domingo, 30 de diciembre de 2012

Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...



Vaya par de Gemelas: De observador observado, cuentos de navidad, y un momento olvidado...



    Siempre he pensado en esa clase de personas a las que todo, le parezca bueno o malo, si no le concierne, lo deja a un lado, o en el mejor de los casos, lo pasa por el forro de los costados (nada de tacos, me lo advirtió el duendecillo fantasma de las navidades pasadas, y hay que hacerle caso).
    Tiene que ser interesante poder ver cómo ocurren, ocurrieron, o acabarán las cosas, con la seguridad interna de que, pase lo que pase, en menor medida siempre (que a pequeños sentimientos y linternas me remito) no le molestará lo suficiente como para quitarle el sueño y alumbrarle retinas que poco de llorar conocen.
    Curioso sí, eso cómo poco. He decidido entonces hacer un pequeño repaso a mi año, no vaya ser que sea yo uno de estos pocos inquilinos de vidas propias y limitado de sentimientos ajenos con sobrantes y demasiadas glorias, nunca se sabe, dicen que están cegados, podría entonces estar en medio y no haberme enterado. Y me quedé dormido. Sí, pensando es cuando mejor duermo, no pongo en orden ni se desborran hojas en mi cuaderno, pero quizás, cansado de oírme a mí mismo, acabo encontrando consuelo en estos minutos de silencio lleno de poco del mundo y vacío de todo sentimentalismo, si es de ley que cuando se duerme se sueña, no se siente, doy por hecho entonces, que no padezco ni tampoco lo hacen mis entrañas.
    Y ha sido sorpresivo que al final, tras sueños en ruinas y una que otra lejana y desolada montaña, haya encontrado respuestas conclusas. No con las palabras que me hubiese gustado encontrarlas, eso hay que dejar en nota (mental, que soñaba, recordad, por mucho que me apenara allí se iba a quedar).
    El primero en presentarse con su estúpido y violáceo cuadernillo fue él, el pequeñito; menudo de cuerpo, gafas sobre la nariz, pecas alrededor de los pómulos, y manía de ser el más listo aunque no haya sido de nada nunca el amo. Me dijo que me sentara y cerrara los ojos (rechisté, todos saben que los fantasmas estos te llevan a ver, no te lo hacen de padecer), pero tras una colleja certera y una amenaza con aquella pluma demasiado afilada, al final obedecí y dejé que siguiera con su broma macabra. Fue entonces, puede que al ver como se arrimaba a mí pecho aquella coronilla conocida, aquel rostro que no veía pero que al resoplar sobre mi cuello, hizo que todo hecho cenizas volviera a estar en llamas, se tratara pues de una respuesta, una reiterada por aquellos dedos ya tan lejanos que volvían a rozar mi rostro con promesas mudas y extrañas, en un pasado que ya de hacía mucho no tenía memoria o añoranza. El pasado escupiendo sílabas y verdades no siempre es bienvenido, menos a lomos de un fantasma y de sentimientos que de hace tanto tendrían que haberse hecho fríos. ¡Maldito duende de las navidades pasadas! De saberlo, no soñaba y te mantenía despierto conmigo. Una nueva colleja y le miré; sonrió de lado a lado, y lo comprendí: no se trataba de añorar lo perdido, sino, de ver y tener claro, que lo pasado no se borra y que hay recuerdos que por muy ocultos que estén, nunca se irá de la memoria.
    Creí que la noche terminaría, pero Dickens lo tenía claro y por supuesto no me lo pondría tan fácil (a mí ni a nadie que por sus páginas haya viajado) y vi entrar entonces el hada del presente a lomos de un animal cuánto menos raro. Cuidado, el que dice raro no dice desconocido, y el cuadrúpedo dejó claro con su mira y hocico fruncido, que más me valía no hacer burlas ni hablar de no ser cuestionado. Tenía que pasar por ello, ya puestos, tocaba todo o nada, al igual que el presente que ahora ante mis ojos se dibujaba. No me sabía desconocido, los rostros diarios uno siempre los tiene claros, pero sí interesante el que cada acontecimiento actual se acabara en un mismo instante, justo en el momento preciso cuando la situación vivida se solucionaba, cuando había dado un paso (o abierto un candado) y ya no visionaba lo ocurrido. El hada de pelo verde y ojos de zafiro sonrió, y su amigo el equino de un solo cuerno, de poder hacerlo, seguro los ojos en blanco hubiese puesto junto a uno que otro resoplido. No podía enseñar el presente tal cual, no porque no lo hubiese vivido, sino, porque el camino tomado me habría llevado a un desenlace, pero, como con todo, siempre hay eso de los segundos caminos (o oportunidades). El presente solo es cuestión de decisiones, no hay buenas, malas, equivocadas o certeras, la que tomes será tu hado, así pues, si llegado a aquel momento, con aquellas manos sobre las mías, los ojos ajenos y marrones pegados a mis retinas, el beso podría o no ocurrir, pero nada cambiaría los hechos: si el corazón ya había sido tomado, qué más daba que fuera en este u otro momento robado.
    Quise entonces que todo terminara. No tenía paciencia, ni ganas claras, de que viniera ahora un espantapájaros cabalgando en un aterrador Grifo, o peor, otro duende con mala gana y poco juicio, a enseñarme los errores cometidos y un futuro que seguro ni de lejos hubiese querido. Y para mi sorpresa, y la vuestra (pobre cuenta cuentos el señor D., seguro ahora ya no le parecería tan divertido), no surgió fantasma alguno para regañarme y dejar claro que más me valía cambiar el pasado o el presente vivido me llevaría a un futuro triste y retorcido. En su lugar me hallé sentado en mi sillón de siempre, con el mismo té y cigarrillo en el cenicero, ni un fantasma, nadie ni nada que me explicara qué hacer para mejorar o cambiar (supuesto, supongo, supondría) una vida entera para no acabar en aquel preciso instante como lo hacía. Comprendí entonces la belleza de aquel momento, la moraleja de este mi propio cuento: no hay futuro que lamentar cuando el pasado lo has vivido intenso y el presente lo haces de cuerpo y alma enteros. Lo que tendrá que ser será, o eso oí alguna vez, entonces, de estar esperando saber qué será de mí, se me olvidaría cómo llegué hasta allí. Lo único que podría tomar como cierto y enseñanza en todo ello es que, quizás (y solo si eso quiero), llegada una bifurcación conocida, o un beso a escondidas certero, más me vale no esperar saber qué sería mañana tras ello, porque, pase lo que pase, no se tratará de mi futura navidad o de un próspero año nuevo, sino, de el desear y poder (quizás, con suerte) volver a besar estos mismos labios tras un año entero.
    No sé vosotros, pero yo, tras la visita de mis dos fantasmas, y la espera de un nunca llegado tercero, me di cuenta de algo, y eso es lo que aquí os quisiera compartir: no se puede cambiar el pasado, solo queda escoger los recuerdos, los que quieras, con cariño, con cuidado, de hacer de los buenos momentos eslabones nunca olvidados  Que de el presente hay que tomar lo que guíe (o nos grite) el corazón, si te equivocas, nadie lo pagará por ti, eso sí, ten cuidado, pero no te pares a pensar en qué será si decides girar la esquina o darle la mano, lo mismo pasa el tren, y os quedáis tal cual, sin dedos ni peldaños. Y del futuro, amigos míos, solo hay algo que ha aprendido este mero observador en este peculiar cuento de navidad:  no hay nada cierto, no puedes saber qué vendrá, lo que importa, es atesorar el pasado, vivir el presente, y ser felices cuando se puede, por ejemplo hoy, que es navidad.

Felices fiestas a todos. Ah, y si veis el hada que suele venir a hacer pasar la vida ante vuestros ojos con aire de presente, decirle que al final, en el momento que nos dejó a mí y a ellos sin saber qué pasó, al final del todo, sí, me besó.


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Y mañana lunes no te pierdes a la inconfundible So Blond, en su From My Blond Mind

2 comentarios:

  1. Felices fiestas y feliz año nuevo, guapetona,
    que todo te vaya fenomenal, y que las gemelas sigan asi, igual que siempre, como tú.
    Besazos ^^

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  2. Pues, pese al tipo de letra, que hace que alguien con presbicia galopante como yo sufra leyendo, me quedo con tu conclusión y la suscribo. Felices fiestas Karol.
    Manu

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