martes, 18 de diciembre de 2012

La mota rosa (VIII): Carta desde la sabana



Continua esta inefable 2ª parte de la célebre "Cuarentañeras". Las chicas siguen viviendo peripecias de lo más estrambótico. Ciertos hombres salen de sus vidas, otros que llegan, personajes indeseables que se cuelan... Y ellas, que no siempre reaccionan con la lucidez que cabría esperar...











CARTA DESDE LA SABANA


No supe qué contestarle. Le apreté la mano queriendo trasmitirle mi apoyo y que allí estaba yo para lo que hiciera falta, hasta un quejarse por lo bien que iban las cosas si hacía falta, y conseguí convencerla de que pasáramos por el bufet a reponer fuerzas que a mí el estómago ya me bailaba la samba.
Ay, omá, qué rico to.
—La vida a veces requiere un poquito de pimienta, ya sabes —me explicó ligeramente más repuesta.
—No, no sé. En lo que a mí respecta, ya se lía demasiado sola como para encima desearlo.
—Eso eres tú, Lola, que tienes una existencia movida, llena de altibajos y de grandes putadas… Y perdona que te lo recuerde.
—Gracias, has llegado tarde con la disculpa, ya se me habían encogido los intestinos. Mira, jamón dulce, voy a prepararme una catalana de muerte.
—La catalana es con jamón serrano, no cocido.
—Pero como no veo el serrano por ningún sitio me la preparo con lo que hay.
—¿Ves a lo que me refiero?



 Pues no. ¿Qué tienen que ver las putadas de la vida con el jamón york? Si es que el día que mi Feli se levanta profunda más vale salir corriendo.
—A que te adaptas, Lola, a que no te cuesta nada amoldarte a lo que hay. Yo no. Yo parece que deseo lo que no tengo y cuando lo tengo todo para ser feliz me comporto como una tipa miserable y desagradecida que está triste y depresiva.
—¿Estás depresiva? —me alarmé camino de la mesa.
—No, pero es cuestión de tiempo. Ya verás.



El resto del día y el que le sucedió, no llegué a ver a Rita pero hablé con ella un par de veces por teléfono. Curioso. No soltó prenda respecto a sus presuntos problemas económicos. Me duele ese orgullo tonto y esa falta de confianza que lleva por bandera como si quisiera convencer a alguien de lo que no es. Rita sería muchísimo más feliz si pensara más en sí misma y en sus necesidades que en las de los demás y en qué es lo que esperan los demás de ella para quedar satisfechos. Siempre, siempre, defraudas a alguien, es imposible (y absurdo) que todo el mundo esté contento; y aunque consigas satisfacer a unos pocos, la alegría les durará un segundo pues al fin y al cabo, es un gozo que les resulta ajeno y distante y a cada cual, le obsesiona más el suyo, dónde va a parar. En fin, con dolor de corazón, tampoco quise insistir mucho en el tema “dinero” porque no estoy para préstamos y no quería que pareciera que se lo estaba ofreciendo.
Hay que ser comedidos con Rita que luego sus desilusiones generan unos cabreos de ven aquí y no te menees.




Para la cena de esa noche elegí un vestido de cóctel en color ciruela que combinaba muy bien con mi pelo rubio. No conseguí que Rafa se bajara de los vaqueros pero al menos accedió a ponerse una camisa y un blazer que le tengo para ocasiones especiales aunque como todavía no ha llegado ninguna, aún le cuelga la etiqueta. Mi padre había reservado mesa en uno de los restaurantes más selectos de la galaxia y parte del universo exterior, como si presentarme a la tal Emilia fuese lo más importante tras mi nacimiento. Ya me estaba cayendo mal y todavía no le había puesto el ojo encima. Me reprendí por mis prejuicios y me centré en depilarme las cejas que se me da bastante mal.
El huracán adolescente que tengo por hijo abrió de sopetón la puerta de la calle pegando gritos como un poseso.
—¡Carta de Hamilton! ¡Mamá, carta de Hamilton!
¡Coño!
Me sobresalté de tal modo que con las pinzas me pegué en el párpado el padre de todos los pellizcos. Así y todo, salí corriendo de mi habitación con el corazón en un puño. ¿Una carta? ¿De mi adorado Hamilton? ¿Sería larga? ¿Sería corta? ¿Pediría perdón? ¿Anunciaría su vuelta? ¿Se habrían acabado los gorilas?
—¡Dame, dame! —exigí tendiéndole ambas manos. Lo que Rafa puso entre mis dedos no era precisamente una carta—. Es una postal…
—Bueno, carta, postal, es lo mismo, ¿no? —afirmó él con su tendencia a simplificarlo todo. Qué envidia esto de ser hombre, oye.




—No, qué va a ser lo mismo —la giré desolada—. Y además viene sin escribir.
Joé, qué exigente. Encima que te la manda, ¿qué más quieres?
—Que me ponga unas letritas —me indigné—, un “qué tal” “yo por aquí bien” “me están comiendo vivo los mosquitos” “Ningún primate conseguirá que te olvide”… —A medida que hablaba me descomponía.
—Vamos mami… —Fue a abrazarme pero se fijó mejor—. ¿Qué te ha pasado en el ojo? Estás sangrando y todo.
Me cago en la leche. Miré el espejo: un boquete para meter el meñique. Precisamente la noche de la presentación oficial, yo voy con un ojo a la virulé. Si es que no cambias, Lola, si es que lo tuyo es ponerte en evidencia siempre que puedas y más.
Como estaba tristona con el asunto de la postal me dejé hacer. Mi peque, enfermero ocasional, me colocó bajo la ceja una tirita rosa fucsia que no desentonaba nada con el vestido y allá que nos fuimos, con el corazón encogido y el (por ahora) único hombre de mi vida colgado del brazo, despotricando y echando pestes contra la corbata que le apretaba.



 Continuará...

Y mañana miércoles... Síiiiii, ya lo sabéis. Las mejores galletas con Alicia Pérez Gil. Yo no me las pierdo. ¿Y vosotr@s?


1 comentario:

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