Posponer y posponer, rodar y rodar…
La
primera vez que oí la palabra “PROCRASTINATE” en inglés, pensé que se trataba
de un trabalenguas.
Después
me explicaron su significado, con ese arte que tienen los guiris pa explicarse: “es como el infinito”, me
dijeron. La cabeza me echó humo pensando qué querrían decir exactamente, no me
gusta adulterar el sentido de los vocablos.
Más
tarde ocurrió ese milagro por el cual las “palabros” extranjeras se incorporan
a nuestro idioma y a pesar de su complejidad fonética, alguien pensaría que
quedaba “cool” usarla en un artículo periodístico y llego hasta mí
“Procrastinar”. Ahora resultaría más sencillo llegar hasta el meollo de su
contenido. ¿Qué significa esta palabreja que much@s habréis oído bastante
últimamente?
“Posponer
las cosas indefinidamente”. O “hasta el infinito”, de ahí la conexión con la
aclaración que yo obtuviera en su día. Alargar el hacer o el decidir, dar
vueltas sin llegar a ningún sitio. Lo que en andaluz castizo denominamos:
“Mariconear”.
Quiero
que conste en acta y quede meridianamente claro que no estoy en contra de
perder un poco el tiempo. No ir siempre directos al grano es sano y hasta
conveniente. Lo contrario nos convertiría en auténticos robots que calculan al
milímetro cada uno de sus movimientos. No. Somos humanos y el dudar, el titubeo
y el vacilar, entran dentro de nuestras características humanas.
El
problema, lo preocupante, lo que me ha llevado a dedicarle una entrada de blog
a esto del “procrastineo” es cuando tal actitud se convierte en la regla
general. Cuando ese “posponer”, ya sea una toma de decisión o algo que hay que
hacer, es nuestra habitual forma de “no resolver” conflictos. Y es que la
procrastinación como hábito, puede venir dada por dos razones muy distintas:
1)
La pereza. “No hagas ni de coña hoy, lo que pueda quedarse colgado para
mañana”. Bueno, es un pecado capital como otro cualquiera, poco recomendable y
algo negativo (de lo contrario no sería un pecado sino una virtuosa virtud).
Suele darse cuando lo que se pospone indefinidamente son tareas (poco
divertidas) tipo limpiar armarios, ordenar papelotes, organizar el trastero…
2)
El miedo a equivocarse. O la inseguridad respecto a nuestra capacidad para
tomar una decisión. O la certeza (cincelada por nosotros mismos y nuestra
escasa autoestima) de que no sabemos lo suficiente respecto a un tema para
disponer y avanzar. Este problemilla crece y se dispara en muchos humanos, que
dejan consumir sus días sopesando el dar o no un paso; evaluando riesgos (dicen
los más versados); haciendo pruebas (aseguran otros); perfeccionando, puliendo
o repuliendo (en el caso de algunos escritores que no se atreven a poner el
punto final a sus eternas correcciones. Quizá el siguiente escalón sea el más
difícil, exponer tu obra al “escarnio” público y soportar las críticas, del
calibre que sean. Efectivamente, hay que ser muy valiente para llegar hasta esa
puerta y abrirla).
Podemos
deducir, de algún modo, que ese temor que nos impide acometer el siguiente
atajo de nuestra vida, se asemeja a la cobardía. Que hemos crecido (la mayoría)
escuchando reproches sobre lo que hacíamos mal sin que un alma caritativa nos
recompensara por lo mucho que hacíamos bien. Eso de lo que tanto se habla ahora
y que la mayoría de los padres malinterpretamos que se llama la gratificación,
y que no tiene nada que ver con concederle a nuestros vástagos hasta el último
capricho aunque nos quedemos sin comer.
No.
Es
alimentar una autoestima sana, fomentar la creencia en uno mismo, confirmar que
de los errores se aprende y que son convenientes y muy necesarios, que nadie es
infalible y que si nos equivocamos, borrón y cuenta nueva. El mundo sigue
girando y rara vez es el fin de algo. Destaquemos lo positivo de tomar
decisiones, incluso con el cupo de errores incluido. El miedo bloquea, el miedo
inmoviliza y aunque es natural sentir una especie de cosquilleo cuando nos
lanzamos a la piscina, también esa sensación es gratificante. Implica ser
adulto y dueño de nuestro destino.
¿Acaso
hay algo que suene mejor? Dejémonos de procrastineo y alarguemos el pie. Se
posará solo sobre el suelo y nos permitirá dar el siguiente. Así se avanza,
amig@s.
Besos
muchos y feliz martes.
Mañana
es miércoles, tocan las galletas de la suerte. Alicia Pérez Gil profundiza en
asuntos cada vez más originales y lo mejor de todo, saca conclusiones. No os lo
perdáis.
Las responsabilidades de estos 3 últimos años me han bloqueado tanto que procastinar es algo tan natural que hoy, habiéndome acotado 2 horas antes, me impide dormir. Preocupado (y acobardado, supongo que también) por mañana. Tienes toda la razón.... rara vez es el fin, y tengo derecho a equivocarme. Gracias una vez más por dar en el clavo
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EliminarTendremos que repetirnos cada mañana, delante del espejo y detrás del obligado "pero qué bonit@ que eres!!" algo así como "Si me equivoco no pasa nada. Aprenderé de la lección y volveré a intentarlo. Rara vez se acaba el mundo, hasta el Presidente de los EEUU se equivoca..."
R.R. (Martin que no pospone)
Lo más probable es que te equivoques, Manu. Disfrutalo.
EliminarNo queda otra...
jajaja Dicho y hecho. Me equivocado un par de veces, pero mira... también he tomado por los cuernos uno de esos demonios dormidos, así que fity - fitfy. Sois un par de joyas las dos, y no sabéis cómo me va de bien leeros entre semana. Un beso a ambas (y un abrazo a Martin ;) )
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EliminarMartin agradece los saludos. Ali, tú nunca le mandas saluditos a mi alter ego, cómo eres...!!
R.R. (Martin enfurruñao con la Ali)
Debe ser algún componente que echan en el agua (risas) porque en procrastinear todos los españolitos de a pié- y los no tantos- lo de "mañana lo haré" o el "ahora" (sobretodo masculino, en las tareas domésticas) es lo primero que pensamos. Y si no...mirad el percal que tenemos en nuestro querido país. O eso, o algún gen dominante que nos dejaron alguno de los pueblos conquistadores que antaño vinieron.
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Eliminarsiiiiiii, todo muy genético o muy conveniente (que también nos vale a la hora de posponer, alargar e indefinir). Listos que somos.-. Jejejeje
Un abrazo
R.R. (Martin)