miércoles, 1 de mayo de 2013

Galletas de la suerte - Trapos


A veces pasa: A veces te metes en una tienda de ropa y una dependienta se acerca a preguntar si puede ayudarte. A veces, la mayoría, contestas que no. Total, es poco probable que compres nada, lo que quieres es matar el tiempo mientras esperas a alguien o enterarte de qué van a llevar las demás esa temporada. Tú estás en medio de una dieta o puede que apática. O, cosas más raras se han visto, encantada con tu fondo de armario y concienciada de que el consumismo es una lacra y el síndrome de Diógenes una amenaza mucho más seria de lo que parecía hace un par de películas. 

En menos ocasiones le dices a la chica que te sonríe con todo el rouge que sí, que necesitas ayuda. Y entonces comienza el show. Para empezar, ellas esperan que digas que no y continuar así con su labor de cuelgue de perchas y distribución mágica de prendas. Pero has dicho que sí, que necesitas ayuda. Eso las coloca en la tesitura de seguir estirando el carmín, escucharte y hacer como se saben la respuesta. Porque una cosa es que tú te acerques por tu propio pie a una de esas señoritas para preguntar si en los veinte o treinta metros cuadrados que constituyen su reino vive una prenda concreta. Eso no las compromete más que a soltarte que si no está ahí es que no está. El ser humano de compras que no sabe eso, es que ha comprado poco. Pero si ellas son las primeras en entablar contacto, la cosa cambia.

Y en estas me encontré yo el otro día, ya en el probador, con mis vaqueros pegados a las posaderas, contorsionándome porque la opinión de Emilio es que no hay culo grande, lo que me obliga a ponderar el aspecto del mío con cierta mesura, no vayamos a terminar comprando pantalones con implantes y cantando salsa sobre unas plataformas imposibles. 

- ¿Te gusta cómo te quedan? Igual te parecen apretados.

Yo, que había cogido una talla más de lo que necesito porque estoy harta de marcar más que un fluorescente, le contesté que no, que estaba muy cómoda, pero que no me convencía el color. Le pedí que me trajera un par más claros, unos negros y otros con otro corte de pierna. La chica, encantadora, me los trajo todos, me explicó la diferencia entre ellos y se desentendió de mi espectáculo ante el espejo. Emilio se desentendió también. Para eso se han hecho los smartphones: para que los novios vayan contigo de compras sin posibilidad de desesperación.

Al final me llevé el par que me había probado primero, di las gracias a la dependienta y me marché de allí razonablemente contenta. Y eso que la mujer había sugerido que me veía embutida. Estaría yo benevolente, no sé.

¡Qué narices! Claro que sé. Lo que sucedió es que, antes de encontrarme al cuervo blanco de las dependientas de textil en España, había estado en un Zara. Un zara de una sola planta en el que pululaban al menos seis dependientes: cinco chicas y un chico. Y ahí mi método de caza del vaquero perfecto había sido el que mencionaba como infructuoso unas líneas más arriba. Tenía cierta prisa, sabía lo que quería y creía que era sencillo. Culpa mía: nunca subestimes la complejidad del shopping.



Primera dependienta del Zara (en adelante PDZ. La segunda será SDZ, etc)

PDZ- ¿Pero los quieres de esta sección?

ALICIA- Pues me da igual. Los quiero rectos o con un poco de campana.

PDZ- Casi ve a mujer, aquí son todos pitillo.

SDZ- ¿Los buscas en mujer? Yo creo que igual en joven. Mira, pregunta a mi compañero.

ALICIA - ¿Pero no sabes si los hay?

SDZ- Es que mi departamento es ese

Entendámonos, toda la tienda era como dos veces mi casa. Máximo dos y media, o sea, no llegaba a doscientos metros cuadrados. De todas maneras no discutiré la capacidad cognitiva de la dependienta 1 ni de la 2. Me consta que no se trata de eso, sino de lo que viene a ser no tener ganas. Y me consta porque sé que las trabajadoras del ramo son las primeras en conocer al dedillo el género, que para eso tienen descuentos en la tienda y es ahí donde compran regalos a porrillo para amigas y familiares. Y no las acuso de nada, conste. Son muchas horas de pie soportando a personas indecisas, tocapelotas y demás tonterías asociadas a la compra compulsiva. A ver por qué iban a tratarme a mí como a un ser diferente. No señor, el cliente es un tarado y yo no iba a ser menos.

Así las cosas, resignada a no encontrar vaqueros jamás porque ya me lo había dicho el Vogue de septiembre (suelo comprar el de septiembre y el de mayo, por el cambio de estación y porque el contenido del resto es una repetición extenuante de lo dicho esos dos meses y, además, tampoco le hago mayor caso): me había informado de que podía hacer acopio de pantalones anchos antes de Navidad porque después sería más difícil que lo de la aguja y el pajar. Eso sí, de lo que no advertía la revista era de lo que encontré a continuación:

ALICIA- Buenos días, estoy buscando unos vaqueros boot cut (pronunciación estupenda, que se vean mis dos años en Londres. O que se oigan.).

DMZ (Dependiente masculino de Zara. Y Gay, debo decir): ¿Disculpa? ¿Butqué?

ALICIA – Boot cut, con corte ligeramente acampanado… Como los que llevo puestos pero nuevos.

DMZ(YG) – Perdona, es que no sabía lo que era. No, no tenemos ¿Has mirado en mujer y en TFR?

Ríete del vuelva usted mañana funcionarial. Y ríete de la eficiencia y la sofisticación. Ahí lo tenéis: un dependiente de una tienda de moda de la que ha copiado el escaparatismo de Loewe que no conoce los nombres de los cortes de pantalón. Yo no podía bajar las cejas de la estratosfera, Emilio me cogió de la mano y salimos de allí. Él aliviado porque a mí no me había dado un patatús y yo víctima del patatús. De uno discreto y callado.

Debe de ser la situación peor de lo que la percibo cuando en todos los gremios se cuecen las mismas habas. Al menos antes podías fiarte de que las dependientas conocían su género, de que los agentes de viajes manejaban los precios de la competencia, de que los libreros leían y los escribientes escribían. Ahora no. Ahora lo que hay que hacer es facturar. El cliente comprará o no en función de sí mismo y no de la labor del vendedor así que ¿Para qué esforzarse?

Llamadme loca, pero a mí esto me asusta tanto como la concentración de sindicalistas en el edificio contiguo al de mi oficina. Seré una cobarde…




Y mañana una profesional del taconeo. Con todos ustedes: Irene Comendador:


3 comentarios:

  1. Por eso yo compro siempre mis Lee, misma talla, mismo largo. Hasta me los puede comprar otra persona... con tal de no ir de compras ....

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  2. Yo ODIO ir de compras. Aun ODIO MAS dar vueltas sin tener claro que comprar. Cuando voy de compras, suelo tardar más en ir y volver que el tiempo que paso dentro del establecimiento, sea una tienda o unos grandes almacenes. Ade+ voy en dias y horas donde no haya cienmil personas dentro, porque eso me agobia. Llego, elijo, a veces pruebo, pago y me piro.

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  3. Yo tengo un problema serio con los vaqueros. Debido al tamaño de mi "asiento acolchado" y la tripota (que no tripilla), los que son bajos de cintura me quedan más bien "altos de chichi". Y he descubierto que los únicos dependientes con la paciencia suficiente para sacarme 24 pares de vaqueros (contados) sin perder la sonrisa, y además encantados de ayudarte, son los de las tiendas outlet de Pepe Jeans tanto del Factory de Sanse como de Las Rozas Village.
    Ya no me complico la vida. Cuando quiero un vaquero, me voy a ellos directamente.

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