Después de la noche buena, de que
todas las taconeras pasaran la noche con sus familias y salieran de fiesta,
tenían ganas de verse. Habían quedado el día veinticinco para comer juntas,
pero la cosa se les iba a poner difícil.
Las doce de la mañana y ya sonaba
en la cadena de música el repertorio que Connie tenía para estas fechas,
volviendo locas de remate a todas sus amigas.
So, descansaba en el sofá del
salón con evidentes síntomas de resaca y un cabreo considerable, ya que le
habían sacado de la cama a empujones.
— En serio, ¿no podríais quitar
la dichosa música de una puta vez? Me va ha explotar la cabeza, cabronas— decía
So enterrando la cara entre los cojines del sillón.
— Que poco navideña eres. Mira,
mira, ahora viene mi canción favorita… “En el portal de Belén hay estrellas,
sol y luna, la virgen y….”— contestaba
Connie cantando cada vez más alto y dando saltitos por toda la habitación, con
la mirada de So clavada en la nuca.
— ¡Alicia! ¡Como no la hagas
callar, juro que la mato! — Gritó So al tiempo que hacía el amago de levantarse
con un jarrón en la mano a modo de arma arrojadiza.
— Venga, que haya paz, ya sabes
que ella se lo pasa bien con las dichosas canciones, para una vez que le
dejamos ponerlas… — contestó Alicia, mientras avisaba a Connie para que bajara
un poco el volumen.
— Jooooder, es que tenéis muy
poca gracia, en estas fechas es cuando hay que cantar y estar felices, sois aburridas
y sosas. Si So no se hubiese pasado la noche…— dijo Connie, sabiendo que si
terminaba la frase perdería el pelo mientras dormía.
— No tenéis vergüenza, Regina
lleva en la cocina preparando la comida toda la mañana y vosotras aquí haciendo
el payaso, ¡ayudar un poco, coño! — Dijo Karol al entrar al salón con el
delantal blanco lleno de manchas de salsa de tomate.
— Yo hice el postre ayer y os advertí
que el día de Navidad estoy desconectada todos los años, así que no me
jeringuéis más, que me duele la cabeza, ¡joder! — Bufó So con las manos
presionando la sien.
— A mí me da igual, me lo paso
bien con la cabeza metida en la cacerola, descansad y poned la mesa que ya casi
está todo listo. Tomaremos un pequeño aperitivo y luego nos sentamos a comer,
os tengo preparada una sorpresa— contestó a voz en grito Regina desde la cocina,
mientras removía una fuente de ensalada.
— Por cierto, ¿dónde se ha metido
Irene? Ya debería haber llegado, la guarrona siempre con retraso— dijo Karol buscando
el número de la rubia en la agenda.
— Esa siempre ha tenido retraso,
pero mental. Seguro que se presenta con la mesa puesta y se queda dormida en el
postre. Estuve hablando con ella anoche, me dijo que después de la cena con sus
padres iría a una de esas fiestas raras que le gustan con su primo, ya veremos
cuándo llega y en qué condiciones— aseguró So con cara de fastidio.
— No te pases mucho con ella, ya
sabes cómo está últimamente. ¡Joder! Que no me coge el teléfono, lo usa para
hacer bulto en el bolso— dijo Karol remarcando por tercera vez.
— ¡Ah! Esta si que mola… “…entre
cortina y cortina, sus cabellos son de oro, y el peine de plata fina, pero mira
como beben…” — canturreaba Connie con su gorrito de Papá Noel puesto.
— Os lo estoy advirtiendo, o la hacéis
callar o la callo para siempre—amenazó So.
Alicia decidió no meterse más con
el concierto de Connie, de todos modos no convencería a ninguna de las dos para
ponerse de acuerdo. Sacó el mantel de las celebraciones y puso las sillas
alrededor de la mesa, solo faltaba la cubertería y demás menaje. Se acercó a la
cocina, Karol lo tenía todo dispuesto en la encimera, entre las dos dejaron la
mesa lista para comer. Mientras, So y Connie se tiraban de los pelos sobre el
sofá, So daba gritos horribles que pronto atraerían las visitas de varios
vecinos quisquillosos, mientras Connie guardaba el mando de la cadena de música
entre sus tetas, intentando que So no se hiciera con él.
En esos momentos Regina cogió la
fuente de ensalada y se dirigió hacia el salón, toda orgullosa de la buena
pinta que tenía. Tras haberla probado sabía ciencia cierta que estaba
deliciosa.
Karol y Alicia intentaban que la
sangre no llegara al río con sus dos amigas, que empezaban a perder los nervios
con la tontería de los villancicos.
Connie le dio un pequeño bocado
en el brazo a So y ésta, para defenderse, le propinó un empujón, que hizo que
la rubia trastabillara hacia atrás y tropezara con Karol. Alicia, al ver que
sus dos amigas se darían un buen culetazo, se adelantó unos pasos para
agarrarlas, pero en esos momentos Regina entraba al salón con la ensaladera
entre las manos, que por el choque de cuerpos salió despedida hacia arriba,
ocasionando una lluvia de rúcula, tomatitos Cherry y aceitunas por toda la
habitación.
Connie se llevó las manos a la
boca, ya que era la única que no había recibido los proyectiles vegetales. Estaba
preocupada por la reacción de Regina, tanto trabajo en la cocina y ahora por
unas estúpidas canciones se había arruinado todo, se sentía culpable por el
accidente culinario.
So gruñó y miró a Regina con cara
de susto, lo último que quería era que el día se jodiera por una tontería como
aquella.
Alicia y Karol intentaban
levantarse mutuamente, ya que Regina estaba bajo sus cuerpos, con el bol
estampado en el pecho.
Todas miraron a Regina, su
apariencia era ridícula, con todo el escote lleno de maíz y trocitos de pollo y
rúcula, el pelo en la cara también cubierto de tropezones y las manos
convertidas en puños, pegando la barbilla al pecho sin levantar la cara.
Antes de tenderla una mano para
ayudarle a levantarse, todas echaron un paso hacia atrás, temiendo su reacción.
Pero Regina empezó a convulsionar,
con espasmos ocasionados por un ataque de risa que hizo que todas se relajaran
un poco.
— Sois unas cabronas, ahora os
tocará comer sin ensalada y además quiero el salón limpio como los chorros del
oro. Menuda pinta me habéis dejado, el año que viene nos vamos a comer a un
chino— dijo Regina entre carcajada y carcajada.
Todas le siguieron la broma y
empezaron a tirarse trozos de ensalada las unas a las otras, mientras que
Regina se escurría y resbalaba con lo que había derramado por el suelo.
En esos momentos el timbre de la
puerta sonó. Los vecinos vendrían a quejarse del barullo que tenían montado las
taconeras, lo suyo no era pasar desapercibidas y aunque el bloque entero sabían
que no podían hacer mucho, gracias a su forma de ser, siempre había algún
incauto que intentaba acercarse a su casa para pedir explicaciones.
Connie, que era la que mejor
parada había salido del estropicio, se acercó a la puerta para encarar al
vecino malhumorado, de todos modos la conversación siempre terminaba pronto con
un: “Lo sentimos, no volverá a pasar. Pero mejor no moleste, anda”
Cuál fue su sorpresa, cuando se
encontró a Irene tirada en el suelo, sobre el felpudo y en posición fetal.
Connie empezó a gritar y todas
salieron rápidamente al recibidor, levantaron a la rubia del suelo y la
llevaron hasta el salón, para ponerla con cuidado sobre el sofá cubierto de
lechuga y aceitunas.
— ¿Qué coño te ha pasado, cariño?
— Preguntó con desesperación Karol.
— Nena, joder, contesta, que nos
tienes preocupadas— decía Regina cogiendo su mano y dándole unos pequeños
toques en las mejillas.
So salió de la habitación y volvió
con un vaso de agua, ni corta ni perezosa se lo vertió en la cara para que
espabilara, pero Irene hizo un gesto de desagrado con los ojos y se puso a
llorar desconsoladamente.
— Dinos qué pasa, por favor, que
nos estás preocupando, ¡joder! — Increpó Alicia zarandeando a la pobre Irene.
Cuando Irene levantó la cabeza y
Karol le miró a los ojos, supo exactamente lo que había pasado, quedaron claras
todas las dudas sobre dónde había pasado la noche su compañera rubia, su
llaverito, como ella solía llamarla; supo a la perfección qué era lo que en
esos momentos le hacía daño.
— Creo que deberíamos dejarla
descansar un poco, luego nos contará todo lo sucedido, ¿verdad, nena? — Dijo
Karol agarrando a Irene por los brazos con delicadeza y acompañándola hasta su
dormitorio.
— Pero no nos puede dejar así, si
hay que matar a alguien o dar una paliza a algún capullo, dínoslo ahora mismo que
nos ponemos los guantes y el pasamontañas— soltó So realmente preocupada.
— No pasa nada, ya se me pasará— contestó
entre hipos la aludida.
Connie recogió el bolso de Irene
que, con todo el lío, se había quedado tirado en la entrada de la casa. Cuando lo
tuvo entre las manos pudo ver lo que contenía, estaba abierto, mostrando parte
del secreto.
Connie pasó al salón segundos
antes de que Karol e Irene lo abandonaran, y con una voz fuerte y enérgica
dijo:
— ¡Dime que no has estado con él,
dime que no ha vuelto!
***
Después de un par de horas de
sueño reparador, Irene se levantó de la cama y se dirigió al comedor, donde
todas sus compañeras de piso y amigas, la esperaban para empezar a comer.
— Deberíais haber empezado sin mí,
ya son las cinco de la tarde y estaréis muertas de hambre— comentó Irene al ver
que los platos estaban vacíos y la mesa colocada.
— Creemos que antes de comer nos
debes una explicación, ya quedamos en que no volvería a pasar y no has cumplido
tu promesa— dijo Alicia en tono serio, cruzando los brazos bajo el pecho.
— Desembucha, cabrona, te vamos a
dejar morada a golpes como sea lo que estamos pensando todas— siguió So.
La tarde sería movidita y aquella
comida de Navidad recordada durante mucho tiempo.
Y mañana viernes con sus increíbles relatos e historias, viene nuestra Connie, achuchable e imperdible, para no perdersela nadie....
Desembuchaaaaaaaaaaaa
ResponderEliminarAys ays aysss ayssss pero pero pero...
ResponderEliminar¿Siempre nos tienes que dejar a medias? Mira que algunos nos hacemos mayores y a la semana siguiente ya no recordamos donde pusimos las llaves ni en que piso vivimos :-)
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