Dices tú de mili...
Hoy
he abierto una galleta al azar y me he quedado con el mensaje que traía. Nada
de manipular el destino, nada de escribir lo que me da la gana. Además, como
después de lo de la semana pasada estaba un poco muerta se la vergüenza, sabed
que la lata roja está en su sitio dentro del armario del desayuno, que he
limpiado la mesa de migas y que he cumplido con todas mis tareas antes de ponerme con la entrada de
esta semana.
La
cuestión es que tengo que empezar por mi primer viaje a parís para que
comprendáis la profundidad de esto que me sucedió el otro día. La primera vez
que viajé a mi ciudad favorita (entonces lo era: joven, quiero decir), lo hice
sola. Había planeado reunirme allí con el hombre de mis sueños, cosa que no
sucedió. A cambio viajé mucho en metro. Mi primer metro…
El
metro de París comparte con la parte más antigua de Madrid la cosa del
alicatado blanco, la suciedad y las aglomeraciones. También comparte una
superpoblación de gente que canta, vende cosas o pide dinero. Y uno de esos me pilló con las defensas bajas.
Corría el 96, así que yo tenía 22 añitos. Él debía de tener 15. Eso sí, muy
bien aprovechados. Vendía rosas en el metro y se empeñó en que le comprase un
par. Y yo no, y él que sí, y yo que no y él que sí… Hasta que me hizo entender
que me las regalaba.
¿Qué
hice yo? Cogerlas.
¿Qué
hizo él?
Seguirme
por todo el metro hasta que me paré en una intersección porque aquello es para
ratas de laboratorio de las listas. Además una cosa que el metro de París no
comparte con el de Madrid es que todo está en Francés y yo el francés no lo
hablo, no… Si acaso… Bueno, que el muchacho me alcanzó, me cogió de la muñeca,
me empujó contra el alicatado blanco, se me echó encima y me dio un morreo de
padre y muy señor mío.
Cara
de imbécil total hasta que reaccioné. Acabo de revisar el diario de la época y
no tiene ninguna referencia. Creo que sólo lo consigné en la correspondencia.
Bueno,
pues hace unos días venía de la oficina en metro. El madrileño, el que me sé de
memoria ya. Venía protegidísima –una aprende. Le cuesta, pero aprende-: ipod a
tope, lector de libros digitales y concentración exacerbada. Ni recuerdo lo que
leía. Total, que se me sienta un señor mayor al lado, le echa un ojo al lector
y me pregunta algo. Yo me quedo tal cual hasta que recuerdo que mi madre se
gastó una pasta en libros y todos los créditos de mi amor infantil a base de
recriminarme mis malos modos. Me quito el auricular y ahí empieza la odisea.
-
Eso se hace más grande ¿no?
-
¿Las letras?
-
Sí, para leer mejor.
-
Sí… bueno, en este caso concreto no por el formato…
Como
si al señor aquel le importase tanto así el formato de mis archivos. No. Aquel
había ido allí a hablar de su libro, no del mío. Y en su libro había un chaval
listísimo, criado en el campo con un problema en las pestañas: al parecer había
nacido con unas pestañas como cerdas de porcino que se le clavaban en los
párpados y entonces se le infectaban los ojos. Una delicia de conversación que
no comprendo demasiado bien cómo pasó de eso al hecho de que es mejor no pedir
cosas prestadas.
Una
vez este señor le pidió un libro de la escuela a un compañero para poder
copiarlo y estudiar, porque sus padres no podían pagarle los libros. Pero él
sabía que aunque se lo había dejado, el muchacho no estaba conforme con le
préstamo, así que se aplicó en la copia tanto como pudo. Y bien que hizo,
porque el otro se plantó en su casa a los cuatro días para pedirle el libro de
vuelta. Menos mal que nuestro señor del metro tenía una memoria prodigiosa y,
no solo copio el libro completo, sino que además se lo aprendió de
memorieta. A esas alturas mi Tablet
había entrado en estado de hibernación y del ipod ni me acordaba.
- ¿Y
hasta donde vas, maja?
¿Qué
hice yo? Contestar la verdad.
¿Qué
hizo él? Acompañarme todo el camino.
Pero
esto es bueno, ya lo decían las galletas. Y lo que unen las galletas que no lo
separe el hombre. Durante diez o doce paradas tuve la oportunidad de
enterarme de una cosa que pasaba hacia
el final de la dictadura franquista; a saber, la Costa del Sol se llenaba de
suecas que, en contra de la opinión popular, venían aquí con sus maridos. No les interesaba en absoluto liarse con los
machos ibéricos. No. Ellas salían por la
noche cubiertas apenas por unos escasísimos vestidos de gasa (todas ellas, que
ya me imagino que Torremolinos debía de ser como el Olympo, todo lleno de
señoritas con minitogas de seda blanca y cintas doradas en la frente) y sin
ropa interior –ahí al caballero le resbala la mirada hasta mi escote-. Y las muy
guarras salían a bailar con los españoles mientras los maridos se quedaban en
las mesas mirando. Y luego se iban a
casa… ¡Con los maridos!
Las
diez paradas dieron para varios consejos sobre alimentación de los que el señor
me explicó que también servían para aumentar la potencia sexual y mucho más
contenido que quizá revele en otra ocasión, cuando la galleta lo requiera.
La
de hoy, por si aún os lo preguntáis, decía:
Pobre discípulo el que no deja atrás a su maestro… De donde se deduce
que, o en esta ocasión he aprendido de verdad a no hacer caso a la gente que se
me acerca en el metro, o a la tercera será de verdad la vencida.
No
quiero estar allí, nooooooooo
Y mañana, ya lo sabéis, Irene Comendador nos reune encima de los tacones ¡Allí todos u os las veréis conmigo!
Pues muy ilustrativo Ali, ya nos contarás la famosa receta para aumentar la potencia jajaja.
ResponderEliminarDesde luego, voy a tener que volver al metro porque a mi estas cosas no me pasaban jajaja
Besos y suerte con el griego (francés, griego...mmm vaya con las lenguas que elige la niña)
Hay chicas que irradiais algo, no se que son, si feromonas especiales o señales ultravioletas o ultralilas o del color que sea, que atraen especímenes humanoides de lo más curioso, personajes que el destino coloca allí para enseñaros cosas importantes. En tu caso parece que fue para decirte que si esperas que alguien te arrime a la pared y te de un morreo, debes olvidar el iPod y quedarte embelesada en el mapa del metro. Sobre el componente francés de lo que suceda no me pronuncio que este es un blog sin contenido sexual explícito.
ResponderEliminarPodría contaros lo que me ocurrió en el metro de Madrid pero no voy a hacerlo, pues lo tengo reservado para una novela. No es tan erótico como lo tuyo en París, pero es que la france es la france... Será el clima y tus divinos ojuelos encandiladores.
ResponderEliminarMuy buena entrada, amiga!!! Vuelve pronto!!
Muy interesantes, ambos viajes, cada uno con un punto muy distinto. La demolición del macho ibérico ha sido dolorosa...pero se veía venir xDD
ResponderEliminarMuy bueno Ali, como siempre!!! París esa ciudad del amor! Yo aún no he ido, así que ya he aprendido: aceptar rosas en el metro!!! Jijiji Se te echa de menos!!!!
ResponderEliminarJejeje hoy me ha pasado lo mismo esperando a que abrieran la farmacia!! Ains... XD
ResponderEliminarJajajajja, que bueno, si es que nuestra Ali, se mete en unos fregaos, pero mira, si no lo hicieras... ¿qué nos contarías? como cuecen los macarrones en la olla? jejejejej Vamos que para poder coger peces hay que mojarse, o eso era en otro sitio que lo tenía que decir? Bua, no me hagas mucho caso hoy que estoy como las maracas de Machín, toda decentrada jjejeje Me he reído mucho con el pobre hombre y me ha encantado ese beso furtivo tuyo, yo quiero que me pasen esas cosas!!!!!
ResponderEliminarUn beso cielo mío, eres lo mejor y tus galletas no digamos :D