La vida da muchas vueltas, tantas
que no se sabe dónde y cuándo va a terminar o empezar algo, esta frase tendría
sentido si el relato de esta semana le hubiese puesto arriba, así dicha deja
mucho a la imaginación ¿verdad?
Hoy no voy a hablar de las
aventuras de las taconeras, pero sí hablaré de ellas.
Hace ya varios meses que el blog
vino al mundo, si no me equivoco unos seis (corregidme chicas si no es así ^^),
desde entonces publicamos con mucho trabajo y amor todas las entradas de este
espacio que se ha convertido en nuestra casa, en nuestro rinconcito para
relatar historias de los más diversos géneros. Cada una de nosotras seis tiene
un estilo diferente y cada una, da todo por vosotros los lectores y por las
compañeras.
Hemos tenido una acogida
espectacular y estamos contentas de que así sea, se nos han hecho críticas
buenas y nos ha apoyado mucha gente.
Pero todo tiene su punto malo,
como en todas las “cosas” de la vida, supongo que hacer entradas semanales
intentando ofrecer siempre lo mejor es algo que nos cuesta a todas; a veces se
tiene más imaginación, a veces menos; a veces se encuentra lo que se quiere
contar enseguida, otras cuesta ver el hilo para tirar de él; incluso, como mucha
gente podrá entender, lo que un escritor plasma en sus letras está influenciado un poco por su
estado de ánimo o los problemas que se tengan en el momento. Con esto no quiero
decir que los escritores redacten su vida, ni mucho menos, si no que si no
estás para muchos farolillos, las letras quedarán seguramente algo tristes, y
si tienes la vena alegre subida, los lectores comprobarán ese entusiasmo entre
las líneas.
Yo hoy no estoy ni triste ni
feliz, supongo que la palabra sería neutra. Han pasado muchas cosas en mi vida que no me hubiese gustado
que sucedieran, y otras que agradezco al cielo que hayan ocurrido.
A las misteriosas y siempre
cañeras taconeras (personajes ficticios que han usurpado nuestros nombres), les
quedan muchas aventuras y líos en lo que meterse. Quién sabe si viajarán al
espacio, o si a alguna se le despertará el reloj biológico de hacer magdalenas
en el horno de la pizzería del pueblo vecino; yo no lo sé, pero os aseguro que
estaré encantada de contar todo lo que pasa con sus entretenidas y locas
vidas.
Alguien me dijo hace poco que
este blog era machista, que todas las entradas se basaban en la coquetería y el
enseñar pierna. Discrepo sobre eso (no os dejéis engañar por cuatro fotos),
tenemos casi tantos lectores de género masculino como femenino, intentamos
ofrecer momentos de entretenimiento, donde las risas, las emociones y el buen
rollo (a veces provocando que se recapacite sobre las “cosas” de la vida) estén latentes en cada letra que regalamos.
Porque eso es lo que hacemos, regalamos nuestro tiempo, os lo ofrecemos
desinteresadamente para daros las gracias por estar ahí con nosotras, porque
sin los lectores y amigos que por aquí pasan, el blog “Con un par de tacones”
no sería nada.
Muchas gracias por los
comentarios, por las lecturas, por ser tan especiales y compartir y difundir
nuestras locuras.
La vida da muchas vueltas, y
aunque no se sepa dónde y cuándo va a terminar, yo estoy contenta de ser parte
de este proyecto. ¿Y tú?
(Os recomiendo ver el video hasta el final)
Mañana el día será más interesante, un día con mucho y mejor que leer, mañana vendrá nuestra inigualable Connie y nos traerá esas historias que te dejan con la piel erizada y el corazón lleno, para contarnos qué hacer antes de los 30....
¿Qué haces ahí? Te
vas a congelar. No te he oído salir del baño.
Natalia se había subido en la cama y
manipulaba la lámpara de su habitación. Se cubría únicamente con una toalla. Ni
siquiera había terminado de secarse.
- No, estoy bien.
Se ha fundido la bombilla.
- No te preocupes,
yo la cambio. Vístete.
Natalia le miró y fue consciente de
su preocupación. Parecía real, como si de verdad se tratase del Emilio de
siempre. Sólo que no lo era. Seguramente la preocupación no tenía que ver con ella,
sino con la posibilidad de que hubiera encontrado una de las escuchas. No había
sido así, la lámpara estaba limpia, pero seguiría buscando.
- Claro – sonrió-
En seguida me visto. Pero ya me encuentro mejor. Debía de estar un poco
destemplada, nada más ¿Por qué no le cambias el agua a Lorenzo? El pobre está
muy mal. No lo entiendo, se habrá enfriado, con toda la casa abierta todo el
día. Ya sé que es culpa mía, pero Jaira podría haber cerrado las ventanas
cuando llegó.
- Me gustaría
quedarme contigo.
Natalia sonrió -. Yo prefiero
vestirme sola –. Bajó de la cama y se encogió dentro de la toalla. El hombre
que la miraba, vestido con la camisa favorita de su marido, le echó un último
vistazo antes de dirigirse a la puerta.
- Vale, me voy a
ver a Jaira.
- Lorenzo te
necesita más. Lo de Jaira es una rabieta.
Cuando estuvo sola se quitó la
toalla y se contempló en el espejo de la cómoda. Con el pelo mojado y pegado a
las sienes parecía más que nunca un espectro delirante. Las ojeras
permanecíanen su lugar, como las
manchas de los mapaches y el baño no había borrado su aspecto afiebrado. Escogió
ropa cómoda de colores claros que difuminase la impresión de enferma terminal
que se causaba a sí misma.
Una vez vestida y peinada, aún con
el pelo húmedo, tomó la bombilla, que no estaba fundida y se dirigió a por otra
a la cocina. Pasó junto a la puerta de la habitación de su hija, pero no oyó
voces. No se permitió pensar en su familia. Sin duda debían de encontrarse a
salvo puesto que no estaban con ella. Quien los hubiera sacado de allí les
habría puesto en su contra y de ese modo les habría salvado ¿Qué clase de
esposa y madre oculta algo como lo que ella ocultaba? No debía haberse casado y
no debía haber parido. Siempre supo que no se lo podía permitir. Sin embargo se
había enamorado de Emilio y había querido tener un hijo. En ese momento, mientras
recorría los últimos metros hasta la cocina de su casa, quiso evitar el
arrepentimiento, pero no pudo. Por encima de todas las cosas debía haber
evitado que su secreto corriese peligro. Y en eso había fallado.
Rebuscaba ente los repuestos una
bombilla igual a la que tenía en la mano cuando sonó el timbre. No le hizo
caso. Cualquiera de las otras dos personas podía contestar. Oyó una puerta que
se abría y volvía a cerrarse, pero no sonaron pasos, así que el visitante
insistió desde la calle. Natalia se mantuvo firme, inclinada sobre el cajón,
incapaz de centrar su atención en los Kw. y las descripciones. El timbre
atronaba la casa sin que ninguno de los dos farsantes que se habían instalado
en ella apareciese por ningún lado.
Dejó la bombilla en la encimera y se
dirigió despacio hacia el recibidor. Podría haber estado completamente sola. Ya
ju- nto a la puerta respiró hondo y dejó que la visita pulsara el timbre una
última vez.
El hombre que apareció al otro lado
vestía de gris y le resultaba vagamente familiar. Preguntó por Emilio y ella,
sin saber qué decir, le condujo a la consulta. En la luna del recibidor se vio
muy pequeña al lado de aquel hombre de aspecto serio y cansado. No se
sorprendió de que el doble de su marido estuviese sentado a su escritorio,
donde pretendía revisar unos papeles; quizá una historia clínica.
- Os dejo.
Natalia cerró la puerta y pensó
encerrarse en el salón, pero en el terrario de Lorenzo encontró el cadáver de
la salamandra y recordó que el hombre del despacho había preferido verse con la
adolescente que se hacía pasar por su hija en lugar de vigilar a la mascota. Se
dio cuenta también de que la bufanda gris no estaba y pensó que quizá aquel
Emilio que no era Emilio se la había llevado, así que se acercó a la puerta que
acababa de cerrar y escuchó a los dos hombres que, como había supuesto, hablaban
de ella.
- … visto. Que yo
sepa no ha comido nada en todo el día. Antes se ha quejado de debilidad. Dijo
que quizá incubaba algo, pero luego lo negó.
- ¿Lo sabe?
- No lo creo… No.
Ya te lo he dicho por teléfono. Es como si se negara. No parece ella.
- Tienes que
decírselo. Hay que sacarla de casa y enfrentarse…
- Hoy hemos comido
fuera. Creo que no le ha gustado la idea. No es habitual. El día de hoy ha sido
tan extraño para ella… Y la chica tampoco ayuda.
- Es su papel.
- No me hables de
papeles, Javier. Yo ya casi ni sé cual es el mío. Esto se meestá yendo completamente de las manos.
- Tú eres su
marido. Nada más.
- Sí, lo sé. Por
eso te he llamado. No sé qué hacer.
- Habla con ella.
- ¿Así de fácil?
- Yo no he dicho
que sea fácil, pero tienes que hacerlo.
- No puedo. Ayer lo
intenté y creí que se moría. Natalia es una cazadora, no una recolectora. No sé
cuantas veces nos habremos reído de eso, de que en esta casa no había
recolectores ni cuidadores de la manada. Pero aún así, si sólo fuese lo de su
despido, podría…
Natalia se llevó una mano al pecho.
El corazón se le había desbocado a la sola mención de la palabra ¿Despido?
Claro que no la habían despedido. Sin duda estarían molestos con ella por no
haber llamado para avisar de que no trabajaría ese día. No entendía cómo había
olvidado hacerlo. Se habrían vuelto locos para encontrar a otro piloto a última
hora, pero no la habrían despedido por eso. Natalia Reynas era la mejor. Y en
cuanto terminase aquella conversación estúpida llamaría a la compañía.
- … mis suegros,
Javier.
- Así que tampoco
le has dicho nada de eso.
- ¡No puedo! Anoche
casi se muere…
- Eso no es verdad.
Tuvo un episodio grave de ansiedad, pero nada más.
- ¡Nada más!
¿Entonces porque actúa como si no pases nada? Si los muertos fuesen mis padres
yo no…
Natalia respiró muy hondo varias
veces antes de permitir que su cerebro continuase pensando. Sus padres vivían
en una residencia y había hablado con ellos el día anterior. Estaba claro que
la estrategia consistía en que ella perdiese el control. Seguramente habían
previsto que se quedaría escuchando y toda la conversación formaba parte del
plan. Pero ella era más lista de lo que pensaban y no lo revelaría. Su única
misión en la vida era aquella y no la traicionaría ¿Cuántos años había
conservado el secreto? No lo recordaba. Notó que se le encogía el estómago y
que la frente se le humedecía de nuevo de sudor: no recordaba cuándo le habían
revelado el secreto. Ni recordaba quién lo había hecho. Como si alguien le
hubiese lavado el cerebro. Cerró los ojos tan fuerte que vio miles de puntos
luminosos sobre los párpados. Las manos le temblaban y sentía como si algo la
hubiese paralizado: No recordaba qué era lo que debía proteger.
Tras unos segundos de indecisión
irguió la cabeza y se miró en el gran espejo de cuerpo entero. Se vio
demacrada, asustada, enferma. Sonrió. Entraría en el despacho de aquel hombre
que no era su marido y le seguiría el juego ¿Qué importaba que no recordase el
secreto? ¿No era mejor un secreto desconocido, imposible de revelar? Habían
tratado de engañarla, la habían retenido y probablemente conseguido que
perdiera su trabajo. Ahora era su turno. Abrió la puerta del despacho y, antes
de recitar su texto, observó que la bufanda gris colgaba del cuello del
desconocido.
Y, antes de anunciar que mañana viene la gran comedora de cocido apuchujado, Irene Comendador, que sabe convertir garbanzos y patata en pan de lembas ante los ojos de un batracio y dos amigos, explico que: este relato en dos partes data de 2004 y que la semana que viene vuelvo a lo mío. Las enfermedades nos ponen trabas y estas dos semanas han sido duras. Mis disculpas.
Y ahora, con todos ustedes, desde el rincón más bonico de España: ¡¡¡¡¡Irene!!!!!
Queridos y queridas seguidor@s de los tacones: Me consta, por vuestras encendidas misivas, que la BlogVela más dicharachera que llegaba cada martes, la que daba continuación a las peripecias de Lola, Rita y Felicia, las heroínas de "40ñeras", os tenía enamorad@s.
Peeeeeero esta segunda parte, cuando esté acabada, verá la luz como su predecesora y hará las delicias de l@s lector@s que decidan entregarse a sus páginas, de modo que por ahora debo poner punto y final a esta aventura que tan felices nos ha hecho, a mí por inventarla y a vosotros por leerla. He dicho.
No llorééééééééis... La mota rosa, ese hermoso toque femenino que da nombre a la sección no agota aquí su andadura. La psique femenina es tan, tan rica, nosotras somos tan, tan complejas, nuestro modo de ver la vida es tan, tan apasionante, que supongo que me jubilaré dentro de muchos años antes de que el grueso caudal de posibilidades para esta mota mujeril se agote.
Por ejemplo. Un suponer. Sin ir más lejos, pa hoy mismo. ¿Qué os parece hablar de los CORAZONES HELADOS?
He dicho corazones, no melocotones. Que luego nos tachan de plagios y demás hierbas y no quiero problemas con nadie, que yo vivo muuuuy tranquila y feliz con mi conciencia (y con mis palmeras de chocolate).
CORAZONES HELADOS: dícese del estado en el que se encuentra el susodicho órgano de una mujertras un fiasco o desengaño amoroso. Con-ge-la-do.
Dicho en castizo, "sin ganitas de ná".
El motivo es el excesivo entusiasmo que las féminas ponemos en cada relación que promete. O que pensamos que promete. He ahí la cuestión. No sabemos nadar y guardar la ropa, somos de extremos; o lo uno o lo otro, o calvo o con siete pelucas. El proceso que se repite una y otra vez: chico conoce a chica, chico y chica sienten que se atraen, chico y chica superan las mínimas dificultades que supongan trabas a su amor (alguna ex pelasdrusca, ligeras dudas en cuanto a la tendencia sexual de cada cual, un padre o una madre pejigueras obstinado en meterse donde no le llaman...), chico y chica, por fin, consuman.
Y cuando el tren empieza su andadura una no puede evitar hacerse ilusiones. En cuanto a la duración y la calidad del sentimiento, respecto de todo lo bueno que traerán las emociones, a lo mucho que creceremos pegaditas a nuestro príncipe azul... Dejamos de estar solas, desangeladas. Las noches de los fines de semana pierden un sentido y ganan tranquilidad; disfrutamos de otras cosas, la rutina amorosa nos envuelve, llegan los planes de futuro...
¡Ayyyy, omá! ¡Qué bonito tooo!
Mas de repente algo se quiebra. Los motivos son tantos y tan variados como en sí los humanos, no pienso enumerarlos. Pero el cuento de hadas se rompe, eso es lo decisivo. Y tras las primeras reacciones de incredulidad, resentimiento, negación, ira, culpabilidad, llegan las conclusiones, a menudo erróneas. Quizá la peor de todas, la más destructiva sea la sensación de haber perdido el tiempo con aquella apuesta.
A ver... Perder el tiempo no es terrible, en absoluto. El día en que dejemos de considerar los sucesos por los que atravesamos como "aprendizajes" necesarios, nos devorarán la ansiedad y la angustia. Qué mal rollo, ¿verdad? Qué negra perspectiva. No me cansaré de decirlo, la actitud con la que encaramos cada paso, los errores, las equivocaciones, determinarán el juicio sobre nosotros mismos y evidentemente, no es lo mismo sentirse "un fracasado" que "un ser en pleno crecimiento". Tener un concepto negativo de uno mismo, una visión altamente criticable del modo en que resolvemos nuestros conflictos, no ayuda en absoluto.
Si llegamos a la conclusión de que no supimos elegir, si entre lagrimones nos repetimos aquello de "soy una buenaza, una gilipollas, otro más que me ha engañado", puede que congelemos nuestro corazón para evitar que sufra. ¿Y qué consecuencias trae de la mano tan brillante resolución?
Lo resumiré en una sola palabra: chungo. Chungo, chungo.
Seguimos desentrañamos los misterios de los corazones helados el próximo martes.
Quereos mucho, hermanas!!!
Y mañana miércoles no os perdáis las galletas de la suerte con Alicia Pérez Gil, que vienen de toma pan y moja!!
Te levantas y miras
si necesitas retocarte la raíz, te metes en la ducha y te exfolias de pies a
cabeza y te echas el champú, la mascarilla, el acondicionador y el reparador de
puntas. Aprovechas para repasar el depilado y al salir te embadurnas en aceite.
Mientras la toalla turbante te quita la humedad del pelo, te haces las uñas de
los pies y te retocas las de las manos. Te pasas el secador y la plancha. Sonríes
al bicho del espejo y tiras de tapaojeras, base, iluminador, máscara de
pestañas, delineador y un toque de polvos de sol, que el colorete es para las
furcias. Ya casi te pareces a eso que quieres ser en tu visión de tu yo ideal.
Echas mano de un sujetador que suba y coloque y, hostias,
de unas medias que hagan lo mismo. Elijes ese vestido azul con el que te
dijeron una vez que estabas espectacular. Te subes en los tacones sintiendo
como la columna se recoloca. El espejo de cuerpo entero te escupe a la cara y
tú le devuelves el gesto con un gruñido. Buscas amuletos para tus orejas y,
quizás, algo para las muñecas. Un toque de perfume, que atesoras como el oro, y
estás lista. Bueno, no del todo. Nada de carmín; la atención de este maquillaje
debe centrarse en los ojos, solo un poco de brillo en los labios. El abrigo de
paño de nena trabajadora te parece muy soso y arriesgas con cuero hasta los
pies, lo que te da la oportunidad de sacar el Gloria Ortiz de pelo negro y colgártelo
al hombro.
Las gafas de pantalla color carey de Gucci ocultan tu mirada
cuando sales a la calle y adviertes al mundo: «Admírame pero no te enamores de
mí. Estás avisado.»
Si no te quieres tú, nena, nadie va a hacerlo.
Entras en el bar a por el segundo café de la mañana,
sintiendo que te desnudan miradas huidizas mientras te ceden tu lugar de
siempre en la barra y te sirven sin preguntar excepto por un:
―¿Dulce o salado, rubia?
―Salado. Hoy va a ser un día largo.
Enciendes el net para ojear la
prensa, los mensajes, los correos, saber cómo han amanecido aquellos que no
conoces en persona pero que sientes muy
cerca. Revisas las tareas para hoy, los mil asuntos pendientes, y Madrid, por
fin despierta, con su ruido de autobuses, su tráfico y humo de tabaco en la
puerta de las cafeterías.
Alguien te llama furcia en la
red, a ti o al fantasma digital que
eres. Otra, demasiado tonta u orgullosa, bufa a tu papel de rubia. Suena el
móvil para decirte que salgas, que te esperan en la puerta. Mientras te acercas
al coche negro, mueves las caderas más de lo que sería correcto, pero, qué
coño, a una dama se le permite todo.
― ¿Has quedado con alguien o soy
un tipo con suerte?
―Debes un desayuno en el bar,
nene; otro.
Los acordes de una guitarra abren
la banda sonora del día y empieza la batalla.
Llegas con la caída del sol a casa y dejas tu
arrogancia en la puerta mientras unos ojos amarillos te saludan y te hacen sentir
una diosa porque en ellos ves un «Te necesito».
Ya, sin uniformes ni disfraces,
lees mientras cualquier cosa cocinada con prisas da calor a tu cuerpo. Un calor
que no has sentido en todo el día, pues el invierno es largo y las personas se ocultan
entre la gente con la que en teoría has vivido varias horas.
Mientras te permites un cigarro,
llegas a la conclusión de que estamos solos, rodeados de una multitud de
rutina. No eres la única, pues te mandan vidas enteras en mensajes sin puntuación
ni gramática.
Demasiado solos, y el monitor no
te permite abrazar ni sentir la inflexión en la voz de una risa que en realidad
es un llanto maquillado.
«En el mundo real una chica como tú
nunca hablaría con alguien como yo.»
Esas palabras, que parecen absurdas en un primer momento, se
vuelven sabias de golpe. En la red puede que todo sea humo y espejos, pero no
hay distancias. Es un invernadero en el que las emociones crecen a un ritmo
desmesurado y adulterado. Permiten que una barbie hable con un hombre invisible
sobre dios y la felicidad. Que una rana discuta con una gata sonriente sobre la
motivación para escribir. Hace que un catalán y un gaditano locos unan sus
armas contra el mundo. Que el océano se reduzca a un pequeño retardo en la
aparición de un texto.
Puede que sean relaciones
absurdas, incluso algo enfermizas, pero su autenticidad está fuera de toda
duda. Un mundo artificial, quizás, pero tan falso como aquel en el que nos
movemos cada día, con nuestras pinturas de guerra y nuestros vestidos azules de
autoestima.
Algunas veces los mundos se unen.
Lo ves en fotografías ajenas, en las que puedes distinguir sonrisas francas,
muy distintas a las que tu jornada te ha brindado. Si eso hace feliz a la gente,
supones que está bien.
Aquí puedes olvidarte de tu
trabajo de mierda, de tu aspecto enfermizo, de lo que la sociedad te ha dicho
que eres o tienes que ser, de que no tienes un puto duro, de que quién comparte
tu cama ya no sabe siquiera porqué lo hace.
Puedes ser libre.
Pero hay algunos que no lo
entienden, que intentan llegar más allá de lo que estás dispuesta a dar y te
dicen:
«No conozco tu cara». « Quiero ver
tus ojos». «Dame un número de teléfono y hablamos».
Entonces la magia se rompe y
dejamos de ser personas para volver a ser gente, extraños que se rozan sin tan
solo distinguir los rostros, incoherentes además, porque entonces la relación
digital es cuando se vuelve un sucedáneo malo de vida.
« ¿Cuál es tu nombre?»
Solo hay una respuesta para eso:
Llámame So.
Los martes son rosas, lo dice Regina Roman y eso va a misa. La reina erótica de las salchichas frankfurt para todos vosotros.
De regreso de vacaciones, nenas delfín y pies izquierdos va la cosa...
—¿Un
declaración de qué?
—No
es una declaración... ¡quieres dejar el teléfono y mirarme,
morena!
—Joer,
cómo estamos hoy, nena. Anda, toda tuya, nada de teléfono.
—Es
un trabajo en el cual tenemos que hacer una especie de reclamo, una
carta reivindicativa que sea totalmente el contrario a nuestra
verdadera personalidad.
—O
sea, una declaración de lo que te gustaría poder decir y te callas.
—Morena,
¿por qué tienes que retorcerlo todo?
—Qué
no, rubia de mi alma, solo es que... anda, va, léemela. Soy toda
oídos.
—Bien,
pero antes cabe aclarar que es una carta simulada y no mantiene
relación alguna con la realidad o hechos, pensamientos, actos...
—¿La
vas a leer ya?
«¡A
tomar por saco la buena educación! Mi madre me enseñó a ser una
señorita ante todo, a decir lo que pienso con las palabras
adecuadas, y saber callar cuando no tengo nada de provecho que decir.
Mi abuela tiene gran culpa de ello también; le gustan los dichos, el
tener una frase hecha para cada momento, y seguro que si ahora la
tuviera más cerca diría algo así parecido: “Ain, hija, si hay
días en los que mejor tragarse la llave, que esa puerta no debería
de estar abierta”. Pero esa clase se la perdieron unos cuántos,
así que, ya puestos entonces, mierdas las sé decir yo también. Qué
le jodan al tacto y las finuras. Aquí somos todos bocas de basurero,
la diferencia está en tener la porquería en bolsitas de estas
perfumadas; pero la mierda es mierda, y si la remueves, huele. Estoy
harta de ser siempre condescendiente, amable, afable, cariñosa. Las
chicas delfín también tenemos el derecho a ser cabronas si nos da
la santa gana. Lloramos, sí, pero si queremos mandar a tomar viento
el que sea mientras lo hacemos, podemos. Y oyes, ser delfín no
significa ser estúpida. No significa que se puede pisotear y esperar
que al levantar la cabeza sonriamos cada vez que eso ocurra. A veces
supera, sobrepasa esa barrera de buenos modales y lágrimas
ocultas. Hoy
tenía ganas de mandar a la mierda al mundo en general. De estos días
que sabes que como no te pongas cinta en la boca, acabarás por
cagarla. Y lo he hecho. Me he despedido por un segundo de mi manía
de ser cariñosa y respetable, cambiando los papeles entre quienes
hablan y los que escuchan y luego repasan en sus mentes todo lo que
podría haberse dicho y se callaron. Hoy he decido ser mala. Mi
delfín hoy tiene cuerno, le podéis llamar pez espada, yo prefiero
unicornio pirata, que, cuidado, a mi unicornio no lo toca nadie. Y
hablando de unicornios, aquí viene otra: me paso por el forro del
unicornio los pensamientos de mala hostia e envidias ingratas. Si
molesta quien soy, por eso, aquello o trequello, mirad a otro lado,
monada, que seguro las vistas son más gratas. No pedí ser cómo
soy, y me gusta, me enorgullece sonreír cuando me da la gana, reírme
como tonta si me place, y llorar en lugares públicos cuando una mota
inesperada me emociona. Me gusta. Me hace sentirme viva. Vivir sobre
la basura que intentan meter en mi cubo. Ya tengo bastante con la mía
propia, si os sobra, os la podéis meter por el... el unicornio me
acaba de mandar callar, que conste. Hoy
tengo ganas de joder. Y no en el buen sentido de la palabra, que esa
es otra, las nenas delfín también sabemos hacerlo, pero, y haciendo
acopio de mi última pizca de educación verbal por hoy, mejor me voy
a callar. Somos
dulce, estrujables, y cariñosas cómo las que más. Podemos tener
sabor a algodón dulce, y si te descuidas, te bajamos una nube y que
camines sobre ella horas tras haber estado en un lugar que casi nadie
ha estado. Pero si la cagas, si jodes ese momento, cuidadín, que el
diablo también viste de Prada. Y yo, que de moda entiendo poco pero
tengo una que otra cosilla clara, sé que un demonio con carmín en
los labios y mirada dulce, es lo más peligroso que hay. Aunque ese
labial sea rosa goma de mascar y que las pompas que hagas con este
sean de jabón. Porque
mi enseñaron que todo el mundo necesita y es necesitado. Y por ello,
que, si me necesitan, saber estarlo. Pero la parte en la que si
necesitas, de pronto, todo el mundo está ocupado, oyes, a esa clase
la que faltó fui yo al parecer. Pero entonces me quedo con lo dicho
por mi padre: “Haz lo que te haga feliz, aunque eso duela al
principio”. Así
que aquí estoy, con mi día que empezó con dos pies izquierdos y
con demasiado echar de menos dentro, lo que, inevitablemente, hace
que las chicas delfín nos convirtamos en una bomba de
relojería. Terminaré
esa carta desahogo antes de las doce, que dos días seguidos ya sería
demasiado, y para ello, voy a usar una misma frase resumiendo lo
enseñado por mis profesores, con educación, frase hecha, y para
hacerme de sonreír: Hoy
tengo un mal día, siento si os molesta, por mí, podéis iros a la
mierda, pero con cariño, heim, sin acritud, porque yo, al fin y al
cabo, solo quiero haceros sonreír. Hasta
la semana que viene, si no me ha encerrado el unicornio como castigo
por ese desvarío para entonces.»
—¿Qué
te parece? ¿No me he pasado con los tacos ni...
—Me
parece que no has hecho lo que te pedían en el trabajo, rubia.
—Amos,
¿cómo que no? He escrito una carta...
—Diciendo
exactamente lo que dirías tú de estar hasta el toto de todo en
general. Lo único que has puesto distinto es el unicornio que ya
sabes que es cosa mía.
—Pues te equivocas, yo no hablaría así porque...
—Te han llamado hace un rato. ¿Quieres saber quién era?
—No me importa y si vuelve a llamar, ¿que le den con una sartén!
—Ya, ya, una carta sin ninguna clase de sentimientos reales, lo que tú digas, rubia...
Y el lunes no os perdáis a So Blond y su Blond Mind...
Últimamente estoy muy buena, con evidentes destellos de sosismo,
en plan rubia enamorada que le encanta la lluvia, el frío, el calor, el champú,
levantarse temprano o dormir hasta tarde, todo le parece bonito. Me siento
feliz y suspiro por cada dos pestañeos.
¡¡Estoy enamorada!!
Por fin…
Siento que Jóse es el indicado, y no ha sido fácil darme
cuenta.
Me he portado tan bien ésta semana que tengo miedo de estar
incubando algo.
¡El virus del amor! –os lo he dicho, estoy muy mal de eso
que llaman idealización plena y ciega.
Aunque no me olvido de todo lo que prometí este año y debe
ser especial.
¡Hazañas divertidas y escandalosas! Mmmm, estoy pensando en que actividad
embarcarme sin poner en peligro mi relación.
¡Ay, qué tengo novio, qué ilu!
Mmm, tendría que hacer algo dentro de casa, para no
cagarla, me conozco…pues muchas ideas no encuentro.
Me pinto las uñas y ahora sí que no puedo hacer nada. Inmóvil
con las manos abiertas giro por la casa, me decido a ordenar las cajas, y
¡ostris! no puedo, aún la laca no se ha
secado del todo.
¡Ring! –llaman a la puerta.
¡Lo sabía! Algo malo se aproxima. Espío por la mirilla y
un chico que no conozco me dice,
―Señora, son cinco minutos, podría abrir la puerta.
¿Cinco minutos? Miedo y terror.
Yo sigo con la paranoia de que todo lo desconocido puede
raptarme o matarme.
Me enfado conmigo por no ser una buena samaritana. Del
curro tendría que haberme ido directamente a la casa de Ali que está malita y necesitaba
achuchones o un caldo caliente.
¡Mierda!
―No puedo abrir, ¿qué necesitas? ―respondo con prisas,
poniendo el cerrojo lo más silenciosa posible, ¡Argggg, me acabo de cargar dos
uñas!
―Somos de una nueva empresa, líder en el sector… ―dice el
tal agente.
―Que no, lo siento, no está el propietario ―lo corto y
voy corriendo hacia mi habitación a vestirme. Alicia me necesita y mi hazaña de
hoy será: “como ser una buena amiga”
En pocos minutos ya estoy dentro de unos leotardos, unos
vaqueros, infinidad de camisetas abrigaditas, botas, chaqueta gorda, guantes,
bufanda y gorro.
¡Qué frío! Me encanta el frío y estar en casa mirando una
peli en el sofá, con una mantita calentitos junto a Jóse.
¡Vaya plan de buena amiga!, me recuerdo que estoy yendo a
casa de Alicia.
Al salir por la puerta, una voz a mis espaldas me saluda
amablemente, por las sombras distingo a más personas y al mirar hacia abajo lo
confirmo por los zapatos.
―¿Cómo estas, cariño? ―pregunta uno de ellos con tono
amable.
Aunque esté abrigada de pies a cabeza, siento como un río
helado recorre mi espalda erizando mi piel.
Me giro suavemente intuyendo lo peor e ideando una
escapatoria, cuando los reconozco.
―¿Vosotros? ¿Qué hacéis aquí? ¡Qué sorpresa!
―Se lo puedes agradecer a Irene que ha venido a
recogernos al aeropuerto, llevamos planeando la sorpresa toda la semana.
―¡Mamá, papá! Bienvenidos, esta es mi nueva casa… ―les
digo mientras nos fundimos en un solo abrazo.
Irene abre la puerta y comienza un sinfín de preguntas
incómodas…
Mientras yo vuelvo a pensar en Jóse, menudo sorpresón se
va a llevar esta vez…
Mañana no te pierdas a Karol Scandiu y sus gemelas.