jueves, 20 de diciembre de 2012

Encuentro en tacones. El último encuentro (II)



 (PRIMERA PARTE AQUÍ)


Hola me llamo…no, mejor no diré mi nombre porque quiero que escuchéis la historia desde el principio sin que se sepa quién soy, aunque muchos de vosotros quizás adivinéis a la primera mi identidad.
Pues bien, empezaré diciendo que yo he vivido toda la vida sin muchos contratiempos, hasta que un buen día encontré a un grupo de chicas que me hicieron la existencia más entretenida, por así decirlo, aunque a veces me haya metido en problemas a causa de nuestras neuras o de lo locas que todas estábamos, nuestra relación siempre ha sido como tener otra familia aparte de la que dan los lazos sanguíneos.
Exacto, muchos ya lo habréis adivinado, más que nada por el lugar donde estáis leyendo esto,  me refiero a las comúnmente conocidas como taconeras, yo soy una de las integrantes de este grupo tan peculiar y maravilloso.  
Hace unos meses, todas pasamos por diversas fatalidades en nuestras vidas que, sumadas al saco que ya teníamos a nuestras espaldas, desencadenó una serie de acontecimientos que produjo la destrucción del mundo conforme lo conocemos. Supongo que al leer esto habréis pensado que estoy exagerando, que no puede ser para tanto lo que seis chicas monas y con tacones le pueden hacer al mundo en general, pero en este caso, se nos fue la mano y de lo lindo. 
Una de mis compañeras, cansada de ver tantas injusticias y aberraciones a su alrededor, nos reunió a todas en el salón de casa, nos contó que había encontrado una sustancia poco común y peligrosa en una de sus investigaciones literarias, según ella, solo estaba buscando nombres chulos como documentación para su nuevo libro, y que por accidente logró colarse en uno de los servidores secretos de la Nasa, no tengo ni idea de cómo cojones hizo aquello, pero creo que incluso ella misma estaba mucho más impresionada que nadie. 



Ella imaginó y nos hizo imaginar a todas un plan que terminaría con todo rastro de humanidad y que daría una segunda oportunidad al mundo y a los humanos que lo habitamos. Era un proyecto descabellado en el que había estado pensando durante mucho tiempo y que por lo visto, no podría llevar a cabo si no tenía nuestra aprobación y ayuda.
Algunas de las del grupo se mostraron reticentes con la idea, otras, como yo, le dimos el visto bueno en cuanto captamos lo maravilloso que sería poder curar la tierra en tan solo unos días, terminar con tantos males que el mismo hombre había sembrado sin compasión.
Al cabo de unas semanas, todas estuvimos de acuerdo y nos involucramos en cuerpo y alma a la tarea de subsanar las heridas terráqueas.
Lo primero que había que hacer era ponerse en contacto con diversas personas que creían en el fin del mundo o que en su defecto, estaban conformes con el nuevo diluvio universal, donde todo quedaría arrasado y sobrevivirían los más fuertes para un nuevo comienzo. No fue fácil, pero entre las seis conseguimos el grupo perfecto para llevar a cabo el plan, escogiendo a diversas personas de todo el mundo, que tuvieran el suficiente poder para reclutar a su vez a más adeptos y así conseguir nuestro propósito. No quiero decir nombres, pero algunos de los sujetos se trataban de actores famosos de Hollywood, científicos de la India o eminencias de Japón, ellos fueron carne de cañón para nuestra red de conspiración.
Incluso, un chaval muy majo y agradable que vivía cerca de nuestro piso, se entregó como conejillo de indias para hacer experimentos con su cuerpo, probando ese brebaje de aspecto sospechoso y así poder comprobar si verdaderamente cumplía con nuestras expectativas.
El experimento fue todo un éxito, el chaval en tan solo tres días perdió la memoria por completo, hasta el punto de no saber pronunciar si una sola palabra. Lo metimos en un centro de salud para que estuviera atendido hasta el día del juicio final, en el que no importaría nada, puesto que perdería la memoria y sus recuerdos nuevos en cuestión de segundos. Quiero deciros que el chaval en cuestión se llamaba Pancracio, un nombre que además, agradecerá haber olvidado.  
El día en el que todo se fue a la mierda empezó muy movidito, problemas con la batería de la furgoneta que habíamos escogido para el transporte del tablero de corcho con el mapa mundial, y los bidones de líquido oscuro; luego a una de las chicas le empezó a doler el estómago y tuvimos que retrasar un poco el numerito, no queríamos que todo se fuese a la mierda por una minucia de aquel tipo.
Una vez estuvimos todas de acuerdo y comprobamos que todos nuestros vasallos extranjeros habían cumplido con su tarea, decidimos hacer lo mismo a nuestros cuerpos ingiriendo el veneno y causándonos la amnesia prometida.
Hasta ahí todo bien, hasta ahí todo maravilloso, el problema vino cuando yo, una de las taconeras, empecé a sentirme mal, tosiendo y mareándome con aquella sustancia del demonio, intenté no vomitar pero me fue imposible, el resto de mis amigas estaban tiradas en el suelo inconscientes, sin memoria. 

Las metí a todas en la furgoneta y las llevé a casa, las dejé a cada una en sus camas y cerré la puerta de la calle, sabía que en cuanto nuestras familias recibieran las cartas de despedida irían a buscarnos, por lo que tenía que buscar un plan alternativo, escondiéndonos en cualquier otro sitio para no ser localizadas, hasta que el resto del mundo cayera en la más profunda oscuridad, volviendo a la edad media, y recuperando la tierra por completo, desde el principio.
Pasé una semana encerrada en un piso, con mis amigas en la puerta de al lado, intentando no coincidir con ellas, no quería que me vieran hablar o reconocer sus caras, ya que ellas no tenían ni idea de dónde se encontraban y mucho menos quiénes eran.
Una vez me cercioré de que toda la gente a mi alrededor estaba en las mismas condiciones, tomé la decisión, me bebería de nuevo el brebaje y empezaría con la nueva vida que habíamos creado.
Ahí fue cuando lo supe, cuando caí en la cuenta de que si un poco, una mínima molécula de aquella sustancia había contaminado el cuerpo de una persona, ésta caía en el olvido al poco tiempo. Entonces, ¿por qué yo después de haber bebido un vaso entero, no había olvidado ni la hora que era? Incluso habiendo vomitado aquella mierda, mi cuerpo estaba infectado, el gas tóxico que se desprendió en el ambiente a las setenta y dos horas de nuestra reunión también me había llegado, era imposible que los efectos no me hicieran daño si había estado expuesta como el resto de la raza humana.
Yo, soy inmune.
Y ahí está el problema. Vivo en un mundo que no recuerda, donde las personas ancianas no tienen fuerzas para buscarse la vida solas y terminan muriendo, los niños si no han tenido la suerte de encontrar algún adulto cerca terminan muriendo por inanición, los enfermos tras varios días sin su medicación ya no aguantan y su sistema se paraliza o agonizan hasta su día final. No funciona nada, ni luz, ni radio, televisión, no hablemos ya de Internet o los teléfonos móviles. No hay nadie que recuerde sus trabajos o los conocimientos adquiridos para desempeñar las tareas más sencillas. No hay nadie inteligente, solo bebés con cuerpos adultos paseando y buscándose la vida para sobrevivir, para conseguir alimentos o lo que ellos creen que son alimentos, muchas personas han fallecido por ingerir productos de limpieza y otros venenos, confundiéndolos con cartones de leche que el día anterior les quitaron el hambre. No hay familias, no hay lazos que unan a las personas más allá de la compañía que se puedan hacer al encontrarse cerca tras despertar a esta pesadilla.
Las taconeras, bajo todo pronostico, siguen juntas, son cinco chicas que se cuidan en la medida de lo posible, incluso ya han empezado a utilizar una especie de sonidos en forma de idioma para comunicarse, todo el mundo está haciendo algo similar.
En las cárceles, los presos están muriendo poco a poco por falta de comida, nadie va ha atenderlos, pero igualmente pasa en psiquiátricos, hospitales, asilos y demás sitios donde la gente no puede moverse a placer para sobrevivir.
Poco a poco van muriendo las personas débiles y solo los fuertes parecen despuntar, se ha creado una anarquía que da miedo, y salir a la calle por la noche es sumamente peligroso, por la falta de luz artificial y los ladrones de alimentos y otras cosas menos vitales.
La gente se protege con todo lo que encuentra. El mundo es un caos en el que no quiero vivir, y me da miedo seguir como hasta ahora.
Cada día que pasa estoy más desesperada, puesto que si llegara a encontrar la manera de infectarme, no sé si mis compañeras me acogerían en la familia que han formado, incluso dudo de que yo misma las encontrara para que me aceptaran en el grupo, una vez perdida toda la información que ahora poseo en la cabeza. Información por otra parte que no me sirve de nada, puesto que con mi lengua no puedo comunicarme, así que intento no hablar en voz alta y eso me está volviendo loca de remate.  

Esto que os escribo no lo leerá nadie, ya nadie sabe leer, nadie lo comprenderá, ni siquiera sé qué tipo de dialecto se utilizará con el tiempo.
Pero lo que si sé, es que tengo que escapar de este infierno lo antes posible y esta tarde he decidido que me quitaré la vida para siempre, iré a ver a Pancracio (o el chico sin nombre que sea ahora) para saber qué es de su nueva vida; quiero comprobar que tras ser nuestra rata de laboratorio ha tenido una nueva oportunidad como todos los demás.
Al entrar en el centro de salud donde lo ingresamos, hace ya unos meses, oigo gritos ensordecedores y me quedo paralizada, no sé qué está sucediendo, pero no quiero meterme en una pelea por un par de sándwich de alguna máquina expendedora o un refresco que varios tipos se estén disputando. Me escondo dentro de un armario y espero que todo pase.
¡No puede ser! Consigo escuchar parte de los gritos y encuentro en ellos palabras conocidas, frases a medio hacer que me dejan helada.
Corro como loca por los pasillos, y allí, en el centro de una sala iluminada con velas, veo a Pancracio dando una especie de clase frente a varios individuos que lo miran con asombro.
El chico no habla correctamente, pero si sabe expresarse en nuestro idioma, intenta enseñar cómo se utiliza un abrelatas, usando como ejemplo un bote enorme de melocotones en almíbar. Entró en la sala y lo miro directamente a los ojos, él me mira a mí y me indica con la mano y una sonrisa radiante, que me siente en una de las sillas al fondo del aula.
— ¿Dónde has aprendido a hablar? — Digo en voz alta y con cierta incredulidad en el tono.
El chico tras quedarse atónito con mi pregunta, se acerca rápidamente y me agarra de los brazos con fuerza.
— Tú sabes palabra. Cómo haces— me pregunta alterado.
— Yo he preguntado primero, ¿quién te ha enseñado a hablar y qué se supone que estás haciendo con esta gente? — Le vuelvo a preguntar.
— Meses hace estaba así— dijo señalando a los asistentes— ellos enseñaron poco que sé. Luego pasó ellos, yo enseño ahora. Me llamo John Doe. Ayúdanos. 





Y como cada viernes, mañana nos sorprende nuestra taconera más radiante, Connie Jett con esa historia que nos tiene a tod@s enganchados, ¿qué hacer antes de los 30? Ella seguro que os resuelve todas las dudas....

2 comentarios:

  1. Aysss chicas, que no contabais con que el ser humano es capaz tanto de lo más horrible como de lo más asombroso, mientras hay esperanza, ilusión y ganas hay luz y mientras quede alguien con eso aún hay un poquito de esperanza por negro que se vea todo, al menos quiero pensar eso, que quedan personas asombrosas que hacen estoy un poco mejor como todas vosotras. ;) por cierto: Felices fiestas Taconeras :)

    ResponderEliminar