domingo, 18 de agosto de 2013

Regresar, a paso lento, pero de vuelta al final. De eso va la cosa...



    Hay algo entre gracioso y trágico en el tiempo. Hablo del pasado, de los días que ya fueron, de ayer por la tarde, de hace dos años a las tres de madrugada, de mañana cuando pensemos en este preciso instante. Porque somos amantes de los recuerdos y poco importa si de los malos o buenos. Fotografías, objetos que traen a la memoria un acontecimiento, o a alguien en concreto, incluso, que evoque nada en especial.
    Somos amantes de rememorar y arrepentirnos del tiempo vivido. Nos gusta la sensación en el fondo del pecho y en la punta de la lengua cuando pensamos “en aquel momento”. Está en nuestra naturaleza.
    Y no, no hay excepciones. Es fácil utilizar dichos y frases hechas, “no miro al pasado”,
“vivo el presente”, “a mí solo me afecta el ahora”. Mentira. Somos infieles a nosotros mismos a diario, nos engañamos con pensamientos positivistas y miradas a un futuro en ocasiones cercano cuando sabemos, muy en el fondo, que esa vocecilla que callamos nos está gritando a todo pulmón que “¡eso, no lo vas a olvidar en tu vida!”. Y sabes que es así. Te frustras, te sientes impotente, y acabas repasando detalle a detalle, ya sea con el amago de reconstruir los hechos o simplemente para intentar encontrar una salida y deshacerte de los recuerdos.
    El problema es que no lo harás. Si algo te ha marcado lo suficiente como para obligarte a intentar olvidarlo a toda costa, es porque, pase el tiempo que sea, lo vas a recordar. Siempre. Y cuando menos te lo espere.
    Nos amargamos a diario con pensamientos que no llevan a parte alguna. Imaginando desenlaces diferentes a algo que ocurrió hace mucho, como si con ello pudieras disminuir el dolor. ¡No lo harás! ¡Asúmelo! Y entonces, entre tantas maneras de auto infligirnos la pena, nos gustan las fotografías. Enmascarar esos acontecimientos y desastrosas desdichas con algo hermoso, un recuerdo del pasado feliz y con colores, o en ocasiones monocromáticas. Lo necesitamos. Es ley de vida. Sustituir una cosa por otra. Seguir hacia delante con el bagaje vacío, ya sabes que no es una salida.
    Nos arrepentimos más que nos alegramos de nuestras actos pasados. No lo hagas, no intentes disimular y pensar que eso no va contigo. Hecha las cuentas. Míralo bien, y di si de verdad puedes afirmar que tomaste más buenas que malas decisiones. Ya sabes la respuesta. Yo la sé. Y ahora, ya puedes martirizarte pensando en los “y si” que no llevarán a parte alguna.
    Porque no solo está en el pasado lo de hace ahora año y medio, lo de esta mañana o cinco meses..., lo está cada maldito segundo. Están los quince minutos que han pasado desde que empiezas a hacer algo, desde que empecé a escribir esto. Tan solo una manera más de, mientras pones letras, recordar miles de cosas que te gustarían poder cambiar mientras de tragas a palo seco los “y si” que sabes que no podrás nunca probar en realidad. No se puede deshacer lo que ya está hecho. Puedes intentar remediar, pero solo será un asqueroso y maltrecho parche. Solo una venda que cubre la herida que en realidad no quieres que cicatrice. Una manera más de cerrar los ojos. Y para eso, cuando peor estás, lo mejor, es sacarte una fotografía sonriendo. La miras, observas la fecha, y puede que, con suerte, deje las verdades ocultas en el cajón de cosas que te gustaría, con todas tus fuerzas, olvidar.
    Ahí está la belleza, entre tantas, de escribirlo. Escribir un final alternativo. Lo puedes borrar. Cambiar puntos y comas, repasar las tabulaciones, incluso escupir en un diálogo. No todo tiene tantos colores como solemos pintarlos, pero si los ponemos, se hace más llevadero.
    Te arrepientes a diario de cosas que ya fueron y no podrás, escúchame, ¡no podrás cambiar! Es lo que hay. Si lo hiciste, hecho está, ¿recuerdas? Pero lo peor de todo, son las palabras dichas. Puedes retirar lo dicho, puedes repetir miles de disculpas. Una vez salió de tu boca o de tu teclado, olvídalo. Ya no puedes dar marcha atrás. Porque te arrepentirás de ello, pero la otra cara de la moneda, esa que vivió ese momento del pasado contigo, en el fondo, nunca lo olvidará. Recordará tus palabras, y será para ella, un momento más al que darle vueltas en círculos para llegar siempre al mismo lugar. Con el mismo sabor amargo en la garganta.   
Te encierras entonces. Qué mejor que retozar en su tu propio dolor y dejar todo lo demás. Herirte a ti mismo repasando, reviviendo, repitiendo en tu cabeza las escenas que hace mucho ya convertiste en una película con saltos, que si no se repite por sí sola, ya te encargarás tú de que lo haga para así seguir sufriendo. ¿No? ¿No es eso lo que más nos gusta? Anda, corre, ¡hazte una fotografía! No vaya ser que tu cabeza se olvide por un instante y tus ojos se la tengan que recordar.
    El pasado en el pasado está. Pero corresponde a nosotros el obviarlo y seguir adelante. Está en nosotros el pensar en ello como algo que no volverá, o darle miles de inútiles vueltas a la tortilla gigante de mierda fabricada con una pizca de sal y otra de amargura.
    Al final, te consumirás. Los recuerdos se destiñen, como todo lo demás. En ocasiones te pillarás pidiendo a alguien que te ayude a recordarlo. O mirarás una jodida foto. Eso también ayuda. Te alejarás de las pocas sonrisas que te brindan la vida. No os confundáis, sonreír es fácil, yo hablo de hacerlo de verdad. De sonreír con los los labios y dientes mientras lo haces también con el corazón. Esa clase de alegría no ocurre ni por asomo todos los días. Y mientras te dedicas a repasar todo lo malo que has vivido, vas amarillando miradas y menospreciando detalles que, fugaces y casi inapreciables, te hubiesen devuelto la alegría.
    Hace mucho me encerré en un cajón conmigo misma. Encerré allí a mis gemelas. Y con ellas, miles de sonrisas. Ahora lo miro, sí, al grácil y tortuoso pasado, y sé que no vale de nada pensar en qué hubiese ocurrido. Si quiero que realmente quede atrás, al menos dentro de mí, solo hay una salida.
    Lo siento. Vosotras lo sabéis. Yo lo sé. Y no hay más vueltas que darle que seguir con la vida. Sin fotografías. Los mejores recuerdos, los que no hieren, son los que a menudo tenemos que esforzarnos en buscar. Y si te paras un momento, tan solo un par de minutos para intentar pensar "en aquello tan bueno", os lo prometo, puede que no cure las heridas, pero soplarás sobre ellas como lo haría una madre cariñosa, y por un segundo, ya no dolerá sin cesar.




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sábado, 10 de agosto de 2013

¿Qué hacer antes de los 30? ¡Feliz cumpleaños!



 
¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz te deseamos tooodos! ¡Cumpleaños felizzzz!

Y creo que es mi séptima copa de alcohol, y ya no sé a qué sabe nada, ni siquiera el pastel que por las pocas luces que me quedan alerta en mi cabeza será de fresa, digo, por el color rosado.

Mi lengua está muerta, como si de repente pesara un kilo, mucha gente se acerca, intento disimular mi borrachera.

Tengo a Irene a mi lado, que me aguanta evitando que no trastabille con mis tacones, era evidente que iba a beber un poco, ¡vamos son mis treinta! pero a no recordar lo que ha pasado hace un momento es penoso…

―¡Manuu! Gracias por venir… ―grito sorprendida. Mientras recibo una foto nuestra en Madrid enmarcada, ¡qué detallazo!

―No iba a perderme una fiesta llena de rubias ―contestó no quitándole los ojos de encima a Regina que estaba detrás hablando con So y con José.

―¡Cariiiii! ―grita a empujones Miriam ―.¡Feliz cumple, ahora viene lo bueno!

―Gracias por venir ―contesté abriendo el tercer libro de Kamasutra que me regalaban.

―Sabes que hay una costumbre de las quinceañeras que arrojen en su fiesta una flor y los chicos corren a recogerla para bailar con ella, tú a los treinta arroja tus bragas, ¿vale? ―dijo Miriam en un instante espontáneo de ida de pinza…

―Sí, sí ―la cortó Karol que llegaba con un cotilleo caliente ―.¿Sabéis lo que anda diciendo el rano?

―¡Ya llegó Gustau! ¡Quiero achucharlo! ―interrumpió Irene, mirando hacia todos lados.

―¡Cuando os lo diga querréis matarlo! ―dijo muy seriamente Karol.

―¿Se puede? ―pregunta Doc, interrumpiendo nuestro petit comité.

―¡Dooooc! Gracias por venir, ¡qué guay! ―grité contenta.  

―Que disfrutes de los treinta a tope, y que cuando llegues a los treinta y ocho como yo, hablababamos... ―dijo poniéndose como un tomate.

―¡Toma ya, Doc! ¡Bienvenido! ―dijo Karol abrazándolo.

Se acercaron So y Regina, envueltas en una sola carcajada.

―Chicas ¿quién se encargó de contratar a los camareros? ―pregunta Regina, señalando a un chico, que servía champagne, con un traje de etiqueta con pajarita por delante y con el culo al aire por detrás.

―¿Has sido tú? ¿verdad? ―pregunté a So, sin poder contener la risa.
 
―¿¡Perdona?! ¿Ese es Carlos !? ¡Sí, tía es Carlos! ―señaló So, el culito de aquel moreno.

―¡Fijo que termina en la piscina! ¡Os lo aseguro! ―añadió Irene.

―¡Cuenta, cuenta, Karol, quiero saber que anda cantando la rana! ―insistí a Karol.

―¡Ah, eso! Falta Alicia, qué alguien la busque así, os lo cuento… ―respondió mi morena, arreglándose el mini vestido negro que se le subía cada tres minutos por esas preciosas piernas largas.

―¡Por fin puedo abrazarte y confirmar que eres tú! No sabes cuánto me alegra poder compartir este día contigo 
―dijo Regla con esa tonadilla tan dulce, que casi me roba unas lágrimas de emoción ―.Y deseo de corazón que sea por muchos años más, pero eso sí, prohibido una arruguita de más y una risa de menos. Te quiero mucho, rubita. ¡¡¡No cambies nunca!!!

―¡Ohhh! Muchas gracias Regla, que ganas tenía de conocerte, pásatelo genial, hablamos luego, ¿vale?.

Y mientras me giro a dejar el regalo de Regla en una mesa que se estaba convirtiendo en una montaña de obsequios, una voz muy sensual me susurra al oído:

―¡Surprise!

Me giro y me sorprende la sonrisa de Michelle, y ese aire fresco de libertad que solo puede propiciarte vivir en Grecia.

―¡Amore! ―grité y me abalancé sobre ella.

―¡Feliz cumpleaños, princesa! ―contestó cogiéndome de las mejillas y dándome un beso en los labios.

―¡Oye, oye! Yo también quiero ―interrumpió Raquel , recién llegada de Canarias, haciendo equilibrio sobre sus típicas plataformas.

―Y yo ―añadió Yolandaa, abriéndose camino, para abrazarme muy fuerte.

―Te quiero Yoli, lo sabes bien… ¡a todas chicas, gracias por venir, de verdad! 

―¡Guapaaaa, feliz cumpleaños!! ―gritó mi gran amigo Carlos rompiéndome las costillas en otro gran abrazo.

―¡Connieeeeeeeeeee! ―gritó Ali, mientras me cogía del brazo haciéndome mimos en la espalada ―.¡Ay, con la peque! ―resopló.

―¡Estamos todas! ―anunció Regina ―.Karol, cuenta todos los detalles.

―Pues, dice el anfibio que después del juego de los tequilas, tú Connie le llevaste a la habitación y que se lio contigo, luego os cito la frase textual: “cuando la temperatura se daba la mano con la dureza y la humedad apareció Irene pidiendo más tequila y viendo la juerga se apuntó al…”

―¡Será cabrón!!! ―cortó Irene, con los ojos en llamas.

―¡Espera! Que sigo ―apuntó Karol ―.Dice que entré yo preguntando por qué no me habían invitado y no contenta, llamé al resto de nosotras.

―¡Se le ha ido la pinza, de verdad! ¡Vamos a buscarle! ―dijo Ali quitándose un zapato de taco aguja y dando pequeños golpes en su mano, en plan chula.

Todas le copiamos y salimos en busca del rano…

Continuará… 



¡Gracias a todos los que me acompañaron durante este año, y por dedicarme unos segunditos de este veranito emulando una fiesta treintañera! 

jueves, 1 de agosto de 2013

From my blonde mind: No Eres Bienvenido, es decir, sí, pero es que se llama así, hostia.


Creo que todo escritor tiene un género. Es la ropa con la que una se siente cómoda y la que más utiliza. También refuerza tus puntos fuertes y disimula los débiles si tienes la inteligencia suficiente como para pasar de tendencias o el valor o los recursos, claro, ir a la contra, a veces, es complicado.
 Sin símiles de moda de por medio, también creo que un escritor de verdad debe ser un todoterreno. Si sabes trabajar la madera lo mismo te da hacer una silla que una mesa, lo mismo tú quieres hacer una mierda de mueble descalzador de esos que no valen para nada, pero si eso no le interesa a nadie se quedará en tu hobby o tu frikada.
 Escribir es un oficio, aunque alguien que me conoce bien dice que es una vocación y que las vocaciones son fastidiadas, igual que los principios, las creencias y las ideologías.
 Me sorprendió que Athman M. Charles me invitara a participar en la antología No eres bienvenido, no porque yo no me considerara a la altura, sino porque el proyecto desde el principio estaba dirigido a la temática de terror. Había bastantes nombres allí de los que se pueden decir especializados en ese campo; Raelana Dsagan, Santiago Pérez, Uriska Serrano o Francis Cuevas.
Yo lo de los géneros y subgéneros lo entiendo poco, por eso se me mezclan las características definitorias de varios de ellos en mis escritos (esto quiere decir que se me pira el higo de la higuera, creo) pero si no estuviera segura de poder crear un nudo, argumento y desenlace dentro de una atmósfera determinada y un escenario concreto, pues lo mismo no me habría dado por pelearme con las letras y me dedicaría en exclusiva a mi otra gran pasión: la cata sistemática y compulsiva de postres trufa.
No es la primera vez que las circunstancias me obligan a salir de mi prosa de rubia y adentrarme en terreno inexplorado, pero esto siempre acojona un poquito. También estaba el tema de que en toda antología surgen comparaciones entre los relatos y autores incluidos en ella y, joder, en esta hay gente que sabe lo que se hace, como Miguel Aguerralde, Alberto Guerrero, A. M. Caliani, Daniel P. Espinosa, David Pardo, Macu Marrero, o Alicia Pérez. Luego existía un problema gordo intrínseco mío; el cuento debía ambientarse en un pueblo americano, a poder ser, contemporáneo. Ju, para mí el Mundo y la Historia se terminan en el Mare Nostrum cuando Roma era invicta y se desayunaban el garum igual que ahora nosotros la nocilla. Todo lo de después son spin offs.
 Me tocaba caminar con zapatillas deportivas cuando yo soy de tacones. Pero, en fin, esto es un oficio, ¿no? Y hay herramientas que te pueden ayudar a hacer el trabajo. Solo las nenas bien pueden permitirse el dudar, así que, ¿quién dijo miedo?

Pues lo ha dicho La Pastilla Roja, una editorial pequeñita y valiente que os ofrece esta recopilación de terror, coordinada de manera admirable por David Rozas y con prólogo de Raúl Ansola. Trece visiones de lugares en los que no querrías encontrarte, trece ideas sobre el concepto de «pueblo maldito» en el formato de fácil lectura del relato. Con un muy buen nivel de argumentos y calidad técnica. Vestida a todo lujo por ilustrador Néstor Allende.

Creo que os van a gustar; espero no decepcionar. Un placer para mí haber participado y un honor poder firmar al lado de los otros nenes y nenas. Ahora, como siempre pasa con esto de los libros, la última palabra la tenéis los lectores. Disfrutadlos… o no o… bueno, lo qué coño se diga en esto de los miedos.


No Eres Bienvenido

364 páginas | Rústica. Ed. La Pastilla Roja | 0.30 kg 
14.50 € 13.77 € en   http://tienda.cyberdark.net/
 

Me ha dicho Connie Jett que la siguiente en publicar es ella, que tiene pocas vacaciones la pobre y anda muy liada entre la playa, la piscina y la discoteca. ¡Aiiiiiing, criatura!