lunes, 6 de mayo de 2013

From my blonde mind: Cosas que me gustan.




Hace tan solo un par de días tomaba café con un nene muy importante para mí. Llamémosle Pedro (nombre ficticio). Pedro degustaba con nostalgia una bamba de nata, bollo que suele pedir siempre que le asalta un ataque de gula. Yo le pregunté acerca de dicha predilección y, entonces me confesó que obedecía a un recuerdo, más bien un sentimiento, que le acompañaba desde la infancia. Cuando mi amigo era pequeño, su abuela, todos los domingos, le llevaba a una confitería y allí le compraba como un ritual la susodicha bamba de nata. ¿Por qué siempre lo mismo? Quise saber yo. Había muchas otras cosas donde elegir. Podría haber alternado con un pepito de chocolate o una palmera de vez en cuando para variar. Podía haber sido, pero no fue. El caso es que su abuela siempre le compraba lo mismo, además, ella, en su sabiduría y demagogia, alegaba que era lo mejor, y eso le hacía sentirse especial. Con el tiempo, sin embargo, Pedro un día descubrió que los motivos de la querida progenitora de su madre no eran tan considerados y que el ya mencionado pastel era de lo más económico de la carta.


- Bueno, pero ahora no tienes ese problema, eres adulto y puedes tomar tus propias decisiones. Arriésgate y toma algo diferente e incluso tira la casa por la ventana; pídete lo más caro, solo para darte el gusto.- Le reté.

- Demasiado tarde, So. No hay nada en la vitrina expositora que me atraiga la mitad de lo que lo hace mi bamba de nata. Quizás los otros postres estén más buenos o sean más sofisticados, pero no poseen la capacidad de evocar el pasado de la misma manera, de hacerme sentir un niño en cada bocado. Además, ¿lo que has encargado al camarero no es tu trufa de chocolate de siempre?

Touché, tocado y hundido.

 Lo malo de intentar provocar a amigos íntimos es que te conocen casi mejor que tú misma y corres el riesgo de que la pelota te rebote. Hay argumentos contra los que uno no puede competir. Menos aun cuando los entiende y los comparte. No en vano, y él lo sabía, a mí me encanta hacer un estudio comparativo en todas las pastelerías acerca de las trufas, y mi criterio no es en absoluto objetivo, llevo ya una idea preconcebida acerca de cómo debe ser la trufa ideal, como si existiese un canon universal al que el resto de ellas debieran imitar. Conozco su aspecto, su consistencia y su sabor: debe ser oscura por dentro, empalagosa y muy, muy densa. No de esas que están hechas con nata y son de color clarito, suaves y ligeras que son una mierda. Porque yo, al igual que mi amigo, no buscó un dulce sino el dulce de mi niñez.


Hay cosas que son como son, simplemente nos gustan y ya está.

Entrados ya en materia, la conversación discurrió por el sendero de las cosas que nos provocaban placer. Mucho había llovido desde que este nene y yo nos conocimos y nuestras circunstancias habían cambiado, algunas para bien, otras para mal, pero ya no somos los chiquillos de entonces. Ahora ambos somos adultos, con bagaje a nuestras espaldas y una larga trayectoria en común. Más serenos, menos expectantes y, espero, un poco más sabios, quizás también con menos fe en el futuro, pero no por ello con menos ganas de tener proyectos y llevarlos a cabo.

-¿Con qué cosas disfrutas ahora?- Me preguntó.- Estamos mayores, nos hemos aburguesado y somos mucho más vagos. El dinero se ha convertido en un factor importante ¿verdad? Casi todo requiere de él.

-El dinero es importante, no lo voy a negar. Pero seguro que, si nos esforzamos, encontramos algo que no lo necesite.

Estrujé mi cabeza.

Por ejemplo a mí me encanta dar de comer a los patos, ver como vienen corriendo y abren el pico cuando yo les acerco un ganchito. Y los largos paseos por cualquier lugar, perdernos porque a pesar de todo nuestro sentido de la orientación sigue siendo una mierda y hacer de ello una aventura.

Cuando llueve y el día es tétrico y deprimente, quedarse calentito debajo de una manta y leer un buen libro o salir a la calle a pesar de todo y tomar café mientras esperamos a que amaine.

En primavera, con los primeros rayos del sol, es un placer sentarse en un banco muy quieto como una lagartija e ir descongelándote poco a poco al igual que un sapito que revive tras un crudo invierno y siente la existencia retornar a su ser.
Recorrer la ruta de mis parques favoritos: en la Quinta de los Molinos el florecimiento de los cerezos es espectacular; el Campo del Moro, en verano, es un oasis de verde frescor en medio del ardiente asfalto; el Parque del Oeste es inmenso y todavía se puede encontrar algún recodo desconocido; estudiar la fauna de la Casa de Campo es siempre entretenido.
Allí conviven, en relativa paz y armonía, los corretones y ciclistas, las prostitutas, sus chulos, los clientes y los mirones curiosos, los retenes, torretistas y demás trabajadores. Estos habituales de tales lares se conocen y se saludan, cada uno desde su pequeña parcela vital. A veces, incluso comparten un cigarro a modo de tregua e intercambian algún comentario acerca de sus respectivas vidas, un pequeño momento de convergencia que acaba tan pronto como se extingue el humo, después dan media vuelta y sin mirar atrás retornan a sus quehaceres.

De noche, Madrid se ilumina y los edificios adquieren una magia especial, nos recuerdan que es una ciudad llena de arte y de solera a la que no miramos con la atención debida porque la fuerza de la costumbre nos ha robado la capacidad de detenernos a contemplarla.
Quedar con amigos y familiares, sentir su presencia cerca, reírte con ellos de cualquier absurdidad, compartir con ellos las alegrías y las penas, tu vida y la suya es a la vez un placer, un deber y un privilegio.

-¿Qué opinas tú? Inquirí a Pedro con gesto escrutiñador.

Él me miró con una sonrisa y añadió:

 -Que tienes razón y que a pesar de todo seguimos siendo las mismas personas, más viejas y quizás vestidos de distinta forma, pero las cosas que nos gustan son las mismas que hace quince años. Algo debe permanecer de nuestra esencia primordial, o quizás sean los recuerdos que dan unidad y sentido a nuestra identidad, y retroalimenten nuestras experiencias pasadas y presentes. ¿Disfruto de lo que me hizo feliz antaño, o recuerdo con cariño del pasado lo que me complace ahora?

-No lo sé y es meterse en jardín demasiado metafísico, tan solo acepta y admite que hay cosas que te gustan, porque sí, y ya está. No le des más vueltas. Y ya se me enfriado el café con tanta charla ¡qué irónico! Hay hechos que no cambian, demos gracias por ello.

Pedro asintió con sus ojos castaños y me di cuenta de que en realidad lo que me gusta no es lo que hagamos o dejemos de hacer, es que lo sigamos haciendo juntos.







Que Di Estéfano se case demuestra que las leyendas nunca mueren, mañana tenéis aquí a la cuarentañera más espectacular, Regina Roman con su Mota Rosa.

1 comentario:

  1. Hoy me ha hecho sonreír especialmente. Será que estoy fuera de casa o que coincida en todo. Pero está noche me siento niño y echo de menos la compañía de los que han madurado conmigo. Gracias nena

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