lunes, 31 de diciembre de 2012

From my blonde mind: Debe continuar.


Había pensado escribir sobre recuerdos, rememorar algún fin de año pasado como aquel que trabajando bailando encima de un bafle que reventaba música de esa que le gusta a Marcos Dk. Tenía uno muy curioso también en el que me levanté cansada, dolorida sudorosa y con huellas dactilares de varios individuos en mis caderas marcadas en un morado que le hubiera encantado a Gustau. O aquel de Misa del Gallo y dar la paz de corazón a quien tenías al lado y que me recuerda a Manu. Podría hablar de uno que se pasó muy rápido mientras mis dedos golpeaban las teclas de la máquina de escribir como haría Juan, al ritmo de detonación de un Thompson.  Una vez a las 12 me sentí tan diva como Regina con mi vestido de lentejuelas bajo los focos. En más de una mañana de 1 de enero me sorprendí con una mirada limpia y una sonrisa sincera como la de Inés. Otras me arrastré a la cama golfeada y apaleada por los excesos como toda una Carlos B. Iglesias.  Me falta uno ideal  con mi marido y mi hijo como el de Irene. Espero poder tener uno en comunicación con el espíritu de la Tierra acompañado de un grupo de médiums sensitivos como el que me propone Carlos Sisi. No me han faltado cotillones de carcajadas atronadoras sacadas de  mi pecho aunque este no sea tan generoso como el de CalaveraDiablo. Creo que también gasté horas dudando de forma estúpida de mi talento como Alicia. De pendencia y botella rota, al más puro estilo Athman, aún tengo cicatrices. Algunos afirman que soy toda pose y artificio y que mis uvas se parece demasiado a las de Connie, ojalá. Uno con Olga puede ser para crear una antes y un después, mucho más incluso que el final del mundo este que tanto vaticinaba Teo.  Me gustaría saber qué me propondría Miguel Ángel y poder enfrentar mis pupilas a las infinitas de Karol. Con Elena, mi hermana Elena, no sería el primero. Creo que no pararía de reír junto a Concha y sería ya de corte de respiración si estuviera también Magüi. Tendría batallitas que contar con Nacho de cuando existían esas cosas que eran fancines y que nos harían sentir muy viejos delante de Ximo y Gustavo. Brindar junto a Zara sería mirarse en un espejo admirable. El cambio de ciclo, finalización, comienzo y continuidad se personificaría en Dani y Lua. Una medianoche de fin de año junto a Michelle sería tan provocativa que hasta Javier saldría de sus bibliotecas y castillos. No me parece una mala idea una velada en la que seguir aprendiendo de Antonio.  Hay un par de nenes con corbata de los que me acordaré de forma muy especial y lo que está claro es que al final daré la bienvenida al nuevo año junto a Dulce, que es muy sosa, pero siempre está a mi lado para lo bueno y para lo malo.
Se me juntan recuerdos, con deseos, amigos con colaboradores, planes con quizás, compañeros con contactos, y mucho se me olvida. Bueno ¿qué se puede esperar de una rubia, verdad?
Pero enumerando nombres propios y las experiencias que van ligados a ellos, concluyo que este 2012 muere dejándome un gran legado de cosas hechas, planeadas, perdidas y desestimadas. En resumen, hemos vivido y de eso se trata y vivir tiene tragos dulces, insípidos y amargos.
El 2013 comienza con un argumento que ninguno de los Herbet, Card Asimov o Simmons se atrevieron a imaginar. Este año acojona pero habrá que enfrentarlo pues ninguno de los nombres que aparecen arriba ni yo misma  somos cobardes ni vamos a bajarnos en marcha.
¿A que no, nenes y nenas?
Yo os reto. Elegid vuestras armas. Contáis con las mías.


 Nada mejor para comenzar el año que hacerlo con Regina Roman y su Mota Rosa, venga, combustible para sobrevivir a las fiestas.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...



Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...



    Siempre he pensado en esa clase de personas a las que todo, le parezca bueno o malo, si no le concierne, lo deja a un lado, o en el mejor de los casos, lo pasa por el forro de los costados (nada de tacos, me lo advirtió el duendecillo fantasma de las navidades pasadas, y hay que hacerle caso).
    Tiene que ser interesante poder ver cómo ocurren, ocurrieron, o acabarán las cosas, con la seguridad interna de que, pase lo que pase, en menor medida siempre (que a pequeños sentimientos y linternas me remito) no le molestará lo suficiente como para quitarle el sueño y alumbrarle retinas que poco de llorar conocen.
    Curioso sí, eso cómo poco. He decidido entonces hacer un pequeño repaso a mi año, no vaya ser que sea yo uno de estos pocos inquilinos de vidas propias y limitado de sentimientos ajenos con sobrantes y demasiadas glorias, nunca se sabe, dicen que están cegados, podría entonces estar en medio y no haberme enterado. Y me quedé dormido. Sí, pensando es cuando mejor duermo, no pongo en orden ni se desborran hojas en mi cuaderno, pero quizás, cansado de oírme a mí mismo, acabo encontrando consuelo en estos minutos de silencio lleno de poco del mundo y vacío de todo sentimentalismo, si es de ley que cuando se duerme se sueña, no se siente, doy por hecho entonces, que no padezco ni tampoco lo hacen mis entrañas.
    Y ha sido sorpresivo que al final, tras sueños en ruinas y una que otra lejana y desolada montaña, haya encontrado respuestas conclusas. No con las palabras que me hubiese gustado encontrarlas, eso hay que dejar en nota (mental, que soñaba, recordad, por mucho que me apenara allí se iba a quedar).
    El primero en presentarse con su estúpido y violáceo cuadernillo fue él, el pequeñito; menudo de cuerpo, gafas sobre la nariz, pecas alrededor de los pómulos, y manía de ser el más listo aunque no haya sido de nada nunca el amo. Me dijo que me sentara y cerrara los ojos (rechisté, todos saben que los fantasmas estos te llevan a ver, no te lo hacen de padecer), pero tras una colleja certera y una amenaza con aquella pluma demasiado afilada, al final obedecí y dejé que siguiera con su broma macabra. Fue entonces, puede que al ver como se arrimaba a mí pecho aquella coronilla conocida, aquel rostro que no veía pero que al resoplar sobre mi cuello, hizo que todo hecho cenizas volviera a estar en llamas, se tratara pues de una respuesta, una reiterada por aquellos dedos ya tan lejanos que volvían a rozar mi rostro con promesas mudas y extrañas, en un pasado que ya de hacía mucho no tenía memoria o añoranza. El pasado escupiendo sílabas y verdades no siempre es bienvenido, menos a lomos de un fantasma y de sentimientos que de hace tanto tendrían que haberse hecho fríos. ¡Maldito duende de las navidades pasadas! De saberlo, no soñaba y te mantenía despierto conmigo. Una nueva colleja y le miré; sonrió de lado a lado, y lo comprendí: no se trataba de añorar lo perdido, sino, de ver y tener claro, que lo pasado no se borra y que hay recuerdos que por muy ocultos que estén, nunca se irá de la memoria.
    Creí que la noche terminaría, pero Dickens lo tenía claro y por supuesto no me lo pondría tan fácil (a mí ni a nadie que por sus páginas haya viajado) y vi entrar entonces el hada del presente a lomos de un animal cuánto menos raro. Cuidado, el que dice raro no dice desconocido, y el cuadrúpedo dejó claro con su mira y hocico fruncido, que más me valía no hacer burlas ni hablar de no ser cuestionado. Tenía que pasar por ello, ya puestos, tocaba todo o nada, al igual que el presente que ahora ante mis ojos se dibujaba. No me sabía desconocido, los rostros diarios uno siempre los tiene claros, pero sí interesante el que cada acontecimiento actual se acabara en un mismo instante, justo en el momento preciso cuando la situación vivida se solucionaba, cuando había dado un paso (o abierto un candado) y ya no visionaba lo ocurrido. El hada de pelo verde y ojos de zafiro sonrió, y su amigo el equino de un solo cuerno, de poder hacerlo, seguro los ojos en blanco hubiese puesto junto a uno que otro resoplido. No podía enseñar el presente tal cual, no porque no lo hubiese vivido, sino, porque el camino tomado me habría llevado a un desenlace, pero, como con todo, siempre hay eso de los segundos caminos (o oportunidades). El presente solo es cuestión de decisiones, no hay buenas, malas, equivocadas o certeras, la que tomes será tu hado, así pues, si llegado a aquel momento, con aquellas manos sobre las mías, los ojos ajenos y marrones pegados a mis retinas, el beso podría o no ocurrir, pero nada cambiaría los hechos: si el corazón ya había sido tomado, qué más daba que fuera en este u otro momento robado.
    Quise entonces que todo terminara. No tenía paciencia, ni ganas claras, de que viniera ahora un espantapájaros cabalgando en un aterrador Grifo, o peor, otro duende con mala gana y poco juicio, a enseñarme los errores cometidos y un futuro que seguro ni de lejos hubiese querido. Y para mi sorpresa, y la vuestra (pobre cuenta cuentos el señor D., seguro ahora ya no le parecería tan divertido), no surgió fantasma alguno para regañarme y dejar claro que más me valía cambiar el pasado o el presente vivido me llevaría a un futuro triste y retorcido. En su lugar me hallé sentado en mi sillón de siempre, con el mismo té y cigarrillo en el cenicero, ni un fantasma, nadie ni nada que me explicara qué hacer para mejorar o cambiar (supuesto, supongo, supondría) una vida entera para no acabar en aquel preciso instante como lo hacía. Comprendí entonces la belleza de aquel momento, la moraleja de este mi propio cuento: no hay futuro que lamentar cuando el pasado lo has vivido intenso y el presente lo haces de cuerpo y alma enteros. Lo que tendrá que ser será, o eso oí alguna vez, entonces, de estar esperando saber qué será de mí, se me olvidaría cómo llegué hasta allí. Lo único que podría tomar como cierto y enseñanza en todo ello es que, quizás (y solo si eso quiero), llegada una bifurcación conocida, o un beso a escondidas certero, más me vale no esperar saber qué sería mañana tras ello, porque, pase lo que pase, no se tratará de mi futura navidad o de un próspero año nuevo, sino, de el desear y poder (quizás, con suerte) volver a besar estos mismos labios tras un año entero.
    No sé vosotros, pero yo, tras la visita de mis dos fantasmas, y la espera de un nunca llegado tercero, me di cuenta de algo, y eso es lo que aquí os quisiera compartir: no se puede cambiar el pasado, solo queda escoger los recuerdos, los que quieras, con cariño, con cuidado, de hacer de los buenos momentos eslabones nunca olvidados  Que de el presente hay que tomar lo que guíe (o nos grite) el corazón, si te equivocas, nadie lo pagará por ti, eso sí, ten cuidado, pero no te pares a pensar en qué será si decides girar la esquina o darle la mano, lo mismo pasa el tren, y os quedáis tal cual, sin dedos ni peldaños. Y del futuro, amigos míos, solo hay algo que ha aprendido este mero observador en este peculiar cuento de navidad:  no hay nada cierto, no puedes saber qué vendrá, lo que importa, es atesorar el pasado, vivir el presente, y ser felices cuando se puede, por ejemplo hoy, que es navidad.

Felices fiestas a todos. Ah, y si veis el hada que suele venir a hacer pasar la vida ante vuestros ojos con aire de presente, decirle que al final, en el momento que nos dejó a mí y a ellos sin saber qué pasó, al final del todo, sí, me besó.


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Y mañana lunes no te pierdes a la inconfundible So Blond, en su From My Blond Mind

viernes, 28 de diciembre de 2012

¿Qué hacer antes de los 30? Celebrar la navidad


―Karol, dime la verdad, porque me ha pasado otras veces… siempre que me decís que me lleváis a un sitio termino en otro muy distinto y Brasil es Brasil, con eso no se juega. ―pregunto a mi taconera con una pisca de terror e ilusión. 

―¡Qué sí, Brasil nana, na, nana, nana, naaa…! ―responde cantando. 

―¡Venga, la verdad! Tú sabes que en tres días es navidad, y bueno que en estas fechas tan señaladas uno, expatriado como yo, como tú… tiende a hacer locuras.

―Ajá ―responde Karol sin mirarme.

―Y también, otra cosa sospechosa, que tú, justamente tú, la loca de los aviones, estés tan tranquila en un repentino viaje a casa, dispuesta a soportar más de doce horas de vuelo, ¿es un sueño? Explícame ¿Qué pasa aquí?―pregunto a decimas de irritarme.  

―¿Intentas convencerme? ¿Acaso, no quieres ir? ―pregunta Karol emitiendo una sonrisita nerviosa.

―¡Qué va, sí! Te imaginas otra vez la navidad al calorcito, con mini vestidos y fiestas nocturnas en la playa. Toda la familia metida en la cocina preparando los manjares de la noche buena entre risas y cotilleos femeninos ―respondo dejándome llevar por recuerdos.

―Yaaa, ¿sabes que no vamos a Brasil ni a Argentina, verdad…? ―agrega ella mientras lo afirma con la mirada.  

―Lo sé, pero la idea de coger el avión sin pensarlo era buena. ¡Mierda! Era la mejor de las ideas. Entrar en casa, acurrucarme un buen rato entre sus brazos, abrazarlos y sentirme otra vez la hija pequeña y malcriada sería bestial. Luego adentrarme en el jardín entre el olor a carbón quemado que se impregna en toda mi ropa, mientras las brasas se calientan para cocer un asado de carne que me dolerán las muelas de tanto masticar ¡cómo me encantaría!
Y mis tías, ay, esas señoras muy de su casa que preparan un mesón largo rodeado de sillas dispares, hasta la del ordenador se utiliza, porque a las doce brindaremos todos, la familia y los vecinos ¡cuántos somos! Y los pequeñajos comiendo helado y pesadísimos turrones ilusionados comparten carcajadas al ver al tío asignado que este año le toca sumergirse bajo el invernal disfraz de PapáNoel y repartir regalos ―respondo transportando mi corazón años atrás.

―A veces me gusta preparar la maleta, coger el coche e imaginar que vuelvo a casa, que emprendo un viaje donde me sentiré segura, donde ese abrazo será verdadero, será natural y será igual que siempre… ―me corta Karol, percibiendo que yo estaba entrando en un bucle sinfín.

―¡Qué bonito, cielo! ―respondo emocionada apoyando mi cabeza en su hombro.

―Abres la maleta sin pensar, metes trapitos sin control, quizás igual o menos de los que trajisteis la primera vez y te das cuenta que no tienen ningún sentido. Ahora vistes desapego y eso te juega malas pasadas, pero será siempre un gran escudo.

―Totalmente cierto, y eso de acostumbrarse a echar de menos, que cruel suena ¿no? ―le digo sintiéndome reflejada frente a su alma.

―Venga, volvamos con las pedorras que ya estarán llamando al 112 ―propone mi morena con los ojos empañados en lágrimas.

―Es que yo casi ni lloro ¿y tú?

―Yo tampoco aunque es bueno.

―Sí, eso dicen…

―¿Haremos este año el círculo de mujeres? ―pregunto cambiando totalmente de tema.

―Sí, Irene ya compró velas amarillas, cítricos, palo santo y esas brujerías… ―contestó Karol entre risas imitando los movimientos de nuestra taconera en plena sesión de brujas.

―Después de lo que pasó el año pasado tenemos que elegir con cuidado. ―afirmo con cautela.  

―Síiiii, es que se ha cumplido todo.

―¡¡Todo, todo… !―gritamos a coro.  

―Amore, déjame en casa que me ha llamado Jóse. Me ha invitado a cenar con su familia ¿qué hago?

―Tranquila cielo, disfruta mucho de ese amor, te lo mereces. ―Confirma Karol una verdad que yo sentía latir dentro mío.

―Menos mal que no lo he llamado diciendo, “Oye, Jóse que me voy a Brasil”.

―Menos mal. Aunque yo sí, lo he dicho a todo el mundo, porque el plan es creértelo.

―Pues estoy pensando en pasar la noche vieja en Argentina, ¿te apuntas? ―respondo entre risas.

―¡Yessss! ¡Esa es mi chica! ―responde la morena más guapa de mi mundo.

―Te quiero Karol y gracias.

―Y yo a ti princesa.

“Felices fiestas y déjate llevar..."  

jueves, 27 de diciembre de 2012

Encuentro en tacones. Comida de Navidad y secretos varios.




Después de la noche buena, de que todas las taconeras pasaran la noche con sus familias y salieran de fiesta, tenían ganas de verse. Habían quedado el día veinticinco para comer juntas, pero la cosa se les iba a poner difícil.
Las doce de la mañana y ya sonaba en la cadena de música el repertorio que Connie tenía para estas fechas, volviendo locas de remate a todas sus amigas.
So, descansaba en el sofá del salón con evidentes síntomas de resaca y un cabreo considerable, ya que le habían sacado de la cama a empujones.
— En serio, ¿no podríais quitar la dichosa música de una puta vez? Me va ha explotar la cabeza, cabronas— decía So enterrando la cara entre los cojines del sillón.
— Que poco navideña eres. Mira, mira, ahora viene mi canción favorita… “En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna, la virgen y….”—  contestaba Connie cantando cada vez más alto y dando saltitos por toda la habitación, con la mirada de So clavada en la nuca.
— ¡Alicia! ¡Como no la hagas callar, juro que la mato! — Gritó So al tiempo que hacía el amago de levantarse con un jarrón en la mano a modo de arma arrojadiza.
— Venga, que haya paz, ya sabes que ella se lo pasa bien con las dichosas canciones, para una vez que le dejamos ponerlas… — contestó Alicia, mientras avisaba a Connie para que bajara un poco el volumen.
— Jooooder, es que tenéis muy poca gracia, en estas fechas es cuando hay que cantar y estar felices, sois aburridas y sosas. Si So no se hubiese pasado la noche…— dijo Connie, sabiendo que si terminaba la frase perdería el pelo mientras dormía.
— No tenéis vergüenza, Regina lleva en la cocina preparando la comida toda la mañana y vosotras aquí haciendo el payaso, ¡ayudar un poco, coño! — Dijo Karol al entrar al salón con el delantal blanco lleno de manchas de salsa de tomate.
— Yo hice el postre ayer y os advertí que el día de Navidad estoy desconectada todos los años, así que no me jeringuéis más, que me duele la cabeza, ¡joder! — Bufó So con las manos presionando la sien.  
— A mí me da igual, me lo paso bien con la cabeza metida en la cacerola, descansad y poned la mesa que ya casi está todo listo. Tomaremos un pequeño aperitivo y luego nos sentamos a comer, os tengo preparada una sorpresa— contestó a voz en grito Regina desde la cocina, mientras removía una fuente de ensalada.
— Por cierto, ¿dónde se ha metido Irene? Ya debería haber llegado, la guarrona siempre con retraso— dijo Karol buscando el número de la rubia en la agenda.
— Esa siempre ha tenido retraso, pero mental. Seguro que se presenta con la mesa puesta y se queda dormida en el postre. Estuve hablando con ella anoche, me dijo que después de la cena con sus padres iría a una de esas fiestas raras que le gustan con su primo, ya veremos cuándo llega y en qué condiciones— aseguró So con cara de fastidio.
— No te pases mucho con ella, ya sabes cómo está últimamente. ¡Joder! Que no me coge el teléfono, lo usa para hacer bulto en el bolso— dijo Karol remarcando por tercera vez.
— ¡Ah! Esta si que mola… “…entre cortina y cortina, sus cabellos son de oro, y el peine de plata fina, pero mira como beben…” — canturreaba Connie con su gorrito de Papá Noel puesto.
— Os lo estoy advirtiendo, o la hacéis callar o la callo para siempre—amenazó So.
Alicia decidió no meterse más con el concierto de Connie, de todos modos no convencería a ninguna de las dos para ponerse de acuerdo. Sacó el mantel de las celebraciones y puso las sillas alrededor de la mesa, solo faltaba la cubertería y demás menaje. Se acercó a la cocina, Karol lo tenía todo dispuesto en la encimera, entre las dos dejaron la mesa lista para comer. Mientras, So y Connie se tiraban de los pelos sobre el sofá, So daba gritos horribles que pronto atraerían las visitas de varios vecinos quisquillosos, mientras Connie guardaba el mando de la cadena de música entre sus tetas, intentando que So no se hiciera con él.
En esos momentos Regina cogió la fuente de ensalada y se dirigió hacia el salón, toda orgullosa de la buena pinta que tenía. Tras haberla probado sabía ciencia cierta que estaba deliciosa. 

Karol y Alicia intentaban que la sangre no llegara al río con sus dos amigas, que empezaban a perder los nervios con la tontería de los villancicos.
Connie le dio un pequeño bocado en el brazo a So y ésta, para defenderse, le propinó un empujón, que hizo que la rubia trastabillara hacia atrás y tropezara con Karol. Alicia, al ver que sus dos amigas se darían un buen culetazo, se adelantó unos pasos para agarrarlas, pero en esos momentos Regina entraba al salón con la ensaladera entre las manos, que por el choque de cuerpos salió despedida hacia arriba, ocasionando una lluvia de rúcula, tomatitos Cherry y aceitunas por toda la habitación.
Connie se llevó las manos a la boca, ya que era la única que no había recibido los proyectiles vegetales. Estaba preocupada por la reacción de Regina, tanto trabajo en la cocina y ahora por unas estúpidas canciones se había arruinado todo, se sentía culpable por el accidente culinario.
So gruñó y miró a Regina con cara de susto, lo último que quería era que el día se jodiera por una tontería como aquella.
Alicia y Karol intentaban levantarse mutuamente, ya que Regina estaba bajo sus cuerpos, con el bol estampado en el pecho.
Todas miraron a Regina, su apariencia era ridícula, con todo el escote lleno de maíz y trocitos de pollo y rúcula, el pelo en la cara también cubierto de tropezones y las manos convertidas en puños, pegando la barbilla al pecho sin levantar la cara.
Antes de tenderla una mano para ayudarle a levantarse, todas echaron un paso hacia atrás, temiendo su reacción.
Pero Regina empezó a convulsionar, con espasmos ocasionados por un ataque de risa que hizo que todas se relajaran un poco.
— Sois unas cabronas, ahora os tocará comer sin ensalada y además quiero el salón limpio como los chorros del oro. Menuda pinta me habéis dejado, el año que viene nos vamos a comer a un chino— dijo Regina entre carcajada y carcajada.
Todas le siguieron la broma y empezaron a tirarse trozos de ensalada las unas a las otras, mientras que Regina se escurría y resbalaba con lo que había derramado por el suelo.
En esos momentos el timbre de la puerta sonó. Los vecinos vendrían a quejarse del barullo que tenían montado las taconeras, lo suyo no era pasar desapercibidas y aunque el bloque entero sabían que no podían hacer mucho, gracias a su forma de ser, siempre había algún incauto que intentaba acercarse a su casa para pedir explicaciones.
Connie, que era la que mejor parada había salido del estropicio, se acercó a la puerta para encarar al vecino malhumorado, de todos modos la conversación siempre terminaba pronto con un: “Lo sentimos, no volverá a pasar. Pero mejor no moleste, anda”
Cuál fue su sorpresa, cuando se encontró a Irene tirada en el suelo, sobre el felpudo y en posición fetal.  
Connie empezó a gritar y todas salieron rápidamente al recibidor, levantaron a la rubia del suelo y la llevaron hasta el salón, para ponerla con cuidado sobre el sofá cubierto de lechuga y aceitunas.
— ¿Qué coño te ha pasado, cariño? — Preguntó con desesperación Karol.
— Nena, joder, contesta, que nos tienes preocupadas— decía Regina cogiendo su mano y dándole unos pequeños toques en las mejillas. 

So salió de la habitación y volvió con un vaso de agua, ni corta ni perezosa se lo vertió en la cara para que espabilara, pero Irene hizo un gesto de desagrado con los ojos y se puso a llorar desconsoladamente.
— Dinos qué pasa, por favor, que nos estás preocupando, ¡joder! — Increpó Alicia zarandeando a la pobre Irene.
Cuando Irene levantó la cabeza y Karol le miró a los ojos, supo exactamente lo que había pasado, quedaron claras todas las dudas sobre dónde había pasado la noche su compañera rubia, su llaverito, como ella solía llamarla; supo a la perfección qué era lo que en esos momentos le hacía daño.
— Creo que deberíamos dejarla descansar un poco, luego nos contará todo lo sucedido, ¿verdad, nena? — Dijo Karol agarrando a Irene por los brazos con delicadeza y acompañándola hasta su dormitorio.
— Pero no nos puede dejar así, si hay que matar a alguien o dar una paliza a algún capullo, dínoslo ahora mismo que nos ponemos los guantes y el pasamontañas— soltó So realmente preocupada.
— No pasa nada, ya se me pasará— contestó entre hipos la aludida.
Connie recogió el bolso de Irene que, con todo el lío, se había quedado tirado en la entrada de la casa. Cuando lo tuvo entre las manos pudo ver lo que contenía, estaba abierto, mostrando parte del secreto.
Connie pasó al salón segundos antes de que Karol e Irene lo abandonaran, y con una voz fuerte y enérgica dijo:
— ¡Dime que no has estado con él, dime que no ha vuelto!

                                                                        ***

Después de un par de horas de sueño reparador, Irene se levantó de la cama y se dirigió al comedor, donde todas sus compañeras de piso y amigas, la esperaban para empezar a comer.
— Deberíais haber empezado sin mí, ya son las cinco de la tarde y estaréis muertas de hambre— comentó Irene al ver que los platos estaban vacíos y la mesa colocada.
— Creemos que antes de comer nos debes una explicación, ya quedamos en que no volvería a pasar y no has cumplido tu promesa— dijo Alicia en tono serio, cruzando los brazos bajo el pecho.
— Desembucha, cabrona, te vamos a dejar morada a golpes como sea lo que estamos pensando todas— siguió So.
La tarde sería movidita y aquella comida de Navidad recordada durante mucho tiempo. 




Y mañana viernes con sus increíbles relatos e historias, viene nuestra Connie, achuchable e imperdible, para no perdersela nadie....

miércoles, 26 de diciembre de 2012

No existe


Me las he apañado estupendamente. Yo, que creo en la somatización más que en la iglesia y eso que paso por delante de la puerta de varias todos los días, me he pillado el catarro de mi vida en estas fechas tan señaladas. Sí, me levanté con la garganta tomada en Nochebuena y hoy, día de Navidad, estoy que no veo.

Y no es que me haya servido de gran cosa, porque mi determinación era la de asistir a cenas y comidas familiares y es lo que he hecho. Además, lo he pasado bien .

No soy una persona navideña, no me gusta la navidad. No me sale sonreír a golpe de lucecita aunque sí me salga llorar a mares a golpe de anuncio ñoño. No soy el Grinch ni se trata en exclusiva de una vida familiar con la que me pasa a mí como al manco con el lugar de la mancha: que no quiero acordarme. Lo que me sucede a mí en Navidad es lo mismo que me pasa con el matrimonio:  que creo en ella. Y más cosas, pero empecemos por esta que es la que menos duele.

Se celebra en Navidad que hace muchos años, unos 2013, nació en un establo a las afueras de Belén un crío destinado a salvar el mundo. Nació pobre, en una familia desestructurada, y sin más garantía de vida que la fe de su madre y la tibieza de su padrastro.  Este niño era el cordero de Dios que luego quitó el pecado del mundo mediante un complejísimo sacrificio ritual bañado de sangre y de sudor.

Lo celebramos llenándolo todo de carteles de mil colores, gastando dinero que no tenemos y, en pocas palabras, tirando la casa por la ventana. Concentramos una cantidad de gasto alarmante en unos pocos días, como si el resto del año nuestros seres queridos no mereciesen regalos, abrazos, besos o ricos platos  preparados con esmero y amor.

El año consta de 365 días. 366 si es bisiesto. Cada día, cuando nos despertamos, deberíamos recordar que el crío aquel se transformó más tarde en un hombre que murió por nosotros y nuestros pecados. Es decir, si celebramos la Navidad como cristianos. Porque Jesús, Cristo, nació y murió para que nosotros viviésemos libres de todo mal todos los días de nuestra vida. Su intención era que amásemos a  nuestros prójimo todos los días. Que todos los días fuésemos amables y bondadosos.

Si no somos cristianos pero celebramos estas fiestas porque nos dan la oportunidad de ver a personas a las que no vemos tanto como quisiéramos, nuestro deber es en realidad el mismo: amar. Hay que amar a diario. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Sin luces, sin villancicos, sin cenas copiosas, sin un gasto extra. Hay que sonreír a nuestros compañeros y tenderles una mano.

Porque, al final, la Navidad es eso: Felicidad. La felicidad de compartir, de reunirse, de celebrar. Y nada nos impide hacerlo tan a menudo como queramos excepto nosotros mismos.

Por eso no me gusta la Navidad. No me gusta porque es una excusa para vivir 11 meses alejados de los nuestros, de nosotros mismos, de las mejores versiones de nuestras personas que podríamos ser con un poco de esfuerzo cotidiano. Puedes madrugar diez minutos para extenderte la base de maquillaje o hacerte el nudo de la corbata, así que nada puede impedirte coger el teléfono a medio día y llamar a un amigo al que no puedes ver.  Cada semana tienes la oportunidad de beberte unas cervezas con tus compañeros de trabajo, no es necesario esperar a mediados de diciembre.

No, no me gustan las excusas para ser mediocres cuando es obvio que podemos ser brillantes. Yo lo he visto: he visto bailar juntos a enemigos de oficina, he visto a un jefe llevarle copas a un empleado, he visto a hermanas que no se hablan compartir un trozo de pastel. Si se puede hacer eso en una ocasión sin que la dignidad de nadie salga malparada ¿Por qué no se hace cada día? ¿Qué perdemos si somos mejores?

Luego están los otros motivos, los prosaicos. Por ejemplo, que me toca mucho las narices que el calendario me diga cuando debo hacer las cosas y que, de paso, me salgan etiquetas a la espalda si decido mandar al calendario en cuestión a freír monas.  Somos nosotros los raros, los que preferimos portarnos estos días como todos los demás días. Somos nosotros los pinchaglobos y los mala sombras. Yo creo que no.

No, señores. Yo no voy a desearles que pasen unas felices fiestas. Yo quiero la paz mundial, que se tape el agujero de la capa de ozono, que se desmantelen todos los ejércitos, que nadie pase hambre en el mundo, que no haya ni un solo niño al que le falte amor, que solo se escriba buena literatura, y que seamos todos felices SIEMPRE.

Porque si no es navidad todos los días, la navidad no existe.




martes, 25 de diciembre de 2012

LA MOTA ROSA: hoy es navidad

No puedo creer mi suerte. Me toca subir entrada justo el día de Navidad. Qué ternura, qué emotivo, qué subidón. Qué de bolas, espumillones y luces por todas partes. Qué de regalos, qué de velas... ¡Qué dolor de barriga, demonios!

Y es que tenemos una idea preconcebida bastante arraigada de lo que deben ser estas fiestas. Hay que estar alegres (por narices), quererse mucho (por coj***es), ser mejor persona (por los huev**) y cantar villancicos todo el tiempo con el mejor humor posible anunque desafinemos. En la oficina, donde llevan diez años sin darnos ni los buenos días, nos obsequian con unas hojaldrinas y anís del mono y con los chupitos, a lo tonto, todo el mundo sonríe más y bobea a la primera de cambio. 

Con esa perspectiva no me extraña que haya quien odia la navidad. Quien la aborrece. Yo adoro este momento.


Como todo en esta vida, lo que se hace por obligación, rechina. Como todo en la existencia humana, si se convierte en una competición, agota. ¿A qué viene meterse con los demás por cualquier minucia? Que si el árbol, que si el Belén, que si las tradiciones, que si los yankees, que si yo soy mejor o tú peor por lo que hayas decidido plantar en el salón de tu apartamento.

Tiempo muerto, por el amor de Dios. Vive y deja vivir.

Mi entrada hoy será corta: la resumiré en un ruego. Que respetemos el modo en que cada cual decide vivir su vida y sus tradiciones. Que abramos la mente a las ilusiones de los demás. Que ansiemos copiar todo lo que llega de fuera, si conlleva alegría y un apetecible "pasarlo bien". Fuera amarguras, fuera irritaciones, fuera tener que cenar con los suegros si no los soportamos. Flexibilicemos las reglas, rompamos alguna, incluso, si resulta necesario. Porque si por seguirlas a rajatabla nos frustramos... no merece la pena. Si cenar frente a tu odioso cuñado te empeora la úlcera, prueba a hacer algo distinto este año. Reúnete con amigos agradables y positivos, con gente maravilllosa que te lleve denuevo a creer que el mundo y la humanidad merecen la pena. Escoge fijarte solo en lo bueno que trae la navidad: el brillo en los ojos de los críos, lo hermosas que lucen las calles, la generosidad quizá más acusada en estos días que en el resto del año, el amor con que se cocina, ese poner música en casa (algo que quizá no siempre hagamos) o acompañar nuestros quehaceres ante los fogones con una copita de vino. 




Utiliza la lupa de tu atención, no para agrandar los defectos sino para destacar las virtudes. Y algo más: arrastra esa filosofía de vida más allá de diciembre, por favor. Tira de ella para que ilumine el resto de tu año. Porque mejorar y superarse son la mejor meta. No seas chinche, ni cansino, no des la vara, no envidies, esfuérzate, cree en ti mismo y sobre todo, quiérete mucho, no esperes que lo hagan los demás; no seas pasivo ni caradura. da siempre el primer paso y cuando pretendas que las cosas cambien, empieza por cambiar tú.

Y ahora que mi sermón acaba, voy a ver cómo anda el "babo" que lo tengo abandonaíto en el horno y de paso, acompañaré el viaje de inspección con un sorbito de tinto. Lo dicho, japy navipeich y no SUS amargueich.

Pensadlo.



Y mañana... Las galletas navideñas, digo de la suerte, con Alicia Pérez gil. No hay excusa.










lunes, 24 de diciembre de 2012

From my blonde mind: El retorno del rey.


Vuelve la navidad, atrás quedó la distanciaaaaaaaaa, y una madre con nostalgiaaaaaaaaa recuerda su felicidaaaaaaaad. Vuelve…Vuelve…vuelve a casa, al hogaaaaaaar.

Esto hay que leerlo con la voz un poco tocada por la sidra.

Otro año más nos encontramos en estas fechas, que cada vez, me parece a mí, se adelantan más, serán cosas de la edad. En esta ocasión debido a las circunstancias serán más sobrias que en otras (además ya ha sido el sorteo de la lotería y sé que no soy rica, joder que rabia que yo tengo vocación y aptitud para rica) con los tiempos convulsos que nos ha tocado vivir. Terry Prachett lo definiría como «tiempos interesantes» basándose en un refrán oriental (oriental lo pongo porque no me acuerdo si era chino o japonés), esto es: aquellos que se estudian en los libros de Historia, pero que, a aquellos que les toca experimentarlos en sus propias carnes preferirían no sufrirlos. Resumiendo: Jodidos.

En todo caso, con lluvias, truenos y chaparrones la vida sigue y esta noche es Nochebuena y mañana Navidad. Las familias se sentaran juntas en mayor o menor armonía, con sonrisas más o menos fingidas, entre charlas y risas. Llegará el mensaje de felicitación del rey (este año el esperado retorno del monarca va a ser muy grande de ver, ni Aragorn ni hostias)  y el cotillón de turno de la cadena que toque, se dará buena cuenta de las viandas preparadas con amor, con toda probabilidad, por una madre cariñosa que habrá invertido sus buenas horas en hacer la compra, preparar entrantes, primeros platos, asado y postre.

Así pues, hagámonos un favor a nosotros mismos y a los que nos rodean y démonos una tregua, reconciliémonos con el mundo durante unas horas e imaginémonos que el espíritu ese de amor y cariño del que hablan los anuncios nos inunda. Quién sabe, lo mismo se torna realidad. ¿Os imagináis? En plan Gaiman en Sueño de un millar de gatos. Todos deseando con tanta rabia que algo ocurra que al final ocurre por pelotas.

Yo, por mi parte, debo reconocer que me encantan las Navidades. Me gusta pasear por Madrid de noche cuando las lucecitas adornan mi ciudad, me alegra escuchar los villancicos y pararme a contemplar los distintos Belenes que se montan en casas, centros comerciales y plazas significativas; todos muy parecidos, unos más grandes, otros más humildes pero todos bonitos a su manera. Me gusta comer cosas ricas y regalar (en realidad me gustan los papeles brillantes y hacer paquetitos por un trauma laboral muy malo) y estas fechas son excusas para esto. Comerciales, mercantilistas, desvirtuadas y todo lo que querías pero son gestos amables para con uno mismo y otros, así que buena sea esa justificación.

Quizás sea porque me traen recuerdos muy queridos para mí, de una infancia que en algunas ocasiones me parece muy lejana y en otras que fue a la vuelta de la esquina como quien dice. Por supuesto no todo en el pasado fue mejor, no, pero  la mente tiene la cualidad de dar un valor especial a aquello que ocurrió y que ya no puede volver. Tal vez por eso me empeño en vivir siempre estas fiestas con la mejor de mis disposiciones, porque hoy estás aquí y mañana no. Y hay seres queridos que,  por su edad o por alguna otra circunstancia, quizás no puedan acompañarte en las siguientes ocasiones, con lo cual mejor aprovechar al máximo mientras se pueda y del futuro dios dirá.

Tengo que acordarme de  quienes estarán solos, aislados del mundo en su corazón acorazado con wiski y tabaco. En su mundo de lecturas de autores muertos y jóvenes promesas. En su negación de cualquier sentimiento que no sea rabia.  Alzaré una copa.

Algunos estaréis ilusionados y otros  fastidiados. A mí en algunos círculos me llaman mosca cojonera por mi afán de repetir mis errores una y otra vez. Toda la razón, no lo voy a negar, sin embargo, a pesar de lo hipócrita que pueda sonar, en épocas señaladas no pierdo la ilusión de que las cosas salgan bien, de que la gente me sorprenda con algún gesto positivo, con alguna muestra de cariño o con alguna sonrisa inesperada, si no lo consigo, me consuelo con un socorrido y optimista: siempre se podrá volver a intentar el año que viene.

Celebramos el nacimiento del hijo bastardo de un carpintero en un pesebre. Celebramos la estúpida creencia de que llegó el salvador del mundo. Si podemos tragarnos eso también podemos tragarnos por unas horas que todo va bien.

Nenes y nenas, deseo de corazón que esta noche y mañana lo paséis genial rodeados de los vuestros, que comáis mucho turrón y sobre todo que nada se os atragante. Enfundad, ya habrá tiempo de recargar y seguir disparando.

Besos de carmín.



Mañana Regina Roman se viste de fiesta y pone la mesa de gala en La Mota Rosa, que la que es super diva es super diva para todo. Ya verás para fregar todo.