Por finnnnn... Cuarta entrega del apasionante folletín amoroso y reivindicativo más turgente de la feminidad actual.
Amaneció entre brumas, las mías,
porque el ajetreo de Rafa en la ducha me devolvió al mundo de los vivos. Me
levanté medio muerta pero lista para desayunar con él y acompañarlo al portal.
Tenemos suerte, el bus para justo en la puerta de casa. La idea remota de tener
que mudarme se me antojaba insoportable. Tan insoportable que prefería padecer
las evocaciones de Hamilton colgadas en cada esquina a acometer la espantosa
tarea de buscar otro piso.
A la que volvía pasé por el buzón y siguiendo un silencioso
instinto bastante inusual, lo abrí para atisbar el interior. Una postal. Una
postal africana. Bueno, la postal no, la foto que incluía. Una hermosa y
calmada panorámica de la Sabana, con su matasellos, sus cositas y… con un
reverso en desconcertante blanco. La adosé a mi pecho y suspiré casi feliz. El
hecho de haberla enviado, el trance de recibirla… ¿Acaso no nos ponía de alguna
forma en romántico contacto?
Tanto me animé que hasta me vestí seleccionando las prendas,
cosa que no me preocupaba desde hacía meses. Iba a visitar a mi padre. Después
de localizarlo, claro.
Pero al atravesar el umbral de mi edificio por segunda vez en
aquella mañana, alguien venía tratando de localizarme a mí. Annabel. Agente artística.
—Venía a buscarte. —Me sonrió así como condescendiente. Yo le
mostré los piños acordándome de mi postal bien arrebujadita en el bolso.
—¿A mí?
—Mujer, tarde o temprano tendrás que volver al trabajo, del
aire contaminado de Madrid no se vive. He respetado tu luto pero ya va siendo
hora de que nos sentemos y hablemos.
Tu luto. Tu puta madre. Qué mal suena eso, por Dios…
—Pues no se me ocurre nada de lo que tú y yo podamos hablar —recalqué
el “tú y yo” con socarronería. Annabel parpadeó con aire inocentón.
—Mujer, soy tu agente.
—Nunca he tenido agente que yo recuerde.
Me agarró el brazo y tiró de mí hacia el centro de la calle.
—Vamos a tomarnos un buen café que estas cosas se discuten en
caliente.
No sirvió de nada que me resistiera como tampoco sirvió que
le jurara que ya llevaba tres cafés en la barriga. A martillo pilón no hay
quien la gane.
—Tengo cientos de ofertas para ti sobre mi mesa, las mejores
series de televisión te me disputan.
—Lo siento pero mi etapa de galana de telenovela acabó; ofréceselos
a Rita.
—Ni lo sueñes, ojalá pudiera. Quieren tu frescura, tu
vitalidad, las chispitas de tus ojos… —De pronto me miró con una suspicacia
rayana en lo grosero—. Oye, no estarás con la crisis de los cuarenta, ¿verdad?
—¿Crisis? Ni que fuera un banco.
—Porque tú ya tienes… ¿cuarenta y cuántos?
Ojú, qué mala leche me entró. Apreté con fuerza mi bolso con
la postal dentro.
—Cuarenta y los que no te importan con tres meses y día y
medio.
—Hija, qué mal lo llevas, empiezas a recordarme a tu amiga
Rita; las actrices, en el fondo, sois todas muy parecidas, cortaditas por el
mismo patrón.
—Déjate de costuras, Annabel, que no están las cosas para
bromas. Nada de crisis, es Hamilton, ver una cámara todavía me lo recuerda
demasiado. No asimilo lo que ha sucedido. Tras una relación tan… tan estupenda —el
adjetivo me pareció soso e insuficiente pero no tenía mucha confianza con la
agente de Rita, fue lo primero que se me ocurrió—, un estúpido malentendido
basta para mandarlo todo al desagüe.
—Un malentendido y toneladas de orgullo, pequeña, por ambas
partes, no lo olvides. De todos modos, soy soltera, viva la Pepa, la menos
indicada para aconsejarte. ¿Y de qué vas a vivir? El dinero no crece en los árboles.
—Ya buscaré algo. Y si no lo encuentro, pondré en venta el
ático que compré con Hamilton.
Pero él volverá antes de que eso ocurra, me dije. Tengo la
prueba irrefutable de que me sigue queriendo. Una postal… con el reverso sin
palabras.
—Si el tipo sigue en Kenia lo tienes jodido para vender algo
que está a nombre de los dos. En fin —con un suspiro se puso en pie. Cierre y
liquidación de la entrevista, menos mal—, ya sabes dónde estoy y que si lo
deseas, los papeles se te saldrán por las orejas. Cositas de calidad, diversos
registros donde elegir… Un lujo, Lola, no te lo pienses mucho que las
oportunidades vuelan lejos.
Puse énfasis y mucho empeño en parecer agradecida, lo estaba,
y en que no se me notara lo que me apetecía librarme de ella y de sus sermones,
que me apetecía. Por fin sola, de nuevo libre y dispuesta a llamar a mi padre y
descubrir bajo qué loseta se ocultaba. Capturó mi atención una tremenda
limusina negra que detuvo su marcha frente a mis pasos. El cristal tintado bajó
como en las películas de mafiosos y durante unos segundos el pulso se me
congeló.
—Joder, papá, vaya sustos me pegas.
—El tiempo está desapacible, hija, mis huesos chirrían, no
querrás que ande pululando por las calles a mis años. Sube, que te achuche y te
cuente.
—La poca gracia que me hacen tus numeritos y ¡lo mucho que me
alegro de verte…!
Continuará...
Y mañana, galletas. No cualquieras, no, las galletas de la suerte con Alicia Pérez Gil.
No sabemos definir las relaciones, ni cuando van bien, ni cuando van mal.
ResponderEliminarMuchas veces el problema que tenemos es más lo que nuestra cabeza se obstina en creer (y nos hemos autoconvencido9 que lo que realmente nos pasa con el resto de persona, lo que vulgarmente se llama colgarle a alguien el san benito ¬¬ Como siempre aprendiendo con tus capítulos, así da gusto consumir buena litaratura, he dicho^^
ResponderEliminarBesotes mi rubia despampanante!!!!!