuelta y seguir en el limbo. Como resulta que tu cuerpo, que es muy listo –O eso dicen.- decide que no, continúas con tu nada: te levantas, calientas leche en el microondas nuevo, que ni conoces ni tiene marcas para los minutos que no son múltiplos de cinco,  escoges  un Rosabaya de tu tarro de cafés estilosos, tuestas un poco de pan y te vas al salón. Como el desayuno quema a rabiar, pones la tele y te das cuenta de que has grabado del Divinity 22 capítulos de Las Chicas Gilmore.
 
Pasar las siguientes doce horas pegada a la tele viendo cómo una mujer de cuarenta y pocos suelta frases absurdas por esa boquita es la nada. Sobre todo porque ya sabes cómo termina la serie. La nada y tú sois buenas amigas y ya has pasado por esto antes. Entre vosotras, además, existe un pacto tácito e inquebrantable: puedes comer lo que quieras que en esos momentos no pasa nada. Como en casa tampoco tienes un arsenal, tu atracón se limita a los restos de una tarta de zanaoria con nata.

¿Por qué la nada es buena y conviene sustituir literatura y vida con ella? Pues porque la nada no exige nada. Te permite apagar el cerebro. Cuando una es como Sadako y su cabeza nunca para, unas horas , quizá unos días, de distracción sirven para calmarla. En este caso han sido unos días: Anatomía de Grey, Las chicas Gilmore, Mujeres desesperadas, Tu casa a juicio, Sálvame diario, Girls y muchos hidratos de carbono. Y muchos cafés demasiado calientes.  Para embotarme.

Está más aceptado socialmente el alcohol. Una está pocha, queda con su amiga la rubia y se la agarra de no menearse. El problema es que yo no estaba pocha, ni pachucha ni triste. Temo que esto sea difícil de entender. Existe vida más allá de la tristeza, de la alegría, de la cólera y de los sentimientos que generalmente manejamos. El cerebro es terreno desconocido a la par que complejo. Y hay que respetarlo. Porque del cerebro vivimos.

Ocurre que, como siempre,  lo que no usamos a diario  o lo que desconocemos necesita ser deglutido, procesado y vomitado en términos inteligibles para nosotros. Pedir comprensión para estos estados de ánimo es lo mismo que pedir a una señora de setenta años, votante de derechas, que respete los piercings faciales de un adolescente actual.  Creo que lo mismo pasaría con una de izquierdas.

La abulia, el apatismo, la astenia, las ganas de nada, vaya, asustan. Asustan de igual modo que las ideologías ajenas. Ya he hablado en otras ocasiones de la tiranía de la alegría.  De que si no estás como unas castañuelas saltan las alarmas de todo el mundo y surgen los mensajes de apoyo. Inmediatamente brotan de la nada las personas que te quieren y que te recuerdan que debes alegrarte de la vida y agradecer lo que tienes.

No hay mucha diferencia entre la obligación de aparecer siempre impecable y la de estar siempre alegre. No existe mucha distancia entre el deber de ser delgado y gozar de una buena mata de pelo y el de sonreír a toda costa. Y lo entiendo: los estado de ánimo grises y las barrigas deformes deben de ser recordatorios de la vulgaridad y la muerte en un mundo poblado por personas que no reconocen su propia mediocridad o la temporalidad de su vida.

El martes, antes de que llegara la nada con el miércoles a librarme unos días de mí misma, escribí en mi diario que había pasado las cuatro  mejores horas de mi vida y que aún duraban. Lo hice mientras tomaba un café frío en mi bar de siempre. Llevaba un chándal lleno de manchas de pintura, un forro polar que debe sus virtudes caloríficas a los pelos de gato que se han entretejido con la tela original y unas zapatillas de deporte de hace diez años. Salía del gimnasio, donde había estado ensayando pasos de salsa con tanto ritmo y galanura como un topo en la superficie. Un topo sordo, por precisar; en una clase de amas de casa y chicas en paro con las que sudé y me reí.

Sin glamour, sin estilo, sin literatura y justo antes de la nada. Para recordarme que la vida es mucho más que la nada y mucho menos de lo que pretendemos: menos complicada, menos exigente, menos difícil.

Si nos permitimos reír cuando corresponde y llorar en el momento necesario. Si nos apagamos  un momento de vez en cuando.




Y el lunes nos iluminará So Blonde. Seguro que con alguna brillantería salida de su Blonde mind