sábado, 24 de noviembre de 2012

Vaya par de Gemelas: Hasta luego...




Hasta luego...

Con vuestro permiso, hoy hablaré en lugar de las gemelas...



   Cuando era pequeña tenía muchos padres y madres. ¡Y era agobiantemente maravilloso!
   Lo ha sido siempre, y es algo que nunca terminaré de agradecer a todos esos hombres y mujeres tan distintos entre ellos y que tanto me enseñaron, cada uno a su manera, en ocasiones incluso, con consejos diferentes para una misma situación y que, por increíble que parezca, todos tenían su razón.
   Ellos me vieron crecer,  me cuidaron, se preocuparon de que no me faltara de nada… lo más importante de todo ello, que nunca me faltara un abrazo cuando lo necesitaba.
   Y están orgullosos de mí haga lo haga, nunca se han ahorrado el decirlo, el orgullo de que hiciera lo que hiciese, sabían que lo haría con el corazón, y eso, lo haría maravilloso fuese cual fuera el resultado final. Y estaban orgullosos. Estaba, orgulloso de mí… lo estaba.
   Él era mi papá número 3. Lo explicaré, que para los que no me conocéis, soy rara hasta para eso: primero está mi padre, Osvaldo, Teko para los amigos (pero que nadie le llame así, que se nos cabrea, bipolar como la hija…), el segundo era mi abuelo, Manolo como lo conocían todos, “me cago en la leche” para los que no le conocían y se topaban con él, que mala hostia le sobraba dentro de un corazón que no le cabía en el pecho, y luego, estaba él, mi padre número tres, hermano de mi papá “original”, mi padrino, mi amigo, y mi padre en ocasiones que solo él podía serlo.
   Puede que fuera porque nunca tuvo hijos, así que sus sobrinos eran mucho más que hijos para él, y con el añadido de “lo quieres, pues yo te  lo doy, el dentista lo paga otro...”, algo que le oía decír en referencia a los bombones que todos los santos días de mi vida hasta que me marché de casa, venía a traerme a la puerta al salir del trabajo, y con dieseis años me sentía como una niña cuando oía el motor de la Honda 225 pararse en el portón, y mi corazón, sonreía.
   Cómo dice el dicho, “a quien Dios no le da hijos, el diablo le entrega sobrinos”, y dolores de cabeza le he dado a mi tío… Lamartine, el mismo nombre de su padre, pero todos lo conocían por Junior, tío Junior.
   Nadie en el mundo te podría hacer de reír cómo lo hacía él. La cantidad de chistes que tenía en la cabeza, solo se veía solapada por la inmensidad de nombres de actores, directores, películas, libros con títulos y solapas, y jugadas de ajedrez que si no habían, pues se las inventaba.
   Cuando alguien se marcha, solemos oír lo típico que nos deja con esa media sonrisa de resignación y la frase tantas veces oída de “cuando se mueren todos son buenos”. Y no era así, y no es lo que diré. Mi papá Junior era humano cómo el que más, tenía defectos para escoger; tenía mala hostia al levantarse, no soportaba que nadie le tocara sus cosas (a los UVHS de Expediente X me remito), fumaba como un carretero, su cerveza (y más de una) era sagrada, y los chistes (que ya os he mentado) normalmente eran de un humor negro y ácido que llegaba a ser molesto cómo te pillara en un mal día. No, no era perfecto, y me exaspera el que cuando alguien se marcha, de pronto nadie recuerda las cosas malas, y las tuvo… pero ni de lejos podría ofuscar todo lo bueno y maravilloso que fue. Si le pedías algo, la hora que fuera, aunque costara el último penique de su cartera, o el deshacer un plan de semanas arreglado, nunca te decía que no. Tenía una sonrisa en la cara y un taco para cada situación, lo que convertían un gran problema en una sonrisa tras un “qué le den a tu profesor, es gilipollas y un día será tu fan”.
   Mi papá era especial en todo. En sus cosas buenas y maravillosas, y en las no tan buenas e insoportables en ocasiones. Era único. Y el mayor luchador que he conocido en mi puta vida (ese taco dedicado a ti, tío, que sé que te gustaría).
   Diez años ha luchado y sobrevivido cómo muy pocos lo harían. Se ha superado a sí mismo cuando hasta los médicos decían que no podría. ¡Por sus cojones si lo hizo! Nadie le había dicho cómo vivir su vida, así que nadie le diría cuando dejar de vivirla.
   Hace mucho que me marché de casa, no solo lo que dice techo o calles conocidas, me marché a miles de kilómetros  a hacer mi propia vida, y él, ha estado ahí conmigo cada día, en cada pensamiento antes de cerrar los ojos para dormir que dedico a los míos que lejos están de mí.
   Pero se marchó. Lo hizo con el mismo silencio que sabía guardar cuando pocas veces se callaba, un silencio lleno de ruido, una de las tantas cosas que tengo de él, cómo el hablar por los codos, o los dedos esos tan largos y con vida propia que heredé. Y si hay consuelo en esta hora, que os lo aseguro, poco existe, es el saber que se fue en paz, y sobre todo lo demás, que fue querido con sus virtudes y defectos por todos los que le rodeaban, porque enamoraba a quienes le conocían, y cada minuto que se dedicaba a él, siempre, viniera de quién viniese, lo hacían con el corazón en la mano porque él se lo merecía.
   Me duelen muchas cosas, entre tantas, el no haber podido estar allí para darle un último beso, y el que no llegara a conocer a mis hijos en persona, el pequeño se parece a él, “cara de Scandiuzzi”, igualitos...
   Hoy me quedo con mucho más que la nostalgia, la tristeza o las lágrimas que sé llegaran con menos facilidad con el paso de los días; me quedó con los recuerdos, que tendría dónde escogerlos, pero sobre todos, el último de ellos, la última vez que hablamos por teléfono poco antes de que se marchara a darle guerra allá adonde se haya ido. Esa breve conversación, ese “oi, meu beeeeem”, con la “e” más larga de la historia, marca registrada suya, tras el cual preguntaba por orden y siempre la misma, cómo estaban “mis meninos”, y cuando llegaría mi libro a Brasil.
   No me gustan las despedidas. Se me dan muy mal, siempre se me han dado. Así que no diré adiós  porque, y eso lo primero, sé que algún día volveré a verle, pero sí tengo que decir el “hasta luego” que la distancia me impidió dar con un beso en su frente, y atesorar junto a cada palabra y recuerdo suyo, esa fotografía de mi bautizo cuando su pelo aún era rubio y surfero. La tengo guardada, del poco bagaje que me traje de allí. Esa foto más que cualquier imagen reciente es la que llevaré siempre conmigo. Ese era mi tío, mi padrino, mi padre.
Qué descanses en paz.
Lamartine Scandiuzzi Junior.
11 de octubre de 1959 - 22 de noviembre de 2012

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La semana que viene regresan la Gemelas a "Vaya par de Gemelas", y no te pierdas el lunes a "From my Blond Mind".

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5 comentarios:

  1. Siento muchísimo Karol el dolor por el que estás pasando. Espero que el paso del tiempo te traiga tranquilidad para tu alma, y sepas que volverás a encontrarte con él allá donde se encuentre. Era muy joven para partir, pero seguro que estará muy cerca de tí.

    Un abrazo.

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  2. !!Hola,Karol!!

    Siento mucho tu perdida.No has dicho adiós,solo hasta luego,y al final ,algún día, volverás verle.
    Muchos besos y animo.Buen fin de semana

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  3. Alguien tenía que cuidar de tu unicornio mientras duermes..., y de paso cuidar tus buenos sueños...

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  4. Mi princesa, me duele el alma leer el dolor y el amor que muestran tus palabras, como no podría decir nada mejor que lo que ha dicho Gustau, él te cuidará mientras duermes que por eso era tu padrino. Un beso mi vida, un beso para la mujer más fuerte y a la que más quiero

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