Hay
inventos que matan y lo de la super-woman ha sido uno de los peores y de más
trágicas consecuencias. Hoy día la mujer media aspira a ser súper mamá, súper
curranta, súper asistenta del hogar, súper amiga, súper amante, súper modelo y
súper sexy (y alguna otra cosilla más que se me debe quedar olvidada) y no
necesariamente por ese orden.
El
día tiene 24 horas y eso es un hecho incontestable. Por alguna razón la mayoría
de las mujeres nos empeñamos en negarlo y en estirar ese puñado de minutos
hasta límites insospechados haciendo de nuestra vida un auténtico infierno del
correr y del estrés. Estar en todos sitios al mismo tiempo, hacerlo todo y
hacerlo bien. Y sentirnos frustradas y fracasadas en nuestros muchos y
variopintos papeles cuando no es así.
En
tres palabras, “demasié par body”.
“De cualquiera” añadiría yo.
En
el extremo opuesto de aquellas que jamás piensan en sí mismas tenemos las que
no dejan de hacerlo, de forma compulsiva y enfermiza. Y a este grupo
minoritario dedicamos la mota rosa de hoy. Porque sí, porque ellas lo valen.
A
ver, cuidarse no está mal, ni lo critico ni lo rechazo. Yo trato de hacerlo
cuando puedo y dentro de mis posibilidades (comer sano, caminar al menos 30
minutos diarios, echarme alguna cremita en la cara y tal…) pero algunas mujeres
lo llevan al extremo de tal modo, se convierten en unas beauty-victims a tal punto que no viven si no es por y para sus
tratamientos de belleza.
Carísísimos de la muerte, dicho sea de paso.
Con
la cantidad de obras benéficas en las que invertir los cuartos, con la gente
necesitada que vaga por ahí necesitando ayuda, estas muchachuelas (y no tanto)
se empeñan en tirar los euros por el desagüe.
A
saber:
-
-Se tragan tooooodos los cuentos chinos que les
salgan al paso. Por ridículos y estrambóticos que puedan parecer: que si una
crema diluye los depósitos de grasa acumulada mientras duermes, que si se carga
las arrugas de un plumazo (hasta las más profundas), que si contagia tu piel de
luminosidad tal que si te hubieses tragado una bombilla… ¿Es por pura pereza,
ese anhelar lo bueno y lo imposible casi sin esfuerzo, o en realidad somos tan
memas como para creernos según qué cosas?
-
-Ahorran compulsivamente, no solo dinero, también
tiempo, para sus repetitivos tratamientos de belleza. Te mienten y cancelan el
café que tenían concertado contigo para escaparse a la esteticista de turno. Se
privan de cosas para dedicárselas al último “aullido” en recetas a favor del
contorno de ojos.
-
-No hay modo de convencerlas de que en estas
lides, el “efecto placebo” no funciona. Que a una la cara no se le plancha por
ciencia infusa ni por mor de la inquebrantable fe.
Y el problema no es que se cuiden, cuidarse
está muy bien, repito, es recomendable, eleva la autoestima y es fundamental para sentirse
mujer. Lo negativo es cuando esa sana intención se desborda, se administra mal
y se transforma en obsesión. Cuando una se quita del presupuesto de la cesta de
la compra para pegarse pestañas postizas que acaban destrozando las tuyas
propias, cuando se salta de una operación a otra sin ton ni son, cuando te
llevas al cirujano colgado de la chepa al paritorio y allí mismo, sin darle un
segundo al cuerpo para que se recomponga del terrible trance que acaba de
sufrir, lo sometes a todo tipo de excesos para recauchutar una tripa y unos
senos, que habrán de seguir cambiando todavía durante casi un año más.
Ese
tipo de conductas me dan miedito. Ya lo sé, es cosa mía.
Porque
llegará un momento en que lo inevitable sea irreparable, que lo que se ha caído
y cosido y recosido mil veces ya no pueda seguir restaurándose y cuando la
propietaria de los felices colgajos no tenga otra que enfrentarse a la cruda
realidad… ¿Qué pasará? ¿Qué será de ella? ¿Cómo lo aceptará… si es que lo hace?
Sé de gente que se niega a verse una sola arruga, que se inyectan todo tipo de
sustancias bajo la piel desde los veintipocos años, que están haciendo de su
cuerpo su bandera. Entiéndaseme: su ÚNICA bandera; que no reconocen el valor de
nada más que el de una piel estirada artificialmente, un montón de cosas
postizas aquí y allá, el modelito de turno o el bolso “must have” de la
temporada. Que meditan y se mueven de modo afectado y que cultivan ese “saber
estar” hasta ser incapaces de caminar y mascar chicle al mismo tiempo.
Una
llamada de atención a la realidad, a posar los pies en terreno firme y en
replantearse las cosas. Sugiero una tarde de mantita y sofá con la película “Los
sustitutos”, como mínimo hará pensar a estas obsesivas del cartón-piedra que de
no detenerse, acabarán precisamente ahí. En la cuneta.
Mañana miércoles, las maravillosas galletas de la suerte con Alicia Pérez Gil. Un dulce exquisito y sabio que no hay que perderse.
Una vez más certera. No me gustan las super mujeres porque además significaría que yo debería ser un superhombre para estar a la altura y no me dejara tirado, así que me alegro que no sea así. O mejor dicho, que seáis super, pero por lo que se abarca en el día (hombres y mujeres, padres y madres).
ResponderEliminarA mí, desde luego, una tarde de mantita y arrumacos es mejor que pasar por el taller de chapa ..
Buenas noches
Manu
¿Y dónde cuelga una supermamá la capa cuando llega a casa? En su perchero.
ResponderEliminarMuy acertado y lo peor es que hay veces que te miran por encima del hobro cómo pregunt´nadose por qué tú no te esfuerzas tanto..ja! digo yo...Yo tengo tiempo para leer...tú cuándo lo haces?
ResponderEliminarBsss guapa!