Vaya par de gemelas: De autora, observador, musa unicuerno y hielo, va la cosa...
Fue
entonces, mientras le quitaba la escarcha al cuerno de mi unicornio (cuyo color
morado en hocico y carrillos ya no sé si se debe a su pelaje o es que se
congela el pobre), cuando pensé: "Mero observador, te echo de menos".
Y, aunque esa no era mi intención ni mucho menos, pasó lo que me temía (y temor
de unos cientos) y él me escuchó.
Cómo tiene ya tomada por costumbre, apareció de la nada, me
miró, y guiñó ese verde y suspicaz ojo izquierdo que solo los tres vemos, y nos
dejó sentados en la azotea (yo en la banqueta y mi amigo sobre sus cuartos) en
nuestra tarea de quitarle el hielo a los pensamientos ajenos, entrando entonces
por la pequeña (que no invisible) ventana que da acceso al interior donde todo
empieza y termina con un tecleo (o parpadeo), y se dejó caer en nuestro sofá
cama amarillo mostaza (de cama porque se le da ese uso, no porque se abra) con
su tomo de la RAE de estimación en el regazo y en la nariz sus gafas de pasta.
Desde aquí le veo: el humo del té y del cigarrillo en el
cenicero se entremezclan y es difícil saber dónde empieza uno y termina el
otro, pero lo más importante de la escena es su sonrisa; esa clase de mirada
perdida y labios encorvados en medias lunas macabras, la típica mirada
unilateral y privada que le sale a uno del alma cuando una idea muy poco
políticamente correcta invade tu mente, y sientes como si tus dedos se convierten
en pistolas cargadas. La ansia de dejar salir (disparar si ahora alguien le
preguntara) se puede sentir desde aquí, lo huelo, lo capto, se ha adherido a
mis ojos y nariz.
El observador cierra su libro de cabecera nada ortodoxo (pero él
nunca lo fue, y no quiere, ni quiero, serlo y que lo sea de ninguna manera),
aunque no se levanta. Dejo entonces a un lado la cuchilla sin corte (que para
raspar y quitarse lo que sobra no siempre es necesario cortar y echar lo que
sobre por la borda), y el vahos que sale de las narinas de mi amigo equino
mientras bufa desconforme, resalta que le ha molestado el que haya dejado de
quitarle el peso del hielo que lleva en su cuerno. Le miro de soslayo y sonrío
ante su hocico ya no tan helado y fruncido, y vuelvo la mirada hacia el
interior de mi mundo privado, para depararme de frente, cara a cara, con un
observado que se nota de lejos está sumamente cabreado. No necesito que hable,
que me diga qué le pasa o ha pasado. Entiendo qué quiere decir esa mirada penetrante
y llena de sinónimos y significados, sé lo que piensa, más bien, lo que me
diría si yo le hubiese otorgado también voz y no solo un teclado.
Intento disimular el miedo. ¡Qué te den, yo te he creado!
Pienso. Pero no grito ni tampoco parece que surta efecto o se vea afectado. El
observador se sienta entonces a mi lado, sin dejar de mirarme, de decir cada
frase y párrafo que sabe escucho y leo dentro de sus ojos y en sus labios
cerrados; se hace con la cuchilla y retoma mi tarea de quitarle el hielo al
cuerpo de mi amigo que desde hace un rato nos mira para nada asombrado (él
sabe, listo el unicuerno, que entre creadora y criatura, mejor no meter los
dedos), y sonríe complacido, esa sonrisa de ojos dado que de poco puede sonreír
con ese hocico, mientras el observador toma mi tarea de quitarle el frío del
alma y señala con la cabeza al interior de mi mundo (de casa, el que de techos
habla), dejando claro que, haya elegido la palabra que sea, más me vale moverme
e ir a leerla.
Me dejo caer en el sofá; todavía siento el calor del cuerpo imaginario
e inexistente de mí fiel (aunque solitario y amargo) amigo, y cojo el libro que
poco cuidado dejó en el asiento a mi lado tendido.
“Nostalgia”, veo la palabra elegida y sonrío. Miro al exterior,
el observador arquea los hombros y las cejas y se voltea hacia mi amigo equino
que en los últimos días ha sufrido las molestias de mi invierno y frío internos,
y ambos dejan claro con su mirada, que ya basta de tanto hielo y copos de nieve
deformes. Es hora de ponerse en marcha, ellos saben lo que dicen, no hay
excusas que valgan, nada de musas desaparecidas o perdidas en alguna esquina o
escalera demasiado alta; ella no se ha ido a parte alguna, ellos son ella, y
han estado aquí todo el tiempo, esperando, pacientes, aguardando a que dejara a
un lado tanta tormenta y le permitiera salir a mi sol de dos cabezas.
Me siento y deslizo los dedos por el teclado. Les oigo más
cerca, les puedo sentir. Noto crujir el sillón a mis espaldas y sé que allí se
han sentado, el observador seguro ojea su libro favorito mientras el unicornio
se dedica a rebuscar en algún que otro recuerdo algo que me sirva o que
desechar antes de que lo vea y haga nevar sobre mis labios.
Es hora de escribir, pienso. Ellos sonríen. Yo sonrío. Y que
empiece la música del teclado.
***
Por estos días de desaparición, porque hasta las gemelas se quedaron escondidas, espero perdonéis la intromisión y el haber tomado yo hoy sus palabras...
¡Feliz día, mis chic@s!
Y el lunes no os perdáis a So Blond en su "From My Blond Mind"
Todos los juntaletras tenemos ese "observador" mirando por encima de nuestro hombro izquierdo. En mi caso le suelo llamar la "veueta" (vocecilla en catalán), a veces susurra, a veces sugiere, a veces sutil, otras irónica, otras hasta cruel, pero siempre sincera a pesar de las mentiras que me cuento a mi mismo.
ResponderEliminarEs la belleza de tenerlo cerca, con el nombre o cara que sea... sin él, poco sería de nosotros quienes escupimos letras con los dedos y nos dejamos llevar por ahí sin miedo... estoy poética hoy, lo sé...:D
Eliminargracias y muuuchos besos:D
Es un lujo tener este rincón para poder sentir esas gotas de naturalidad. Como ese observador, me siento privilegiado. Gracias
ResponderEliminarManu
Gracias a ti, Manu... el orgullo y privilegio míos de tenerte aquí conmigo y con todas nosotras... gracias de todo el corazón ^^
EliminarBesossss