miércoles, 27 de marzo de 2013

Galletas de la suerte: Madre


Como somos personas, todos tenemos una. Es esa señora que te obligaba a lavarte los dientes, que no te permitía salir hasta tarde, que te reclamaba buenas notas, cocinaba verdura y aún hoy te hace regalos inexplicables de los que te hacen pensar que no es posible que alguien que te llevara en su seno te conozca tan poco.

Cuando somos muy pequeños, dependemos de ellas para la vida. Si no nos dan de comer, si no nos protegen del frío, si no nos cuidan, morimos. Es así. Nos gustará o no, pero es lo que hay. Sin una madre –o un padre- o una figura que la sustituya, los bebés no crecen, se hipotecan, se reproducen y mueren: se limitan a morir. Durante el desarrollo de su labora maternal, las señoras que nos tren al mundo suelen tener buenas intenciones. Es decir, no nos odian, ni pretenden hacer un infierno de nuestras vidas. Al menos en la mayoría de los casos no; aunque de todo hay en el mundo. La buena idea, de todas formas, no garantiza nada. Al contrario, afirmo por experiencia que las madres se equivocan a lo largo de su carrera en muchísimas ocasiones.

No es por disculparlas, pero ser madre es algo parecido a ser… desarrollador de software para la NASA en 2013 disponiendo de tecnología del 2000. O sea, que tienes que amar y educar a un cohete que debe sobrevivir en la época actual, pero para hacerlo sólo dispones de tu acerbo personal, que recibiste hace una media de treinta años (La media en la actualidad es superior.). Creo que esa es la base del conflicto generacional: la mujer que jugó con una muñeca de cartón debe criar a una hija que crecerá entre Barbies con mil vestidos. La mujer que peinó Barbies de melena dorada asistirá al desarrollo de una hija que manejará como una extensión de su propio cuerpo tablets, i-phones, etc.


Eso para empezar. Luego están las broncas atávicas acerca de la hora de llegada, el maquillaje, los chicos, los trapos, la relación nefasta con la comida y con el cuerpo (estas dos últimas con un frecuente componente heredado), la imposición de llegar donde ellas no llegaron que ellas entienden como una ofrenda a nosotras de lo que ellas no tuvieron. También la represión, la presión, la pre-represión, la post-presión… Una relación madre-hija normalita conlleva una serie de tiras y aflojas tremenda durante la que se forja la personalidad de la hija y se modera el carácter de la madre. En una relación maternofilial tóxica es posible que la madre destroce a la hija o viceversa. En cualquiera de los dos casos es responsabilidad de la hija crecer y cortar el cordón umbilical.


Mi abuela se quedó embarazada y se casó. Hablamos de un ambiente rural en el Aragón profundo. Sí, de Castilla y Aragón nacen las galletas. Nadie más española que yo, y olé. Además mi padre el castellano se llamaba Fernando, chupaos esa, nacionalistas de toda catadura. Porque mi madre se llama María Jesús, que si la bautizan Isabel…

Bueno, regreso a lo mío: mi abuela embarazada se encuentra con mi abuelo el maltratador y vira la mirada a mi bisabuela. Recordad: Aragón profundo en plena posguerra. Hablamos de 1950, que podría parecer que no, pero las Españas eran todavía dos (si es que no siguen siéndolo) y los pueblos de ambas se regían por determinadas convenciones férreas como Martín Fierro (si es que no se siguen rigiendo). Vamos, que mi bisabuela le dice que esos lodos son culpa de aquellos polvos y que con su pan se lo coma.

Me puedo imaginar la rabia contenida, la impotencia, el dolor, la soledad, la pequeñez que sentiría mi abuela contra mi bisabuela. Me lo puedo imaginar porque he asistido a todo eso en la figura de mi madre que lo sintió contra mi abuela porque ella no la protegió de su padre, de mi abuelo el maltratador. Y no sólo puedo imaginarlo, sino que lo comprendo. Porque soy hija y me he sentido desprotegida, incomprendida y mal criada. No malcriada, asumo que se ve la diferencia.

Sin embargo, mi abuela no aceptó la responsabilidad de superar los errores de su madre y eso la llevó a repetirlos en la mía. Y mi madre, que quiso subsanar los errores de la suya, se excedió y nos traspasó a mi hermana y a mí traumas heredados varios. Múltiples y graves, diría. Ahora bien, soy una mujer adulta de 39 años de edad con experiecnias propias y capacidad de decisión. Me queda mucho por vivir y mucho por aprender. Me queda todo el resto de mi vida por crecer y llevo desde los dieciséis diciendo que es mía la vida. Es MI vida.

Sería hipócrita y cobarde escudarme en los errores de mujeres que hoy están muertas o arrepentidas. Sería la mitad de lo que soy y menos de un cuarto de lo que podré ser si no me dijera en este momento que hace ya tiempo que dejé de depender de mi madre. No hablo ya de perdón, sino de liberación, de coger los planos de mi vida –vosotros de las vuestras- y construir con mis propias herramientas los pisos que me queden hasta llegar al ático.  Habrá quien diga que si los cimientos están torcidos malamente se puede edificar un edificio sólido. Yo contesto que los cimientos se pueden tirar abajo y comenzar de nuevo.

No digo que sea fácil, sólo que es posible.






Y mañana la rubia que nos encuentra y nos pierde, una mala influencia según cualquier madre que se precie...


2 comentarios:

  1. Pues sí. La historia marca...pero por delante hay mucho más. Las queremos, pero tenemos vida..propia, y muy rica..y llena de esperanzas. Hermosa galleta.
    Manu

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  2. ¡Madre, no hay más que una!
    ¡Pues desayuna solo una galleta!
    XD

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