Llevo yo
unas semanas intentándome encontrar la cabeza de la misma forma que un perrillo
trataría de atraparse la cola. Esto es:
corriendo muy deprisa hacia los lados y
dando mordiscos al aíre sin que el apéndice en cuestión tenga la bondad de
estarse quieto. ¿Por qué? Muy sencillo. Trabajar
hasta tarde; levantarte aún más tarde o intentarlo al menos; salir por ahí; la
familia, los amigos…y que la vida se abre camino. ¿Y eso? Es una larga y
complicada historia. Dejadme que os la cuente.
Empezaremos
por el principio. Por la raíz que lo desencadena todo.
Las
personas se conocen, se gustan, deciden salir
y, con el tiempo, quieren vivir juntos, tener una vida en común y esas
otras cosas tan bonitas del querer. Entonces, de repente, un buen día se
despiertan y descubren que en sus cabezas hay un sonido extraño, algo así como
el tic tac de un reloj. Al principio es apenas imperceptible y casi no molesta,
así que deciden olvidarlo.
—Pepe, ¿has
oído ese ruido? — pregunta
ella.
— ¿Qué ruido,
Mari? —quiere saber él.
—Uno muy
raro que tengo en la cabeza. ¿Lo oyes tú también?
—Ahora que
lo dices, sí, pero creo que es del garrafón que nos entoligaron ayer en el
Eccema (garito de copas muy típico donde el garrafón es obligado).
—Ah, pues
eso va a ser.
—Tú tómate
una de estas pastillitas que vas a ver como se te pasa.
—Gracias, cari chu, si es que… que
listo es mi nene.
Sin embargo,
con las semanas, la cosa va a peor y los síntomas se intensifican. Y ante la sola
visión de un carrito de bebé, la dichosa maquinara se acelera de forma
vertiginosa dando lugar a escenas como la siguiente.
La cari chu anda por la calle cuando una
madre se aproxima portando a su recién nacido en el capacho. Ambas se detienen
ante la luz roja del semáforo en un paso de cebra. Mari en un primer momento no
se fija en el tierno retoño, demasiado ocupada en dar brinquitos porque se está
haciendo pis. Y la Naturaleza (que es
muy puta) percibe que la chica está escapando a su influjo, por lo que decide
tomar cartas en el asunto y recuerda al bebé dormido que es su hora de la toma.
Este llora (o hace algo que se aproxima al maullido de un gato) para el caso es
igual. La madre mece el carrito con suavidad, dirigiéndole palabras tiernas que
lo tranquilicen, y Mari contempla embobada la escena sin comprender por qué
algo tan trivial parece tan emocionante.
Los días
posteriores no arreglan el problema sino que lo empeoran. Ahora Mari ve niños por todas partes: por la
calle, en el supermercado, hasta en la
oficina cuando una compañera en estado se dedica a hacer públicos los
resultados de su última ecografía. Allí está el pequeño ser, no nato aún, en
una fotografía en tres D, atormentando a Mari sin piedad.
Cuando Pepe
llega a casa esa noche le espera una buena sorpresa. Su cari chu aguarda en el sofá con cara de aquí pasa algo. A Pepe se le eriza todo el vello corporal
cuando Mary le relata lo sucedido y concluye: —Creo que ha
llegado el momento de ser padres.
—Pero, ¿tú estás segura de lo
que dices, con lo jóvenes que somos? —Se pone a
calcular con los dedos y cuando estos comienzan a faltarle, hecha mano de la
mente, (que para algo la habrán puesto ahí). Conclusión: solo treinta y cuatro;
Ah no, treinta y cinco, que los cumplió el mes pasado y todavía no se ha
adaptado.
—A nuestra
edad, nuestros padres ya hacía tiempo que nos tenían. —Argumenta
la Naturaleza a través de la boca de Mari.
—Ya, pero
eran otros tiempos. La vida era más sencilla, se necesitaban menos cosas, se
empezaba a trabajar antes, todo era más barato…Que eran otros tiempos, que
nosotros somos jóvenes, leche— Intenta hacer un requiebro
desesperado Pepe con el rostro ya enrojecido y la frente perlada de sudor.
—Sí, sí,
todo lo que tú quieras pero te están saliendo unas entradas en la cabeza… y
esos abdominales parece que han perdido el plural, ahora solo tienes uno. Y yo
no tengo la vitalidad de antes y no quiero ser madre con cuarenta. Además, la
fertilidad cae en picado a partir de los treinta y cinco, que lo he leído en
una revista de esas. Dicho por médicos y todo.
—Pero, cari,
preciosa, corazón, alma mía, ¿no sería mejor adoptar un perrito chiquitín? Él
te querría un montón y no da tantos problemas.
—Que no. Que
quiero un bebé. Es hora ya de que maduremos y tengamos responsabilidades de
verdad. Vas a ser un papá buenísimo. Podrás cambiarle los pañales, levantarte
para darle el biberón y jugar con él a
la consola y a los muñequitos esos que tanto te gustan.
Ahora, Pepe
muda el rubor por la palidez extrema. En su cabeza, una imagen, que parece
sacada de una pesadilla, ha cobrado forma: un renacuajo peleón corretea por
toda la casa mientras arrastra tras de sí un cable con algo enganchado al
final, son los mandos de su preciada Playstation3. En la otra mano porta un
muñeco descabezado. Su madre se acerca y lo regaña: —Ya has
mutilado otra vez a uno de los hombrecitos de tu padre.
Pepe
contiene la respiración, el decapitado no es otra cosa que la siguiente de sus
figuritas edición limitada de Spawn de McFarlane. Dos lagrimitas se escapan de
los ojos del buen hombre, pero él es un macho y no puede permitirse esos gestos
de debilidad. Así que, con disimulo, se las seca con la manga y encoje los
hombros. Ha perdido y lo sabe. Era consciente de que ese día llegaría, solo que
esperaba que se retrasase un período prudencial, quizás una década o dos
todavía.
Mari esta
radiante. (Y con las bragas en la mano) Ahora
toca ponerse manos a la obra. Esa es la parte divertida del asunto.
Han pasado
diez meses desde que la parejita tomó su decisión. Mary se encuentra al final
de su segundo trimestre de embarazo y se nota. Es verano y todos los vecinos, que
poco más que un «hola y adiós»
se dicen cuando se cruzan en los rellanos durante las estaciones frías, ahora se reúnen en la piscina como amigos, y
como tales, se ponen al día de las últimas novedades. Mari, emocionada, suelta
la bomba y hace público su estado de buena esperanza, que de todas formas es ya
evidente. Todos y todas la felicitan y algo más…
—¿A que no
sabes qué? —
Pregunta Tere, de la segunda escalera, divertida como si guardase algún secreto.
—No,
cuéntame, cuéntame.
—Que yo
también estoy embarazada.
—¿Sí? ¿De
cuánto?
—Trece
semanas, pero ¿sabes quién va por el séptimo mes?
—¿Quién?
—Merche.
Justo la que vive encima de ti.
—No me
digas, ¡qué coincidencia! En este edificio que no había niños y van a venir
todos a la vez, ¡qué bien! Así podrán jugar juntos.
Las amigas
hablan con las amigas y los maridos con los maridos. Otro cambio los espera a
todos ellos y también a aquellos que los rodean.
Y es que según
se acerca el momento en que un nuevo miembro se unirá a la familia, otras
vicisitudes hacen su aparición. De repente, las futuras mamás empiezan a mirar
a su alrededor con ojo crítico. Comienza el proceso de la nidificación, dicho
en castellano: que quieren que su hogar esté perfecto para recibir al recién
nacido. Que si hay que preparar la habitación para el bebé (¡huy, qué cosas, si
no hay habitación para el bebé, que la tiramos para hacer el salón más grande!);
que si la cocina está hecha una mierda porque nunca llagamos a reformarla etc.
Total, que de repente la mitad del edificio decide que hay que hacer obras. Y estas
originan ruido, producen polvo; molestan.
Además las
gestaciones traen, como fin último, un niño y estos lloran. Pero qué le vamos a
hacer. Las cosas son así. Los niños lloran, las obras molestan. Y si vives con
un bebé a la izquierda y una obra a la derecha, (que cuando acabe traerá un
segundo bebé llorón) solo te queda tener paciencia y pensar que es algo bonito
y natural. Entonces sales a dar una vuelta para descansar un poco de los
efectos de la procreación ajena y descubres que la madre Tierra no se ha
olvidado de ti; no.
Tú vas por
la vida inmersa en tus cosas de rubia cuando, debajo de un coche, un gatito
maúlla con voz lastimera. Te agachas y extiendes la mano como si guardases
comida en ella. No piensas en un futuro porque por experiencia sabes que los
gatos callejeros son desconfiados y no suelen acudir y si lo hacen, enseguida
se marchan decepcionados cuando descubren el engaño. Pero si tientas a la
suerte… basta decir que este fue la excepción. No solo vino y luego no se
escapó, sino que además se pegó como una lapa y empezó a ronronear como loco.
Parecía tan solito y perdido, que, claro, acabó en mis brazos, en mi casa y en
mi bañera. ¡Estaba tan sucio el pobre! Y no se quejó apenas cuando lo bañé a
conciencia, ni cuando lo sequé con el secador, tan solo ronroneaba zalamero.
Así que la
Naturaleza se abre camino… y ahora, a mi derecha llora un niño y a mi izquierda
otro y, en medio, una gatita blanca y negra (era una nena) llamada Mika, salta
del sofá a la mesa; se come mis plantas; me persigue a todas partes y, por la
noche, le da por saltar encima de mi cabeza. Y yo me parto, viendo como la
madre Naturaleza nos hace el lío a todos. Pero como dice el refrán: «Sarna
con gusto no pica.»
Así que
rasquémonos con una sonrisa.
Mañana, “Mota
Rosa”. Regina Roman saca un ratito de la grabación de «Cuarentañeras:
La Serie» para vosotros.
Querida amiga..impactado me has dejado. La llamada de la Naturaleza narrada de manera inequívoca...no muy de rubia, aunque ¿hay tonos en esto?
ResponderEliminarYa te tengo dicho que dormir poco tiene estos efectos.
;)
Manu
Yo este reloj no lo tengo. He nacido sin él. En cambio sí me he encontrado con hombres a los que les sonaba en modo campanario de Notre Damme.
ResponderEliminarSigo siendo de las que identifica bebés con babas, caca y berridos. No me gustan, no me despiertan ninguna ternura y sólo pensar en un barrigón tamaño bañera se me cae el alma al suelo.
No, no es lo mío. Gatos los que haga falta, críos que los tengan otras. Que además no está mi patio para transmitir mis trumas. Mejor que se acabaen en esta generación...
Además, no creo que sea la naturaleza, de verdad que no, rubia.
Habéis dejado el relato más terorífico (al menos para mí xD) al final de todo... Debe ser una bonita experiencia en parte, pero la urgencia y la tension que a veces acompaña..no sé. Pero me gusta el humor de la entrada, eso la ha suavizado ;P
ResponderEliminarUn saludo :)
Yo amo a los niños, las tripas con ombligos inexistentes, la colonia cambiada por baba blanca no identificada que huele a leche cuajada, pañales y toallitas por todas partes (por dios que no se acaben a las cinco de la madrugada) pero, lo mejor de todo y lo que más amo de ello, son dos cosas:
ResponderEliminarLa primera, cuando al fin hay silencio, cuando acaba el día, verles dormir con esa boca abierta y silenciosa, párpados nerviosos tras los cuales se esconden los ojillos que han captado tanto a lo largo de un día que para ellos es toda una vida, y oír esa respiración que a veces se convierte en risa dormida.
Y la segunda, cuando ya pasada la fase de bebés, tirarlo todo, "recoge tú que yo me parto", "quiero brazos, no me dejes", lo mejor aún está por venir, y es que, con seis años, te mire y te diga: mamá, dime las letras de cómo se escribe "te quiero, mami", te voy hacer algo pero no te lo enseño hasta que lo termine... y al lado el hermanico de tres años se parte de la risa viendo "pocoyo" y tras cada letras que le dictas al otro, la repite una y otra vez, con tal de molestar y ser, dentro de poco, el que (ojalá) te las pedirá que dictes.
Oyes, no sé si relojes, campanas, cómo quieran llamarlas... yo no recuerdo haber oído nada, la verdad, pero cuando me llegó uno, y luego el otro, supe que no estaba completa hasta que no les tuve conmigo, en mi vida, para lo que me queda... ah, y por cierto, ya vuelvo a tener agujero en el ombligo^^
Esa gatica me la cuidas, So, que no me entero yo ^^
Besossss
¡Ay, rubia, ay! Se empieza oyendo el reloj, luego se cuida un poto, luego un gato, y cuando te das cuenta eres familia numerosa. Entonces, a ratos, te dices "con lo que yo era" y ya entras en la decadencia absoluta de mami con rulos y pañales en el bolso, y con suerte, mucha suerte, habrá quienes te pongan en el grupo de las MILF.
ResponderEliminarSupongo que lo del reloj (metafora que me parece una gilipollez de ancianitas que increpan a las nietas) es algo que no a todo el mundo le pasa, perono hay nada más hermoso que tener una vida que ha nacido de tu propio cuerpo, alguien que dependerá en todo el la vida de ti y que te sientes responsable de lo que le suceda, las alegrías que nos dan los pequeños no tienen comparación con nada en este mundo. Me gusta tu faceta madraza con ese gatito
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