miércoles, 28 de noviembre de 2012

Galletas de la suerte: Macarras


Galletas de la suerte: Macarras

Sí, esta era la semana para empezar con galletas cinematográficas, pero en mi barrio hay un parque. Es un parque minúsculo lleno de tierrilla que me deja las botas hechas un asco cada vez que llueve. Además, en los parterres crece mala hierba amazónica –estamos en Madrid, cualquier hierbajo que supere el centímetro y medio de longitud es un gigante, pero es que esto matojos miden más que yo- y en cada rincón se acumulan latas de refrescos. La delicia hecha parque de barrio.

En este vergel se reúne lo más florido de Carbanchel: un grupo de adeptos a Dios y a su hijo Jesús que reparten octavillas y hacen un círculo para cantar música sacra de esa con guitarras que versionean a los Beatles y cambian el “when I was younger, so much younger tan today “por “Santo, santo, santo, santo. Santo es el señor”, por ejemplo. También tenemos parejas y tríos de borrachos que se aposentan allí a eso del jueves y no se levantan hasta el domingo por la noche. Algunas de sus conversaciones son de antología, en serio.

Y luego tenemos un nutrido grupo de macarras del sur. Del sur de Madrid, debo decir. Ni del sur de España, ni del sur de América. Macarras de barrio como Dios manda. El Dios de los macarras, no el Dios de los de Liverpool, se entiende. Para poneros en antecedentes os diré que nunca me he sentido cómoda al caminar cerca o a través de un grupo de adolescentes. Son imprevisibles, en manada pierden un sentido de la urbanidad que sospecho que en realidad nunca tuvieron y yo siempre he sido muy tímida.

Nabucodonosorcitos
Vivían en los tiestos de Epi.


Así las cosas, mis durísimos adolescentes visten cazadoras de aspecto altamente inflamable. Creo que todas compradas en H&M y/o Primark. No, el prejuicio no es el origen de la ropa, que yo también compro en esas tiendas. El prejuicio se desprende de la pinta que me llevan, que parece que se han cosido los abrigos con bolsas de basura reflectante. Eso acompañado de crestas altivas o ladeadas. En los últimos tiempos veo más de las ladeadas. Cosas de la moda. Aderezos varios: pantalones que dejan a la vista el elástico de los calzoncillos y forman esos estupendos culos de oso, zapatillas de deporte en las que podría vivir una población entera de Nabucodonosorcitos, algunas cadenas, letras fluorescentes, cigarrillos que cuelgan de los labios y un amor incomprensible al grito. Gritan como ballenas en celo. Quizá porque están en celo.

No me gusta encontrarlos en la calle. Me siento amenazada. Sé que para cumplir con su imagen de tipos duros –no importa que a mí me parezcan ridículos, su propio código interno establece que son duros- deben comportarse de acuerdo con ella y que una agresión verbal a tiempo sostiene un estatus mucho mejor que ayudar a una anciana a cruzar la carretera. Así que cuando el otro día, a las ocho menos veinte de la mañana, vi que un grupito de ellos se había arremolinado junto a los columpios, me encogí dentro del abrigo.


Según me acercaba vi que el grupito se reducía a tres tipos y que en realidad en esa ocasión no gritaban… Es decir, sí resultaban muy ruidosos, pero no hablaban a voz en cuello. El sonido se parecía más a esas risas de auténtico placer que se oyen en los parques de atracciones. Los tres adanes, de entre dieciséis y diecinueve años, se estaban columpiando. Uno de ellos, envuelto en una cazadora negra y amarilla que le hacía parecer una avispa con sobrepeso, se impulsaba con los pies y perdía la mirada en el cielo cada vez que el columpio ascendía. No he visto tanto regocijo, ni tan puro, más que en niños muy pequeños que experimentan esa extraña libertad mezclada con seguridad cuando sus padres les empujan más y más y más alto.

Me metí en el metro con la misma sensación de haberme convertido en un ser diminuto. Todo mi miedo a los adolescentes, todos mis prejuicios, todo el desprecio que ocultan ambas cosas, tirados por tierra ante aquel espectáculo de gozo infantil.  Luego, cuando aparté el flagelo y me dije que ya valía de fustigarme, que al menos había sido capaz de ver todo aquello, me alegré.



Siempre está bien ver a los demás bajo una perspectiva nueva. Porque cada uno tenemos múltiples facetas. Yo no soy solo una chica intransigente, ni solo una amiga maja, ni una novia complaciente. Soy todo eso y mucho más. Soy una novia exigente, una amiga tocahuevos y una chica muy comprensiva. Y todos aquellos con los que me ruso no son únicamente una señora muy estirada con una carrera e la media, un chaval lleno de granos con una pulsera de pinchos, una niña pija despeinada ni lo que sea que yo vea esa única vez.


Y ahora me permito una disquisición muy breve: En la vida es muy difícil no juzgar a los demás a la primera de cambio, sin apenas datos y usando nuestra pequeñísima lente de mirar el mundo. Los que escribimos tenemos la oportunidad de entretenernos creando múltiples facetas que conviertan esa primera imagen en un personaje completo, humano. Yo nos animo a todos a tratar a las personas como si fueran nuestros personajes: intentemos conocerles un poco antes de colgarles el primer sambenito que se nos ocurra.


Y mañana la única, la incomparable, la jamás suficientemente ponderada Irene Comendador!!!!


6 comentarios:

  1. Buena entrada... Me has hecho pensar en mis alumnos y son, ciertamente, un poco como los describes. Al principio intimidan pero al final ves que no son más que niños jugando a ser adultos pero, al fin y al cabo, niños simplemente. Un beso!!

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  2. Pues ni a la primera ni a la segunda. No somos jueces. Pero actuamos así generalmente. Con lo sencillo que es tener un criterio propio, no heredado, ni sociológico, ni tribal.. y respetar lo que vemos, y tratar de verlo todo desde una perspectiva que siempre debe de partir del otro, no de mi.
    Como siempre felicidades por la relfexión

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    1. No sé qué ganamos haciéndolo, perom lo hacemos, sí.

      Gracias, Manu :)

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  3. Hay una teoría psicológica (no recuerdo de quien) que comenta que toda mente está compuesta de múltiples aspectos o yoes, cada uno con mayor o menor peso en la contrucción del Yo global e incluso con variación en el tiempo de quien/es toma/n el mando.

    Yo por ejemplo tengo 234 yoes: el yo-sátiro, el yo-psicópata, el yo-cachopán, el yo-vanidoso, el yo-escritor, el yo-tímido, el yo-samaritano, el yo-imbécil, el yo-altruista, el yo-chef..., y asi hasta 234..., y seguramente el yo-macarra este por ahi agazapado, a la espera de que un dia saque la chupa de cuero del fondo de armario, me ponga pachuli en el pelo, y me abra pa la calle a partir la pana :-)

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  4. Las personas somos muchas cosas dentro de un mismo cuerpo y además está esa jodida cosa que se llama humor que a veces te lavantas con el cuerpo del revés y otras del derecho, lo que quiere decir que con unas personas te comportas de una manera y con otras de otra, además del día que te haya tocado vivir. Supongo que lo más importante es no juzgar a nadie por su apariencia, por su edad o por la zona en la que viva, cualquiera de esas cosas solo harán que te equivoques y pierdas la perspectiva de conocer a alguien quizás maravilloso, solo porque le colgaste una etiqueta inicial.
    Me gusta la entrada, y me parece una de las mejores que has esrito hasta el momento, un beso mi cielo y gracias por esas palabras que me dedicas todas las semanas, si es que mi Ali vale muuuucho (y lo supe desde el principio)

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