lunes, 27 de mayo de 2013

From my blonde mind: Despertar como una princesa.

Hace ya casi quince días, de madrugada,  estaba leyendo El temor de un hombre sabio del Routhffus y me dio un flush. Que me diera no tiene nada que ver con el pobre Routhffus, que es muy entretenido, lo que pasa es que me di cuenta de que llevaba mucho tiempo delante del PC y eso bueno no puede ser. El flush es la forma bonita de decir  «venazo» así que salí de la cama y me enganché al móvil.  Al rato tenían un con quien y una maleta a medio hacer.  Nos plantamos en Atocha a esa hora en la que los pajaritos aún tienen legañas y en los bares solo hay barrenderos, azafatas y esos señores que no se sabe muy bien qué hacen pero que se enganchan al Soberano cuando las tragaperras todavía hacen gárgaras de despertarse.

Una de las cosas buenas de Madrid es que todos los caminos llegan hasta aquí, así que nos metimos en el primer tren que vimos abierto para disfrutar de la bonita experiencia que es viajar sobre las vías viendo el paisaje. Se nos acabó pronto la peseta, en menos de cuarenta y cinco minutos  llegamos a lo que era el final de esa línea. Me coloqué mis flamantes ray-ban nuevas para leer el cartel del nombre de la estación  y leí acojonada:
Cuenca.

Luego corrí al baño de la estación, que es salir de casa y es estar una licuándose con ansia viva.
Cuenca. ¿Qué coño hago yo en cuenca a las 7:30 de la mañana?
Cuenca no es un destino, en todo caso es un lugar de paso. Conozco una rubia que tiene raíces por ahí pero nunca me ha contado mucho sobre la ciudad. Una vez meada, pensé qué sabía yo de Cuenca y la respuesta que me dio my blonde mind fue que lo que sabía era que soy una paleta de Madrid. Que solo recordaba Casas Colgantes, Ciudad Encantada y zarajo.

Cuenca, la nueva, el llano, es muy fea, pero fea de narices. Con aire de ciudad provinciana que da asco pena y en la que los comercios cierran a la hora de comer aunque sean de cadena multinacional. La gente conduce muy despacito y todavía hay carteles en los que pone «ultramarinos».
Pero hay otra Cuenca. Está encaramada en un risco, donde estaba la auténtica Cuenca. Llegar hasta ella se puede hacer de dos maneras: la normal que es cogiendo el autobús de la línea 1 o 2 y que te planta en el Castillo en diez minutos de curvas y vericuetos, o la cojonuda que es la que te permite ir fumando y arrastrando el troley hasta que te das cuenta que para subir al centro histórico es necesario trepar cual lagartija por calles de empedrado medieval. Esto es muy bueno para el culo y muy malo para el hombro de arrastre, además el cigarro se te hace largo.

Lo primero de lo que te percatas en la Cuenca verdadera es que el que la hizo era gilipollas o era un genio. La ciudad está torcida, pero torcida de no poder llevar tacones. Está torcida por todos los lados, mires donde mires hay cuestas y escaleras y siempre, siempre van hacia arriba. Cualquier camino que tomes termina en el tajo, una caída de unos treinta cuatro metros (con más o menos botes). Lo segundo  que  adviertes es que no hay hoteles, hay hostales.
He tenido experiencias muy complicadas en hostales, he pasado noches de mucho miedo y repulsión en hostales e incluso en hoteles de unos, dos o tres luceros. Recuerdo uno en Toledo en el que me tenía que pelear por la manta con una cucaracha y la cabrona jugaba en casa.
Con miedito entramos en el hostal San Martin y escuché en mi interior: «Paleta de Madrid, paleta de Madrid.» Porque el hostal San Martín es una chulada de maderas, pantallas de plasma, cerámica y cristal metida en el cascaron del siglo XV que es el edificio remodelado de arriba abajo. No nos quedamos allí, nos ofrecieron ir a la Hostelería de Cuenca que quedaba un poco más arriba, nos iba a gustar más y valía el doble. Con esto último no hubo problemas porque nos dejaron las habitaciones al mismo precio.

La Hostelería de Cuenca tiene una sobria  fachada a pie de calle (en cuesta)  que no te prepara para un interior cálido, funcional, elegante y de auténtico lujo. Sus tres plantas son  un laberinto de escaleras y rincones  chulísimos en la que te meten un aljibe del siglo X al lado de un rincón de lectura con wifi y la biblioteca de literatura universal de la colección de El País.
María (que de la misma Cuenca no es por el acentazo y porque tiene un porte de curranta soviética del metal que mola un montón) es un encanto de mujer que gestiona el local ella sola y que realiza todas las funciones teniéndolo todo como los chorros del oro y siendo un cielo de nena. Nos dio de desayunar bollería variada, tostadas con tomate y aceite, mermeladas y mantequilla, zumo de naranja natural y café. Luego nos registró y nos dio a elegir habitación. Cada habitación es distinta (porque en Cuenca las líneas rectas son un pecado), pero todas están puestas con un buen gusto personal que se agradece mucho después de haber visto mil cuartos de renta decorados todos con muebles de Ikea. Cuando me abrió la tercera me enamoré. La suite tiene unos veinte metros cuadrados (baño completo con hidromasaje aparte) un pequeño balconcito que da a la calle San Pedro y una cama kingsize con estructura de madera de teca de cuatro soportes cruzados de los que cuelga un dosel.
Eso negro es mi bolso, mú propio :P

Yo soy mucho de cama con  dosel. Me reí como una tonta  mientras pensaba cómo meter aquel mueble en el bolso (por el recuerdo y eso).
Una vez instaladas buscamos la oficina de Turismo del Consistorio, esta está en la Plaza Mayor, debajo del Ayuntamiento que está encamarado en un pasaje a la entrada de la propia plaza.
Allí conocimos a Guillermo que es un guía oficial (nada de imitación china) de la ciudad, que lo pone en una etiqueta de identificación que se colocó tres veces mal. Guillermo vale su peso en oro, se sabe todo lo del mundo sobre la ciudad, historia, economía, leyendas, clima, arquitectura, sitios para comer, con quién anda la nena del panadero…

La visita al casco histórico dura dos horas pero él nos regaló una más en la que nos habló de la fundación musulmana  de la ciudad, de su toma por Alfonso VIII en el siglo X, del crisol de culturas que fue,  de la mesta de la lana y su poder en el siglo XIV, de la capacidad económica del cabildo ante un ayuntamiento en quiebra técnica desde el siglo XII pero con el tercer patrimonio forestal a nivel mundial. Nos contó que Cuenca no podía crecer a causa de su situación geográfica así que fue una de las ciudades medievales más pobladas del mundo. En pleno siglo XIII tenía casas particulares de catorce plantas, no eran rascacielos porque siete y ocho estaban por debajo del nivel del suelo y ancladas a la roca. La catedral de Cuenca es del siglo XII, es de estilo gótico primitivo lo que es imposible. A ver, posible es porque el tocón está ahí, pero por fechas y geografía una «Notredame» en miniatura no puede estar ahí encaramada. Esto trae de cabeza a franceses, ingleses y alemanes que, claro, tiran de que fue gracias a Leonor de Aquitania que esta pieza existe.

Cuenca fue una ciudad condenada a entenderse dentro de sus murallas, las guerrillas entre familias acomodadas era frecuentes y por eso las fachadas y portales recuerdan más a fortalezas que a palacios. Había fusileras en cada esquina y se utilizaba la daga pues lo estrecho de las vías no permitía el uso de la espada.

Con todo esto terminó Isabel la Católica, (no la Jenner, no , la Isa buena, buena, que debía ser fina) que hizo abrir las casas para que ninguno se le pusiera farruco y desmontó el castillo del que solo queda el parapeto exterior que quedo como muro de defensa de la ciudad. El contrapeso primigenia  de esta construcción, la alcazaba, está siendo ahora desenterrada pero solo quedan ruinas. Guillermo nos contó que Cuenca no tiene patrimonio arqueológico porque allí no hay manera humana de enterrar nada, el suelo es roca viva así que hay sillares y muros y columnas que están ahí desde el siglo XI.
Esto hace que se encuentren marcas de batallas, duelos y guerras en las paredes. Cuenca resistió con tan solo seiscientos hombres el asalto del ejercito Carlista en. Los carlistas perdieron tres mil efectivos. La sangre subía hasta los tejados. Solo había una forma de tomar la ciudad y era avanzando por la calle san Pedro, cuesta arriba, con un ancho de poco más de cinco metros. La resistencia iba dinamitando las fachadas creando al instante barricadas que flanqueaban cañones. Debió ser una matanza de pollos. Se terminó cuando uno de los cañones, recalentados, reventó. He tocado  la muesca que hizo en la piedra.
La guerra de la Independencia y el Empecinado marcaron la ciudad con sangre francesa y la Guerra Civil unió la Cuenca subterránea de sótanos particulares con refugios antiaéreos. De estos últimos hay uno visitable que impresiona.

El centro está plagado de monjas  (la urbe llegó a tener treinta cuatro conventos en un espacio de cuatro manzanas) entre ellas las adoratrices de Cristo que dan poquito de miedo vestidas de blanco y con velo. También tiene dos seminarios. Gritar «guapo, tiarrón» a un nene que va a jurar los votos es siempre divertido.
El museo de arte contemporáneo merece ser visitado simplemente por ver la laberíntica distribución del inmueble. Lo de dentro ya… el otro museo anacrónico con el resto, es el de la Ciencia. Es muy divertido, el nuevo concepto de museo este de educación interactiva, repleto de paneles táctiles, exposiciones que puedes tocar y recreaciones curiosas. Hay maquinaria renacentista a tamaño gigante, una réplica de un  módulo de la estación espacial y un pollo dinosaurio.
Para comer está muy bien El Secreto, donde saben preparar la carne, pero las terrazas de la Plaza Mayor son más asequibles y valen. Más allá del Castillo, en una zona que se ve de urbanización moderna está La Parada, que tiene precios de barrió y cocina maja. Las tapas son muy apañadas, no merece bajar al llano para comer.
Al fondo a la derecha estoy yo haciendo topless, que había salido el sol.

La gente con la que he tratado allí me ha parecido majísima, con unos conocimientos y profesionalidad que se salen del negocio del turismo y se meten en la vocación de estudio y divulgación. Muy, muy de agradecer.
Destino céntrico, alojamientos maravillosos, los accesos a los lugares son gratuitos con carnet de facultad  o a precios asequibles, en general todo es barato y no está masificado.
Me dejo unas quince mil palabras por contar y me tuve que dejar mi cama con dosel de princesa.

Necesitaba  reencontrarme con la antigua piedra para poder seguir  tecleando en moderno plástico. Ahora quiero más.
Es la jodida canción del camino que se te mete en las venas. 
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Vosotros también queréis más y lo tenéis mañana con Regina Roman que trae la Mota Rosa, y recién pasada por la pelu. No ha colgado fotos así que lo mismo se ha hecho un cristo.



5 comentarios:

  1. Pero lo tuyo ya es de órdago eh?
    Madre mía, que ganas de ir a ver Cuenca me han dado, no me extraña que hayas hecho amigos, tanto la señora del hostal como el de la oficina de turismo, y deja a los pobres chicos que van a jurar sus votos, que bastante tienen con lo que tiene ¬¬
    A la próxima me avisas y nos llevamos la cama juntas, entre dos seguro podemos ^^
    La Regina se ha hecho un moño italiano para ocultar los trasquilones de la coronilla, que lo sé yo, pero no le digas nada que luego se nos emfada :P
    Besos rubiaaaaaaaa!!!!!!!!!!1

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  2. Pues se agradece la lección de historia y la crónica de un buen sitio donde parar. Aunque eso de un flush a las 5 de madrugada no creo que me pase. ¿Se puede todavía subir uno a un tren sin saber destino ni pasar por caja antes?...si es que salgo poco y parezco de otro siglo.
    Lo que sí me he apuntado es lo de no llevarme tacones ;)

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  3. Tengo una duda: Si pasas la noche en Cuenca, como te pueden poner "mirando pa Cuenca"? XD

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  4. La del topless del fondo a la derecha eras tú? Anda, pues entonces sí que te conozco... Estuve por allí hace poco. Ya pondré las fotos de prueba (no, tranquila, las que te hice a ti no las pongo, esas me las guardo...)

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  5. me vas a llevar? joooo yo quiero!!!

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