miércoles, 31 de octubre de 2012

Encuentro en tacones. Ni arriba, ni abajo, ni en el centro.







 Dentro de los dos coches olía fuertemente a alcohol, perfume caro y humo de tabaco.

Las chicas volvían de fiesta. En el primer vehículo estaban So y Connie, con Karol al volante; en el coche que las seguía se encontraban Alicia y Regina, mientras Irene intentaba conducir sin salirse de la carretera.

Tanto Karol como Irene habían sido las elegidas para conducir esa noche, ya que eran las únicas en no hacer eses al andar.

Dentro de los dos vehículos escuchaban música, en el primero, una emisora de rock punk que estaba volviendo loca a Karol a causa de las voces que So y Connie daban al intentar cantar en inglés con lengua de trapo; en el segundo coche escuchaban música de los 90, mientras Irene se daba de cabezazos contra el volante para no tirar por la ventanilla a sus amigas: aquella aberración del pop español la sacaba de quicio. 


En un momento determinado, Irene vio como Karol parecía salirse de la carretera y, por miedo a que tuviera un accidente accionó las luces largas repetidas veces, avisándola así de su mala conducción. Consiguió el efecto contrario. Karol quedó deslumbrada por las ráfagas, con un giro brusco dio un volantazo y presionó con fuerza el pedal del freno, haciendo que el coche que las seguía, el de sus amigas, quedara empotrado contra el maletero. Después de un par de vueltas de campana y agudos gritos ensordecedores, los dos coches cayeron por un acantilado quedando destrozados por completo. Las ocupantes, nuestras chicas, murieron en el acto.  

***

— Que descanso, por favor, ya era hora de que quitarais esa música del demonio— dijo Irene.

— ¡Joder nena, vaya susto me has dado! Podrías haberte metido las lucecitas por el culo, que casi me meo encima cuando el coche ha empezado a dar piruetas— contestó Karol, aun a sabiendas de que Irene no se había dirigido a ella.

— ¡Eh! ¡Oíd! ¿Dónde estamos? No reconozco el sitio y me da la sensación de que esto no tiene que ser el barranco por el que nos hemos despeñado. ¿Acaso no os acordáis que acabamos de tener un accidente? — Repuso Alicia mientras intentaba acostumbrarse a la luz de aquel lugar tan brillante.

— ¡Ostras! Es verdad, ¿no deberíamos estar ahora con más agujeros que un queso gruyer? — Reaccionó Connie.

Ahora se daban cuenta de que sus ropas estaban intactas, se les había pasado el estado de embriaguez por completo y no les dolía nada, ni heridas, ni arañazos, ni un solo vestigio del accidente en sus cuerpos.

Empezaron a centrar la atención en todo aquel escenario que las rodeaba, sin salir del asombro al comprobar que ya no estaban en el campo, todo era blanco y precioso, el piso resplandecía y a lo lejos se veían azuladas luces diminutas, imitando a pequeñas luciérnagas titilantes.

Se agruparon todas juntas formando un círculo, temerosas de lo que sus cabezas empezaban a pensar de aquel lugar, hasta que una de ellas hizo acopio de valentía diciendo en voz alta lo que todas estaban temiendo.

— Tías, que nos hemos muerto y esto es el cielo… no me jodas… — Susurró Irene restregándose los ojos aun con incredulidad.

— El puto cielo no existe, yo estoy segura de que esto es un sueño y ahora me están metiendo por la garganta millones de tubos en el quirófano de un hospital. ¡Mierda! Hemos tenido que quedar hechas un asco— contestó So encarando a sus amigas.

— Pues si es un sueño… que me pellizquen un pezón, porque yo lo siento de lo más real— contestó Regina— ¡¡Ay, que daño!! ¿Qué haces?

— Pues pellizcándote, que tampoco me lo creo del todo— dijo Alicia.

Justo en ese momento, y con Connie de rodillas y llorando abrumada por la situación, una voz grabe y potente se escuchó en el lugar. 


“Bienvenidas, estáis en lo cierto. Esto es el cielo, o mejor dicho, el paraíso. Vuestra vida mortal ha terminado y ahora perteneceréis al reino de Dios”

— ¡Anda, la leche! ¿Quién ha dicho eso? — Preguntó Karol.

— Será un enfermero haciéndose el gracioso, os lo digo yo— dijo So.

“Yo soy vuestro Padre, el Creador. No debéis tener miedo, ya todo ha pasado y estáis en el lugar correcto, donde las almas puras y limpias serán recompensadas”

— Creo que dice que es Dios, el pavo éste— le dijo Alicia a So, mientras ésta negaba con la cabeza.

— Al Darth Vader que dice que es nuestro padre se le va la pinza. Mira bonito, sal y te vemos la cara para ver si la genética tiene algo que ver con el asunto, que yo las voces en off como que no me van— siguió So obcecada.

— Venga va, le vamos a conceder el beneficio de la duda, a ver ¿qué se supone que tenemos que hacer aquí? Si vamos a ser ángeles yo me pido uno con las alas chulas— bromeó Irene.

— No, yo prefiero ir de fantasma un tiempo, que quiero dar un buen susto a un par de gilipollas que se lo merecen. ¡Eh, tú! ¿Volveremos a la tierra y esas cosas? —  Siguió Karol.

— Un poco de respeto chicas— las reprendió Connie— que seguro que tiene tareas mucho más interesantes para nosotras, seremos como esos ángeles de la guarda que ayudan a los bebés y la gente buena, ¿a que sí?

— Qué ángeles ni que niño muerto, yo quiero vacaciones, una buena casa por aquí cerca con buenas vistas y un ropero lleno de trapitos cool, además de toda la comida que me de la gana sin engordar, que si no ni paraíso ni ná— dijo Regina mientras que imaginaba la escena mentalmente.

“Veo vuestra incredulidad, no debéis preocuparos por nada, vuestra vida será conforme la sentís ahora, sin miedos, sin necesidad, sin dolor ni pecados. No os tengo que ofrecer nada más porque ya lo tenéis todo. Sentid lo que vuestro cuerpo os dicta. ¿Acaso os pide algo más que pertenecer a este lugar?”

— No me jodas, que el Dios este quiere que estemos aquí cruzadas de brazos… ¿en serio? Una preguntita, así, sin importancia ¿hay hombres por aquí? No sé, algún sitio donde divertirse, lo que sea— preguntó Alicia mirando hacía arriba.  

— Eso, eso, queremos saber qué hay por aquí de divertido— corearon el resto de amigas.

“En el paraíso no son necesarias trivialidades ni entretenimientos, en el reino de los cielos todo carece de importancia exceptuando al mismo ser que somos cada uno de nosotros, iguales a mis ojos, perfectos”

— Os lo digo yo, este menda quiere que nos aburramos aquí como las amebas, yo paso— dijo So con cara de cabreo y mirando para todos lados por si encontraba la salida de aquella pesadilla color rosa.

— Oiga, caballero… o lo que sea, que no nos gusta esta tranquilidad, nosotras somos más de hacer cosas, ya sabe, algo, lo que sea. Si nos va presentando al resto de gente del lugar lo mismo nos animamos un poco, ¿no, chicas? — Dijo Karol mirando a sus amigas, recibiendo la afirmación del grupo.

“Las relaciones aquí no son igual que en vida, os podréis comunicar con el resto de almas como conmigo, dentro de poco vuestros entes y cuerpos irán desapareciendo y solo quedarán vuestras almas como la mía, puras y limpias”

— ¡Já! Por ahí si que no paso, he tardado mucho tiempo en conseguir meterme en una talla 38, guapo; así que deja de decir eso de que perderemos el cuerpo ni que ocho cuartos, que yo me piro de aquí echando leches. ¿Chicas? — Apremió Irene mientras se daba la vuelta y empezaba a caminar por aquel suelo impoluto.

Todas las amigas se quedaron mirando como la rubia se alejaba y con un gesto de la mano se despidieron de aquella voz invisible, mientras murmuraban que vaya chasco eso del cielo.

La voz se hizo más potente, hasta llegar a ser un grito seco y abrumador:

“¿Estáis seguras de no querer pertenecer al Reino de los Cielos?”

— ¡Tú verás que estamos seguras! O nos ofreces algo de diversión o te quedas aquí jugando solo, bonito— contestó Karol sin parar de andar. Estaban muy lejos de sentirse intimidadas por el cambio en el tono de la Voz.

“¡Vosotras lo habéis querido, que así sea!”

Un inmenso remolino se abrió bajo los pies de las taconeras y como por arte de magia cayeron en su interior, tragándose a las seis chicas que, estupefactas, sentían que sus cuerpos se deshacían por momentos.

***


Un calor abrasador les encendía el rostro, la temperatura había subido de intensidad a una velocidad pasmosa y las seis amigas se cogieron de las manos, intentando no separarse las unas de las otras. De pronto, aparecieron en una especie de cueva subterránea con un intenso olor a azufre.

— Creo que sé dónde estamos— dijo Connie.

— No me digas lumbrera. De todos modos ya me extrañaba a mí haber sido tan buenas como para que nos mandaran con el de arriba, este sitio seguro que nos pega más—  contestó Alicia con sarcasmo. 

— Pues yo estoy un poco cansada de tanto viajecito astral, vamos que quiero dormir un rato, ahora me empieza a doler la cabeza—  dijo So presionándose la sien.

“Vaya, vaya, vaya… Pero qué tenemos aquí, si son mis queridas amigas las taconeras. Ya me parecía a mí extraño que el “santo” os reclamara”

— No hombre no, otra voz de esas no. Venga va, y ahora… ¿tú quién eres? Sorpréndenos, majete— dijo Regina sin saber hacía dónde o a quién dirigirse.

— Seguro que será ese encanto con cuernos y colita puntiaguda que nos aclarará en un santiamén qué cojones pasa aquí. Por favor, llevamos un día de perros, te agradeceríamos que nos contaras la película lo antes posible, a So le duele la cabeza y a mí me están matando los pies— dijo Karol en voz alta.

“Sois demasiado irritantes e irrespetuosas como para tomaros en serio nada ¿verdad? Pues tendréis que cambiar vuestra forma de tratarme, no creo que os guste verme enfadado. Y sí, yo soy Satán, o Lucifer, el Demonio o como queráis llamarme, pero puedo hacer de vuestra eternidad en el infierno un verdadero calvario. Así que, guapas, un poco de respeto.”

— Creo que se le ha olvidado el “por favor”— dijo Regina a Connie al oído y ésta empezó a reírse a carcajadas.

— Pregunta de Trivial, machote ¿qué se supone que hace la peña aquí para pasar el rato? Lo digo más que nada porque como sea todo tan muermo como nos ha explicado el “lucecita”, me parece que te vas a quedar solo en tu horno de leña— habló So con tono serio.

“Trabajareis para mí y sufriréis mi ira. A partir de ahora ya no podréis estar todas juntas, os separaré para emplearos en los tormentos más dolorosos imaginables”

— ¿Trabajar? ¿Separarnos? Tú lo flipas— dijo Alicia.

— Venga, venga, menos lobos caperucita y no nos jeringues más, que no tenemos un buen día, como podrás imaginar, por eso de que nos hemos muerto y tal. O nos ofreces algo divertido o te quedas compuesto y sin almas a las que torturar, las taconeras valemos para mucho más que eso— contestó Irene amenazante. 

— Vámonos chicas que aquí ya está todo el pescado vendido. Otro día nos invitas a buñuelos o a tomar el té, que nosotras tenemos muchas cosas que hacer: lavar la colada, quitarnos las lentillas y deshacer la manicura francesa con quita esmalte. Vaya chasco esto del infierno, menudo coñazo— dijo Karol mientras se alejaba por el túnel.

— Bua, para que luego digan que eso de morirse es divertido, ufff....., menuda desilusión, ni siquiera hemos visto a Elvis o a James Dean— refunfuñaba Connie siguiendo a Karol.

“No podréis escapar de aquí, ¡estáis condenadas para toda la eternidad!”

— Que sí, que sí, culito rojo, ve a ver si juegas un rato con Hitler o el Laden y deja de molestar, que al final serás tú el que nos vea cabreadas y créeme, no te gustaría— dijo Alicia agarrando del brazo a Regina.

— Este es que es idiota, mira que no ofrecernos un buen fiestón… un par de culitos prietos y pechos musculosos, además de buena musiquita y un par de mojitos, y lo habría tenido fácil, pero así… hoy en día no se puede confiar ni en el mismísimo demonio…— decía Regina.

— Pues yo me he quedado chafada, vaya mierda esto de morirse— dijo So, a lo que Connie contestó:

— Yo lo único que pido ahora es no terminar en el limbo, porque con la suerte que estamos teniendo hoy… ya me espero cualquier cosa. ¡Ostras! ¿Qué es eso?

— No lo sé, pero te juro que como aparezca Hulk, los cazafantasmas, Winnie the Pooh o Chanquete, les voy a dar una patada en los huevos…. Démonos prisa, que supongo que el camino a casa será largo y deprimente— dijo Irene caminando descalza con los tacones en la mano. 






Y mañana no os podéis perder la entrada de Halloween de nuestra Connie...   

Galletas de la muerte: Los otros

Galletas de la muerte: Los otros


Como casi siempre, mi idea inicial era otra. Iba a inventar la historia de por qué nuestra chica de los domingos no se ha estrenado aún. Así mataba dos pájaros de un tiro: cedía a las docenas de preguntas que por privado me hacéis al respecto, y me quitaba la entrada de Halloween sin mayores problemas.

Pero no está bien. En las habituales Galletas de la Suerte, yo cuento la verdad. Son galletas autobiográficas o, por lo menos, basadas en hechos reales. Y me gustaría que siguieran así. Para contar cuentos tengo el espejo, mi blog, la oficina, las reuniones familiares... Cuando la historia de la multifirma empezó yo me dije que le echaría un par de tacones al asunto y que hablaría de mí.

No es que yo sea la niña del exorcista -salvo que me toquen las narices a base de bien-, así que no me las he visto con más demonios que los que trabajan en los bancos, las operadoras de telefonía y los vendedores de enciclopedias. En cambio hay algo que solía pasarme: veía cosas.

Uno nace con la sensibilidad de “ver” o la desarrolla. Yo me empeñé mucho en ver. Me movía en ambientes en los que se hacía necesario gozar de algo que te distinguiera de los demás, así que decidí que vería. Tras tomar la decisión me puse a mirar. Así de simple: miraba la oscuridad, las esquinas, la televisión apagada, los callejones. Miraba hasta quedarme bizca. Y tardé años en ver algo que nadie más veía.

Al principio creí que se trataba de sugestión: tanto fijar la vista en los rincones oscuros, creía que había bichos por todas partes. De ahí a sentirme observada no medió un paso. Desde el primer momento en que noté que unos ojos se me clavaban a la espalda sin dejarme n a sol ni a sombra hasta que vi mis primeros muertos reales no debió de transcurrir ni un mes.

La primera vez que vi algo de verdad, algo casi tangible –con la tangibilidad que pueda tener un fantasma, claro está- fue en Ayllon. Había salido con mi novio de entonces a dar una vuelta por las tierras castellanas. Nos pilló la noche en ese pueblo pero, como anochece tan ytemprano en invierno, decidimos arriesgar un paseo vespertino a la luz de las farolas. Vimos un cartel que señalaba unas supuestas tumbas visigóticas y allá nos dirigimos. Porque una noche en la meseta sin visitar una buena tumba visigótica no es nada.

Ya de camino la cosa se puso fea. A mí me empezó a pesar el pecho y Víctor, no sé si de motu proprio o porque notaba mi inquietud, se puso nervioso. Nos dimos de bruces con los cimientos o el contorno o lo que fuera de un  edificio que con aquella luz inexistente no supimos identificar. Casi nos morimos del terror. Un terror inexplicable que nació de mis latidos acelerados, de la oscuridad y de nada más. Salimos de allí, buscando el cobijo del haz de algún farol y entonces les vi. Un ejército completo, en formación en lo alto de la colina que domina lo que es hoy la plaza del pueblo. Pero no un ejército regular. Algunos soldados había, y un caballero que parecía el líder, pero el grueso de la soldada lo componían campesinos y artesanos armados con sus horcas y sus utensilios. Los vi como el que ve una película. Perfectamente definidos en frente de mi.

Salimos del pueblo más rápido que unos que llevaban mucha prisa. Aún hoy cuando paso cerca, me recorre una especie de escalofrío.

Una vez visto eso, no hay monumento histórico que no visite con los ojos mentales bien cerraditos. Los muertos no parecen peligrosos, pero nunca se sabe.

Sin embargo, la mejor experiencia halloweenera de mi vida no fue esa. No. La mejor ocurrió cuando me compré mi casa. Y tampoco voy a ahondar en las cláusulas de mi préstamo hipotecario, porque ese es un miedo común que no se circunscribe a ninguna fecha concreta, sino que nos asalta a muchos allá por el final de cada mes.

Cuando compré mi casa vivía con Víctor, que jugaba con cierta frecuencia a juegos ruidosos de ordenador hasta altas horas de la madrugada. Yo tengo el sueño muy ligero y un mal humor que también asusta mucho. Sobre todo cuando va acompañado de malos pelos y ojeras por falta de descanso. Solía acostarme antes que él y, si había suerte, me quedaba dormida más o menos enseguida. En fin, quien dice dormida se refiere a ese estado de duermevela tan asqueroso, que no sabes si oyes cosas o estás soñando o qué pasa. Ya sabéis, cuando estás lo bastante dormido como para creer que estás subiendo una escalera y lo bastante despierto como para sentir el vértigo de un tropiezo.

Durante esos intervalos yo oía cosas. Sobre todo oía pasos que iban desde el salón donde mi ex jugaba a sus cosas de matar elfos de sangre y taurens con malas pulgas hasta más o menos la puerta de la cocina, que cae como a 50 cms de la cabecera de la cama y justo en frente del baño. Los pasos se quedaban ahí y no iban a ninguna parte. Las primeras veces pensé que, bueno, a lo mejor Víctor había ido al baño y se había vuelto luego al salón. Yo no me habría enterado porque como estaba medio para allá y medio para acá…

Hasta que una noche, después de que los pasos se quedasen en el lugar habitual, abrí la puerta de la habitación y pregunté en voz alta:

- ¿Has vuelto?

Pero no. Yo estaba sola y el hombre de la casa en su partida de rol semanal. Cerré la puerta, me metí debajo del edredón y otra vez los pasos pasillo arriba y ¡Oh sorpresa! Esta vez también pasillo abajo. No volví a preguntar ni a salir. Y ya de mañana, cuando mi adalid y defensor giró la llave en la cerradura casi me da un síncope.

Viví así durante tres años, más o menos. Hasta que decidí, igual que había decidido ver, que aquello se acababa. Me empeñé muchísimo en cerrar los ojos, en que si no podía tocarse era que no existía y poco a poco los sonidos desparecieron. Igual que desaparecieron los espíritus de los cementerios judíos –el de Toledo está preñaíto, lo juro-.

Estoy segura de que por mi casa siguen paseando los tres fantasmas que identifiqué, pero yo ya no les oigo, ni les siento. Y no sé si es una pena o no. Sé que duermo mejor, que estoy más tranquila. Pero bueno, a lo que vamos. La moraleja de hoy: uno puede conseguir lo que se proponga. Lo que sea, si se pone a ello de verdad. Y eso de que tengamos cuidado con lo que deseamos porque puede hacerse realidad tampoco hay que tomárselo muy en serio: basta con desear que desaparezca y ¡chas! 




Y mañana encuentros en la tercera fase con Irene Comendador!!!

martes, 30 de octubre de 2012

NO SÉ QUIÉN SOY...



Halloween... Halloween... Halloween...

Esperaba escuchar el tañido rítmico de una campana pero lo que oigo es una voz que produce escalofríos y que repite una misma palabra con una cadencia tan perfecta como inquietante.
Halloween... Halloween... Halloween...
Soy aprensiva, me asusto con muchísima facilidad. Los años me han vuelto imprudente, porque de joven evitaba por todos los medios ver películas de miedo. Ahora, imbécil de mí, me creí valiente y por encima del bien, del mal y de mi calenturienta imaginación y la otra noche me atreví con una americanada de arrendamiento que me puso los pelos de punta y me tuvo en vela hasta las siete de la madrugada. Oyendo crujidos que se acercaban, susurros en la oscuridad, pasos siniestros que marcaban el fin de mis días, oculta bajo el edredón sudando como un pollo, a la espera de que un perro cadáver apareciera por la puerta de mi dormitorio en cualquier momento y masticase mi yugular como un chicle, para entretenerse.
Al día siguiente parecía un espectro cuando llegué a la oficina y nadie se privó de comentármelo. Por si yo sola no me había dado cuenta. Si es que son más monas…


Me crucé por el pasillo con Andrés, el hombre que me roba el sentido (a mí y a medio edificio, dicho sea de paso) y que últimamente parece que me sonríe más de la cuenta, es conmigo un poco más amable de la cuenta, permanece esperándome con la puerta abierta del ascensor un poco más de la cuenta… Y está tardando un poco más de la cuenta en pedirme una cita como Dios manda. Algo que prometía pero que me veo obligada a abortar dado el estado lamentable de mi cutis y mis ojeras azul ultramar. Me tapé la cara con el cartapacio que llevaba en brazos y me hice la distraída. Creo (y lamento) que se quedó con el saludo en la punta de la lengua… Estas oportunidades que puede que no vuelvan son las que pasados los años vienen y te pasan factura.
Me refugié en el cuarto de baño. Me miré al espejo y entonces… Es cuando empecé a escuchar las voces…


Halloween... Halloween... Halloween...
Desde entonces no han parado.
Preferiría que fuesen órdenes de asesinar a alguien, así al menos pensaría que el propietario de la tétrica voz está de mi parte. Así, simplemente diciendo “Halloween... Halloween... Halloween...” no puedo saber a qué atenerme. Y cada vez tengo más miedo; el pánico crece y desarrolla sus monstruosos tentáculos dentro de mi mente enfermiza; no sé si voy a poder soportarlo. Salgo de la cama temblando y me refugio en el baño con todas las luces disponibles encendidas. Me miro al espejo. Algo está cambiando en mí. Un color gris ceniciento recorre y se apodera de mi piel, las pestañas están muchísimo más espesas y los incisivos están más largos.
Me horrorizo. Parpadeo. Se me seca la garganta. Vuelvo a mirar.
Soy normal. De nuevo yo, con mis colores y mis dientes en una dimensión ya conocida y nada anormal. Me siento en el retrete con una taquicardia de cuidado y la mano apoyada en el pecho. Así me quedo un rato, normalizando mi respiración hasta que noto que mi corazón no late, no bombea, no hace ruido. No vive. Y si él no existe, yo tampoco.
Me levanto de un cañonazo y asalto el espejo por el flanco. Otra vez me asemejo más a un vampiro que a un ser humano. Despego los labios rojos como la grana y me fascinan esos dientes largos y afilados como pequeños cuchillos. Me siento feliz y poderosa, el miedo se ha extinguido.

Acabo de descubrir para qué bajé a la Tierra. Cuál es mi misión en esta vida…
Feliz Halloween... ¡¡Jajajajajajajajajaja!!

Y mañana, si seguís vivos... Tenemos una cita de muerte con Alicia Pérez Gil.

lunes, 29 de octubre de 2012

From my Blonde Mind: Vestida para Asusta


No soy yo muy de tradiciones yankis.

Y lo que celebramos como Halloween, hoy en día, es una tradición yanki. Porque los imperios son imperios gracias a su capacidad de universalidad sus usos y costumbres,  no por la fuerza de las armas, sino por su atractivo comercial.

Los yankis son muy buenos en eso.

Otro imperio, Roma, asimiló las celebraciones de los pueblos celtas que conquistó y las modificó como las festividades dedicadas a la diosa Pomona. Hay que recordar que en el Mundo Antiguo las celebraciones estaban asociadas a hitos importantes para los pueblos agrícolas y el Samhain era la fiesta de la cosecha.

Del Samhain original no queda mucho. Para los Druidas la «Noche de los Espíritus» no era algo malo, era un momento de reencontrarse con los ancestros. Hay que entender que para la religión druídica, la «Tierra de los Espíritus» no tenía las connotaciones de bueno y malo del «Cielo e Infierno» judeo cristiano”.

Justamente, la tradición del cristianismo en esta celebración tampoco hace referencia a la apertura entre mundos que se presupone. El «Día de Todos los Santos» era una conmemoración de recuerdo hacia los mártires que murieron por la fe.

Volviendo a los orígenes paganos de esta historia, en la noche del 31 de octubre no solo las almas de los antepasados podían caminar con libertad por el mundo. También lo hacían otros entes malignos.  Fantasmas, duendes o diablos que, de localizar a un vivo, podrían inflingirle mucho mal si este no les satisfacía con la tradición de «truco o trato».

Así que podías hacerte pasar por uno de ellos o sobornarlos.

Pero Halloween tiene su aquel, pues su raíces célticas no han muerto del todo y menos en esta España nuestra que, siendo de todo, también tiene su puntito celta.

Lo que más mola de Halloween es que es una excusa perfecta para disfrazarse.

A mí me encantan los disfraces. La vida se vuelve plana sin los trucos de las sombras, el humo y los espejos.

¡¡Pero lo más importante es que te puedes vestir de furcia y nadie te lo va a reprochar!!

Sí, porque un disfraz puede ser lo que quieras, pero yo mantengo que tiene que ser sexy. A ver ¿para qué te vas a  disfrazar si no es para resaltar lo mejor de ti misma?

Lo que pasa es que volvemos al condicionante de ser nena y resulta que Halloween cae en unas fechas de frío y agua que acabas acatarrada (más cuando te has metido tres copas y te crees que todo el monte es orégano) eso sí, las fotos luego molan un montón.

Partiendo de la premisa de que vas a estar helada la mitad de la noche y que los pies te van a doler cosa mala por los tacones, vamos a ver los disfraces típicos: 

Vampiresa: perfecto para utilizar esos corpiños chulos que te compraste y nunca te pones. Te van a estilizar la figura y subir las tetas. Lo ideal es combinarlos con una falda larga, a poder ser con aberturas laterales que dejen ver las botas altas con tacón. Todo en negro. Las vampiras son muy golfas, así que puedes complementarte con medias de medio muslo, guantes y toda la parafernalia que quieras. Imprescindible el maquillaje blanco y los colmillos de pega (los tienes que poner bien, no sea te acabes tragando uno con el ron).

Bruja: muy parecido al anterior, pero tienes que llevar un gorro; de bruja claro. Lo de la bruja fea y llena de verrugas no lo veo yo, no, pero te puedes maquillar en verde para quedar un poco tétrica. La escoba es buen complemento pero acabarás de ella hasta el moño a mitad de la noche.




Diablesa: Muy bueno porque te sacará del luto y te permitirá vestir el siempre llamativo rojo (este color además suele quedar muy bien). Puedes atreverte con todo, que las súcubos no tienen límite y meterte en un body bermellón tipo gimnasta, medias de rejilla, taconazos y los imprescindibles cuernecitos. A mí me gusta mucho el detalle de un buen rabo terminado en punta pero yo soy yo, y eso…

Zombie: Super popular y de moda. Aquí te puedes poner lo que quieras, lo importante es parecer un extra de un anuncio de la DGT. Mucha sangre y vísceras por todos lados. Es sabido por todos que para ser zombie no puedes morir placidamente en tu cama sin marcas de trauma, no, no, no. Además no tendría gracia. Ventajas: no hay que invertir en vestuario. Inconvenientes: todo lo que no te gastas en ropa, lo harás en maquillaje.

Enfermera del «Silen Hill»: Este me encanta, porque las enfermeras del «Silent Hill» tienen cara de monstruo pero unos cuerpazos de infarto. Para eso necesitas una bata blanca (muy, muy, muy corta) y una cofia. Las llenas de mierda (para esto te la puedes poner cuando friegues la cocina y así te cunde el día, guapa) y hala, ya estás apañadita.

Fantasmas varios: De entre todos los mencionados, el de fantasma, quizás sea el más socorrido y versátil. ¿Por qué? pues por una razón muy sencilla: te da rienda suelta a sacar del baúl cualquier cosa que te apetezca. Que tienes un bonito vestido de época, pero  tus amigos son un poco sosainas y no les apetece vestirse de cortesanos de Luís XVI. Sin problema. Soy el espíritu de María Antonieta que vaga sin descanso en busca de una tienda de chinos en la que comprar Super-glu para pagarse la cabeza al cuerpo de nuevo.
Que no tienes ni repajolera idea de qué disfrazarte, pero te sobra ropa vieja del gimnasio. Nada, Nada. Eres un pobre incauto al que no avisaron de los posibles efectos secundarios de las posturitas avanzadas de la clase de pilates. Todo rematado con un poquito de maquillaje, por aquello de la palidez post mortem, y a tirar.

Momia: Este presenta algunos inconvenientes aunque también grandes ventajas. Es la última frontera. No necesitas ropa, ni maquillaje, ni peinado. Nadie tiene porque ver tus ojeras o granos, o incluso a ti misma. Solo necesitas muchos rollos de papel higiénico, paciencia, y a enroscar se ha dicho. Eso sí, no te quejes si algún perrillo por la calle se encapricha de ti y decide tirar de tus vendas (recomendable llevar en el bolso un par de rollos de repuesto).Y a disfrutar.

Ya cualquier otra cosa es salirse del contexto festivo. Hay mejores ocasiones para sacar la combinación de doncella francesa, el atuendo de gatita mimosa o eso de cuero y hebillas que no tapa nada y no sabes muy bien para qué sirve (bueno, sí lo sabes, sí).
Todo esto para que las almas de los muertos que rondan la mágica noche del 31 de octubre no se te lleven. Porque diréis: Con eso que dices que nos pongamos no das miedo.
¿Qué no? Esperaos a que me termine la tercera copa y me decís si doy miedo o no.
Feliz Halloween nenas y nenes.




Mañana, muchos sustos con Regina Roman. La Mota Rosa sin maquillaje, sin peinar y sin depilar ¡Espantoso!