lunes, 25 de marzo de 2013

From My blonde Mind: Fábula


Hay regalos de dolor y sangre. Es la forma que tiene la diosa de recordarte que tan solo eres la portadora de su furia y su don. De hacerte sentir pequeña y torpe; de robarte tu coraza mellada y convertir la hoja de los estiletes en un espejo. Eso te hace rehuir la mirada, humillarla al suelo, más que cualquier mandato divino.
Las runas, talladas en huesos de vetustas madres, te hablan de un futuro que no quieres, de días que no aspiras vivir pues te acercan de forma irremediable a un ocaso que no ha conocido cénit.
Hace frío en tu coto, tanto que lo has abandonado buscando el mar que siempre te ha dado vida. Pero este no es tu mar, no reconoces sus sobras ni sus corrientes y las olas te arrastran para robarte el aire que siempre te has jactado de no necesitar. Aunque es buena esta humedad, esta nada que te rodea mientras el azul se transforma en negro y los sonidos desaparecen. Hay rostros de héroes, mejores que tú, que perecieron ahogados con los ojos abiertos y muecas de calma en el rictus.
Los cadáveres hundidos tienen la piel blanca y los huesos de esponja.
¿Te servirá aquí tu luz? Eres la estrella de la mañana en la tierra del no amanecer y eso no augura nada bueno. El fondo te recibe con un abrazo intenso de limo y sal. Sabes que es triste sentir erizarse el vello de la nuca ante este gesto, pero no puedes evitarlo, ya no recuerdas cuando alguien te tocó así, cuando alguien te anheló tanto.
Te cuesta media vida alzarte, despechar esos brazos, volver a ponerte en guardia. Algo de ti queda en las aristas calcáreas de coral, dientes de un monstruoso leviatán, y maldices porque son ilusiones y no recuerdos. Falta de unos, demasiada cargada de otros.
Las Parcas te han subestimado al creer que aquí no serías nada, no son las primeras que han cometido ese error. Te mueves, funcionas, vives en este abismo acuático pero no es ese el principal peligro. Hay torsos de hembras cosidos a cuerpos de pez que te rondan, agudos sus dientes, afiladas sus escamas y ríen en un chirrido de victoria pues tus manos están desnudas y eres un ser de tierra seca.
Cantan mientras sus aletas describen fantasías en el agua y te ciegan con burbujas, cantan dentro de tu cabeza con voz dulce y mentirosa:
«¿Qué has venido a hacer aquí, princesa, has venido a entregar tu carne y hacer que deje de doler tu alma, princesa?»
Es muy tentadora esa melodía, demasiada conocida para tus noches de vivac bajo estrellas que son las únicas que te acompañan.
«Dinos, princesa, ¿no hubo hermanas de sangre, ni camaradas entre los que dejaste en el mundo del cielo abierto, princesa?»
Intentas pensar en quién encenderá tu pira cuando faltes pero te das cuenta de que para que eso ocurriera alguien debería extrañarte. Nunca arderá esa yesca asaeteada por certero dardo en llamas.
«Princesa, ¿no hubo un caballero de negra armadura que consiguiese borrar el mal del hechizo que aquel nigromante te causó, princesa?»
Esas lamias leen en tus ojos pues te falta tu yelmo de penacho de oro y sus falsedades te transforman en una marioneta, en un títere sin soplo de vida propio porque sabes que cualquier embuste tiene un poso de razón que le otorga cuerpo.
Ante ti aparece la más grande todas ellas, una hidra marina que se burla agitando su melena, retándote con una belleza salvaje y tan antigua como el deseo de los hombres.
«¿Es eso verdad, princesa, no hay nada para ti allá arriba? Dame el mejor bocado, ofrece tu pecho y te dejaré quedarte aquí con nosotras, princesa.»
Sus garras marcan ya la incisión en tu esternón y ahora empieza a faltarte el aire. Porque es toda historia debe tener un final y tus gestas ya han ido contadas, porque los oráculos han predicho tu caída sin ascensión, porque no dejas hito ni muesca en memoria alguna.
¿Para qué luchar? ¿Para qué un nuevo intento?
Sientes la zarpa que desgarra piel, carne y hueso. El alivio de un último aliento y ya nada duele. Eso las condena  porque sin martirio no te reconoces, no te recuerdas y te aterra sentirte otra en tu propio sosiego.
―Desde cuándo una princesa debe pedir nada a una ramera.
El frío de tu corazón expuesto abrasa y el agua cruje al convertirse en hielo.
Ahora estás en una playa que es tuya por derecho de conquista. El sol derrite con lentitud el mar que has helado dando sepultura y muerte a todo lo que contenía. Tienes una nueva cicatriz aunque no nuevos pecados. El camino es largo hasta tu castillo de plata, púas y marfil, pero tu paso ligero.
Existe un santuario, escavado en la roca por manos más sabías y piadosa que las nuestras, en las que se acumulan ánforas. Cada una de ellas tiene un nombre grabado y, en  la gruta que las acoge, se cuentan por billones. Cada una de esas vasijas, no más grandes que el tamaño de un puño, guarda odios y amores, sueños y desvelos, lo perdido y ganado, el equipaje y aparejos de toda una vida.  Hay muescas en su superficie vidriada, si borras o añades una sola, por insignificante que sea, la arcilla se quiebra.







3 comentarios:

  1. Que te has ido de vacaciones a la playa ¿no?

    :P

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  2. Simplemente precioso. No es un ocaso. Y no son ilusiones. Están y son. Siempre habrá quién te extrañe y encienda una pira con tristeza. ¿Sabes? No hay tantas ánforas... sólo una...y cada una de las muescas se borra con la sonrisa que recibes de un amigo. Un sencillo beso. Manu

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  3. La astenia primaveral, que es mu cabrona. XD

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