jueves, 31 de enero de 2013

Encuentro en tacones. Sin título, sin relato. El dónde y cuándo se acaba.




La vida da muchas vueltas, tantas que no se sabe dónde y cuándo va a terminar o empezar algo, esta frase tendría sentido si el relato de esta semana le hubiese puesto arriba, así dicha deja mucho a la imaginación ¿verdad?
Hoy no voy a hablar de las aventuras de las taconeras, pero sí hablaré de ellas.
Hace ya varios meses que el blog vino al mundo, si no me equivoco unos seis (corregidme chicas si no es así ^^), desde entonces publicamos con mucho trabajo y amor todas las entradas de este espacio que se ha convertido en nuestra casa, en nuestro rinconcito para relatar historias de los más diversos géneros. Cada una de nosotras seis tiene un estilo diferente y cada una, da todo por vosotros los lectores y por las compañeras.
Hemos tenido una acogida espectacular y estamos contentas de que así sea, se nos han hecho críticas buenas y nos ha apoyado mucha gente.
Pero todo tiene su punto malo, como en todas las “cosas” de la vida, supongo que hacer entradas semanales intentando ofrecer siempre lo mejor es algo que nos cuesta a todas; a veces se tiene más imaginación, a veces menos; a veces se encuentra lo que se quiere contar enseguida, otras cuesta ver el hilo para tirar de él; incluso, como mucha gente podrá entender, lo que un escritor plasma en sus letras está influenciado un poco por su estado de ánimo o los problemas que se tengan en el momento. Con esto no quiero decir que los escritores redacten su vida, ni mucho menos, si no que si no estás para muchos farolillos, las letras quedarán seguramente algo tristes, y si tienes la vena alegre subida, los lectores comprobarán ese entusiasmo entre las líneas.
Yo hoy no estoy ni triste ni feliz, supongo que la palabra sería neutra. Han pasado muchas cosas en mi vida que no me hubiese gustado que sucedieran, y otras que agradezco al cielo que hayan ocurrido.
A las misteriosas y siempre cañeras taconeras (personajes ficticios que han usurpado nuestros nombres), les quedan muchas aventuras y líos en lo que meterse. Quién sabe si viajarán al espacio, o si a alguna se le despertará el reloj biológico de hacer magdalenas en el horno de la pizzería del pueblo vecino; yo no lo sé, pero os aseguro que estaré encantada de contar todo lo que pasa con sus entretenidas y locas vidas.
Alguien me dijo hace poco que este blog era machista, que todas las entradas se basaban en la coquetería y el enseñar pierna. Discrepo sobre eso (no os dejéis engañar por cuatro fotos), tenemos casi tantos lectores de género masculino como femenino, intentamos ofrecer momentos de entretenimiento, donde las risas, las emociones y el buen rollo (a veces provocando que se recapacite sobre las “cosas” de la vida)  estén latentes en cada letra que regalamos. Porque eso es lo que hacemos, regalamos nuestro tiempo, os lo ofrecemos desinteresadamente para daros las gracias por estar ahí con nosotras, porque sin los lectores y amigos que por aquí pasan, el blog “Con un par de tacones” no sería nada.
Muchas gracias por los comentarios, por las lecturas, por ser tan especiales y compartir y difundir nuestras locuras.
La vida da muchas vueltas, y aunque no se sepa dónde y cuándo va a terminar, yo estoy contenta de ser parte de este proyecto. ¿Y tú?



(Os recomiendo ver el video hasta el final)








Mañana el día será más interesante, un día con mucho y mejor que leer, mañana vendrá nuestra inigualable Connie y nos traerá esas historias que te dejan con la piel erizada y el corazón lleno, para contarnos qué hacer antes de los 30....    

miércoles, 30 de enero de 2013

Galletas de la suerte: Un día cualquiera II


¿Qué haces ahí? Te vas a congelar. No te he oído salir del baño.

            Natalia se había subido en la cama y manipulaba la lámpara de su habitación. Se cubría únicamente con una toalla. Ni siquiera había terminado de secarse.

- No, estoy bien. Se ha fundido la bombilla.

- No te preocupes, yo la cambio. Vístete.

            Natalia le miró y fue consciente de su preocupación. Parecía real, como si de verdad se tratase del Emilio de siempre. Sólo que no lo era. Seguramente la preocupación no tenía que ver con ella, sino con la posibilidad de que hubiera encontrado una de las escuchas. No había sido así, la lámpara estaba limpia, pero seguiría buscando.

- Claro – sonrió- En seguida me visto. Pero ya me encuentro mejor. Debía de estar un poco destemplada, nada más ¿Por qué no le cambias el agua a Lorenzo? El pobre está muy mal. No lo entiendo, se habrá enfriado, con toda la casa abierta todo el día. Ya sé que es culpa mía, pero Jaira podría haber cerrado las ventanas cuando llegó.

- Me gustaría quedarme contigo.

            Natalia sonrió -. Yo prefiero vestirme sola –. Bajó de la cama y se encogió dentro de la toalla. El hombre que la miraba, vestido con la camisa favorita de su marido, le echó un último vistazo antes de dirigirse a la puerta.

- Vale, me voy a ver a Jaira.

- Lorenzo te necesita más. Lo de Jaira es una rabieta.

            Cuando estuvo sola se quitó la toalla y se contempló en el espejo de la cómoda. Con el pelo mojado y pegado a las sienes parecía más que nunca un espectro delirante. Las ojeras permanecían  en su lugar, como las manchas de los mapaches y el baño no había borrado su aspecto afiebrado. Escogió ropa cómoda de colores claros que difuminase la impresión de enferma terminal que se causaba a sí misma.

            Una vez vestida y peinada, aún con el pelo húmedo, tomó la bombilla, que no estaba fundida y se dirigió a por otra a la cocina. Pasó junto a la puerta de la habitación de su hija, pero no oyó voces. No se permitió pensar en su familia. Sin duda debían de encontrarse a salvo puesto que no estaban con ella. Quien los hubiera sacado de allí les habría puesto en su contra y de ese modo les habría salvado ¿Qué clase de esposa y madre oculta algo como lo que ella ocultaba? No debía haberse casado y no debía haber parido. Siempre supo que no se lo podía permitir. Sin embargo se había enamorado de Emilio y había querido tener un hijo. En ese momento, mientras recorría los últimos metros hasta la cocina de su casa, quiso evitar el arrepentimiento, pero no pudo. Por encima de todas las cosas debía haber evitado que su secreto corriese peligro. Y en eso había fallado.

            Rebuscaba ente los repuestos una bombilla igual a la que tenía en la mano cuando sonó el timbre. No le hizo caso. Cualquiera de las otras dos personas podía contestar. Oyó una puerta que se abría y volvía a cerrarse, pero no sonaron pasos, así que el visitante insistió desde la calle. Natalia se mantuvo firme, inclinada sobre el cajón, incapaz de centrar su atención en los Kw. y las descripciones. El timbre atronaba la casa sin que ninguno de los dos farsantes que se habían instalado en ella apareciese por ningún lado.

            Dejó la bombilla en la encimera y se dirigió despacio hacia el recibidor. Podría haber estado completamente sola. Ya ju- nto a la puerta respiró hondo y dejó que la visita pulsara el timbre una última vez.


            El hombre que apareció al otro lado vestía de gris y le resultaba vagamente familiar. Preguntó por Emilio y ella, sin saber qué decir, le condujo a la consulta. En la luna del recibidor se vio muy pequeña al lado de aquel hombre de aspecto serio y cansado. No se sorprendió de que el doble de su marido estuviese sentado a su escritorio, donde pretendía revisar unos papeles; quizá una historia clínica.

- Os dejo.

            Natalia cerró la puerta y pensó encerrarse en el salón, pero en el terrario de Lorenzo encontró el cadáver de la salamandra y recordó que el hombre del despacho había preferido verse con la adolescente que se hacía pasar por su hija en lugar de vigilar a la mascota. Se dio cuenta también de que la bufanda gris no estaba y pensó que quizá aquel Emilio que no era Emilio se la había llevado, así que se acercó a la puerta que acababa de cerrar y escuchó a los dos hombres que, como había supuesto, hablaban de ella.

- … visto. Que yo sepa no ha comido nada en todo el día. Antes se ha quejado de debilidad. Dijo que quizá incubaba algo, pero luego lo negó.

- ¿Lo sabe?

- No lo creo… No. Ya te lo he dicho por teléfono. Es como si se negara. No parece ella.

- Tienes que decírselo. Hay que sacarla de casa y enfrentarse…

- Hoy hemos comido fuera. Creo que no le ha gustado la idea. No es habitual. El día de hoy ha sido tan extraño para ella… Y la chica tampoco ayuda.

- Es su papel.

- No me hables de papeles, Javier. Yo ya casi ni sé cual es el mío. Esto se me  está yendo completamente de las manos.

- Tú eres su marido. Nada más.

- Sí, lo sé. Por eso te he llamado. No sé qué hacer.

- Habla con ella.

- ¿Así de fácil?

- Yo no he dicho que sea fácil, pero tienes que hacerlo.

- No puedo. Ayer lo intenté y creí que se moría. Natalia es una cazadora, no una recolectora. No sé cuantas veces nos habremos reído de eso, de que en esta casa no había recolectores ni cuidadores de la manada. Pero aún así, si sólo fuese lo de su despido, podría…

            Natalia se llevó una mano al pecho. El corazón se le había desbocado a la sola mención de la palabra ¿Despido? Claro que no la habían despedido. Sin duda estarían molestos con ella por no haber llamado para avisar de que no trabajaría ese día. No entendía cómo había olvidado hacerlo. Se habrían vuelto locos para encontrar a otro piloto a última hora, pero no la habrían despedido por eso. Natalia Reynas era la mejor. Y en cuanto terminase aquella conversación estúpida llamaría a la compañía.

- … mis suegros, Javier.

- Así que tampoco le has dicho nada de eso.

- ¡No puedo! Anoche casi se muere…

- Eso no es verdad. Tuvo un episodio grave de ansiedad, pero nada más.

- ¡Nada más! ¿Entonces porque actúa como si no pases nada? Si los muertos fuesen mis padres yo no…

            Natalia respiró muy hondo varias veces antes de permitir que su cerebro continuase pensando. Sus padres vivían en una residencia y había hablado con ellos el día anterior. Estaba claro que la estrategia consistía en que ella perdiese el control. Seguramente habían previsto que se quedaría escuchando y toda la conversación formaba parte del plan. Pero ella era más lista de lo que pensaban y no lo revelaría. Su única misión en la vida era aquella y no la traicionaría ¿Cuántos años había conservado el secreto? No lo recordaba. Notó que se le encogía el estómago y que la frente se le humedecía de nuevo de sudor: no recordaba cuándo le habían revelado el secreto. Ni recordaba quién lo había hecho. Como si alguien le hubiese lavado el cerebro. Cerró los ojos tan fuerte que vio miles de puntos luminosos sobre los párpados. Las manos le temblaban y sentía como si algo la hubiese paralizado: No recordaba qué era lo que debía proteger.

            Tras unos segundos de indecisión irguió la cabeza y se miró en el gran espejo de cuerpo entero. Se vio demacrada, asustada, enferma. Sonrió. Entraría en el despacho de aquel hombre que no era su marido y le seguiría el juego ¿Qué importaba que no recordase el secreto? ¿No era mejor un secreto desconocido, imposible de revelar? Habían tratado de engañarla, la habían retenido y probablemente conseguido que perdiera su trabajo. Ahora era su turno. Abrió la puerta del despacho y, antes de recitar su texto, observó que la bufanda gris colgaba del cuello del desconocido.


Y, antes de anunciar que mañana viene la gran comedora de cocido apuchujado, Irene Comendador, que sabe convertir garbanzos y patata en pan de lembas ante los ojos de un batracio y dos amigos, explico que: este relato en dos partes data de 2004 y que la semana que viene vuelvo a lo mío. Las enfermedades nos ponen trabas y estas dos semanas han sido duras. Mis disculpas.

Y ahora, con todos ustedes, desde el rincón más bonico de España: ¡¡¡¡¡Irene!!!!!


martes, 29 de enero de 2013

CORAZONES HELADOS (I)








Queridos y queridas seguidor@s de los tacones:

Me consta, por vuestras encendidas misivas, que la BlogVela más dicharachera que llegaba cada martes, la que daba continuación a las peripecias de Lola, Rita y Felicia, las heroínas de "40ñeras", os tenía enamorad@s.




Peeeeeero esta segunda parte, cuando esté acabada, verá la luz como su predecesora y hará las delicias de l@s lector@s que decidan entregarse a sus páginas, de modo que por ahora debo poner punto y final a esta aventura que tan felices nos ha hecho, a mí por inventarla y a vosotros por leerla. He dicho.







No llorééééééééis... La mota rosa, ese hermoso toque femenino que da nombre a la sección no agota aquí su andadura. La psique femenina es tan, tan rica, nosotras somos tan, tan complejas, nuestro modo de ver la vida es tan, tan apasionante, que supongo que me jubilaré dentro de muchos años antes de que el grueso caudal de posibilidades para esta mota mujeril se agote.


Por ejemplo. Un suponer. Sin ir más lejos, pa hoy mismo. ¿Qué os parece hablar de los CORAZONES HELADOS?
He dicho corazones, no melocotones. Que luego nos tachan de plagios y demás hierbas y no quiero problemas con nadie, que yo vivo muuuuy tranquila y feliz con mi conciencia (y con mis palmeras de chocolate).

CORAZONES HELADOS: dícese del estado en el que se encuentra el susodicho órgano de una mujer tras un fiasco o desengaño amoroso. Con-ge-la-do.
Dicho en castizo, "sin ganitas de ".

El motivo es el excesivo entusiasmo que las féminas ponemos en cada relación que promete. O que pensamos que promete. He ahí la cuestión. No sabemos nadar y guardar la ropa, somos de extremos; o lo uno o lo otro, o calvo o con siete pelucas. El proceso que se repite una y otra vez: chico conoce a chica, chico y chica sienten que se atraen, chico y chica superan las mínimas dificultades que supongan trabas a su amor (alguna ex pelasdrusca, ligeras dudas en cuanto a la tendencia sexual de cada cual, un padre o una madre pejigueras obstinado en meterse donde no le llaman...), chico y chica, por fin, consuman.

 Y cuando el tren empieza su andadura una no puede evitar hacerse ilusiones. En cuanto a la duración y la calidad del sentimiento, respecto de todo lo bueno que traerán las emociones, a lo mucho que creceremos pegaditas a nuestro príncipe azul... Dejamos de estar solas, desangeladas. Las noches de los fines de semana pierden un sentido y ganan tranquilidad; disfrutamos de otras cosas, la rutina amorosa nos envuelve, llegan los planes de futuro...

¡Ayyyy, omá! ¡Qué bonito tooo!

Mas de repente algo se quiebra. Los motivos son tantos y tan variados como en sí los humanos, no pienso enumerarlos. Pero el cuento de hadas se rompe, eso es lo decisivo. Y tras las primeras reacciones de incredulidad, resentimiento, negación, ira, culpabilidad, llegan las conclusiones, a menudo erróneas. Quizá la peor de todas, la más destructiva sea la sensación de haber perdido el tiempo con aquella apuesta.

A ver... Perder el tiempo no es terrible, en absoluto. El día en que dejemos de considerar los sucesos por los que atravesamos como "aprendizajes" necesarios, nos devorarán la ansiedad y la angustia. Qué mal rollo, ¿verdad? Qué negra perspectiva. No me cansaré de decirlo, la actitud con la que encaramos cada paso, los errores, las equivocaciones, determinarán el juicio sobre nosotros mismos y evidentemente, no es lo mismo sentirse "un fracasado" que "un ser en pleno crecimiento". Tener un concepto negativo de uno mismo, una visión altamente criticable del modo en que resolvemos nuestros conflictos, no ayuda en absoluto.

Si llegamos a la conclusión de que no supimos elegir, si entre lagrimones nos repetimos aquello de "soy una buenaza, una gilipollas, otro más que me ha engañado", puede que congelemos nuestro corazón para evitar que sufra. ¿Y qué consecuencias trae de la mano tan brillante resolución?

Lo resumiré en una sola palabra: chungo. Chungo, chungo.




Seguimos desentrañamos los misterios de los corazones helados el próximo martes. 

Quereos mucho, hermanas!!!

Y mañana miércoles no os perdáis las galletas de la suerte con Alicia Pérez Gil, que vienen de toma pan y moja!!

lunes, 28 de enero de 2013

From my Blonde Mind: Llámame So.



 Te levantas y miras si necesitas retocarte la raíz, te metes en la ducha y te exfolias de pies a cabeza y te echas el champú, la mascarilla, el acondicionador y el reparador de puntas. Aprovechas para repasar el depilado y al salir te embadurnas en aceite. Mientras la toalla turbante te quita la humedad del pelo, te haces las uñas de los pies y te retocas las de las manos. Te pasas el secador y la plancha. Sonríes al bicho del espejo y tiras de tapaojeras, base, iluminador, máscara de pestañas, delineador y un toque de polvos de sol, que el colorete es para las furcias. Ya casi te pareces a eso que quieres ser en tu visión de tu yo ideal.
Echas mano de un sujetador que suba y coloque y, hostias, de unas medias que hagan lo mismo. Elijes ese vestido azul con el que te dijeron una vez que estabas espectacular. Te subes en los tacones sintiendo como la columna se recoloca. El espejo de cuerpo entero te escupe a la cara y tú le devuelves el gesto con un gruñido. Buscas amuletos para tus orejas y, quizás, algo para las muñecas. Un toque de perfume, que atesoras como el oro, y estás lista. Bueno, no del todo. Nada de carmín; la atención de este maquillaje debe centrarse en los ojos, solo un poco de brillo en los labios. El abrigo de paño de nena trabajadora te parece muy soso y arriesgas con cuero hasta los pies, lo que te da la oportunidad de sacar el Gloria Ortiz de pelo negro y colgártelo al hombro.
Las gafas de pantalla color carey de Gucci ocultan tu mirada cuando sales a la calle y adviertes al mundo: «Admírame pero no te enamores de mí. Estás avisado.»
Si no te quieres tú, nena, nadie va a hacerlo.
Entras en el bar a por el segundo café de la mañana, sintiendo que te desnudan miradas huidizas mientras te ceden tu lugar de siempre en la barra y te sirven sin preguntar excepto por un:
―¿Dulce o salado, rubia?
―Salado. Hoy va a ser un día largo.
Enciendes el net para ojear la prensa, los mensajes, los correos, saber cómo han amanecido aquellos que no conoces en persona  pero que sientes muy cerca. Revisas las tareas para hoy, los mil asuntos pendientes, y Madrid, por fin despierta, con su ruido de autobuses, su tráfico y humo de tabaco en la puerta de las cafeterías.
Alguien te llama furcia en la red,  a ti o al fantasma digital que eres. Otra, demasiado tonta u orgullosa, bufa a tu papel de rubia. Suena el móvil para decirte que salgas, que te esperan en la puerta. Mientras te acercas al coche negro, mueves las caderas más de lo que sería correcto, pero, qué coño, a una dama se le permite todo.
― ¿Has quedado con alguien o soy un tipo con suerte?
―Debes un desayuno en el bar, nene; otro.
Los acordes de una guitarra abren la banda sonora del día y empieza la batalla.
 Llegas con la caída del sol a casa y dejas tu arrogancia en la puerta mientras unos ojos amarillos te saludan y te hacen sentir una diosa porque en ellos ves un «Te necesito».
Ya, sin uniformes ni disfraces, lees mientras cualquier cosa cocinada con prisas da calor a tu cuerpo. Un calor que no has sentido en todo el día, pues el invierno es largo y las personas se ocultan entre la gente con la que en teoría has vivido varias horas.
Mientras te permites un cigarro, llegas a la conclusión de que estamos solos, rodeados de una multitud de rutina. No eres la única, pues te mandan vidas enteras en mensajes sin puntuación ni gramática.
Demasiado solos, y el monitor no te permite abrazar ni sentir la inflexión en la voz de una risa que en realidad es un llanto maquillado.
«En el mundo real una chica como tú nunca hablaría con alguien como yo.»
Esas palabras,  que parecen absurdas en un primer momento, se vuelven sabias de golpe. En la red puede que todo sea humo y espejos, pero no hay distancias. Es un invernadero en el que las emociones crecen a un ritmo desmesurado y adulterado. Permiten que una barbie hable con un hombre invisible sobre dios y la felicidad. Que una rana discuta con una gata sonriente sobre la motivación para escribir. Hace que un catalán y un gaditano locos unan sus armas contra el mundo. Que el océano se reduzca a un pequeño retardo en la aparición de un texto.
Puede que sean relaciones absurdas, incluso algo enfermizas, pero su autenticidad está fuera de toda duda. Un mundo artificial, quizás, pero tan falso como aquel en el que nos movemos cada día, con nuestras pinturas de guerra y nuestros vestidos azules de autoestima.
Algunas veces los mundos se unen. Lo ves en fotografías ajenas, en las que puedes distinguir sonrisas francas, muy distintas a las que tu jornada te ha brindado. Si eso hace feliz a la gente, supones que está bien.
Aquí puedes olvidarte de tu trabajo de mierda, de tu aspecto enfermizo, de lo que la sociedad te ha dicho que eres o tienes que ser, de que no tienes un puto duro, de que quién comparte tu cama ya no sabe siquiera porqué lo hace.
Puedes ser libre.
Pero hay algunos que no lo entienden, que intentan llegar más allá de lo que estás dispuesta a dar y te dicen:
«No conozco tu cara». « Quiero ver tus ojos». «Dame un número de teléfono y hablamos».
Entonces la magia se rompe y dejamos de ser personas para volver a ser gente, extraños que se rozan sin tan solo distinguir los rostros, incoherentes además, porque entonces la relación digital es cuando se vuelve un sucedáneo malo de vida.
« ¿Cuál es tu nombre?»
Solo hay una respuesta para eso:
Llámame So.





Los martes son rosas, lo dice Regina Roman y eso va a misa. La reina erótica de las salchichas frankfurt para todos vosotros.









sábado, 26 de enero de 2013

Vaya par de Gemelas: De regreso de vacaciones, nenas delfín y pies izquierdos va la cosa...



De regreso de vacaciones, nenas delfín y pies izquierdos va la cosa...





    

    —¿Un declaración de qué?
    —No es una declaración... ¡quieres dejar el teléfono y mirarme, morena!
    —Joer, cómo estamos hoy, nena. Anda, toda tuya, nada de teléfono.
    —Es un trabajo en el cual tenemos que hacer una especie de reclamo, una carta reivindicativa que sea totalmente el contrario a nuestra verdadera personalidad.
    —O sea, una declaración de lo que te gustaría poder decir y te callas.
    —Morena, ¿por qué tienes que retorcerlo todo?
    —Qué no, rubia de mi alma, solo es que... anda, va, léemela. Soy toda oídos.
    —Bien, pero antes cabe aclarar que es una carta simulada y no mantiene relación alguna con la realidad o hechos, pensamientos, actos...
    —¿La vas a leer ya?

    «¡A tomar por saco la buena educación! Mi madre me enseñó a ser una señorita ante todo, a decir lo que pienso con las palabras adecuadas, y saber callar cuando no tengo nada de provecho que decir. Mi abuela tiene gran culpa de ello también; le gustan los dichos, el tener una frase hecha para cada momento, y seguro que si ahora la tuviera más cerca diría algo así parecido: “Ain, hija, si hay días en los que mejor tragarse la llave, que esa puerta no debería de estar abierta”. Pero esa clase se la perdieron unos cuántos, así que, ya puestos entonces, mierdas las sé decir yo también. Qué le jodan al tacto y las finuras. Aquí somos todos bocas de basurero, la diferencia está en tener la porquería en bolsitas de estas perfumadas; pero la mierda es mierda, y si la remueves, huele.
     Estoy harta de ser siempre condescendiente, amable, afable, cariñosa. Las chicas delfín también tenemos el derecho a ser cabronas si nos da la santa gana. Lloramos, sí, pero si queremos mandar a tomar viento el que sea mientras lo hacemos, podemos. Y oyes, ser delfín no significa ser estúpida. No significa que se puede pisotear y esperar que al levantar la cabeza sonriamos cada vez que eso ocurra. A veces supera, sobrepasa esa barrera de buenos modales y lágrimas ocultas.
    Hoy tenía ganas de mandar a la mierda al mundo en general. De estos días que sabes que como no te pongas cinta en la boca, acabarás por cagarla. Y lo he hecho. Me he despedido por un segundo de mi manía de ser cariñosa y respetable, cambiando los papeles entre quienes hablan y los que escuchan y luego repasan en sus mentes todo lo que podría haberse dicho y se callaron. Hoy he decido ser mala. Mi delfín hoy tiene cuerno, le podéis llamar pez espada, yo prefiero unicornio pirata, que, cuidado, a mi unicornio no lo toca nadie.
       Y hablando de unicornios, aquí viene otra: me paso por el forro del unicornio los   pensamientos de mala hostia e envidias ingratas. Si molesta quien soy, por eso, aquello o trequello, mirad a otro lado, monada, que seguro las vistas son más gratas. No pedí ser cómo soy, y me gusta, me enorgullece sonreír cuando me da la gana, reírme como tonta si me place, y llorar en lugares públicos cuando una mota inesperada me emociona. Me gusta. Me hace sentirme viva. Vivir sobre la basura que intentan meter en mi cubo. Ya tengo bastante con la mía propia, si os sobra, os la podéis meter por el... el unicornio me acaba de mandar callar, que conste.
     Hoy tengo ganas de joder. Y no en el buen sentido de la palabra, que esa es otra, las nenas delfín también sabemos hacerlo, pero, y haciendo acopio de mi última pizca de educación verbal por hoy, mejor me voy a callar.
Somos dulce, estrujables, y cariñosas cómo las que más. Podemos tener sabor a algodón dulce, y si te descuidas, te bajamos una nube y que camines sobre ella horas tras haber estado en un lugar que casi nadie ha estado. Pero si la cagas, si jodes ese momento, cuidadín, que el diablo también viste de Prada. Y yo, que de moda entiendo poco pero tengo una que otra cosilla clara, sé que un demonio con carmín en los labios y mirada dulce, es lo más peligroso que hay. Aunque ese labial sea rosa goma de mascar y que las pompas que hagas con este sean de jabón.
     Porque mi enseñaron que todo el mundo necesita y es necesitado. Y por ello, que, si me necesitan, saber estarlo. Pero la parte en la que si necesitas, de pronto, todo el mundo está ocupado, oyes, a esa clase la que faltó fui yo al parecer. Pero entonces me quedo con lo dicho por mi padre: “Haz lo que te haga feliz, aunque eso duela al principio”.  
    Así que aquí estoy, con mi día que empezó con dos pies izquierdos y con demasiado echar de menos dentro, lo que, inevitablemente, hace que las chicas delfín nos convirtamos en una bomba de relojería. 
    Terminaré esa carta desahogo antes de las doce, que dos días seguidos ya sería demasiado, y para ello, voy a usar una misma frase resumiendo lo enseñado por mis profesores, con educación, frase hecha, y para hacerme de sonreír:
Hoy tengo un mal día, siento si os molesta, por mí, podéis iros a la mierda, pero con cariño, heim, sin acritud, porque yo, al fin y al cabo, solo quiero haceros sonreír.
Hasta la semana que viene, si no me ha encerrado el unicornio como castigo por ese desvarío para entonces.»

   ¿Qué te parece? ¿No me he pasado con los tacos ni...
    —Me parece que no has hecho lo que te pedían en el trabajo, rubia.
    —Amos, ¿cómo que no? He escrito una carta...
    —Diciendo exactamente lo que dirías tú de estar hasta el toto de todo en general. Lo único que has puesto distinto es el unicornio que ya sabes que es cosa mía.
    —Pues te equivocas, yo no hablaría así porque...
    —Te han llamado hace un rato. ¿Quieres saber quién era?
    —No me importa y si vuelve a llamar, ¿que le den con una sartén!
    —Ya, ya, una carta sin ninguna clase de sentimientos reales, lo que tú digas, rubia...





Y el lunes no os perdáis a So Blond y su Blond Mind...

***

viernes, 25 de enero de 2013

¿Qué hacer antes de los 30? Todo me parece bonito





¡Es viernes síiiii! 

Últimamente estoy muy buena, con evidentes destellos de sosismo, en plan rubia enamorada que le encanta la lluvia, el frío, el calor, el champú, levantarse temprano o dormir hasta tarde, todo le parece bonito. Me siento feliz y suspiro por cada dos pestañeos.

¡¡Estoy enamorada!!

Por fin…

Siento que Jóse es el indicado, y no ha sido fácil darme cuenta.

Me he portado tan bien ésta semana que tengo miedo de estar incubando algo.

¡El virus del amor! –os lo he dicho, estoy muy mal de eso que llaman idealización plena y ciega.

Aunque no me olvido de todo lo que prometí este año y debe ser especial.

¡Hazañas divertidas y escandalosas!  Mmmm, estoy pensando en que actividad embarcarme sin poner en peligro mi relación.

¡Ay, qué tengo novio, qué ilu!  

Mmm, tendría que hacer algo dentro de casa, para no cagarla, me conozco…pues muchas ideas no encuentro.

Me pinto las uñas y ahora sí que no puedo hacer nada. Inmóvil con las manos abiertas giro por la casa, me decido a ordenar las cajas, y ¡ostris! no puedo,  aún la laca no se ha secado del todo.

¡Ring! –llaman a la puerta.

¡Lo sabía! Algo malo se aproxima. Espío por la mirilla y un chico que no conozco me dice,

―Señora, son cinco minutos, podría abrir la puerta.

¿Cinco minutos? Miedo y terror.

Yo sigo con la paranoia de que todo lo desconocido puede raptarme o matarme.

Me enfado conmigo por no ser una buena samaritana. Del curro tendría que haberme ido directamente a la casa de Ali que está malita y necesitaba achuchones o un caldo caliente.

¡Mierda!

―No puedo abrir, ¿qué necesitas? ―respondo con prisas, poniendo el cerrojo lo más silenciosa posible, ¡Argggg, me acabo de cargar dos uñas!

―Somos de una nueva empresa, líder en el sector… ―dice el tal agente.

―Que no, lo siento, no está el propietario ―lo corto y voy corriendo hacia mi habitación a vestirme. Alicia me necesita y mi hazaña de hoy será: “como ser una buena amiga”

En pocos minutos ya estoy dentro de unos leotardos, unos vaqueros, infinidad de camisetas abrigaditas, botas, chaqueta gorda, guantes, bufanda y gorro.

¡Qué frío! Me encanta el frío y estar en casa mirando una peli en el sofá, con una mantita calentitos junto a Jóse.

¡Vaya plan de buena amiga!, me recuerdo que estoy yendo a casa de Alicia.  

Al salir por la puerta, una voz a mis espaldas me saluda amablemente, por las sombras distingo a más personas y al mirar hacia abajo lo confirmo por los zapatos.  

―¿Cómo estas, cariño? ―pregunta uno de ellos con tono amable.

Aunque esté abrigada de pies a cabeza, siento como un río helado recorre mi espalda erizando mi piel.

Me giro suavemente intuyendo lo peor e ideando una escapatoria, cuando los reconozco.

―¿Vosotros? ¿Qué hacéis aquí? ¡Qué sorpresa!

―Se lo puedes agradecer a Irene que ha venido a recogernos al aeropuerto, llevamos planeando la sorpresa toda la semana.

―¡Mamá, papá! Bienvenidos, esta es mi nueva casa… ―les digo mientras nos fundimos en un solo abrazo.

Irene abre la puerta y comienza un sinfín de preguntas incómodas…

Mientras yo vuelvo a pensar en Jóse, menudo sorpresón se va a llevar esta vez…


Mañana no te pierdas a Karol Scandiu y sus gemelas.