Atravesamos
una de las semanas GRANDES, con mayúsculas, del cine español: el Festival
nacional de Cine de Málaga. Y vais a permitirme la licencia de una entrada algo
desmarcada, que mezcle reflexión con cierta dosis de frivolidad, fiel a mi
teoría y doctrina de que lo extremadamente sesudo confunde y densifica mientras
que lo vital aderezado cual ensalada con pizcas de humor, fluye y se filtra aun
sin querer.
Recapitulemos.
Este Festival, tan querido por los profesionales del ramo y tan exitoso en su
función de plataforma promocional de la industria cinematográfica española,
nació en 1998; hace casi tres días con ayer. Germinó rodeado de un notable
semillero de talentos artísticos malagueños que fomentaron su implantación. No
surgió el cine malagueño al amparo del festival, me atrevería a decir (aunque
siempre habrá quien discrepe y gozará de todos mis respetos) que ocurrió al
contrario. Y es que Málaga siempre ha sido cuna de glorioso arte. Se me llena
la boca al decirlo. Y obviaré el tópico de nombrar uno por uno, a todos esos
genios de la cultura, malagueños de pura cepa, bien conocidos por todos, que
saltaron sin dificultad a la palestra internacional, en un mundo plagado de
obstáculos.
Ahora
bien, ¿cuál es la situación del cine en la actualidad? Paso a narrarla en
cuanto termine de secarme las lágrimas.
Comenzando
porque las ayudas e incentivos económicos tanto a nivel local como nacional son irrisorias (cuando
existen)
y que aquí se trabaja por amor al arte
, diré que a una cinéfila como la que suscribe, le parte el alma acudir
a un estreno y ver tan solo seis personas en la sala. Lo que antaño fuera un
circo de divertimento sin igual, ahora se me antoja un mausoleo oscuro y hueco,
vacío de contenido, despreciado por sus legítimos ocupantes.
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Que
te confirmen que el negocio ya no está en la proyección de películas sino en el
menú multicalórico de refresco + palomitas + loquecaiga que te compras al
entrar (sobre todo si acudes con niños, que te saquean) te desmorona un montón
de tontas ilusiones de juventud, de cuando ir al cine era una experiencia fuera
de la rutina ordinaria, algo para recordar.
Y es
que los tiempos cambian. Con la presión informe de la crisis, los escasos
espectadores hasta se llevan las gominolas de casa, de modo que igual acaban
los señores del negocio poniéndose las pilas y se reinventan por este motivo,
ya que el haber perdido completamente la esencia, que es ser sala de proyección
y espectáculo, no les basta, no parece ser acicate suficiente.
Los
cines vivieron su última revolución allá por la instauración de las multisalas,
yo ni recuerdo la fecha. A partir de entonces, solo el 3D que tan perjudicial
para la vista resulta. ¿Nada más? Diréis. Nada más. Muchos años, pocas
novedades, mucha pasividad. Eso sí, en los efectos especiales que adornan
guiones a veces soporíferos, se invierten más millones cada día, pero en la
modernización de la industria como tal no veo yo el más mínimo interés.
Por poner
un caso: para un amante del cine, las trabas que impiden desplazarse a la sala
son múltiples. Desde una enfermedad, un niño al que cuidar, un familiar
enfermo, un monedero que alcanza para las entradas pero no para el resto y las
pitanzas… ¿Sigo? Bien, pues toda esa gente espera como agua de mayo “el cine en
casa”, la posibilidad de ver películas actuales en descarga legal, pagando una
cantidad razonable (entre 2 y 4 €, por poner un ejemplo). Ya que al fin y al cabo
las películas nuevas no duran más de dos-tres semanas en cartel (cosa que no
entiendo, o te das prisa o ya no las pillas, con lo que cuesta hacerlas…) podrían
pasar, transcurrido ese lapso de tiempo, a engrosar la lista de “disponibles”
para “el cine en casa” y seguirían rindiendo como producto.
¿No
se trata de eso, de recaudar? Pues todos contentos. La productora recupera inversión
y ganancias, los amantes del séptimo arte disfrutamos de la película tranquilamente
retrepados en nuestros sofás.
¿Por
qué no? ¿Por qué no se deciden? ¿Por qué siguen posponiendo una decisión cuya ausencia
empuja al pirateo y cuando la acometen se asfixia en tímidos amagos?
Otra
sugerencia. Modificar esas grandes salas inhóspitas la mayoría de las veces,
recomponerlas, sustituir incómodas sillas por sofás, aliñar las películas con
actuaciones en vivo de grupos musicales locales, crear, en definitiva, todo un
círculo de variedades en torno a la actividad de “ir al cine” que incentive la
afluencia de público. Sí, ese público que ahora, devorado por las obligaciones
o la holgazanería, está desmotivado, aburrido de ver siempre lo mismo y se
queda en casa.
La
verdad, estas no son más que meras reflexiones sin especial sapiencia, no soy “mejoradora
de empresas”, ojalá lo fuera. Bueno, ¿de qué serviría? Nadie me iba a escuchar.
Solo soy una espectadora triste, decepcionada con tantas quejas y tan poca
acción. Menos demagogia, menos atacar al pirateo y más darle al coco para
mejorar, renovar y modernizar un sector que se nos escurre de las manos porque
ha decidido dejar de funcionar.
S.O.S.
al cine. Nos leemos.
Y mañana miércoles, Alicia Pérez Gil sacará del horno sus deliciosas galletas de la suerte. Atención, atención, a ver de qué van esta semana...
Igual que hay libros de diferentes precios, hoteles de distinta calidad, etc.. ¿no debería haber películas de diferente precio en base al presupuesto, o a algún criterio? Hay algunas por las que no me importaría pagar (incluso de alguna taconera jajaj), pero otras por las que deberían pagarme por verlas.
ResponderEliminarDe todas formas, hay cosas que nunca mueren..aunque parezca que el mundo se acaba.
¡¡Viva el glamour!!
ResponderEliminarTienes toda la razón. Bien sea con diferenciación de taquilla, nuevas actividades añadidas o salsa chimichurri, el cine debe reinventarse o acabará de estrellarse. Y lo digo con la mano en el corazón y la lágrima en la comisura... snif, snif
R.R. (Martin. Desde su butaca con las palomitas)