Te levantas y miras
si necesitas retocarte la raíz, te metes en la ducha y te exfolias de pies a
cabeza y te echas el champú, la mascarilla, el acondicionador y el reparador de
puntas. Aprovechas para repasar el depilado y al salir te embadurnas en aceite.
Mientras la toalla turbante te quita la humedad del pelo, te haces las uñas de
los pies y te retocas las de las manos. Te pasas el secador y la plancha. Sonríes
al bicho del espejo y tiras de tapaojeras, base, iluminador, máscara de
pestañas, delineador y un toque de polvos de sol, que el colorete es para las
furcias. Ya casi te pareces a eso que quieres ser en tu visión de tu yo ideal.
Echas mano de un sujetador que suba y coloque y, hostias,
de unas medias que hagan lo mismo. Elijes ese vestido azul con el que te
dijeron una vez que estabas espectacular. Te subes en los tacones sintiendo
como la columna se recoloca. El espejo de cuerpo entero te escupe a la cara y
tú le devuelves el gesto con un gruñido. Buscas amuletos para tus orejas y,
quizás, algo para las muñecas. Un toque de perfume, que atesoras como el oro, y
estás lista. Bueno, no del todo. Nada de carmín; la atención de este maquillaje
debe centrarse en los ojos, solo un poco de brillo en los labios. El abrigo de
paño de nena trabajadora te parece muy soso y arriesgas con cuero hasta los
pies, lo que te da la oportunidad de sacar el Gloria Ortiz de pelo negro y colgártelo
al hombro.
Las gafas de pantalla color carey de Gucci ocultan tu mirada
cuando sales a la calle y adviertes al mundo: «Admírame pero no te enamores de
mí. Estás avisado.»
Si no te quieres tú, nena, nadie va a hacerlo.
Entras en el bar a por el segundo café de la mañana,
sintiendo que te desnudan miradas huidizas mientras te ceden tu lugar de
siempre en la barra y te sirven sin preguntar excepto por un:
―¿Dulce o salado, rubia?
―Salado. Hoy va a ser un día largo.
Enciendes el net para ojear la
prensa, los mensajes, los correos, saber cómo han amanecido aquellos que no
conoces en persona pero que sientes muy
cerca. Revisas las tareas para hoy, los mil asuntos pendientes, y Madrid, por
fin despierta, con su ruido de autobuses, su tráfico y humo de tabaco en la
puerta de las cafeterías.
Alguien te llama furcia en la
red, a ti o al fantasma digital que
eres. Otra, demasiado tonta u orgullosa, bufa a tu papel de rubia. Suena el
móvil para decirte que salgas, que te esperan en la puerta. Mientras te acercas
al coche negro, mueves las caderas más de lo que sería correcto, pero, qué
coño, a una dama se le permite todo.
― ¿Has quedado con alguien o soy
un tipo con suerte?
―Debes un desayuno en el bar,
nene; otro.
Los acordes de una guitarra abren
la banda sonora del día y empieza la batalla.
Llegas con la caída del sol a casa y dejas tu
arrogancia en la puerta mientras unos ojos amarillos te saludan y te hacen sentir
una diosa porque en ellos ves un «Te necesito».
Ya, sin uniformes ni disfraces,
lees mientras cualquier cosa cocinada con prisas da calor a tu cuerpo. Un calor
que no has sentido en todo el día, pues el invierno es largo y las personas se ocultan
entre la gente con la que en teoría has vivido varias horas.
Mientras te permites un cigarro,
llegas a la conclusión de que estamos solos, rodeados de una multitud de
rutina. No eres la única, pues te mandan vidas enteras en mensajes sin puntuación
ni gramática.
Demasiado solos, y el monitor no
te permite abrazar ni sentir la inflexión en la voz de una risa que en realidad
es un llanto maquillado.
«En el mundo real una chica como tú
nunca hablaría con alguien como yo.»
Esas palabras, que parecen absurdas en un primer momento, se
vuelven sabias de golpe. En la red puede que todo sea humo y espejos, pero no
hay distancias. Es un invernadero en el que las emociones crecen a un ritmo
desmesurado y adulterado. Permiten que una barbie hable con un hombre invisible
sobre dios y la felicidad. Que una rana discuta con una gata sonriente sobre la
motivación para escribir. Hace que un catalán y un gaditano locos unan sus
armas contra el mundo. Que el océano se reduzca a un pequeño retardo en la
aparición de un texto.
Puede que sean relaciones
absurdas, incluso algo enfermizas, pero su autenticidad está fuera de toda
duda. Un mundo artificial, quizás, pero tan falso como aquel en el que nos
movemos cada día, con nuestras pinturas de guerra y nuestros vestidos azules de
autoestima.
Algunas veces los mundos se unen.
Lo ves en fotografías ajenas, en las que puedes distinguir sonrisas francas,
muy distintas a las que tu jornada te ha brindado. Si eso hace feliz a la gente,
supones que está bien.
Aquí puedes olvidarte de tu
trabajo de mierda, de tu aspecto enfermizo, de lo que la sociedad te ha dicho
que eres o tienes que ser, de que no tienes un puto duro, de que quién comparte
tu cama ya no sabe siquiera porqué lo hace.
Puedes ser libre.
Pero hay algunos que no lo
entienden, que intentan llegar más allá de lo que estás dispuesta a dar y te
dicen:
«No conozco tu cara». « Quiero ver
tus ojos». «Dame un número de teléfono y hablamos».
Entonces la magia se rompe y
dejamos de ser personas para volver a ser gente, extraños que se rozan sin tan
solo distinguir los rostros, incoherentes además, porque entonces la relación
digital es cuando se vuelve un sucedáneo malo de vida.
« ¿Cuál es tu nombre?»
Solo hay una respuesta para eso:
Llámame So.
Buena elección de video (y no es porque la Lore sea pelirroja).
ResponderEliminarEl de hoy es uno de esos relatos que empiezan con un párrafo inicial de los que me digo "¿trapitos y maquillaje?, agárrate que vienen curvas" :-) y no defraudas.
Un par de frases que llamean especialmente entre el texto:
- ...las personas se ocultan entre la gente con la que en teoría has vivido varias horas.
- Demasiado solos, y el monitor no te permite abrazar ni sentir la inflexión en la voz de una risa que en realidad es un llanto maquillado.
De todas maneras, como tú misma dices: "Algunas veces los mundos se unen. Lo ves en fotografías ajenas, en las que puedes distinguir sonrisas francas..."
Es agradable saber que alguien se preocupa de cómo amaneces pese a no conocerte.
ResponderEliminarFalta calor, pero no siempre. Y no todo es humo y espejos aunque la barbie le hable al invisible.
No lo siento absurdo ni enfermizo, y quizás no del todo auténtico, pero desde luego si es real. "¿Acaso no sangro si me hieren?" o algo así decían en el mercader de Venecia.
Prefiero que seamos personas. Prefiero la magia.
Me gusta So. No estamos solos.
Muy cierto So, lo he sentido muchas veces, pero entonces me doy cuenta de que aún hay cosas buenas o que me importan para seguir, y que si sigo con la mascara o hundiéndome en esa miseria social no seré más que otra oveja que se deja arrastrar, y no. Eso nunca, por que al fin y al cabo la ilusión, las ganas o esa efímera alegría esta en cada uno y algunas relaciones virtuales no están tan mal, por que a veces te permite conocer personas estupendas con quien compartir esas conversaciones enfermizas y es quizás, por que en ocasiones, es cuando menos mascaras hay (siempre habrá quién se aproveche) es la desgracia que tenemos que hay gente que no respeta ni aprecia nada. Pero mujer, animo no todo es tan negro pese a que comparta mucho de lo que dices. Y a todo esto :P me encanto leerte y feliz lunes, a calzarse los tacones y comerse el mundo aunque sea de puertas para fuera ;)
ResponderEliminarHola So.
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ResponderEliminarEntre la gente, camufladas pero felices, encuentras personas.
Las localizas porque sin querer brillan, emanan una luminescencia que no pueden controlar, incómoda para los que carecen de ella, pero genuina. Un día, de repente, una de esas hermosas luciérnagas decide buscar otras cinco con las que acoplarse y crear un blog. Un blog especial, al que acuden otros maravillosos seres luminosos a comentar, o simplemente a leer.
Desde luego y afortunadamente... no estás sola ;)
R.R. (Martin. Y al que le pique que se rasque)