martes, 4 de diciembre de 2012

La mota rosa (VI): De padres e hijas (desenlace)








Lo que tiene ser taconera, y a mucha honra, no es estar encaramada a unos zapatos del alto de un andamino, no; es andar revuelta en mil y una actividades, la mayoría de ellas de signo artístico y relacionadas con la literatura; con ese vagar por las nubes con solo uno de los cinco sentidos en tierra y el resto, flotando en pos de una idea genial que desarrollar luego durante meses. En lenguaje vulgar y ordinario, es estar muuuuuuuy ocupada y no disponer de demasiados minutos para navegar plácidamente por internet, como una quisiera.

Total, que ha sido leyendo (y poniéndome al día con) las entradas de mis divinas compañeras que tenía atrasadas (os lo recomiendo, más vale tarde que nunca y lo bueno que tienen los blogs estos modeLnos, es que lo mismo van pa´lante que p´atrás y que igual sube n que bajan), que me he percatado de que esta era "semana temática", dedicada al cine. Ya ves... con lo que me gusta, me pirra y me despepita a mí ese mundillo, que desde que me tocó hacer la alfombra roja en el festival de cine de Málaga este 2012, tengo ese minuto elevado a categoría de "momemtum álgidus de mi vitta"... 

Pero no me había coscado. No. De modo que se me echa encima el tiempo y no tengo nada que relacione mi entrada con el celuloide, y sí, un compromiso adquirido con l@s seguidr@s de "La mota rosa" respecto al desenlace de la feliz y familiar escena "De padres e hijas".

De modo que me vais a permitir que cumpla con mis deberes y os narre lo acontecido entre Lola Beltrán y su querido (y caprichoso) papá, en el interior de una limusina que reparte champán francés y panchitos a partes iguales. Ojo, que cada cosa que hablan estos personajes de "La mota rosa" será la llave para hechos venideros... Y el que avisa no es traidor.

Allá vamos :)








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—Tienes mi santo y seña, mi honor de caballero —aseguró levantando la palma de la mano. Me sonó más a teatro que a compromiso pero me rendí.
—De acuerdo. —Suspiré hondo y apuré el champán. Extendí el brazo reclamando más—. Solo por unos meses, estoy dispuesta a contar las horas de cada día y si hace falta, te sacaré de ese balneario suizo a rastras.
Brindamos y yo, ilusa de mí, pensé que allí se acababa todo. Que a continuación, mi querido papá propondría recoger a Rafa del cole y llevarnos a comer paella que es lo que siempre hace, porque por muchos años que pasen jamás se entera de que esto es Madrid y que nadie, repito, nadie, le cocinará una paella como Dios manda.
Pero no.
—Hay algo más… —arrancó con cierto azoro. Saltaron todas mis alarmas.
—Te estás muriendo… —adelanté espantada y temblona. Diría que mi santo padre se burló de mí, con aquel surtido de mohines que me dedicó.
—Y dale con que no paso la ITV. Mira —sacó una foto del bolsillo interior de su chaqueta y me la tendió—, quiero que conozcas a Emilia.
—¿Emilia?
—Es mi novia —anunció con absoluta pachorra y tranquilidad. Yo me bebí los rasgos de aquella tiparraca completamente desconocida que me retaba desde un retrato muy poco natural, muy posado y muy en blanco y negro.




—¿Cómo que tu novia? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo?
—La conozco… Nos conocemos desde hace siglos.
—¿Desde antes de que muriera mamá? —precisé con deje acusador. No había, sin embargo, ni rastro de culpa en el tono de mi padre.
—Desde antes de conocer a mamá. Emilia y yo íbamos juntos al instituto. Y mira por donde, nos hemos reencontrado.
Volví a examinar el rostro enjuto y severo de aquella mujer tan diferente a mi madre. No me gustaba ni chispa, aunque vale, puede que yo no fuese del todo objetiva. Tenía cara de sieso, antipática, seca… ¿Qué más? De ese tipo de mujeres incapaces de hacer feliz a un hombrecito sensible como papá. Sentí mucha pena por él, por haberse quedado solo, por sentirse abandonado hasta el punto de caer en manos de una… bicha semejante.
Pero no le dije nada. ¿Quién era yo para enturbiar su recién nacido entusiasmo? Probablemente la relación se limitaría a unos cuantos viajes, unas cuantas cenas caras y un joyero bien nutrido que haría las delicias de la tal Emilia…
—Pensamos casarnos.
Por segunda vez, el champán salió despedido de mi boca con la potencia de una manguera de incendios. Esta vez ni me molesté en limpiarme. Las mejillas me ardían, fue una reacción brusca, repentina y un poco demencial, lo reconozco.
—¿Casarte? ¿Cuándo? ¿Cuándo es la boda? —pregunté temblando, más segura de no querer saberlo que de otra cosa.
—Bah, algo íntimo, en dos semanas.
—¿Dos semanas? —Me eché las manos a la cabeza—. Señor, alguien aquí se ha vuelto loco y no soy yo precisamente. Papá… —Le clavé una de mis miradas dardo—. No estás en las últimas y me lo estás ocultando, ¿verdad que no?




—No hija, no. —Me atizó unas palmaditas afectuosas en el dorso de la mano—. Pero por si acaso.
Yo, que a aquellas alturas del notición no sabía bien qué cara poner, abracé a mi padre y me dediqué a darle golpecitos en la espalda como si se hubiera atragantado con una espina.
Palmaditas por golpecitos. Y ninguno de los dos estaba siendo sincero, me temo.








Pues lo dicho, que hoy es MARTES por todo el día y hay que divertirse, exprimirlo y especializarlo. No olviden vitaminarse y mineralizarse, ni las galletas de la suerte tan fantásticas que legan mañana de mano de mi querida: Alicia Pérez Gil.















2 comentarios:

  1. La sinceridad ya no se estila me temo. Siempre un placer RR, y verte cumplir tus deberes, aunque lo haya leído algo tarde

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