martes, 9 de julio de 2013

From my blonde mind: La delgada línea roja.


Vivir es algo que hace cualquiera. La prueba de ello es que el mundo está lleno de seres vivos (como el nabo)  y la historia plagada de testimonios que dan fe de que esto no es una novedad. Sin embargo, la diferencia entre solo respirar y seguir adelante o ir un paso más allá al tratar de que nuestra existencia sea algo satisfactorio y placentero, puede significar un abismo. Uno tal como el que puede separar una vida feliz de una desgraciada. Imagino, aunque esto es una suposición, que todo el mundo aspira a alcanzar la primera opción y dejar de lado, no sin alivio,  la segunda.

Bueno pues si esto es así,  ¿Qué es lo que nos lo impide? Llevo ya algún tiempo enganchada a un libro cuyo título y también tema de estudio es la Inteligencia emocional, de Daniel Goleman. Dicho a voz de pronto suena quizás un poco extraño. En las últimas décadas se ha puesto mucho interés en medir el C.I. (coeficiente de inteligencia) como también en intentar calcular cuánto de biológico o de medioambiental podía haber en la incidencia de determinadas enfermedades de tipo mental o emocional así como en la tendencia a la violencia, el fracaso escolar y laboral o el deterioro de las relaciones íntimas.

Nada es un todo por sí mismo, excepto, tal vez, los casos más extremos, sino más bien la suma de factores que se van acumulando hasta que se convierten en una montaña de tales dimensiones que cuesta encontrar el hilo conductor capaz de explicarnos cuál es el principio y cuál el final. Una profesora de matemáticas que tuve cuando era pequeña, siempre utilizaba un ejemplo de lo más ilustrativo: « Enderezar un árbol torcido cuando está creciendo es fácil, basta con atarlo a una cañita y crecerá recto; en cambio, cuando  sea grande, podrás engancharlo a una viga de acero que te dará lo mismo, continuará igual de torcido».


Por suerte, aunque hay similitudes entre una planta y una persona, en algunos casos más que en otros, no son tan pronunciadas para que la metáfora se pueda aplicar al pie de la letra. Contamos con la ventaja de que el cerebro humano es mucho más plástico y está abierto a modificaciones durante todo el transcurso de nuestra vida, es decir, podemos aprender y modificar nuestros hábitos, nuestros sentimientos y nuestro comportamiento e incluso superar barreras que por autoconvencimiento considerábamos insalvables ( dentro de unos límites, no nos vayamos a pensar que podemos llegar a ser superman y nos atemos una toalla al cuello para intentar volar porque lo más seguro es que nos metamos una leche fina).En mi caso, pensar que evolucionar es posible me abre una puerta a la esperanza; quizás algún día no muy lejano consiga ser ordenada, o deje de comerme la cabeza por cosas estúpidas que a nadie le interesan, o pueda mirarme en el espejo de un probador sin sentir la mayoría de la veces ganas de huir despavorida.

La semana pasada mantuve varias conversaciones con distintos interlocutores acerca de temas diversos pero que, de alguna manera, dentro de mí, terminaron  todos relacionados.
En el primero, un hombre de unos cincuenta años afirmaba, con todo el conocimiento que le otorgan sus largos años de experiencia y su afición a la lectura, que los jóvenes de ahora eran muy poco trabajadores, con mucha tendencia a la frustración y poca a el esfuerzo y para ilustrarlo además usaba de referente a los  «Ni ni» .  Yo, que soy una tocacojones, podía estar de acuerdo hasta cierto punto, pero nunca del todo y esgrimí a mi favor a los que yo, en oposición a los tan mencionados  «Nini», he bautizado como «Y- y», aquellos que estudian y trabajan y tienen proyectos y ayudan en casa y se buscan las habichuelas como pueden etc., que, con toda sinceridad, no sé si serán los más abundantes, pero es de lo que yo más he visto o quizás en lo que más me he fijado. En todo caso, muchos o pocos, ahí están. Lo que me sirve también para recalcar la cantidad de matices que podemos encontrar si estamos abiertos a observarlos.

La segunda conversación fue con alguien muy cercano a mí y me ayudó a entender de qué manera nuestras acciones pueden calar en el resto de personas. No ya las grandes y ostentosas, sino también las pequeñas de la vida cotidiana, una palabra dicha en un mal tono, un comentario bienintencionado usado en un momento erróneo, la omisión de ayuda cuando es solicitada  de una manera sutil, o ,por el contrario, la saturación de alguien que  se encuentra en el límite de su resistencia.

La empatía es algo complicado. Porque tendemos a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el nuestro; además somos una compleja maraña de sensibilidades prestas a ser heridas y a devolver el golpe de lo que creemos un ataque injusto y gratuito, muchas de las veces sin fundamento real. Así conseguimos hacer un poco más difícil nuestra existencia con enrevesados argumentos mentales de si Fulano ha hecho esto para molestarme, pues entonces, yo se lo devuelvo de esta otra manera y se puede continuar hasta el infinito y más allá. Nuestros antepasados tuvieron sus neuras y nosotros arrastramos las nuestras propias y alguna que otra heredada.
La tolerancia a la frustración, tanto como el verdadero y genuino amor por nosotros mismos, es un tema que deberíamos haber aprendido a una edad temprana, para después, de mayores, ser personas capaces de enfrentarnos de manera resolutiva y optimista a los contratiempos de la vida, sin embargo, para la mayoría esto es una quimera tal como mantener en la edad adulta la creencia de que los reyes magos existen. El niño cree a pie juntillas durante su infancia que los padres son una especie de seres divinos todopoderosos capaces de resolver casi cualquier problema u obtener todas las respuestas. Cuando crecemos, no obstante, nos percatamos de que son tan humanos y limitados como nosotros mismos y que en realidad han hecho lo que han podido con las circunstancias que les han tocado vivir, tragándose su propia dosis de desengaño y tristeza, mientras intentaban encontrar como nosotros, como todos, su propio camino en el filo de una navaja que es la incertidumbre de no saber si nuestros empeños obtendrán el resultado que deseamos. Siempre tras la búsqueda de algo mejor  en medio de la delgada línea roja que separa el éxito del fracaso.


Que estamos un poco dispersas en verano, pero seguimos publicando, a ratos a trozos, todas sudás, pero acordándonos de vosotros.
Playa o montaña, pasarlo bien, nenes y nenas. ;)


2 comentarios:

  1. Pues no me ha parecido nada disperso. La inteligencia emocional es algo que me afecta, por profesión y porque desde que mi chico asiste he notado cambios en él y en mí.
    Hoy me dejas sin palabras. Sólo leo, y aprendo.
    Así da gusto

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  2. Uy, cuantas cosas en tan corto texto, todas muy interesantes y con las que concuerdo. Por destacar, diría que en los humanos es un poco más "fácil" reorganizar y cambiar sus vidas que en un árbol crecido, la gente no cambia, cierto, pero se puede intentar mejorar, o esa esperanza tengo yo en la humanidad. Los ninis... bueno, lo de meter a todo el mundo en el mismo saco, generalizar con una edad, procedencia o lo que sea, no es nada inteligente, ni todos los jóvenes son unos descarriados inservibles, ni todos los ancianos son unos ejemplos a seguir. Y en el caso de la empatía, pues creo que la mejor manera para no tener problemas es ir directamente al problema y afrontarlo, si algo no te gusta, no des voces en la calle para llamar la atención de gente que no le interesa una mierda o que, probablemente, malinterprete tus palabras, aclara las cosas desde dentro y seguro que la situación no irá a más lejos, incluso te des cuenta de que el problema en cuestión no era tan grande como pensaste en un principio. Mirarse el ombligo de vez en cuando es un ejercicio que deberíamos hacer todos antes de mirar el de los demás.
    Buena entrada, bien expuesta y como siempre, impecable, rubia!!!

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