Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...
Siempre he pensado en esa clase de personas a las que todo,
le parezca bueno o malo, si no le concierne, lo deja a un lado, o en el mejor de los casos, lo pasa por el forro de los costados (nada
de tacos, me lo advirtió el duendecillo fantasma de las navidades pasadas, y
hay que hacerle caso).
Tiene que ser interesante poder ver cómo ocurren,
ocurrieron, o acabarán las cosas, con la seguridad interna de que, pase lo que
pase, en menor medida siempre (que a pequeños sentimientos y linternas me
remito) no le molestará lo suficiente como para quitarle el sueño y alumbrarle
retinas que poco de llorar conocen.
Curioso sí, eso cómo poco. He decidido entonces hacer un
pequeño repaso a mi año, no vaya ser que sea yo uno de estos pocos inquilinos
de vidas propias y limitado de sentimientos ajenos con sobrantes y
demasiadas glorias, nunca se sabe, dicen que están cegados, podría entonces
estar en medio y no haberme enterado. Y me quedé dormido. Sí, pensando es
cuando mejor duermo, no pongo en orden ni se desborran hojas en mi cuaderno,
pero quizás, cansado de oírme a mí mismo, acabo encontrando consuelo en estos
minutos de silencio lleno de poco del mundo y vacío de todo sentimentalismo, si
es de ley que cuando se duerme se sueña, no se siente, doy por hecho entonces,
que no padezco ni tampoco lo hacen mis entrañas.
Y ha sido sorpresivo que al final, tras sueños en ruinas y
una que otra lejana y desolada montaña, haya encontrado respuestas conclusas.
No con las palabras que me hubiese gustado encontrarlas, eso hay que dejar en
nota (mental, que soñaba, recordad, por mucho que me apenara allí se iba a
quedar).
El primero en presentarse con su estúpido y violáceo
cuadernillo fue él, el pequeñito; menudo de cuerpo, gafas sobre la nariz, pecas
alrededor de los pómulos, y manía de ser el más listo aunque no haya sido de
nada nunca el amo. Me dijo que me sentara y cerrara los ojos (rechisté, todos
saben que los fantasmas estos te llevan a ver, no te lo hacen de padecer), pero
tras una colleja certera y una amenaza con aquella pluma demasiado afilada, al
final obedecí y dejé que siguiera con su broma macabra. Fue entonces, puede
que al ver como se arrimaba a mí pecho aquella coronilla conocida, aquel rostro
que no veía pero que al resoplar sobre mi cuello, hizo que todo hecho cenizas
volviera a estar en llamas, se tratara pues de una respuesta, una reiterada por
aquellos dedos ya tan lejanos que volvían a rozar mi rostro con promesas mudas
y extrañas, en un pasado que ya de hacía mucho no tenía memoria o añoranza. El
pasado escupiendo sílabas y verdades no siempre es bienvenido, menos a lomos de
un fantasma y de sentimientos que de hace tanto tendrían que haberse hecho
fríos. ¡Maldito duende de las navidades pasadas! De saberlo, no soñaba y
te mantenía despierto conmigo. Una nueva colleja y le miré; sonrió de lado a
lado, y lo comprendí: no se trataba de añorar lo perdido, sino, de ver y tener
claro, que lo pasado no se borra y que hay recuerdos que por muy ocultos que
estén, nunca se irá de la memoria.
Creí que la noche terminaría, pero Dickens lo tenía claro y
por supuesto no me lo pondría tan fácil (a mí ni a nadie que por sus páginas haya viajado) y vi entrar entonces el hada del presente a lomos de un animal cuánto menos raro. Cuidado, el
que dice raro no dice desconocido, y el cuadrúpedo dejó claro con su mira y
hocico fruncido, que más me valía no hacer burlas ni hablar de no ser cuestionado. Tenía que pasar por ello, ya puestos, tocaba todo o nada, al igual
que el presente que ahora ante mis ojos se dibujaba. No me sabía desconocido,
los rostros diarios uno siempre los tiene claros, pero sí interesante el que
cada acontecimiento actual se acabara en un mismo instante, justo en el momento
preciso cuando la situación vivida se solucionaba, cuando había dado un paso (o
abierto un candado) y ya no visionaba lo ocurrido. El hada de pelo verde y ojos
de zafiro sonrió, y su amigo el equino de un solo cuerno, de poder hacerlo,
seguro los ojos en blanco hubiese puesto junto a uno que otro resoplido. No
podía enseñar el presente tal cual, no porque no lo hubiese vivido, sino,
porque el camino tomado me habría llevado a un desenlace, pero, como con todo,
siempre hay eso de los segundos caminos (o oportunidades). El presente solo es cuestión de decisiones, no hay buenas, malas, equivocadas o certeras,
la que tomes será tu hado, así pues, si llegado a aquel momento, con aquellas
manos sobre las mías, los ojos ajenos y marrones pegados a mis retinas, el beso
podría o no ocurrir, pero nada cambiaría los hechos: si el corazón ya había
sido tomado, qué más daba que fuera en este u otro momento robado.
Quise entonces que todo terminara. No tenía paciencia, ni
ganas claras, de que viniera ahora un espantapájaros cabalgando en un aterrador Grifo, o peor, otro duende con mala gana y poco juicio, a enseñarme los
errores cometidos y un futuro que seguro ni de lejos hubiese querido. Y para mi
sorpresa, y la vuestra (pobre cuenta cuentos el señor D., seguro ahora ya no le parecería tan divertido), no surgió fantasma alguno para regañarme y dejar claro que
más me valía cambiar el pasado o el presente vivido me llevaría a un futuro
triste y retorcido. En su lugar me hallé sentado en mi sillón de siempre, con el
mismo té y cigarrillo en el cenicero, ni un
fantasma, nadie ni nada que me explicara qué hacer para mejorar o cambiar
(supuesto, supongo, supondría) una vida entera para no acabar en aquel preciso
instante como lo hacía. Comprendí entonces la belleza de aquel momento, la
moraleja de este mi propio cuento: no hay futuro que lamentar cuando el pasado
lo has vivido intenso y el presente lo haces de cuerpo y alma enteros. Lo que
tendrá que ser será, o eso oí alguna vez, entonces, de estar esperando saber
qué será de mí, se me olvidaría cómo llegué hasta allí. Lo único que podría
tomar como cierto y enseñanza en todo ello es que, quizás (y solo si eso quiero), llegada una bifurcación conocida, o un beso a escondidas certero, más
me vale no esperar saber qué sería mañana tras ello, porque, pase lo que pase,
no se tratará de mi futura navidad o de un próspero año nuevo, sino, de el
desear y poder (quizás, con suerte) volver a besar estos mismos labios tras un
año entero.
No sé vosotros, pero yo, tras la visita de mis dos
fantasmas, y la espera de un nunca llegado tercero, me di cuenta de algo, y eso
es lo que aquí os quisiera compartir: no se puede cambiar el pasado, solo queda
escoger los recuerdos, los que quieras, con cariño, con cuidado, de hacer de
los buenos momentos eslabones nunca olvidados Que de el presente hay que tomar
lo que guíe (o nos grite) el corazón, si te equivocas, nadie lo pagará por ti,
eso sí, ten cuidado, pero no te pares a pensar en qué será si decides girar la
esquina o darle la mano, lo mismo pasa el tren, y os quedáis tal cual, sin
dedos ni peldaños. Y del futuro, amigos míos, solo hay algo que ha aprendido
este mero observador en este peculiar cuento de navidad: no hay nada cierto, no
puedes saber qué vendrá, lo que importa, es atesorar el pasado, vivir el
presente, y ser felices cuando se puede, por ejemplo hoy, que es navidad.
Felices fiestas a todos. Ah, y si veis el hada que suele venir a hacer pasar la vida ante vuestros ojos con aire de presente,
decirle que al final, en el momento que nos dejó a mí y a ellos sin saber qué
pasó, al final del todo, sí, me besó.
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Y mañana lunes no te pierdes a la inconfundible So Blond, en su From My Blond Mind
Felices fiestas y feliz año nuevo, guapetona,
ResponderEliminarque todo te vaya fenomenal, y que las gemelas sigan asi, igual que siempre, como tú.
Besazos ^^
Pues, pese al tipo de letra, que hace que alguien con presbicia galopante como yo sufra leyendo, me quedo con tu conclusión y la suscribo. Felices fiestas Karol.
ResponderEliminarManu