Estoy acordándome de una anécdota que no puedo asegurar como
cierta. Tengo que preguntar a algún nene de Cádiz sobre ello. La historia se encuadra
en la batalla de Trafalgar, la más memorable y alta ocasión
que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros (no, coño,
esto fue Lepanto o el regreso de Mecano) para ser más exactos en la cubierta
del Neptuno, gloriosa nao española a
la que el taimado inglés le había dado para el pelo y que se iba a pique. No
debía ser presa suculenta para rescates y la dejaron ahí para que se hundiese.
La tripulación se sabía perdida hasta que se acordaron del cerdo.
No sé por qué había un cerdo en el barco, lo mismo podía ser
mascota que vitualla (es lo que tienen los porcinos, que son muy agradecidos,
versátiles y multidisciplinares). El caso es que al bicho le ataron una maroma
a una pata y lo tiraron al agua. El cerdo nadó para la costa con gracia y
donaire arrastrando la cuerda. Alguien debió llevarse una buena pieza de
matanza pero amarró el cabo y así la tripulación del Neptuno pudo alcanzar el puerto.
Nadie se acuerda de ese cerdo. No lo dibujó Juan Vallejo. No
hay una estatua que le glorifique, ni poemas en su honor, ni una asociación de
viudas, o algo así, gestionada por la junta de Andalucía.
Esto quedaría mejor si lo contara Pérez Reverte, que es muy
macho y puede dibujar todo el alfabeto en la nieve de una sola meada, pero
bueno.
El caso es que el lechón salvó vidas. Fue un héroe, un
patriota, pero su nombre y su existencia fueron olvidados, se diluyeron en el
tiempo, caprichoso e injusto, como lágrimas en la lluvia.
Nuestros propios nombres y caras también lo harán y, tan solo,
con un poco de suerte, nuestras obras perdurarán durante algunas décadas,
aunque sean en las cajas guardadas el desván de la casa del pueblo. Es posible
que nuestros nietos, en una escapada de fin de semana y botellón campestre,
suban al ático y encuentren un paquete amarillo que descubrirá esos libros,
esos portafolios, esas fotografías, esos discos y, de regreso al hogar,
pregunten:-¿Y esto?
Alguien explicará que fue una chaladura del abuelo o la
abuela que quiso crear, que se creyó dios en alguna arte, un demiurgo con su tardo talento.
Entonces puede que la magia suceda y la
sangre de nuestra sangre lea, escuche, admire aquello que fuimos o pretendimos
ser (o lo mismo se engancha a la Play).
Entonces, por coincidencias cósmicas del universo cuántico,
(que no es más que una mesa de pinball donde todo rebota y por coña salen las
cosas) puede que una chispa de nuestras letras, trazos o notas, prenda en él/ella
y el ciclo comience de nuevo.
Esa será la mayor de las glorias, la perpetuación de una
locura. Estará bien. Sí; estaría bien.
Todo lo demás son gilipolleces de ego, afán de notoriedad y
ganas de dar la nota. La microgloria esa de la que hablan los sociólogos y que
todos podemos alcanzar en las redes sociales hoy en día. Hay una nena con
cienes y cienes de seguidores solo a base de enseñar el escote, siquiera
aureola o pezón muestra, oye.
Y hambre también, que el hambre es muy mala y todo el mundo
tiene derecho a intentar explotar su talento natural para llevar un cerdo a su
mesa, pero eso es otro tema.
Es que leo peleas entre juntaletras, encontronazos entre
pintamonas y broncas entre cantamañanas.
Al principio me divertía pero ahora, ya no es que me canse, es que me
hastía. He visto un comentario por ahí que era ya de tontuna sobre que la gente
no quiere hacer las cosas bien, solo quiere los réditos. Y yo me pregunto: ¿quién eres tú para decir lo
que es hacer las cosas bien? ¿Cuáles son tus logros? ¿Y la importancia de los
mismos? «A mí me ha publicado tal», «Yo he vendido tanto.», «He salido en la
portada de este periódico». Muy bien nenes y nenas, no os olvidéis de meterlo
todo en una caja para el trastero pero no aburráis ni deis lecciones. Digo yo
que si se hace algo es porque se disfruta haciéndolo y si se está pendiente de
críticas y de sentar cátedra pues no se puede hacer ¿no?
Antes de que me encontrara cara a cara con la Bru del
demonio, Alicia Pérez Gil, leí en su
blog personal sobre la razón que nos lleva a escribir. Luego la he conocido,
tratado, dejado en el metro con un pedo de esos de perder las bragas, y
comprendido que ella escribe porque si no le explotaría la cabeza. Escribe por
pasión y necesidad, sin meterse con nadie ni con nada. Como debe de ser; cosa
de mujer decente y bien limpia. Admirable.
Algunos pensarán que esta reflexión se debe a una falta de
respeto por la obra propia, a una dejadez por un producto que se considera un
mero artículo de mercado sin sentimiento, un desprecio hacía la disciplina elegida.
Todo esto lo resumo yo en una palabra: objetividad.
Relajad esas nalgas prietas y bajad esas narices altivas,
dejaros de gilipolleces y disfrutar de lo que hacéis, porque, siendo
redundantemente objetivos, es lo que os vais a llevar de toda vuestra
producción. ¿Que alguno consigue comer, vestir y pagar descargas del móvil con
ello? Cojonudo, más dura es la mina. ¿Que alguno llega a los libros de texto de
secundaria? Mira tú que bien, ya verás cuando te dibujen pililas muy gordas al
lado. Pero eso de enseñar páginas en la Wikipedia como trofeos o fotos de libros en el templo moderno del Corte Inglés
para intentar dar validez a tus argumentos… pues mira, como si quieres follarte
un rallador de queso (toma reto para la microgloria).
Frívola, trivial, hipócrita, oigo ya esgrimir por perfiles,
post y comentarios. Vosotros no lo veis, pero yo sonrío, sin cara en la
contraportada, sin nombre en fuente grande bajo el título, solo con el tableteo
de mis uñas lacadas sobre el teclado.
Lo que me encantaría, mi anhelo, lo que hace que tenga que
ir al baño a cambiarme el tanga, es esta paja mental: Un día dejaré de rellenar
folios. Me cortaré la melena y permitiré que el oro se esfume del resto. Puede
que aprenda a cocinar o me dedique a criar animalitos, que me gusta mucho, o a
ser gorda que es un gran objetivo vital que tengo. Olvidado el deseo por
Calíope, una mañana de mi retiro leeré, escucharé, sabré que hay una nueva obra
de una nena que se esconde tras una cabellera rubia y que firma como So Blonde.
Brindaré por ella mientras mi risa se hace eterna.
Los martes se publica por aquí La Mota Rosa. Esta sección la firma Regina Roman, ahí es ná, gratis para vosotros y sin descodificador de por medio.
Qué quieres que te diga...que Ali tiene razón, y que... esa risa eterna quiero verla. Ni Frívola, ni trivial, ni muchos menos hipócrita.
ResponderEliminarPara estar sin inspiración no está nada nada mal.
Manu
Empezabas tan Reverte que pensaba "esta no es mi So" (lo de "mi" tómalo desde el cariño) pero luego ya te has soltao el pelo y te has puesto las botas y yo..., una rubia con botas dando candela..., ufff..., no veas como empiezo la semana...
ResponderEliminarBrava!
p.s.: tu cuando no estás inspirada eres la leche..., cuando lo estés..., a saber...
Joder, rubia.
ResponderEliminarA mí me pasa algo parecido con algunas personas que, más que discutir o poner puntos sobre eles (si los pusieran en las íes, aún), se dedican a esparcir el rumor internetero de que todo el pescado está vendido y que quienes hemos llegado a esta hora lo hemos hecho tarde.
Gente que defiende que las letras se juntan en minifundios y que no se entera de que hay un latifundio único para unirles a todos: el público lector. Y me pone de muy mal humor que los dioses de su acera se pasen el día sacando brillo al pavimento y a su corona a partes iguales y que nos digan a los demás esas cosas feas que nos dicen. Además de decirnos que nosotros ni tenemos acera ni tendremos corona. Como si nos importara.
Yo quiero fama y prestigio y comer de lo que escribo. Como pinto cuadernos y el papel es rico en celulosa quizá en breve me vea obligada a cumplir mi sueño. Hasta entonces seguiré poniéndole condiciones, lo cual me permite ir soltando presión sin perder del todo el norte.