Tercera entrega de esta, tu más deseada blogvela.
No te la pierdas, loc@...!! Hoy vamos de bodas...
Llegué a casa a tiempo de recibir a mi pequeño vástago como
si las pirámides egipcias de mi mundo no se hubiesen derrumbado. Apareció
estrepitoso, enorme, tirando de su bolsa de deporte; mi niño huele divinamente
cuando vuelve del gimnasio, recién duchado, todo lo contrario al interior de su
bolsa a la que te tienes que arrimar con mascarilla. Mi criatura de diez añitos
se había convertido en un adolescente fornido que me sacaba cabeza y media y
que debía hacerse más pajas que un campo de cañadú (a juzgar por lo tranquilito
que andaba siempre). En cuanto lo abracé y escondí la cabeza en el hueco de su
hombro, me eché a llorar. Se ve que no había tenido bastante.
Rafa actuó como se espera que reaccione un caballerete. Que
me consoló, vaya. Como yo a él cuando era chico y le dolía la tripa.
—Venga, mamá, jolines, no me gusta verte así. Oye —me cogió
la barbilla con las manos y me obligó a mirarlo. Me emocioné, lo juro—, a mí,
Hamilton me caía genial, Alejandro es como mi hermano, pero si se ha cagado, se
ha cagado.
—¿Quién se ha cagado? —me rebelé.
—Ya sabes, la boda y todo eso.
“La boda y todo eso”. Con qué poco resumen estos jóvenes de
hoy cuatro años de ilusión y amor desaforado.
—A mí lo único que me interesa es verte feliz, tienes que
animarte. —Se arrimó y me soltó un besito en las sienes, de nuevo de los que yo
le daba de pequeño cuando tenía calentura. Hipé y me abandoné a sus mimos—. Por
cierto, ha llamado el abuelo.
—¿Mi padre?
—El mismo que viste y calza.
—¿Está en Madrid?
—Por lo visto ha venido a no sé qué reunión de la empresa.
Que quiere verte mañana.
—¿En qué hotel se aloja? —me extrañé. Mi padre solía hacer
ese tipo de cosas extrañas, venía a Madrid sin avisar y no se hospedaba en
casa, por no molestar, decía, aunque yo creo que más bien lo molestamos nosotros
a él.
—Es que no me he enterado bien. No sé si dijo que fueras tú
al hotel o que pasaría a recogerte a eso de las once para desayunar…
Ya está el lumbreras de mi hijo cogiendo los recados.
—Pues con ese saco de información contradictoria lo mismo acabo
echándole pan a las palomas sola y a las cinco de la tarde.
Rafa inició el camino de regreso a su habitación. Mi
chiquitín se alejaba.
—No dramatices. Lo llamas por teléfono cuando te levantes y
punto.
Me colé en la cocina y rebusqué dentro del frigorífico. Saqué
mi medio cuerpo helado con una cajita entre las manos.
—Llévale esta media docena de huevos a la vecina.
—¿A la matasanos?
—Es loquera. Y de las buenas. Venga, arreando, mientras te
preparo una hamburguesa.
—Que sea doble y con queso o no respondo.
Me puse el delantal, y al tajo. Cuando el pérfido aroma del
aceite tostado empezaba a quitarme el berrinche, llamó mi amiga Rita.
—Hola de nuevo, nena. Si no te cuento no podré dormir; se me
han quedado cosas en el tintero.
Ella es que es muy de “sucesos por entregas”. No en vano, en
sus tiempos, fue la reina de los culebrones televisivos.
—Tú dirás. —Retiré el envoltorio de las hamburguesas y pensé
en prepararme yo otra. ¡Qué coño! Para algo estaba triste, deprimida y confusa
en la vida.
—Pues que no todo lo que se me pasa por la cabeza puedo
soltarlo cuando tengo a Felicia delante. Me impone mucho.
—Será por lo que se mete la pobre contigo, si Feli es un
cacho de pan con ojos…
—Se pone pesadita. Mira, quería decirte… —vaciló—. Ya sabes
que a mí no me salen las amabilidades de natural, pero te quiero mucho, Lola,
te quiero mucho y eres muy importante para mí.
Dejé ipso facto todo lo que tenía entre manos y agarré el
teléfono con todos los dedos disponibles.
—¿En serio?
—Digo. Siempre has estado ahí para todas nosotras y ahora que
has tropezado…
—Yo no he tropezado, Rita, en todo caso, Hamilton ha
tropezado —la corregí un pelín irritada.
—Me importa un carajo quien se haya pegado el ostión. El caso
es que nos necesitas y voy a decirte algo… Siempre pensé que el Hamilton te
tenía miedo.
—¿Qué significa eso de que me tenía miedo?
—Pues que eres mucha mujer, tenía cierto complejo de
inferioridad a tu lado.
La imaginación de Rita, desde luego, da mucho de sí. ¿Complejo
de inferioridad mi hombretón?
—Rita, creo que te confundes…
—Por los pasillos de los estudios se rumoreaba que le daban
ataques de celos, que temía perderte en cualquier momento y por cualquier chichirimbaina.
—Por los pasillos de los benditos estudios se rumorean
mil cosas y rara vez se parecen a la
verdad —repliqué ya más cerca del enfado que del afecto.
—En fin, tú no lo querrás ver, que eres muy de ideas fijas y
cuando entronizas a alguien es prácticamente imposible bajarlo a nivel mortal, peeeero… Ahí queda, que lo sepas. No te
sientas culpable.
—¿Y por qué iba a sentirme culpable? —¿Me sentía? Cada vez lo
tenía menos claro en el torbellino de sentimientos en que se había convertido
mi existencia.
—Por haberte encerrado en el baño con tu ex amante macizo e
italiano. Yo no me meto en lo que hicieseis. —No me dejó ni interrumpir ni
protestar. Elevó la voz y me hizo luz de gas—. ¡Que te calles, coño! ¿No te
estoy diciendo que no eres responsable de la huida en desbandada de tu futuro
marido? Cada vez estoy más segura de que tenía pánico escénico al matrimonio y
descubrir a Enzo en vuestra casa se convirtió en la excusa perfecta.
—¿Lo crees así… de verdad? —Le di la vuelta a las chamuscadas
hamburguesas.
—Pues claro, se lo pusiste en bandeja, reina. Fíate de mi
instinto de perra vieja. Y conste que lo de “perra vieja” me cuesta un mundo
pronunciarlo, lo hago por ti que eres mi amiga más querida. Olvídalo. Échalo al
cubo de la basura desde ya.
Suspiré. Quizá fuera un buen consejo. El mejor. El más
difícil de seguir.
Amaneció entre brumas, las mías, porque el ajetreo de Rafa en
la ducha me devolvió al mundo de los vivos. Me levanté medio muerta pero lista
para desayunar con él y acompañarlo al portal. Tenemos suerte, el bus para
justo en la puerta de casa. La idea remota de tener que mudarme se me antojaba
insoportable. Tan insoportable que prefería padecer las evocaciones de Hamilton
colgadas en cada esquina a acometer la espantosa tarea de buscar otro piso.
Continuará...
Y mañana... Tachaaaaan!! Como cada miércoles... Tachaaaaan!! Las galletas de la suerte con Alicia Pérez Gil.
Pues molan estas entregas ;) Ayyy benditas novias, aunque sean a la fuga
ResponderEliminarYa sabes que a mí no me salen las amabilidades de natural. Jajajajajajajajaja.
ResponderEliminarQue dificil es hacernos creer a nosotras mismas lo que es verdad o lo que creemos que es verdad, lo que ha pasado o lo que creemos (y nos autoconvencemos haciendonos daño) que ha pasado.
ResponderEliminarMe encanta este giro de la Mota, he de reconocer que echo de menos las consultas, pero me lo paso pipa con el cambio, vamos, que cojhone, que lo quiero todoooooooooo jejejeje
Un beso mi Regi, la más bonita del mundo mundial, que bien escribes, joía :D
hoplam e a gvustado much ovuestra pagina.
ResponderEliminar