Esta
semana desfilé en dos ocasiones con el equipo de “40ñeras la serie” por la
alfombra roja. No era mi primera vez aunque las piernas me temblasen igual. Me
estrené el pasado año con un vestido de gala y una chupa de cuero que dieron
mucho que hablar, con el largometraje “Behaviors” un más que digno homenaje a
Quentin Tarantino que gustó mucho y nos dejó muy satisfechos.
Hoy,
pasados los nervios, el dolor de pies, el cansancio absoluto y la resaca (que
todo hay que decirlo), se me viene a la memoria un episodio, casi anecdótico a
estas alturas, que pese a pertenecer a mi más honda intimidad voy a compartir
con vosotr@s. Porque lo valéis.
Andaba
yo por aquellos tiempos estudiando Artes Escénicas, combinándolo como podía con
mi demoledor trabajo, con más voluntad y
pasión que fuerzas. Soñaba, como soñamos todos, y es lícito y perfectamente
aceptable, con rodar películas y vivir la magia del cine y sus aledaños.
Flotaba una servidora perdida en sus ilusiones, cuando pillé a una que se
suponía “amiga” (sí, de esas que te quieren, te aprecian y se preocupan por ti)
clavándome navajazos por la espalda y comentándole a otra amiga común:
—Esta
ya se ve haciendo la alfombra roja, la muy gilipollas.
Di
que sí. Así es como se supone que deben comportarse las amigas. Apoyándote y
animándote para que alcances la cima de aquello que te hará tan feliz. Y digo
yo una cosa: si ni siquiera te alegras por mis logros, ¿qué puedo esperar de
ti?
Pese
a ello y al dolor que me provocó escucharla (sus intentos patéticos por
arreglar la metedura de pata de poco sirvieron, soy buena, no imbécil del
todo), la cosa quedó en el olvido, y seguimos tan amigas. Lo sé, no tengo
perdón. El tiempo pasó y se acumularon otras historias que quizá no me incumbían
pero que me separaron de ella y… en resumen, esa persona ya no está en mi vida.
Este
ejercicio de “desmemoria” me lleva a cuestionarme la cantidad de gente que
pulula a nuestro alrededor (ignoro con qué objeto, yo poco puedo darles aparte
de un montón de chistes, muchos ánimos y bastante alegría), empeñados en hacerte
creer que son tus amigos, que te quieren, que harían cualquier cosa por ti
cuando en realidad te desean lo peor, que te estrelles ante sus ojos (para
poder disfrutarlo) y a la mayor brevedad. Aunque claro, una cosa es lo que
otros te deseen y otra el poder inmenso de tu voluntad, tu tesón, tu trabajo y
la esperanzada energía que pongas en las cosas. Con estos ingredientes muchas
veces, mla que les pese, se llega.
Así
que sí, querida a-amiga, no sé los tuyos pero mis sueños pesan, y toman forma,
se moldean y son hermosos. Te deseo lo mejor, que realices los tuyos (si es que
los tienes), que llegues a donde te has propuesto sin pisarle el cuello a nadie
(aunque no sé si eso va con tu estilo) y que jamás sufras la decepción de
escuchar a quien crees amiga, mofarse de tus ilusiones y embarrarlas.
Puede
pasar, sin embargo, que llegues, como he llegado yo. Y esa persona tenga que
tragarse sus burlas. Pero esa es otra historia y ya la contaremos otro día.
Feliz martes, amores!!
¿Y qué decir de mañana? Que como es miércoles tocan las galletas y que las trae su cocinera, Alicia Pérez Gil. La inigualable.