Vivir es algo que hace cualquiera. La prueba
de ello es que el mundo está lleno de seres vivos (como el nabo) y la historia plagada de testimonios que dan
fe de que esto no es una novedad. Sin embargo, la diferencia entre solo
respirar y seguir adelante o ir un paso más allá al tratar de que nuestra
existencia sea algo satisfactorio y placentero, puede significar un abismo. Uno
tal como el que puede separar una vida feliz de una desgraciada. Imagino, aunque
esto es una suposición, que todo el mundo aspira a alcanzar la primera opción y
dejar de lado, no sin alivio, la
segunda.
Bueno pues si esto es así, ¿Qué es lo que nos lo impide? Llevo ya algún
tiempo enganchada a un libro cuyo título y también tema de estudio es la Inteligencia emocional, de Daniel
Goleman. Dicho a voz de pronto suena quizás un poco extraño. En las últimas
décadas se ha puesto mucho interés en medir el C.I. (coeficiente de
inteligencia) como también en intentar calcular cuánto de biológico o de
medioambiental podía haber en la incidencia de determinadas enfermedades de
tipo mental o emocional así como en la tendencia a la violencia, el fracaso
escolar y laboral o el deterioro de las relaciones íntimas.
Nada es un todo por sí mismo, excepto, tal
vez, los casos más extremos, sino más bien la suma de factores que se van
acumulando hasta que se convierten en una montaña de tales dimensiones que
cuesta encontrar el hilo conductor capaz de explicarnos cuál es el principio y
cuál el final. Una profesora de matemáticas que tuve cuando era pequeña,
siempre utilizaba un ejemplo de lo más ilustrativo: « Enderezar un árbol
torcido cuando está creciendo es fácil, basta con atarlo a una cañita y crecerá
recto; en cambio, cuando sea grande,
podrás engancharlo a una viga de acero que te dará lo mismo, continuará igual
de torcido».
Por suerte, aunque hay similitudes entre una
planta y una persona, en algunos casos más que en otros, no son tan
pronunciadas para que la metáfora se pueda aplicar al pie de la letra. Contamos
con la ventaja de que el cerebro humano es mucho más plástico y está abierto a
modificaciones durante todo el transcurso de nuestra vida, es decir, podemos
aprender y modificar nuestros hábitos, nuestros sentimientos y nuestro
comportamiento e incluso superar barreras que por autoconvencimiento
considerábamos insalvables ( dentro de unos límites, no nos vayamos a pensar
que podemos llegar a ser superman y nos atemos una toalla al cuello para
intentar volar porque lo más seguro es que nos metamos una leche fina).En mi
caso, pensar que evolucionar es posible me abre una puerta a la esperanza;
quizás algún día no muy lejano consiga ser ordenada, o deje de comerme la
cabeza por cosas estúpidas que a nadie le interesan, o pueda mirarme en el
espejo de un probador sin sentir la mayoría de la veces ganas de huir
despavorida.
La semana pasada mantuve varias
conversaciones con distintos interlocutores acerca de temas diversos pero que,
de alguna manera, dentro de mí, terminaron todos relacionados.
En el primero, un hombre de unos cincuenta
años afirmaba, con todo el conocimiento que le otorgan sus largos años de
experiencia y su afición a la lectura, que los jóvenes de ahora eran muy poco
trabajadores, con mucha tendencia a la frustración y poca a el esfuerzo y para
ilustrarlo además usaba de referente a los «Ni ni» . Yo, que soy una tocacojones, podía estar de
acuerdo hasta cierto punto, pero nunca del todo y esgrimí a mi favor a los que
yo, en oposición a los tan mencionados «Nini», he bautizado como «Y- y», aquellos que
estudian y trabajan y tienen proyectos y ayudan en casa y se buscan las
habichuelas como pueden etc., que, con toda sinceridad, no sé si serán los más
abundantes, pero es de lo que yo más he visto o quizás en lo que más me he
fijado. En todo caso, muchos o pocos, ahí están. Lo que me sirve también para
recalcar la cantidad de matices que podemos encontrar si estamos abiertos a
observarlos.
La segunda conversación fue con alguien muy
cercano a mí y me ayudó a entender de qué manera nuestras acciones pueden calar
en el resto de personas. No ya las grandes y ostentosas, sino también las
pequeñas de la vida cotidiana, una palabra dicha en un mal tono, un comentario
bienintencionado usado en un momento erróneo, la omisión de ayuda cuando es
solicitada de una manera sutil, o ,por
el contrario, la saturación de alguien que
se encuentra en el límite de su resistencia.
La empatía es algo complicado. Porque
tendemos a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el nuestro; además
somos una compleja maraña de sensibilidades prestas a ser heridas y a devolver
el golpe de lo que creemos un ataque injusto y gratuito, muchas de las veces
sin fundamento real. Así conseguimos hacer un poco más difícil nuestra
existencia con enrevesados argumentos mentales de si Fulano ha hecho esto para
molestarme, pues entonces, yo se lo devuelvo de esta otra manera y se puede
continuar hasta el infinito y más allá. Nuestros antepasados tuvieron sus neuras y nosotros arrastramos las
nuestras propias y alguna que otra heredada.
La tolerancia a la frustración, tanto como el
verdadero y genuino amor por nosotros mismos, es un tema que deberíamos haber
aprendido a una edad temprana, para después, de mayores, ser personas capaces
de enfrentarnos de manera resolutiva y optimista a los contratiempos de la
vida, sin embargo, para la mayoría esto es una quimera tal como mantener en la
edad adulta la creencia de que los reyes magos existen. El niño cree a pie
juntillas durante su infancia que los padres son una especie de seres divinos
todopoderosos capaces de resolver casi cualquier problema u obtener todas las
respuestas. Cuando crecemos, no obstante, nos percatamos de que son tan humanos
y limitados como nosotros mismos y que en realidad han hecho lo que han podido
con las circunstancias que les han tocado vivir, tragándose su propia dosis de
desengaño y tristeza, mientras intentaban encontrar como nosotros, como todos,
su propio camino en el filo de una navaja que es la incertidumbre de no saber
si nuestros empeños obtendrán el resultado que deseamos. Siempre tras la
búsqueda de algo mejor en medio de la
delgada línea roja que separa el éxito del fracaso.
Que estamos un poco dispersas en verano, pero
seguimos publicando, a ratos a trozos, todas sudás, pero acordándonos de vosotros.
Playa o montaña, pasarlo bien, nenes y nenas.
;)
Pues no me ha parecido nada disperso. La inteligencia emocional es algo que me afecta, por profesión y porque desde que mi chico asiste he notado cambios en él y en mí.
ResponderEliminarHoy me dejas sin palabras. Sólo leo, y aprendo.
Así da gusto
Uy, cuantas cosas en tan corto texto, todas muy interesantes y con las que concuerdo. Por destacar, diría que en los humanos es un poco más "fácil" reorganizar y cambiar sus vidas que en un árbol crecido, la gente no cambia, cierto, pero se puede intentar mejorar, o esa esperanza tengo yo en la humanidad. Los ninis... bueno, lo de meter a todo el mundo en el mismo saco, generalizar con una edad, procedencia o lo que sea, no es nada inteligente, ni todos los jóvenes son unos descarriados inservibles, ni todos los ancianos son unos ejemplos a seguir. Y en el caso de la empatía, pues creo que la mejor manera para no tener problemas es ir directamente al problema y afrontarlo, si algo no te gusta, no des voces en la calle para llamar la atención de gente que no le interesa una mierda o que, probablemente, malinterprete tus palabras, aclara las cosas desde dentro y seguro que la situación no irá a más lejos, incluso te des cuenta de que el problema en cuestión no era tan grande como pensaste en un principio. Mirarse el ombligo de vez en cuando es un ejercicio que deberíamos hacer todos antes de mirar el de los demás.
ResponderEliminarBuena entrada, bien expuesta y como siempre, impecable, rubia!!!