De planes, juegos, y ases en la manga, va la cosa...
El local estaba a rebosar. Aunque fuera jueves desde luego no se
trataba de un día cualquiera; el festival a cada año reunía más fieles y
nuevos adeptos del género más oscuro y fantástico, y por supuesto,
cuánto más público, más organización, más variedad, y por ende, mucho
más dónde escoger y disfrutar, y al final, cómo siempre, quedarse corto
entre tanto por ver y hacer.
Pero ellas no estaban allí por ello. No, sus intenciones iban más allá de la Sala Brigaton o alguna película con título koreano traducido para el gusto del consumidor. Y aunque al menos a una de ellas le picaban las entrañas tras cada título expuesto con el que se cruzaba, tenían que centrarse y seguir con lo planeado; nada de distracciones, habían ido allí con una misión, y tenían que cumplir con los plazos.
La morena se acercó a la barra del garito. Abarrotado y entre tanto ruido, contaba con que el grupo de hombres reunidos dos taburetes más allá no la viera, y así, a una distancia prudente pero perfecta, poder oír qué decían. La otra joven se arrimó a ella por la derecha; llevaba el pelo sobre la cara, y puede que el tinte de un rubio platino y chillón la hiciera muy distinta al azabache de la otra, pero bastaba una mirada para que cualquiera se diera cuenta de que eran exactamente iguales. Idénticas. Como el yin y el yan. Y el lado negro estaba a éso de ver agotada su paciencia con su otra mitad albina.
Una mirada fue suficiente, y tras un arqueo unilateral de cejas y la mueca de ojos en blanco que tanto la caracterizaban, la rubia le dio la espalda a su compañera, yendo hacia el otro lado de la barra en el cual, le había dicho esta tres veces, tenía que permanecer hasta que recibiera la señal.
Las gemelas. Así las llamaban. Así eran conocidas desde que el anonimato ya no formaba parte de sus vidas. Y aunque no se tratara de nada original puesto que era precisamente lo que eran, gemelas, ese apodo iba más allá de que se trataran de hermanas idénticas. Eran "Las Gemelas", la morena y la rubia, Jean y Cleo, aunque pocos sabían decir cómo se llamaba una y el nombre que le quedaba a la otra, pero todos sabían quiénes eran, qué hacían, y lo más importante de todo, "cómo" lo hacían.
Eran los opuestos en un mismo cuerpo; una, la lengua bífida lista para pinchar y derramar su dulce y ácida ponzoña, y la otra, el antídoto que contrarrestaba los daños colaterales de su hermana menos sutil, pero, que nadie se dejara engañar (y pobre del que lo hiciera) ni de lejos era una niña buena. Eso, ninguna de las dos los eran.
La morena le sonrió al camarero, y este, tras un traspié y una sucesión de imágenes inapropiadas para su edad y estado civil, se acercó a tomar nota de lo que pediría. La rubia apoyó los codos en la barra y esperó a que su hermana pidiera la coca cola de siempre (abusando de sus dotes y llenando de paso su ego) y que así diera la maldita señal de una vez.
Los hielos cayeron lentos en el vaso. La rodaja de limón una media luna amarilla y eterna. Y mientras vertía el refresco gaseoso, disfrutando el craqueteo de las piedras de agua solidificada, la morena miró al camarero, sonrió, se pasó la lengua por los labios, y la rubia pudo entrar en acción: la melena dorada se movió de maneras premeditada y torpemente planeada, tropezando y acabando sobre la espada de uno de los hombres que, sin saber, llevaban siendo observados desde hacía mucho. Dos de ellos se giraron, ella pidió perdón, una copa se cayó, el camarero se hizo con una bayeta, alejándose así de la morena y sus segundas (porque no decir, también terceras) intenciones, y la joven de melena oscura se escurrió sobre la mesada, haciéndose con la servilleta que antes había visto como le entregaba su objetivo al chaval que servía copas de garrafón.
Unas cuántas disculpas, distraídas por un escote generoso y nada discreto, y la rubia se alejó del grupo para reunirse con su hermana que ya fuera le esperaba ansiosa.
Pero ellas no estaban allí por ello. No, sus intenciones iban más allá de la Sala Brigaton o alguna película con título koreano traducido para el gusto del consumidor. Y aunque al menos a una de ellas le picaban las entrañas tras cada título expuesto con el que se cruzaba, tenían que centrarse y seguir con lo planeado; nada de distracciones, habían ido allí con una misión, y tenían que cumplir con los plazos.
La morena se acercó a la barra del garito. Abarrotado y entre tanto ruido, contaba con que el grupo de hombres reunidos dos taburetes más allá no la viera, y así, a una distancia prudente pero perfecta, poder oír qué decían. La otra joven se arrimó a ella por la derecha; llevaba el pelo sobre la cara, y puede que el tinte de un rubio platino y chillón la hiciera muy distinta al azabache de la otra, pero bastaba una mirada para que cualquiera se diera cuenta de que eran exactamente iguales. Idénticas. Como el yin y el yan. Y el lado negro estaba a éso de ver agotada su paciencia con su otra mitad albina.
Una mirada fue suficiente, y tras un arqueo unilateral de cejas y la mueca de ojos en blanco que tanto la caracterizaban, la rubia le dio la espalda a su compañera, yendo hacia el otro lado de la barra en el cual, le había dicho esta tres veces, tenía que permanecer hasta que recibiera la señal.
Las gemelas. Así las llamaban. Así eran conocidas desde que el anonimato ya no formaba parte de sus vidas. Y aunque no se tratara de nada original puesto que era precisamente lo que eran, gemelas, ese apodo iba más allá de que se trataran de hermanas idénticas. Eran "Las Gemelas", la morena y la rubia, Jean y Cleo, aunque pocos sabían decir cómo se llamaba una y el nombre que le quedaba a la otra, pero todos sabían quiénes eran, qué hacían, y lo más importante de todo, "cómo" lo hacían.
Eran los opuestos en un mismo cuerpo; una, la lengua bífida lista para pinchar y derramar su dulce y ácida ponzoña, y la otra, el antídoto que contrarrestaba los daños colaterales de su hermana menos sutil, pero, que nadie se dejara engañar (y pobre del que lo hiciera) ni de lejos era una niña buena. Eso, ninguna de las dos los eran.
La morena le sonrió al camarero, y este, tras un traspié y una sucesión de imágenes inapropiadas para su edad y estado civil, se acercó a tomar nota de lo que pediría. La rubia apoyó los codos en la barra y esperó a que su hermana pidiera la coca cola de siempre (abusando de sus dotes y llenando de paso su ego) y que así diera la maldita señal de una vez.
Los hielos cayeron lentos en el vaso. La rodaja de limón una media luna amarilla y eterna. Y mientras vertía el refresco gaseoso, disfrutando el craqueteo de las piedras de agua solidificada, la morena miró al camarero, sonrió, se pasó la lengua por los labios, y la rubia pudo entrar en acción: la melena dorada se movió de maneras premeditada y torpemente planeada, tropezando y acabando sobre la espada de uno de los hombres que, sin saber, llevaban siendo observados desde hacía mucho. Dos de ellos se giraron, ella pidió perdón, una copa se cayó, el camarero se hizo con una bayeta, alejándose así de la morena y sus segundas (porque no decir, también terceras) intenciones, y la joven de melena oscura se escurrió sobre la mesada, haciéndose con la servilleta que antes había visto como le entregaba su objetivo al chaval que servía copas de garrafón.
Unas cuántas disculpas, distraídas por un escote generoso y nada discreto, y la rubia se alejó del grupo para reunirse con su hermana que ya fuera le esperaba ansiosa.
—¿Lo tienes?
—Sí... y no me gusta nada de nada lo que estamos haciendo.
—Venga ya, rubia, si lo has disfrutado...
—Le acabo de robar a un trabajador, que seguro tendrá mujer y seis hijos, las llaves maestras del hotel, eso además de un crimen es... qué cojones, ¡soy una delincuente y por tu culpa!
—No, él tiene la culpa; si se hubiera ido de copas con el personal sin llevarse las llaves no se la hubiéramos cogido prestada...
—¿Así te vas a consolar por la noche y justificar lo que estamos haciendo?
—No te diré cómo ni con quién pienso consolarme de noche, pero te aseguro que no estaré pensando en el conserje del hotel...
—Lo tuyo no tiene nombre, morena...
—Sí que lo tiene, lo que pasa es que...
—¡Agáchate!
—¿Qué coño...?
—Son ellas... han llegado.
En una postura nada agradable y hermosa, las hermanas permanecieron unos segundos encaramadas tras los arbustos en una de las zonas más concurridas del paseo marítimo.
Detrás de ellas unas cuántas voces masculinas halagaban, con nada de elegancia, la belleza de sus traseros, a lo que, sin mirar, la morena contestó con el dedo anular en alto y orgulloso. Daba igual quién les viera por detrás, por poco no les habían pillado in fraganti.
Sin decir nada, las dos hermanas se aseguraron de ver cómo sus objetivos entraban al local en el cual el "plan A" había resultado a la perfección, dejando entonces vía libre para que el "plan B" entrara en acción.
Sus tacones iban marcando el trote acelerado por el pavimento mientras las gemelas avanzaban calle arriba (muy arriba), una avenida ascendiente e interminable que, según lo planeado, tenían que recorrer en cuatro coma dos minutos si querían que el plan siguiera su curso.
—¿Tiempo?
—Tres minutos y medio.
Tras la contestación casi sin aliento de la rubia, la morena tomó el frente, adentrándose en el hotel de tres estrellas (sin demasiado brillo), como si fuera la jodida dueña del lugar; incluso saludaba al personal y a los clientes con los que se cruzaba, mientras la rubia, acojonada e hiperventilando, tenía pensamientos contradictorios entre llamar a sus padres y que la encerraran, o sentirse jodidamente orgullosa de la cabrona de su hermana.
Dos plantas más arriba (tensión por los suelos y adrenalina a toda pastilla) la morena al fin dejó de andar. La rubia se detuvo tras ella (por inercia más que otra cosa), mirando entonces a la puerta frente a la cual su hermana se había detenido.
—Aquí es...
—Creo... que... joer... espera... que cojo... hostias... me ahogo...
—Tranquila, rubia. Agárrate a mí. Qué empiece el espectáculo.
La llave giró suave y el pomo bajó tras un clik musical y denso (las puertas con tarjeta para los hoteles modernos). La morena miró a la rubia. Una sonrisa cruzó la mirada verdosa de la joven, y su hermana se dio por vencida ante el hormigueo que le recorrió el cuerpo al estar a dos pasos de conseguir cumplir su cometido. Sí, al final, estaba asquerosamente orgullosa de su hermana y del unicornio al cual la muy lista le echaba la culpa de todas sus locuras.
—Recuerda: no toques nada que no sea estrictamente necesario.
—Uff... ¿de verdad estamos haciendo eso?
—Oh, sí, nena... ya lo hemos hecho. Empieza el "plan C".
La puerta se cerró a sus espaldas y la morena se apresuró en encender la luz, unos segundos de palpar el gotelé hasta al fin acertar con el pomo que dataría de la época de Enrique IV o Carlos III... la Historia nunca había sido la materia preferida de ninguna de la dos.
Al encenderse las lámparas del habitáculo, ambas hermanas contuvieron la respiración. La rubia se agarró con más ahínco si cabía al brazo de su hermana, y esta, por primera vez en toda la noche, sintió flojear sus rodillas: la habitación era una orgía de ropa interior, condones (no sabían decir si usados o a medio usar), nata, copas por el suelo, sábanas y almohadas convertidas en alfombra, incluso unos bóxers colgaban de la luz auxiliar que había sobre la mesita de noche.
—¿Qué coño...
—No toques nada, rubia... no se te ocurra... ¿cómo cojones se ha quedado pegado el condón este a la pared?
—Será por la nata montada...
—Creo que deberíamos de marcharnos, rubia... eso no es a por lo que hemos venido...
—Es la primera vez en la que estoy totalmente de acuerdo contigo, morena. A marcharse y cagando leches...
Ambas hermanas se movieron hacia atrás, volviendo sobre sus pasos; su misión era seguir, vigilar, y, por supuesto, asegurarse de que sus dos amigas (no en el mismo orden ni mutuas) no hicieran nada más que "firmar libros y sonreír". Y todo aquello distaba mucho de lo peor que podrían esperarse... jamás se habrían imaginado nada así en su vida.
—Joder, joder, jodeeer....
—Abre ya de una vez, rubia...
—Qué no se abre, ¡qué no va la maldita puerta, joder!
—Cómo que no va... anda quita que...
El televisor se encendió de improvisto. Las dos chicas gritaron de manera ahogada mientras se agarraba la una a la otra, y miraron con los ojos cómo platos a la pantalla llena de pixeles monocromáticos hasta que esta se volvió negra, y tras un flash cegador, surgió una imagen desenfocada que poco a poco se fue acercando y tomando nitidez, dando paso entonces a un par de tacones rojos pulcros y brillantes sobre el asiento de una silla, la misma que había en la habitación justo en la esquina.
«Hola... Gemelas»
La voz salida de una ultratumba que parecía estar dentro del televisor hizo que ambas gritaran mientras se abrazaban y no podían despegar los ojos de la pantalla.
«Queremos jugar a un juego... ¿qué os parece?»
—Qué demonios...
«Nada de tacos ni preguntas, morena —le interrumpió la voz—. ¿Os creísteis que ibais a saliros con la vuestra? ¿Tacones y gabardina en pleno paseo marítimo? ¿Dos asientos más atrás en el avión? Oh, para jugar hay que saber hacerlo, sobre todo, si empezáis una partida con quienes han inventado las reglas del juego...».
La imagen cambió totalmente, y en pantalla aparecieron las dos escritoras, sus «blancos» en la misión que las había llevado hasta allí: ambas se tronchaban de la risa mientras tiraban ropa íntima hacia arriba, revolvían la habitación, pasaban nata montada por las paredes y vertían sirope en la cama, hasta que la escritora rubia se acercó a la cámara, y apuntó el objetivo hacia la morena que miró hacia ellas con una sonrisa medio torcida y los ojos verdes ya convertidos en su marca personal, y que más de un subidón provocaban cuando se disponía.
«Venga, todo tuyo», dijo la rubia sin dejar de reírse.
«Sois listas, pero nosotras, mucho más —empezó a hablar la autora morena sin dejar de mirar a la cámara—. ¿En serio os creísteis que le daría así cómo así el número de mi habitación a un camarero que no conozco de nada, y además, en una servilleta con un beso de carmín rojo? ¿Y lo del conserje del hotel? ¿En serio?»
La gemela morena se sentó en la cama y su hermana hizo lo mismo, ambas movían la cabeza negando lentamente mientras observaban como de cazadoras, pasaban a ser y estar, totalmente cazadas.
«¿Y la escenita en el bar? —dijo la escritora rubia girando la cámara a sí misma—. ¡Amateurs!»
Las dos escritora empezaron a reírse una vez más, mientras dejaban la cámara sobre el televisor, sentándose al fin en el mismo lugar que las gemelas ahora ocupaban.
«El conserje, el verdadero, no abrirá hasta mañana por la mañana, ya sabéis, "not disturb" y todo eso», habló una vez más la autora hispano americana. Su acento hacía que el tono burlón de su voz y la media sonrisa torcida le diera un aire de hija de puta que la gemela azabache estuvo segura que necesitaba aprender costara lo que le costara.
«Tenéis hasta entonces para limpiar todo y dejar las cosas más o menos presentables, por todo eso de pagar la noche en el hotel sin "extras" por vandalismo», remató la autora rubia mientras ponía los ojos en blanco y sonreía tímida y provocadora. La gemela rubia, aunque sin saberlo, pensó lo mismo que su hermana: esa cara la tenía que aprender sí o sí.
«Ah, por cierto, tú, morena —la autora de melena larga y negra se ajustó el escote y se levantó, sacando de debajo de la cama una bolsa que abrió con deliberada paciencia y cuidado—: tengo tu unicornio. A ver qué haces ahora», y sacó de la maleta un peluche desgastado por los años y achuchones exagerados, haciendo que la gemela de pelo oscuro se levantara en el acto.
—Hija de...
«Nada de tacos, morena —concluyó la escritora—. Éso sí, que es un plan perfecto. Y cuando os pidamos el rescate por el animalito unicorniano, terminaréis de entender porqué nadie juega con nosotras. Qué lo paséis bien recogiendo y feliz vuelo mañana. Nos vemos en Madrid. Ya recibiréis noticias sobre el rescate, o debería de decir, "indicaciones"...».
«Que se te olvida una cosa, nena —saltó la escritora de pelo platino justo antes de apagar la cámara—. Nosotras sabemos dónde vivís, tenerlo en cuenta».
Las Gemelas se quedaron en silencio mirando a la televisión que ahora se había apagado.
—¿Eso de verdad acaba de pasar?
—Sí, rubia, sí, acaba de pasar.
—Te mato, morena. Te degollo y luego...
—Anda, vamos a recoger todo eso y a ver si podemos dormir un poco...
—¿Recoger y dormir? ¿Estás en estado de shock o algo así, morena? Ahora mismo llamamos a recepción y...
—No pierdas el tiempo, rubia. Estas fijo que se han asegurado de cortar el teléfono. A recoger y a dormir. Tenemos que estar preparadas para la revancha.
—Nadie toca el unicornio de la morena. Joder la que han liado las escritoras estas...
—Tú lo has dicho, rubia: nadie toca mi unicornio. ¡Nadie!
Y el lunes seguimos con "From my Blond Mind"...
Lo que sucedió en Sitges no se si es más de 007 o del inspector Clouseau, pero seguro que traerá cola y no será la de la pantera rosa.
ResponderEliminarEstas gemelas son un poco "pardillas" o bien es que las dos escritoras son unas "listillas" :-)
Un poco de las dos cosas y ninguna de ellas en absoluto... la venganza es dulce y se come fría, así que, todavía, no sabemos quienes se dejan ganar o ganas de verdad... ¿no?
EliminarJajaajajaja
Y que traiga cola, con público siempre es mucho más divertido... XD
Besosss
Madre mía!!! Que me parto...ya contareis los pelos y señales jajaja menuda trama
ResponderEliminarjajajaja... ya, ya... estas, cómo más de uno ha dicho, están para encerrarlas... :D
Eliminargracias por pasarte y seguirnos, cielo, ¡¡grande que eress!! :D
Besosss^^