Hay algo
entre gracioso y trágico en el tiempo. Hablo del pasado, de los días que ya
fueron, de ayer por la tarde, de hace dos años a las tres de
madrugada, de mañana cuando pensemos en este preciso instante. Porque somos amantes de los
recuerdos y poco importa si de los malos o buenos. Fotografías, objetos que traen a la memoria un
acontecimiento, o a alguien en concreto, incluso, que evoque nada en especial.
Somos
amantes de rememorar y arrepentirnos del tiempo vivido. Nos gusta la
sensación en el fondo del pecho y en la punta de la lengua cuando
pensamos “en aquel momento”. Está en nuestra naturaleza.
Y no, no
hay excepciones. Es fácil utilizar dichos y frases hechas, “no
miro al pasado”,
“vivo el presente”, “a mí solo me afecta el ahora”. Mentira. Somos infieles a nosotros mismos a diario, nos engañamos con pensamientos positivistas y miradas a un futuro en ocasiones cercano cuando sabemos, muy en el fondo, que esa vocecilla que callamos nos está gritando a todo pulmón que “¡eso, no lo vas a olvidar en tu vida!”. Y sabes que es así. Te frustras, te sientes impotente, y acabas repasando detalle a detalle, ya sea con el amago de reconstruir los hechos o simplemente para intentar encontrar una salida y deshacerte de los recuerdos.
“vivo el presente”, “a mí solo me afecta el ahora”. Mentira. Somos infieles a nosotros mismos a diario, nos engañamos con pensamientos positivistas y miradas a un futuro en ocasiones cercano cuando sabemos, muy en el fondo, que esa vocecilla que callamos nos está gritando a todo pulmón que “¡eso, no lo vas a olvidar en tu vida!”. Y sabes que es así. Te frustras, te sientes impotente, y acabas repasando detalle a detalle, ya sea con el amago de reconstruir los hechos o simplemente para intentar encontrar una salida y deshacerte de los recuerdos.
El
problema es que no lo harás. Si algo te ha
marcado lo suficiente como para obligarte a intentar olvidarlo a toda
costa, es porque, pase el tiempo que sea, lo vas a recordar. Siempre.
Y cuando menos te lo espere.
Nos
amargamos a diario con pensamientos que no llevan a parte alguna.
Imaginando desenlaces diferentes a algo que ocurrió
hace mucho, como si con ello pudieras disminuir el dolor. ¡No
lo harás! ¡Asúmelo! Y entonces, entre tantas maneras de auto infligirnos la pena, nos gustan las
fotografías. Enmascarar esos acontecimientos y desastrosas
desdichas con algo hermoso, un recuerdo del pasado feliz y con
colores, o en ocasiones monocromáticas. Lo necesitamos. Es ley
de vida. Sustituir una cosa por otra. Seguir hacia delante con el
bagaje vacío, ya sabes que no es una salida.
Nos
arrepentimos más que nos alegramos de nuestras
actos pasados. No lo hagas, no intentes disimular y pensar
que eso no va contigo. Hecha las cuentas. Míralo bien, y di si de
verdad puedes afirmar que tomaste más buenas que malas
decisiones. Ya sabes la respuesta. Yo la sé. Y ahora, ya
puedes martirizarte pensando en los “y si” que no llevarán
a parte alguna.
Porque
no solo está en el pasado lo de hace ahora año y medio,
lo de esta mañana o cinco meses..., lo está cada maldito segundo. Están los quince minutos que han pasado desde
que empiezas a hacer algo, desde que empecé a escribir esto.
Tan solo una manera más de, mientras pones letras, recordar
miles de cosas que te gustarían poder cambiar mientras de
tragas a palo seco los “y si” que sabes que no podrás
nunca probar en realidad. No se puede deshacer lo que ya está
hecho. Puedes intentar remediar, pero solo será un asqueroso y
maltrecho parche. Solo una venda que cubre la herida que en realidad no quieres que cicatrice. Una manera más de cerrar los ojos.
Y para eso, cuando peor estás, lo mejor, es sacarte una fotografía sonriendo. La miras, observas la fecha, y puede
que, con suerte, deje las verdades ocultas en el cajón
de cosas que te gustaría, con todas tus fuerzas, olvidar.
Ahí
está la belleza, entre tantas, de escribirlo. Escribir un
final alternativo. Lo puedes borrar. Cambiar puntos y comas, repasar
las tabulaciones, incluso escupir en un diálogo. No todo tiene
tantos colores como solemos pintarlos, pero si los ponemos, se hace
más llevadero.
Te
arrepientes a diario de cosas que ya fueron y no podrás,
escúchame, ¡no podrás cambiar! Es lo que hay. Si
lo hiciste, hecho está, ¿recuerdas? Pero lo peor de
todo, son las palabras dichas. Puedes retirar lo dicho, puedes repetir miles de disculpas. Una vez salió de tu boca o de tu teclado,
olvídalo. Ya no puedes dar marcha atrás. Porque te
arrepentirás de ello, pero la otra cara de la moneda, esa que
vivió ese momento del pasado contigo, en el fondo, nunca lo
olvidará. Recordará tus palabras, y será para
ella, un momento más al que darle vueltas en círculos para llegar siempre al mismo lugar. Con el
mismo sabor amargo en la garganta.
Te
encierras entonces. Qué mejor que retozar en su tu propio
dolor y dejar todo lo demás. Herirte a ti mismo repasando,
reviviendo, repitiendo en tu cabeza las escenas que hace
mucho ya convertiste en una película con saltos, que si no se
repite por sí sola, ya te encargarás tú de que lo haga para así seguir sufriendo. ¿No?
¿No es eso lo que más nos gusta? Anda, corre, ¡hazte
una fotografía! No vaya ser que tu cabeza se olvide por un
instante y tus ojos se la tengan que recordar.
El
pasado en el pasado está. Pero corresponde a nosotros el
obviarlo y seguir adelante. Está en nosotros el pensar en ello
como algo que no volverá, o darle miles de inútiles
vueltas a la tortilla gigante de mierda fabricada con una pizca
de sal y otra de amargura.
Al
final, te consumirás. Los recuerdos se destiñen, como
todo lo demás. En ocasiones te pillarás pidiendo a
alguien que te ayude a recordarlo. O mirarás una jodida foto.
Eso también ayuda. Te alejarás de las pocas sonrisas
que te brindan la vida. No os confundáis, sonreír es fácil, yo
hablo de hacerlo de verdad. De sonreír con los los labios y
dientes mientras lo haces también con el corazón. Esa
clase de alegría no ocurre ni por asomo todos los días.
Y mientras te dedicas a repasar todo lo malo que has vivido, vas
amarillando miradas y menospreciando detalles que, fugaces y casi
inapreciables, te hubiesen devuelto la alegría.
Hace
mucho me encerré en un cajón conmigo misma. Encerré
allí a mis gemelas. Y con ellas, miles de sonrisas. Ahora lo miro, sí, al grácil y tortuoso pasado, y sé que no vale de
nada pensar en qué hubiese ocurrido. Si quiero
que realmente quede atrás, al menos dentro de mí, solo
hay una salida.
Lo
siento. Vosotras lo sabéis. Yo lo sé. Y no hay más
vueltas que darle que seguir con la vida. Sin fotografías. Los mejores recuerdos, los que no hieren, son los que a menudo tenemos que esforzarnos en buscar. Y si te paras un momento, tan solo un par de minutos para intentar pensar "en aquello tan bueno", os lo prometo, puede que no cure las heridas, pero soplarás sobre ellas como lo haría una madre cariñosa, y por un segundo, ya no dolerá sin cesar.
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ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh pero qué BONITO!!!!! Profundo, real, sincero, ¡¡¡qué biennn tenerte aquí!!! te quieroooo amore.
ResponderEliminarVerdades como puños. Esta entrada me ha llegado especialmente, porque todos sucumbimos a los deseos del tiempo mientras dejamos que el pasado revolotee por nuestro tejado. Benedetti dijo: "El pasado está tan lleno de memoria que nadie puede, aunque quiera, olvidar.
ResponderEliminarEnhorabuena porque he sentido cada palabra, cada frase y cada párrafo ^_^
No sé qué narices pasa desde la tablet, pero no me dejaba. Un soplido...que arrope y alivie. Un beso de nuevo amiga
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