Galletas de la muerte: Los otros
Como casi siempre, mi idea inicial era otra. Iba a inventar la historia de por qué nuestra chica de los domingos no se ha estrenado aún. Así mataba dos pájaros de un tiro: cedía a las docenas de preguntas que por privado me hacéis al respecto, y me quitaba la entrada de Halloween sin mayores problemas.
Pero no está bien. En las habituales Galletas de la Suerte, yo cuento la verdad. Son galletas autobiográficas o, por lo menos, basadas en hechos reales. Y me gustaría que siguieran así. Para contar cuentos tengo el espejo, mi blog, la oficina, las reuniones familiares... Cuando la historia de la multifirma empezó yo me dije que le echaría un par de tacones al asunto y que hablaría de mí.
No es que yo sea la niña del exorcista -salvo que me
toquen las narices a base de bien-, así que no me las he visto con más demonios
que los que trabajan en los bancos, las operadoras de telefonía y los
vendedores de enciclopedias. En cambio hay algo que solía pasarme: veía cosas.
Uno nace con la sensibilidad de “ver” o la desarrolla. Yo
me empeñé mucho en ver. Me movía en ambientes en los que se hacía necesario
gozar de algo que te distinguiera de los demás, así que decidí que vería. Tras
tomar la decisión me puse a mirar. Así de simple: miraba la oscuridad, las
esquinas, la televisión apagada, los callejones. Miraba hasta quedarme bizca. Y
tardé años en ver algo que nadie más veía.
Al principio creí que se trataba de sugestión: tanto
fijar la vista en los rincones oscuros, creía que había bichos por todas
partes. De ahí a sentirme observada no medió un paso. Desde el primer momento
en que noté que unos ojos se me clavaban a la espalda sin dejarme n a sol ni a
sombra hasta que vi mis primeros muertos reales no debió de transcurrir ni un
mes.
La primera vez que vi algo de verdad, algo casi tangible
–con la tangibilidad que pueda tener un fantasma, claro está- fue en Ayllon.
Había salido con mi novio de entonces a dar una vuelta por las tierras
castellanas. Nos pilló la noche en ese pueblo pero, como anochece tan ytemprano
en invierno, decidimos arriesgar un paseo vespertino a la luz de las farolas.
Vimos un cartel que señalaba unas supuestas tumbas visigóticas y allá nos
dirigimos. Porque una noche en la meseta sin visitar una buena tumba visigótica
no es nada.
Ya de camino la cosa se puso fea. A mí me empezó a pesar
el pecho y Víctor, no sé si de motu proprio o porque notaba mi inquietud, se
puso nervioso. Nos dimos de bruces con los cimientos o el contorno o lo que
fuera de un edificio que con aquella luz
inexistente no supimos identificar. Casi nos morimos del terror. Un terror
inexplicable que nació de mis latidos acelerados, de la oscuridad y de nada
más. Salimos de allí, buscando el cobijo del haz de algún farol y entonces les
vi. Un ejército completo, en formación en lo alto de la colina que domina lo
que es hoy la plaza del pueblo. Pero no un ejército regular. Algunos soldados
había, y un caballero que parecía el líder, pero el grueso de la soldada lo
componían campesinos y artesanos armados con sus horcas y sus utensilios. Los
vi como el que ve una película. Perfectamente definidos en frente de mi.
Salimos del pueblo más rápido que unos que llevaban mucha
prisa. Aún hoy cuando paso cerca, me recorre una especie de escalofrío.
Una vez visto eso, no hay monumento histórico que no
visite con los ojos mentales bien cerraditos. Los muertos no parecen
peligrosos, pero nunca se sabe.
Sin embargo, la mejor experiencia halloweenera de mi vida
no fue esa. No. La mejor ocurrió cuando me compré mi casa. Y tampoco voy a
ahondar en las cláusulas de mi préstamo hipotecario, porque ese es un miedo
común que no se circunscribe a ninguna fecha concreta, sino que nos asalta a
muchos allá por el final de cada mes.
Cuando compré mi casa vivía con Víctor, que jugaba con
cierta frecuencia a juegos ruidosos de ordenador hasta altas horas de la
madrugada. Yo tengo el sueño muy ligero y un mal humor que también asusta
mucho. Sobre todo cuando va acompañado de malos pelos y ojeras por falta de
descanso. Solía acostarme antes que él y, si había suerte, me quedaba dormida
más o menos enseguida. En fin, quien dice dormida se refiere a ese estado de
duermevela tan asqueroso, que no sabes si oyes cosas o estás soñando o qué
pasa. Ya sabéis, cuando estás lo bastante dormido como para creer que estás subiendo
una escalera y lo bastante despierto como para sentir el vértigo de un
tropiezo.
Durante esos intervalos yo oía cosas. Sobre todo oía
pasos que iban desde el salón donde mi ex jugaba a sus cosas de matar elfos de
sangre y taurens con malas pulgas hasta más o menos la puerta de la cocina, que
cae como a 50 cms de la cabecera de la cama y justo en frente del baño. Los
pasos se quedaban ahí y no iban a ninguna parte. Las primeras veces pensé que,
bueno, a lo mejor Víctor había ido al baño y se había vuelto luego al salón. Yo
no me habría enterado porque como estaba medio para allá y medio para acá…
Hasta que una noche, después de que los pasos se quedasen
en el lugar habitual, abrí la puerta de la habitación y pregunté en voz alta:
- ¿Has vuelto?
Pero no. Yo estaba sola y el hombre de la casa en su
partida de rol semanal. Cerré la puerta, me metí debajo del edredón y otra vez
los pasos pasillo arriba y ¡Oh sorpresa! Esta vez también pasillo abajo. No
volví a preguntar ni a salir. Y ya de mañana, cuando mi adalid y defensor giró
la llave en la cerradura casi me da un síncope.
Viví así durante tres años, más o menos. Hasta que
decidí, igual que había decidido ver, que aquello se acababa. Me empeñé muchísimo
en cerrar los ojos, en que si no podía tocarse era que no existía y poco a poco
los sonidos desparecieron. Igual que desaparecieron los espíritus de los
cementerios judíos –el de Toledo está preñaíto, lo juro-.
Estoy segura de que por mi casa siguen paseando los tres
fantasmas que identifiqué, pero yo ya no les oigo, ni les siento. Y no sé si es
una pena o no. Sé que duermo mejor, que estoy más tranquila. Pero bueno, a lo
que vamos. La moraleja de hoy: uno puede conseguir lo que se proponga. Lo que
sea, si se pone a ello de verdad. Y eso de que tengamos cuidado con lo que
deseamos porque puede hacerse realidad tampoco hay que tomárselo muy en serio:
basta con desear que desaparezca y ¡chas!
Y mañana encuentros en la tercera fase con Irene Comendador!!!
Alí que me pareció a mí recibir unos mimos desmedidos en tu casa, y como estaba en ese estado medio viva -medio zombi, pensé sera el michifus.... Miedo!!! Tres!!! Así de tranquila, tres!!!
ResponderEliminarMujer, es lo que hay. Me causa mucho más escándalo la subida de precio de los yogures, no sé...
Eliminar:)
Joder que cosas más chulas te pasan. A mí lo más escalofriante que me pasó fue una noche de salida de halloween en un bar de copas que también vendían pollos asados(?!) un nene muy raro se me acercó y me dijo: "Quieres ser mi novia?" No estaba pedo, ni me vacilaba, ni me quería para un rato en el asiento de atrás del coche. Buscaba novia casadera... el día de difuntos.
ResponderEliminar¿Y qué le respondiste?
EliminarMás cortada que una rana en clase de biología, un tímido "No, gracias" Yo para esas cosas no valgo, no.
EliminarEso es por los pollos asados :P
EliminarEn un bar de copas que vendían pollos asados. Sí, eso mismo, y en un apartado había una abuelita que os cogía las carreras de las medias y tenía al lado un puesto de castañas pilongas. El local se llamaba "13, rue del bebercio" y lo regentaba Anacleto, el barman más completo. Que daño han hecho las pastillas azules, dios mio!!!
EliminarEn casa, de toda la vida, siempre hemos tenido fantasma. Se llamaba (ya no se llama porque se murió, el pobrecito, porque los fantasmas tambien se mueren y van al cielo de los fantasmas) pues se llamaba McPerson (se escribe sin "h" y no tiene parentesco con la australiana), un fantasma escocés que era el que hacía todas las perrerías que injustamente nuestros padres decían eran por culpa nuestra.
ResponderEliminarNo hombre no, a mí no me cuentes estas cosas de cementeriso toledanos y de casa que tiene andantes que no dejan huella, mientras que tu ex está jugando a juegos de roll, porque si luego me dices que es una historia basada en hechos reales, pues como que me entra caquita. Mira que serás mala y yo tonta de leer a estas horas, a ver como concilio el sueño ahora... ains... esta Alicia mía que me quiere matar lentamente por sugestión jejeje Me guuuuussta, ahora voy a ver si veo cama o qué veo ^^ Besos amore mío, que tengas o no fantasmas en casa, eres la caña!!!
ResponderEliminarJoerrr... hablando de sujestión con la reina de las auto sujestionables... jajaj:D
ResponderEliminarYo cómo mejor no hablo de mí misma, que de seru autobiográfica os volvería (todavía más) locos, mejor me ciño a decirte que esas cosas se avisan... a ver cómo coño hago yo las ronda ahora solita... :D
Genialísima esa semana de Halloween oyes...:D
Besosss
Buff qué mal rollito. Yo hubiera vendido la casa y a otra cosa mariposa. Spooky & creepy!!
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