Podría
parecer que no, pero escribir no lo es siempre todo, ni es lo más importante. A
veces lo que marca la diferencia es la nada. Michael Ende la describió como una
especie de niebla gris que se lo comía todo.
Luego la personificó en un lobo. Un animal terrorífico de ojos rojos
como el infierno y fauces dispuestas a devorar a Bastian Baltasar Bux. Yo se lo
habría agradecido ¿A quién se le ocurre transformar a los pobres uyuyuys en
aquellas mariposas estúpidas?
En
fin, hablábamos de la nada y de su relevancia en la vida de una persona.
La
nada es tratar de dormir durante doce horas porque estás de vacaciones y lograr
nueve de milagro. Dar vueltas en la cama
y pensar que no quieres levantarte. Que sí, que hay mil cosas que hacer, pero
que quieres cerrar los ojos, darte la vuelta y seguir en el limbo. Como resulta
que tu cuerpo, que es muy listo –O eso dicen.- decide que no, continúas con tu
nada: te levantas, calientas leche en el microondas nuevo, que ni conoces ni
tiene marcas para los minutos que no son múltiplos de cinco, escoges
un Rosabaya de tu tarro de cafés estilosos, tuestas un poco de pan y te
vas al salón. Como el desayuno quema a rabiar, pones la tele y te das cuenta de
que has grabado del Divinity 22 capítulos de Las Chicas Gilmore.
Pasar
las siguientes doce horas pegada a la tele viendo cómo una mujer de cuarenta y
pocos suelta frases absurdas por esa boquita es la nada. Sobre todo porque ya
sabes cómo termina la serie. La nada y tú sois buenas amigas y ya has pasado
por esto antes. Entre vosotras, además, existe un pacto tácito e
inquebrantable: puedes comer lo que quieras que en esos momentos no pasa nada.
Como en casa tampoco tienes un arsenal, tu atracón se limita a los restos de
una tarta de zanaoria con nata.
¿Por
qué la nada es buena y conviene sustituir literatura y vida con ella? Pues
porque la nada no exige nada. Te permite apagar el cerebro. Cuando una es como
Sadako y su cabeza nunca para, unas horas , quizá unos días, de distracción
sirven para calmarla. En este caso han sido unos días: Anatomía de Grey, Las chicas Gilmore, Mujeres desesperadas, Tu casa a
juicio, Sálvame diario, Girls y muchos hidratos de carbono. Y muchos cafés
demasiado calientes. Para embotarme.
Está
más aceptado socialmente el alcohol. Una está pocha, queda con su amiga la
rubia y se la agarra de no menearse. El problema es que yo no estaba pocha, ni
pachucha ni triste. Temo que esto sea difícil de entender. Existe vida más allá
de la tristeza, de la alegría, de la cólera y de los sentimientos que generalmente
manejamos. El cerebro es terreno desconocido a la par que complejo. Y hay que
respetarlo. Porque del cerebro vivimos.
Ocurre
que, como siempre, lo que no usamos a
diario o lo que desconocemos necesita
ser deglutido, procesado y vomitado en términos inteligibles para nosotros.
Pedir comprensión para estos estados de ánimo es lo mismo que pedir a una
señora de setenta años, votante de derechas, que respete los piercings faciales
de un adolescente actual. Creo que lo mismo
pasaría con una de izquierdas.
La
abulia, el apatismo, la astenia, las ganas de nada, vaya, asustan. Asustan de
igual modo que las ideologías ajenas. Ya he hablado en otras ocasiones de la
tiranía de la alegría. De que si no
estás como unas castañuelas saltan las alarmas de todo el mundo y surgen los
mensajes de apoyo. Inmediatamente brotan de la nada las personas que te quieren
y que te recuerdan que debes alegrarte de la vida y agradecer lo que tienes.
No
hay mucha diferencia entre la obligación de aparecer siempre impecable y la de
estar siempre alegre. No existe mucha distancia entre el deber de ser delgado y
gozar de una buena mata de pelo y el de sonreír a toda costa. Y lo entiendo:
los estado de ánimo grises y las barrigas deformes deben de ser recordatorios
de la vulgaridad y la muerte en un mundo poblado por personas que no reconocen su
propia mediocridad o la temporalidad de su vida.
El
martes, antes de que llegara la nada con el miércoles a librarme unos días de
mí misma, escribí en mi diario que había pasado las cuatro mejores horas de mi vida y que aún duraban.
Lo hice mientras tomaba un café frío en mi bar de siempre. Llevaba un chándal
lleno de manchas de pintura, un forro polar que debe sus virtudes caloríficas a
los pelos de gato que se han entretejido con la tela original y unas zapatillas
de deporte de hace diez años. Salía del gimnasio, donde había estado ensayando
pasos de salsa con tanto ritmo y galanura como un topo en la superficie. Un
topo sordo, por precisar; en una clase de amas de casa y chicas en paro con las
que sudé y me reí.
Sin
glamour, sin estilo, sin literatura y justo antes de la nada. Para recordarme
que la vida es mucho más que la nada y mucho menos de lo que pretendemos: menos
complicada, menos exigente, menos difícil.
Si
nos permitimos reír cuando corresponde y llorar en el momento necesario. Si nos
apagamos un momento de vez en cuando.
Y el lunes nos iluminará So Blonde. Seguro que con alguna brillantería salida de su Blonde mind
Yo prefiero el arpegio, pero dedicar tiempo de la nada a un placer es "algo". Pese a no haber causas precisas, pillársela con la rubia es "ALGO". No hacen falta motivos para todo, pero eso no significa que sea "nada". Te apagues o no, nadie te exige el glamour diario, pero si echamos de menos tus galletas, y a tí. Salga como salga el tema del traajo y otros aspectos que nos vuelven grises, lo que eres lo llevas contigo..y eso..eso es mucho más que ALGO. Me alegra leerte de nuevo. Un beso (casi nada, ya es casi invisible ;))
ResponderEliminarPues nada..., nada en la nada o no nades nada, pero nada de lo que no nades hará nada, asi que no pasa nada.
ResponderEliminarCuando el cuerpo, la mente, el alma, o las entrañas te piden nada, pues hacer caso debes. Es que se ha acumulado tanto ruido que hay que limpiarlo. En mi caso es el silencio, el dormir, las series, y los caramelos ácidos de naranja y limon, esos que son tan grandes que parece que tengas un flemón.
Asi que nada..., no pasa nada..., porque asi es como debe ser...