lunes, 10 de diciembre de 2012

From my Blonde Mind: En busca de la ataraxia prometida.


En tiempos convulsos, ya sea por crisis económicas, ideológicas o personales, parece que todo nuestro mundo se tambalea y entonces se hace necesario abrir un proceso de reflexión, de lucha interna y externa, de replantearse un montón de cosas que quizás antes diésemos por sentadas. De estas hay muchas, puede tratarse de un puesto de trabajo que parecía asegurado, de un bienestar material al que ya estábamos más que acostumbrados o de otras a las que a lo mejor damos incluso menos importancia por el hecho de que siempre están ahí, calladas y silenciosas, pequeñas y cotidianas, pero que hacen nuestra vida un poquito más gratificante y feliz. Estos son los efímeros momentos de tranquilidad en que disfrutamos de nuestros amigos y familia, de nuestra pareja y también, ¿por qué no? De nuestras mascotas.
Todos guardamos en nuestra trastienda íntima fantasmas personales que, de vez en cuando, se toman la licencia de salir de su clausura,  miedos viscerales arraigados en nuestra consciencia colectiva que no dejan de acechar en cuanto se les da la oportunidad. Pero esta reflexión no trata acerca de esos miedos que todos conocemos, sino de todo lo contrario, de cómo a pesar de ellos podemos indagar en nuestra búsqueda de lo que según Aristóteles  era el fin último del ser humano, aquello a lo que tendía por naturaleza: la felicidad.
Lo primero que habría que saber en ese caso es qué es la felicidad para cada uno. Porque oye para gustos están los colores. Y si para uno lo mejor de la vida puede ser  tener un Ferrari, para otro, lo mismo, lo más maravilloso es comerse un bocadillo de cordero, cuando el pan está tierno y crujiente y lleva mucha mahonesa…
Para algunos esta se encuentra en el dinero; este bueno es, no lo vamos a negar. Los billetes, por desgracia, otorgan PODER de dos tipos: primero, el que es un sustantivo y se escribe con mayúsculas, ese que llena la boca y hace que se hinchen como pavos reales los avariciosos y los presuntuosos; y, segundo, otro que a mí me gusta más, el verbo. Poder en cuanto a oportunidades: poder tener tiempo libre, poder viajar, poder estudiar lo que me gusta, poder darme la satisfacción de mandar a mi jefe a la mierda… ¡huy! Eso no. Que mi jefe malo (que seguro que me ve, pues tiene ojos hasta en el culo) es preciosísimo. Un besito desde aquí, nene.
También está claro que el dinero, a día de hoy, es algo necesario para satisfacer nuestras necesidades fisiológicas primarias como comida, un techo bajo el que guarecernos, ropa con la cubrir nuestra desnudez de primates engreídos e incluso, según se están poniendo los tiempos, ir al médico si enfermamos o dar una educación decente a las generaciones venideras.
En fin, la cosa  se va torciendo por momentos en nuestra búsqueda, pero no desistamos aún.
Hemos visto que, gran parte, de lo que Maslow define en su pirámide como «necesidades básicas» pasa por la posesión de un mínimo de capacidad monetaria. Qué le vamos a hacer. Habrá que aceptarlo. Pero, solventado este problema, que no es poco, nos damos cuenta de que no por ello vamos a ser dichosos. Quizás menos desgraciados sí, pero tampoco los reyes del mambo. ¿Qué más necesitamos entonces?
Ya que hemos empezado con Maslow, preguntémosle cuál es el siguiente peldaño. Aquí las cosas se van haciendo cada vez más difusas y complicadas. Ahora necesitamos seguridad. Por supuesto, no vivir atemorizado de que venga un león a comernos o que alguien de forma arbitraria nos rompa la cabeza para quedarse con nuestra choza y cabras, es primordial. Por ello, el hombre decidió vivir en sociedad y crear leyes que nos hicieran un poco más cómoda la lucha por la supervivencia. La medicina y los avances sociales y sanitarios también nos han permitido tener la esperanza, que no la certeza, de que nuestra vida será más larga que la de nuestros antepasados, y poco más se puede decir al respecto, porque nadie ni nada nos puede garantizar una protección absoluta ni frente al peligro, ni el dolor o la adversidad. Con lo cual una parte de incertidumbre quedará abierta siempre en nuestro interior como parte inherente de estar vivo.
El próximo escalafón lo encontraríamos en las relaciones sociales. «Nadie es una isla» comenzaba Ernest Hemingway su novela ¿Por quién doblan las campanas?, citando al poeta John Donne. Así es, todos necesitamos de compañía y afecto, de interrelacionarnos los unos con los otros para poder crecer, aprender y sentirnos bien. El problema viene en que esto no siempre es fácil. La gente nos decepciona, a veces nos pide más de lo que podemos dar; otras, la comunicación es casi imposible porque chocamos en cuanto a intereses y motivaciones y llegamos a cansarnos de esforzarnos. El amor, algo maravilloso, pero que da unos quebraderos de cabeza terribles. ¿Merece la pena luchar? Por supuesto. El afecto es sin duda una de las mayores  fuentes de placer del ser humano. Y además no cuesta dinero (otras cosas sí, pero no hace falta ser rico para amar y que te amen, luego ya veremos si nos tiramos los trastos a la cabeza.)
Y por último, la cúspide tan ansiada. La estima y la realización.
Problemas complicados ambos. La estima viene derivada de sentirse valorado, aceptado y querido por los demás. Lógico pero solo si se tiene en cuenta una premisa clara, no podemos obligar al resto y es imposible gustar a todo el mundo. Esto es muy necesario saberlo porque en ello va nuestra cordura. Hay que saber seleccionar y aceptar los propios límites y los ajenos, partiendo de esta base seguro que el resto será más sencillo.
La realización, no lo tengo del todo claro, me imagino que, aparte de ser un compendio de todo lo citado con anterioridad, está relacionado con saber quién eres y poder desarrollarte en aquello que más te gusta ya sea escribir, dibujar, coser o chupar candados. Pues adelante, no hace falta ser el mejor en algo pero sí al menos descubrir lo que de verdad te llena y dedicar aunque sea un ratito a intentarlo, tu psique te lo agradecerá.
Y en realidad me diréis: Toda esta matraca ¿a cuento de qué viene? Pues a nada es solo una reflexión personal. No poseo el secreto de la felicidad. Ojalá la tuviera. Solo puedo deciros que cuanto mayor me hago más pienso que, quitando algunas cositas imprescindibles de las que hemos hablado antes, está relacionada con algo llamado paz interior. Algo que antiguos filósofos de distintas escuelas en la Grecia clásica llamaban: Ataraxia.



Y mañana otra cosa, otra sección y otra nena. Regina Roman y La Mota Rosa. Nadie os da tanto como nosotras ;)


4 comentarios:

  1. Esta Ataraxia, y la felicidad, me han impactado. No se si es muy Blonde, pero es una reflexión excepcional. A tu jefe malo le encantará. A mí desde luego lo ha hecho.
    Manu

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  2. Hala, aquí to er mundo come galletas :)

    Pues sí, rubia. Pues sí. En genral a todo.

    Pues sí...

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  3. Yo sí tengo el secreto de la felicidad. Lo encontré ya de mayor, ahora tengo 56 tacos: La felicidad es poder hacer siempre lo que te de la gana hacer. Dentro de ello, como una subdivisión, está el llegar a que te de lo mismo lo bien o mal que los demás te consideren. Esa es la ataraxia.

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  4. Hay una frase que "creo" debería cambiarse por esta otra:
    La estima viene derivada de sentirse valorado, aceptado y querido por UNO MISMO.

    Luego está el zen.

    Aunque también están las galletas, que es una forma de practicar el zen pero "a lo Bru" :-)

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