Hola,
soy Mika, la gatita de So. Mi mamá escribe muchas veces en el ordenador y a mí
me gusta mirarla mientras lo hace, me siento encima de la mesa y observo muy
atenta mientras el clac clac de las letras suena y en la pantalla van surgiendo
más y más palabras que hablan de cosas.
Hoy he
querido yo probar lo que se siente porque me parece algo serio pero a la vez
divertido, que hacen los mayores, y yo,
ya soy mayor, tengo casi nueve meses y hay muchas anécdotas interesantísimas de mí que creo
todo el mundo debería saber.
Yo nací
en un hueco en un muro, era abril o eso me contó mi madre gata, que no es mi
mamá de ahora que no es un gato, (aunque le gusta hacer algunas cosas de gato
como jugar con mi ratón de tela y dormir mucho rato).
Tenía cinco hermanos: Pelusito era mi
preferido porque se acurrucaba a mi lado y me daba calor; Glotón no era tan
bueno, siempre tenía hambre y me empujaba cuando era mi turno de mamar; Negrita
era muy bonita y suave pero muy atrevida y osada, siempre estaba haciendo
travesuras y explorando por los alrededores, así que mamá la reñía porque si se
alejaba algún gato grande podía hacerla daño, como Ojo Gris, que era medio
ciego pero muy listo y acostumbrado a la vida callejera y que infundía temor
entre los más pequeños. Se contaba de él que ya había devorado a más de cinco
gatitos incautos que habían desoído las advertencias de sus mamás.
También
había más peligros, los coches podían atropellarte si no eras rápido al cruzar
la calle. A mi hermano Garras uno lo aplastó delante de nosotros. Fue horrible.
A veces, todavía por las noches, me despierto sobresaltada cuando una luz fuerte y cegadora se cuela por la
ventana en la oscuridad, porque me parece volver al momento en que los faros
iluminaron la silueta del pobre Garras justo antes de que el coche lo espachurrara.
A otra
de mis hermanas, Bisa, la cogió una señora que tenía el pelo blanco y se la
llevó. No la volvimos a ver. En ese momento yo me puse triste pero ahora me alegro
porque la vida en los callejones no es bonita para las gatitas buenas y dulces
como ella o como yo, además los humanos te quieren mucho, te dan comida rica,
te hacen carantoñas y en casa no hace frío ni tienes miedo y puedes dedicarte a
tus pasatiempos favoritos.
Pasé
con mi familia unos meses, después, aunque vivíamos en la misma colonia gatuna,
cada uno debía proporcionarse su propio alimento, protección y refugio. Yo no
era muy hábil, pero, por fortuna, Pelusito
se quedó conmigo y me enseñó donde estaban los mejores comederos, abastecidos
por humanos que nos querían y eran nuestros amigos. De esta forma evitábamos
tener que rebuscar en la basura, donde otros gatos te arañaban y bufaban, o
cazar animalitos como ratones y palomas que no son fáciles de atrapar y que
además a mí me daban pena. Los personas
eran simpáticas, llenaban los cuencos con arroz, pienso y a veces hasta con
jamón de York, ¡Umm, qué rico! (se me hace la boca agua solo de pensarlo) y,
además, en algunas ocasiones te hacían un mimo. Yo lo agradecía mucho porque
soy muy cariñosa y, a excepción de mi hermano, nadie entre los nuestros me
demostraba demasiado afecto.
Sim
embargo, un día, tendría entonces yo unos seis meses, pasó algo que cambio mi
vida. Pelusito y yo andábamos juntos como
de costumbre, jugando y haciendo nuestra ronda por los comederos del barrio,
cuando un perro malo nos olió. Era muy grande, con patas musculosas y un hocico
pronunciado que le permitía captar el rastro de sus presas. Su amo lo llamó
pero no sirvió de nada. Rompió la cadena que lo sujetaba y corrió tras nosotros
ladrando. Mi hermano y yo huimos a toda prisa sin tener muy claro a dónde
dirigirnos.
Aunque éramos bastante rápidos, nuestro
perseguidor nos ganaba terreno por momentos. Ya casi podíamos sentir su aliento
cálido en nuestras colas cuando encontramos una abertura en medio de una
alambrada por donde escapamos. Paramos a descansar. Pensamos que estábamos a
salvo, ya que la verja nos protegía de los mordiscos del perro malo. Dentro del
jardín tampoco estábamos bien, había otros habitantes a los que no les hizo
demasiada gracia nuestra presencia y otra vez nos tocó fugarnos. Esta vez no era
uno sino tres los perros a los que teníamos que dar esquinazo y ellos conocían
el terreno mejor que nosotros por tratarse de su propio hogar. Fuimos en una
dirección y después en otra pero ellos se organizaban como una manada y nos
cerraban cualquier posible escapatoria. Yo estaba muy asustada y no sabía qué
hacer. Estábamos rodeados y una perra estaba muy cerca de Pelusito amenazándole
con sus colmillos de experta cazadora. Y cuando esta se abalanzó sobre él, yo me
temí lo peor. Sin embargo mi hermano, lejos de asustarse, fue valiente y lanzó
un zarpazo en medio de los ojos que hizo que la perra se apartase, y conseguimos
una salida. Del resto apenas recuerdo nada, solo que trepamos por muros y
corrimos por tejados durante tanto tiempo que
a mí empezaron a dolerme las patitas. Me retrasé un momento y cuando me
di cuenta, de mi hermano no quedaba ni el rastro de la cola. Yo lo llamé con
maullidos lastimeros pero no me contestaba, debía estar ya lejos de allí. Me
percaté en ese momento de que, por primera vez en mi corta existencia, estaba sola,
pero sola de verdad. Y además perdida y con hambre.
Era de
noche y todo era desconocido para mí. En nuestra aventura con los perros nos
habíamos alejado mucho, y yo ahora no sabía volver a casa. Bajé al suelo y
esperé. Cualquier cosa parecía una amenaza mucho más terrible que la anterior, así que me metí
bajó un coche y comencé a hacer chillar con persistencia y desesperación. Tal
vez si insistía, Pelusito, que seguro me estaba buscando, podría encontrarme.
Pasaron
las horas y nadie de mi familia apareció a rescatarme. Pero yo no me callé,
sino que proseguí en mi empeño una vez y dos y tres más, las que hicieran
falta.
No
sabía volver al descampado, ni cómo encontrar los comederos. Tampoco tenía a
nadie que me diera calor o me lamiese las orejas.
Tuve
mucho miedo.
Entonces
vi a una humana vestida de rojo. Ella me hacía gestos para que me acercase y
trataba de imitar (muy mal, por cierto) nuestros inigualables sonidos gatunos.
Yo fui hacia ella porque tenía hambre y ella parecía amable. Me cogió y me tomó
en sus brazos, y yo ronroneé feliz, porque me sentí a gustito y protegida. La
humana, que a partir de entonces se convirtió en mi nueva mamá, me llevó a su
casa, me dio de comer y me bañó (¡horror!), secándome luego con un aparato que echaba
aire y hacía mucho ruido (¡terror!).
La
primera noche que pasé en mi nuevo hogar fue extraña. Echaba mucho de menos a
mi hermano y no podía evitar preguntarme qué habría sido de él. Además, el
lugar me resultaba raro y trataba de esconderme en todos los rincones, pero al
final el agotamiento pudo más que las dudas y me quedé dormida hecha una rosquilla
en el sofá. A la mañana siguiente salió el sol y con él todo pareció más
bonito. So y yo tuvimos que acostumbrarnos la una a la otra pero enseguida
comprendimos que éramos tal para cual. Desde entonces he vivido aquí.
Hay
cosas ricas de comer y música. Gente que viene y me acaricia. Tengo un rascador
y un hueco en el sillón.
A veces
So deja de moverse como un gato, me coge y miramos por la ventana.
Hay
elegantes siluetas felinas en los tejados que me llaman para jugar. Maúllan
aventuras y bufan historias de enormes lunas y largas noches.
Ella abre la ventana y me mira.
Suelo
ir a calentar la cama mientras ella escribe.
Y ahora
tengo que decir que mañana hay una cosa que se llama Mota Rosa de Regina Roman.
Es muy bonita.
Me encantó!!!! tu lado más tierno seguramente!!! Y me reí con ¡horror! ¡terror! jajaja
ResponderEliminarTierno y humorístico.
ResponderEliminarCiertamente eso lo ha escrito una gata, y no es rubia :-)
Mu bueno, Mika, a ver si vuelves alguna vez a contarnos mas cosas...
aww :3 que linda historia!!
ResponderEliminarMe ha enternecido. Es bueno comenzar la semana con bondad
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