¿Por
qué? ¿Por qué una mujer de treinta y nueve años de reconocida inteligencia*
tiene una caja de cien guantes de látex y sin embargo pinta con esmalte
acrílico y se pone las manos perdidas de rojo?
El
motivo es el mismo que lleva a cualquier
hombre o mujer a instalar el reproductor de DVD , el microondas o cualquier
otra cosa que posea cables, enchufes y tomas a pelo.
Iré
más lejos: se trata de la misma razón que nos impulsa a tratar las depresiones
crónicas con alcohol, a decirles a nuestros amigos que se dejen de gilipolleces
y que se pongan las pilas. Entroncamos aquí con lo del reproductor de DVD, que
no lleva pilas porque se enchufa a la corriente alterna. Me pierdo sin embargo
en lo relativo al látex y la pintura roja que
he tenido que quitarme de las manos con estropajo de alambre. Porque no
guardo los guantes en la caja de herramientas sino en el baño. Quizá tendría
que cambiarlos de sitio, colocarlos junto a las brochas y el disolvente y que
todo ello formase una unidad que mi cerebro comprendiese como tal.
En
cualquier caso, ni toda la hidratante del mundo va a arreglar el desastre, ni
la maravillosa independencia de nuestros maridos y nuestras esposas, ni de
nuestros solteros y solteras favoritos va a evitar que salten los plomos; ni
nos vamos a ahorrar las lágrimas de quien sea que creemos que unas baterías AA
solventarían su crisis más reciente.
Veréis,
con casi todo lo que compramos viene una pequeña nota que explica su modo de
empleo. Ahí encuentras joyas del calibre de que, si disuelves una parte del
esmalte con media de disolvente para la primera capa, el trabajo será más
ligero, la cobertura mejor y con la segunda podrás recubrir los pequeños
defectos y dar el estupendo acabado brillante que perseguías. Sí: hacen falta
dos capas. Si, como a mí, os gusta el bricolaje, sabréis que esto es cierto. Si, como yo,
pensáis que no es necesario leer la lata porque basta con mojar la brocha y
extender, habréis pasado por el doble trabajo de dar una primera capa en la que
os habréis dejado, además de corros infames sin pintar, los bíceps destrozados
porque sobre la madera virgen no corre la pintura sin disolver. Es lo que hay.
Con
los aparatos eléctricos nos suelen dar un libro de instrucciones. Sí, hasta con
las maquinillas de afeitar viene uno. Ahora además lo escriben en todos los
idiomas de la unión más algún otro nada unido pero que tiene una grafía
monísima de tintes árabes u orientales. No me consta haber leído ningún manual
en sánscrito, pero seguro que los hay. Sin duda, los habrá en India. Si os
gustan los gadgets sabréis que es importante averiguar algunas cosas antes de
conectarlos a la red. Cuando compré el MAC desde el que os escribo las cosas no
podían resultar más sencillas: solo tiene un cable. Uno solo que va desde la pantalla
con CPU integrada hasta la red eléctrica. Pues si estáis pensando que había una
forma de equivocarse al conectarlo acertáis: lo hice mal porque no leí las
instrucciones.
Cierto:
las personas nacen sin etiqueta que diga que hay que agitarlas antes de
usarlas, pero seguro que todos habéis aprendido ya qué, cuánto y cómo hay que
agitar antes de dar a un ser humano un uso plenamente satisfactorio. Puede que
esto no sirva para los problemas emocionales… o puede que sí. Me lo decía hace
unas semanas la Roman. Sí, sí: la que nos motea de rosa todos los martes:
“Nena, para ser buena sicóloga sólo hace falta una cosa: escuchar”.
¿Quién
dice que no llevamos libros de instrucciones? ¡Venga ya! Seguro que os sabéis de memoria los pucheros
de vuestras personas favoritas. Seguro que os sabéis sus excusas, sus
muletillas. Seguro que veis venir el humor del que se os acercan y hasta los
motivos de ese humor. Aquellos con quienes vivimos nos dicen con cada uno de
sus gestos cómo hay que usarlos, de qué manera hay que tratarlos cuando tienen
un momento bajo o uno alto. Y me juego lo que queráis a que a casi ninguno de
ellos, de vosotros, les vale con eso de sacudirse la modorra y encasquetarse
las pilas.
Escuchar
es el primer paso antes de responder.
Hay que escuchar, además, no solo cuando nos hablan. A veces las
palabras son lo de menos y lo que hace falta es observar, estar atento a la
caza de las vibraciones que el otro emite. En las ocasiones menos frecuentes
pero más afortunadas, escuchamos por defecto. Nos interesa tanto la otra
persona, nos importa tanto su bienestar, que la aprendemos desde el principio.
En estos casos no se habla de pilas. En estos casos se está preparado para
ofrecer lo que el otro necesita.
Pero
ya he dicho que esos casos son los menos frecuentes. La mayor parte de las
veces es tarea nuestra escribir el
manual en que otros encontrarán lo que necesitamos. Porque a veces somos
crípticos y lo que para algunos de nosotros significa una cosa, para otros significa
otra. Por eso hay que hacerles a quienes queremos más fácil la tarea de
escuchar: hay que hablar, hay que pedir, hay que ser claro y desterrar al
miedo. Hay que disolver ese miedo con el mismo aguarrás que está impregnando mi
teclado de un olor espantoso.
Dicho
queda: escuchar y hablar. Para que las adivinanzas queden en lo que son: juegos
infantiles. Que los adultos tenemos mucho de lo que ocuparnos.
Y mañana Irene Comendador nos dará otra dosis de encuentro en tacones. Nada de perdérsela, que eso sí que son instrucciones de las buenas.
Tu lo has dicho...eso es cierto si "Nos interesa tanto la otra persona". Hay que escuchar, pero sobre todo..nos tiene que importar el de enfrente
ResponderEliminarSaber escuchar es fácil si sabes cómo :-)
ResponderEliminarLo difícil es saber interpretar lo que escuchas, porque en ciertos temas dos personas hablando castellano normativo no se entienden, y no es porque no se hablen, sino por no explicar aquello que para uno es obvio lo que es y el otro no pregunta por ser tambien obvio lo que es y sin embargo ser una "obviedad" diferente a la del primero.