miércoles, 30 de enero de 2013

Galletas de la suerte: Un día cualquiera II


¿Qué haces ahí? Te vas a congelar. No te he oído salir del baño.

            Natalia se había subido en la cama y manipulaba la lámpara de su habitación. Se cubría únicamente con una toalla. Ni siquiera había terminado de secarse.

- No, estoy bien. Se ha fundido la bombilla.

- No te preocupes, yo la cambio. Vístete.

            Natalia le miró y fue consciente de su preocupación. Parecía real, como si de verdad se tratase del Emilio de siempre. Sólo que no lo era. Seguramente la preocupación no tenía que ver con ella, sino con la posibilidad de que hubiera encontrado una de las escuchas. No había sido así, la lámpara estaba limpia, pero seguiría buscando.

- Claro – sonrió- En seguida me visto. Pero ya me encuentro mejor. Debía de estar un poco destemplada, nada más ¿Por qué no le cambias el agua a Lorenzo? El pobre está muy mal. No lo entiendo, se habrá enfriado, con toda la casa abierta todo el día. Ya sé que es culpa mía, pero Jaira podría haber cerrado las ventanas cuando llegó.

- Me gustaría quedarme contigo.

            Natalia sonrió -. Yo prefiero vestirme sola –. Bajó de la cama y se encogió dentro de la toalla. El hombre que la miraba, vestido con la camisa favorita de su marido, le echó un último vistazo antes de dirigirse a la puerta.

- Vale, me voy a ver a Jaira.

- Lorenzo te necesita más. Lo de Jaira es una rabieta.

            Cuando estuvo sola se quitó la toalla y se contempló en el espejo de la cómoda. Con el pelo mojado y pegado a las sienes parecía más que nunca un espectro delirante. Las ojeras permanecían  en su lugar, como las manchas de los mapaches y el baño no había borrado su aspecto afiebrado. Escogió ropa cómoda de colores claros que difuminase la impresión de enferma terminal que se causaba a sí misma.

            Una vez vestida y peinada, aún con el pelo húmedo, tomó la bombilla, que no estaba fundida y se dirigió a por otra a la cocina. Pasó junto a la puerta de la habitación de su hija, pero no oyó voces. No se permitió pensar en su familia. Sin duda debían de encontrarse a salvo puesto que no estaban con ella. Quien los hubiera sacado de allí les habría puesto en su contra y de ese modo les habría salvado ¿Qué clase de esposa y madre oculta algo como lo que ella ocultaba? No debía haberse casado y no debía haber parido. Siempre supo que no se lo podía permitir. Sin embargo se había enamorado de Emilio y había querido tener un hijo. En ese momento, mientras recorría los últimos metros hasta la cocina de su casa, quiso evitar el arrepentimiento, pero no pudo. Por encima de todas las cosas debía haber evitado que su secreto corriese peligro. Y en eso había fallado.

            Rebuscaba ente los repuestos una bombilla igual a la que tenía en la mano cuando sonó el timbre. No le hizo caso. Cualquiera de las otras dos personas podía contestar. Oyó una puerta que se abría y volvía a cerrarse, pero no sonaron pasos, así que el visitante insistió desde la calle. Natalia se mantuvo firme, inclinada sobre el cajón, incapaz de centrar su atención en los Kw. y las descripciones. El timbre atronaba la casa sin que ninguno de los dos farsantes que se habían instalado en ella apareciese por ningún lado.

            Dejó la bombilla en la encimera y se dirigió despacio hacia el recibidor. Podría haber estado completamente sola. Ya ju- nto a la puerta respiró hondo y dejó que la visita pulsara el timbre una última vez.


            El hombre que apareció al otro lado vestía de gris y le resultaba vagamente familiar. Preguntó por Emilio y ella, sin saber qué decir, le condujo a la consulta. En la luna del recibidor se vio muy pequeña al lado de aquel hombre de aspecto serio y cansado. No se sorprendió de que el doble de su marido estuviese sentado a su escritorio, donde pretendía revisar unos papeles; quizá una historia clínica.

- Os dejo.

            Natalia cerró la puerta y pensó encerrarse en el salón, pero en el terrario de Lorenzo encontró el cadáver de la salamandra y recordó que el hombre del despacho había preferido verse con la adolescente que se hacía pasar por su hija en lugar de vigilar a la mascota. Se dio cuenta también de que la bufanda gris no estaba y pensó que quizá aquel Emilio que no era Emilio se la había llevado, así que se acercó a la puerta que acababa de cerrar y escuchó a los dos hombres que, como había supuesto, hablaban de ella.

- … visto. Que yo sepa no ha comido nada en todo el día. Antes se ha quejado de debilidad. Dijo que quizá incubaba algo, pero luego lo negó.

- ¿Lo sabe?

- No lo creo… No. Ya te lo he dicho por teléfono. Es como si se negara. No parece ella.

- Tienes que decírselo. Hay que sacarla de casa y enfrentarse…

- Hoy hemos comido fuera. Creo que no le ha gustado la idea. No es habitual. El día de hoy ha sido tan extraño para ella… Y la chica tampoco ayuda.

- Es su papel.

- No me hables de papeles, Javier. Yo ya casi ni sé cual es el mío. Esto se me  está yendo completamente de las manos.

- Tú eres su marido. Nada más.

- Sí, lo sé. Por eso te he llamado. No sé qué hacer.

- Habla con ella.

- ¿Así de fácil?

- Yo no he dicho que sea fácil, pero tienes que hacerlo.

- No puedo. Ayer lo intenté y creí que se moría. Natalia es una cazadora, no una recolectora. No sé cuantas veces nos habremos reído de eso, de que en esta casa no había recolectores ni cuidadores de la manada. Pero aún así, si sólo fuese lo de su despido, podría…

            Natalia se llevó una mano al pecho. El corazón se le había desbocado a la sola mención de la palabra ¿Despido? Claro que no la habían despedido. Sin duda estarían molestos con ella por no haber llamado para avisar de que no trabajaría ese día. No entendía cómo había olvidado hacerlo. Se habrían vuelto locos para encontrar a otro piloto a última hora, pero no la habrían despedido por eso. Natalia Reynas era la mejor. Y en cuanto terminase aquella conversación estúpida llamaría a la compañía.

- … mis suegros, Javier.

- Así que tampoco le has dicho nada de eso.

- ¡No puedo! Anoche casi se muere…

- Eso no es verdad. Tuvo un episodio grave de ansiedad, pero nada más.

- ¡Nada más! ¿Entonces porque actúa como si no pases nada? Si los muertos fuesen mis padres yo no…

            Natalia respiró muy hondo varias veces antes de permitir que su cerebro continuase pensando. Sus padres vivían en una residencia y había hablado con ellos el día anterior. Estaba claro que la estrategia consistía en que ella perdiese el control. Seguramente habían previsto que se quedaría escuchando y toda la conversación formaba parte del plan. Pero ella era más lista de lo que pensaban y no lo revelaría. Su única misión en la vida era aquella y no la traicionaría ¿Cuántos años había conservado el secreto? No lo recordaba. Notó que se le encogía el estómago y que la frente se le humedecía de nuevo de sudor: no recordaba cuándo le habían revelado el secreto. Ni recordaba quién lo había hecho. Como si alguien le hubiese lavado el cerebro. Cerró los ojos tan fuerte que vio miles de puntos luminosos sobre los párpados. Las manos le temblaban y sentía como si algo la hubiese paralizado: No recordaba qué era lo que debía proteger.

            Tras unos segundos de indecisión irguió la cabeza y se miró en el gran espejo de cuerpo entero. Se vio demacrada, asustada, enferma. Sonrió. Entraría en el despacho de aquel hombre que no era su marido y le seguiría el juego ¿Qué importaba que no recordase el secreto? ¿No era mejor un secreto desconocido, imposible de revelar? Habían tratado de engañarla, la habían retenido y probablemente conseguido que perdiera su trabajo. Ahora era su turno. Abrió la puerta del despacho y, antes de recitar su texto, observó que la bufanda gris colgaba del cuello del desconocido.


Y, antes de anunciar que mañana viene la gran comedora de cocido apuchujado, Irene Comendador, que sabe convertir garbanzos y patata en pan de lembas ante los ojos de un batracio y dos amigos, explico que: este relato en dos partes data de 2004 y que la semana que viene vuelvo a lo mío. Las enfermedades nos ponen trabas y estas dos semanas han sido duras. Mis disculpas.

Y ahora, con todos ustedes, desde el rincón más bonico de España: ¡¡¡¡¡Irene!!!!!


4 comentarios:

  1. Gracias por un nuevo palabro (apuchujado)

    Pero..., pero..., nos vas a dejar asín? Amosnomejodas, el relato no seguirá otro rato? Tantas preguntas sin respuesta..., un universo tras la puerta..., joer..., que chungo..., eso-no-se-hace :-)

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    1. Pues lo venía pensando en el metro, pero la historia que quería desvelar está desvelada, así que... Sí, me temo que así se queda :)

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  2. Pues no sé qué es lo tuyo, pero desde luego esto que acabo de lerr...esto es lo tuyo Ali.
    Buenas noches

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