sábado, 15 de diciembre de 2012

Vaya par de gemelas: De autora, observador, musa unicuerno y hielo, va la cosa...




Vaya par de gemelas: De autora, observador, musa unicuerno y hielo, va la cosa...





Fue entonces, mientras le quitaba la escarcha al cuerno de mi unicornio (cuyo color morado en hocico y carrillos ya no sé si se debe a su pelaje o es que se congela el pobre), cuando pensé: "Mero observador, te echo de menos". Y, aunque esa no era mi intención ni mucho menos, pasó lo que me temía (y temor de unos cientos) y él me escuchó.
Cómo tiene ya tomada por costumbre, apareció de la nada, me miró, y guiñó ese verde y suspicaz ojo izquierdo que solo los tres vemos, y nos dejó sentados en la azotea (yo en la banqueta y mi amigo sobre sus cuartos) en nuestra tarea de quitarle el hielo a los pensamientos ajenos, entrando entonces por la pequeña (que no invisible) ventana que da acceso al interior donde todo empieza y termina con un tecleo (o parpadeo), y se dejó caer en nuestro sofá cama amarillo mostaza (de cama porque se le da ese uso, no porque se abra) con su tomo de la RAE de estimación en el regazo y en la nariz sus gafas de pasta.
Desde aquí le veo: el humo del té y del cigarrillo en el cenicero se entremezclan y es difícil saber dónde empieza uno y termina el otro, pero lo más importante de la escena es su sonrisa; esa clase de mirada perdida y labios encorvados en medias lunas macabras, la típica mirada unilateral y privada que le sale a uno del alma cuando una idea muy poco políticamente correcta invade tu mente, y sientes como si tus dedos se convierten en pistolas cargadas. La ansia de dejar salir (disparar si ahora alguien le preguntara) se puede sentir desde aquí, lo huelo, lo capto, se ha adherido a mis ojos y nariz.
El observador cierra su libro de cabecera nada ortodoxo (pero él nunca lo fue, y no quiere, ni quiero, serlo y que lo sea de ninguna manera), aunque no se levanta. Dejo entonces a un lado la cuchilla sin corte (que para raspar y quitarse lo que sobra no siempre es necesario cortar y echar lo que sobre por la borda), y el vahos que sale de las narinas de mi amigo equino mientras bufa desconforme, resalta que le ha molestado el que haya dejado de quitarle el peso del hielo que lleva en su cuerno. Le miro de soslayo y sonrío ante su hocico ya no tan helado y fruncido, y vuelvo la mirada hacia el interior de mi mundo privado, para depararme de frente, cara a cara, con un observado que se nota de lejos está sumamente cabreado. No necesito que hable, que me diga qué le pasa o ha pasado. Entiendo qué quiere decir esa mirada penetrante y llena de sinónimos y significados, sé lo que piensa, más bien, lo que me diría si yo le hubiese otorgado también voz y no solo un teclado.
Intento disimular el miedo. ¡Qué te den, yo te he creado! Pienso. Pero no grito ni tampoco parece que surta efecto o se vea afectado. El observador se sienta entonces a mi lado, sin dejar de mirarme, de decir cada frase y párrafo que sabe escucho y leo dentro de sus ojos y en sus labios cerrados; se hace con la cuchilla y retoma mi tarea de quitarle el hielo al cuerpo de mi amigo que desde hace un rato nos mira para nada asombrado (él sabe, listo el unicuerno, que entre creadora y criatura, mejor no meter los dedos), y sonríe complacido, esa sonrisa de ojos dado que de poco puede sonreír con ese hocico, mientras el observador toma mi tarea de quitarle el frío del alma y señala con la cabeza al interior de mi mundo (de casa, el que de techos habla), dejando claro que, haya elegido la palabra que sea, más me vale moverme e ir a leerla.
Me dejo caer en el sofá; todavía siento el calor del cuerpo imaginario e inexistente de mí fiel (aunque solitario y amargo) amigo, y cojo el libro que poco cuidado dejó en el asiento a mi lado tendido.
“Nostalgia”, veo la palabra elegida y sonrío. Miro al exterior, el observador arquea los hombros y las cejas y se voltea hacia mi amigo equino que en los últimos días ha sufrido las molestias de mi invierno y frío internos, y ambos dejan claro con su mirada, que ya basta de tanto hielo y copos de nieve deformes. Es hora de ponerse en marcha, ellos saben lo que dicen, no hay excusas que valgan, nada de musas desaparecidas o perdidas en alguna esquina o escalera demasiado alta; ella no se ha ido a parte alguna, ellos son ella, y han estado aquí todo el tiempo, esperando, pacientes, aguardando a que dejara a un lado tanta tormenta y le permitiera salir a mi sol de dos cabezas.
Me siento y deslizo los dedos por el teclado. Les oigo más cerca, les puedo sentir. Noto crujir el sillón a mis espaldas y sé que allí se han sentado, el observador seguro ojea su libro favorito mientras el unicornio se dedica a rebuscar en algún que otro recuerdo algo que me sirva o que desechar antes de que lo vea y haga nevar sobre mis labios.
Es hora de escribir, pienso. Ellos sonríen. Yo sonrío. Y que empiece la música del teclado.
***
Por estos días de desaparición, porque hasta las gemelas se quedaron escondidas, espero perdonéis la intromisión y el haber tomado yo hoy sus palabras... 
¡Feliz día, mis chic@s!

Y el lunes no os perdáis a So Blond en su "From My Blond Mind"

4 comentarios:

  1. Todos los juntaletras tenemos ese "observador" mirando por encima de nuestro hombro izquierdo. En mi caso le suelo llamar la "veueta" (vocecilla en catalán), a veces susurra, a veces sugiere, a veces sutil, otras irónica, otras hasta cruel, pero siempre sincera a pesar de las mentiras que me cuento a mi mismo.

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    1. Es la belleza de tenerlo cerca, con el nombre o cara que sea... sin él, poco sería de nosotros quienes escupimos letras con los dedos y nos dejamos llevar por ahí sin miedo... estoy poética hoy, lo sé...:D

      gracias y muuuchos besos:D

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  2. Es un lujo tener este rincón para poder sentir esas gotas de naturalidad. Como ese observador, me siento privilegiado. Gracias
    Manu

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    1. Gracias a ti, Manu... el orgullo y privilegio míos de tenerte aquí conmigo y con todas nosotras... gracias de todo el corazón ^^

      Besossss

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