Sonó el timbre de la puerta del
piso de nuestras taconeras y un chaval de unos treinta y dos años gritó durante
varios minutos tras la puerta, hasta que por fin una de ellas hizo caso al
barullo.
— ¿Qué quieres Danny? — Preguntó
Connie mientras lo observaba por la mirilla.
— Pues que me abras, ¡joder!
— No, di lo que tengas que decir
y vete ya.
— Abre loca, que nos tenéis a
todos preocupados.
— No seas cansado, te he dicho
que te vayas, estamos bien y no queremos visitas. Dentro de unos días
volveremos, no te preocupes— contesto Connie pegando la oreja a la puerta.
— Quiero verte, saber que estás
bien y el resto también, venga rubia, que hace más de una semana que no se os
ve por la calle.
— En serio, que estamos bien, son
unas vacaciones, vete ya, tengo que hacer cosas— siguió ella a punto de
cabrearse por lo pesado que se estaba poniendo el chico.
— Ok, os dejo si me contestan el
resto de chicas, sé que estáis todas ahí encerradas. Esto es muy raro y no me
gusta.
— El resto están durmiendo, vete
por favor, o llamaré a la policía para que te echen. Eres un pesado tío.
— ¿Qué coño le pasa ahora a ese?
— Preguntó Irene al llegar junto a Connie.
— Yo qué sé, dice que está
preocupado porque no nos ven, lleva más de veinte minutos dando golpes a la
puerta y me está poniendo de los nervios— contestó Connie pegando el culo a la madera
y rascándose el brazo.
— ¿Irene, eres tú? — Se oyó la
voz masculina.
— Sí, cansino. Ve a casa Danny,
estamos bien.
— Pero es que no es normal que no
salgáis de casa, de verdad, ocurre algo malo y no me lo queréis contar. Si os
puedo ayudar decídmelo, que me preocupo por vosotras— rogó el moreno del
pasillo.
— Cariño, pasa dentro y ponte
algo en el brazo, yo me ocuparé de éste, no pasa nada— dijo Irene a Connie y
ella asintió—. Mira chavalote, con tus golpes y ruidos nos estás molestando;
por enésima vez, estamos bien y no tienes de qué preocuparte, haz el favor de
no dar más el coñazo y pírate a casa. Me voy a la cama, aunque sigas gritando
no pensamos hacerte caso, así que desiste ¿vale? Hasta “Lugo”, nene.
El chico esperó unos minutos más
y al fin decidió marcharse, bajando malhumorado por las escaleras del edificio.
Sus compañeros y amigos le darían la charla por no conseguir saber qué les pasaba
a las seis taconeras. Llevaban más de una semana encerradas en el piso sin ir a
trabajar ni hacer la compra siquiera.
Irene pasó al salón y se tumbó en
el sofá, sobre la sábana blanca que habían puesto para que no se manchara. Se
subió las perneras del pantalón y contempló sus piernas con desanimo. Estaba
muy cansada.
— ¿Has llamado a María? —
Preguntó So al entrar al salón.
— Sí, la dejé un mensaje en el
contestador y supongo que lo habrá visto— contestó Irene bajándose de nuevo la
tela del pantalón.
— Pues a ver si es verdad que
viene esta noche, se nos han acabado los Tampax. Y tampoco tenemos pan de molde
ni fruta, o yogures, yo no sé estar sin yogures. ¡Vaya mierda! — Gritó So tirándose
literalmente de los pelos.
— Venga, que esto no puede durar
mucho tiempo, seguro que en un par de días podremos hacer vida normal—dijo
Regina saliendo de la cocina—. Hoy he preparado macarrones con tomate, aunque
están escasos de tomate porque quedaba muy poco. ¿Le has dicho a María que
traiga tomate frito?
— Tenías que haberle dicho a Danny
que nos trajera algunas cosas de la tienda, habría sido un respiro, somos
muchas y gastamos demasiadas cosas. No nos queda de nada en casa— sugirió So.
— Pero si le llego a pedir algo a
él, tendríamos que haberle abierto la puerta, y no creo que sea una buena idea.
Yo paso de que me vean así, bastante tengo con verme yo misma— contestó Irene restregándose
las manos por la cara.
— No te toques, ¡joder! Lo vas a
empeorar. Se nos está acabando el bote mágico, y eso que ayer nos trajo María
seis llenos, no vamos a ganar para esta mierda— habló Karol que había estado
escuchando toda la conversación desde su cuarto.
— Teníamos que haber hecho la
reunión semanal, eso nos habría quitado un poco de la cabeza esta sutuación.
Estamos obsesionadas y no hacer nada en todo el día nos pone peor— dijo Alicia,
que era la única que quedaba por aparecer en el salón.
Todas ellas iban vestidas con chándal
holgados, intentando que no tocaran sus cuerpos, ya que aquel roce empeoraba
las cosas. Tenían marcadas las ojeras y estaban exhaustas de no haber dormido
bien en los últimos días.
Los botes vacíos de aquella
medicina se repartían por toda la casa y aun así no mejoraban. Habían limpiado
a conciencia todo el piso, habían quitado las cortinas y las fundas del sillón,
incluso habían pasado dos de los días en casa de su amiga María para ver si así
se solucionaba algo el problema, pero todo fue en vano, seguían como al
principio o peor, ya que cada día que pasaba encontraban en sus cuerpos nuevas
marcas.
— Estoy hasta los cojones, de
verdad que ya no puedo más, casi nos asfixiamos el otro día y aun así no lo
hemos solucionado, ya no sé qué tenemos que hacer. Esto es un suplicio. Os juro
que cuando todo termine voy a matar al cabrón del electricista, pienso quemarle la
casa o algo así, ese tío nos ha jodido pero bien— amenazó Alicia mientras se
rascaba a conciencia el tobillo.
— El hombre no lo haría adrede,
seguro que él estará pasando por lo mismo ahora. Pero lo cierto es que yo no
puedo más, es insufrible, me duele todo y de vez en cuando me mareo. Los días
de fiebre han sido un suplicio y no creo que aguante mucho más en esta
situación, tenemos que hacer algo, porque está visto que hasta ahora no lo
hemos hecho bien— dijo Connie a punto de llorar.
— Mira, lo que no entiendo es
porqué no se nos ha pasado ya, ¿de verdad la vida de un bicho de esos puede
durar tanto? Se está poniendo morado con nosotras. Todo lo que he encontrado
por Internet no vale, ya lo hemos hecho y no hay manera. Además, la idea de
contratar al profesional para que limpiara el piso no ha funcionado, y con lo
que nos cobró el tío, será capullo. Seguimos como al principio, llenas de
picores y con el cuerpo destrozado— añadió Karol, que tenía el bote de Talquistina
en la mano y apuraba su contenido usándolo en las piernas.
— Lo primero es hacer una lista
de dónde y cuándo nos han picado por última vez, creo que solo queda una, estoy
segura. Y si lo hacemos así, la pillamos fijo. A mí me picó por última vez en
el baño, lo sentí enseguida, y de eso ya hace un par de días— rememoró Regina, tocándose
el dorso de la mano, que era la parte que más le dolía.
— A mí fue ayer en el sillón, me
quedé dormida dos minutos y me levanté con cinco o seis nuevas por la espalda.
Mirad que bonita me ha dejado esta zona— dijo Alicia levantándose la camiseta y
enseñando el costado a sus amigas.
— Ok, pues a mí me picó esta
mañana, fue en el desayuno, aquí en el salón, y me dejó el muslo derecho como
un puto colador— volvió a levantarse el pantalón Irene, para que el resto contemplara
el cuadro de puntos rojos.
Todas fueron recordando sus
vivencias de las últimas horas y tras varias divagaciones, admitieron que
ninguna había sido atacada en su dormitorio, por lo que decidieron quitar la
ropa de cama y todo lo que fuese de tela para llevarlo a lavar, cerrando luego
las habitaciones.
Usaron una cantidad excesiva de
desinfectante y aerosoles en toda la casa. Se ducharon una por una y se
pusieron la ropa más ligera que encontraron dentro de sus armarios, aquella que
llevaban mucho tiempo sin ponerse. Una vez terminaron con todas las tareas de
ataque y destrucción, fueron a visitar a su vecina Margarita, que con una
sonrisa en los labios, les invitó a pasar para tomarse un café.
Esperarían unas horas y volverían
a la casa para ventilar un poco, esperando por fin deshacerse de la maldita
pulga que el electricista llevó a su casa, cuando les arregló el cableado eléctrico
de la placa vitrocerámica, hacía ya más de una semana.
— Si esto no funciona, prometo
prenderle fuego al piso— dijo So en tono serio, mientras que contemplaba a sus
amigas con el cuerpo lleno de picaduras rojas y abultadas que, seguramente, les
dejarían marcas durante un largo tiempo.
— Pues yo, a la próxima persona
que quiera entrar con un animal a nuestra casa, pienso cortarle los huevos. Ha
sido la semana más horrible de mi vida— afirmó Irene, una de las que había
pasado la fiebre más altas de todas.
Karol, que se encontraba con el
portátil sobre las piernas, levantó la cabeza y se dirigió a sus amigas con voz
quebrada:
— Chicas, aquí pone que las
pulgas pueden llegar a vivir más de cien días y que la eliminación de las pulgas del ambiente doméstico puede tardar unas tres o seis semanas, con las cosas que hemos
hecho y las medidas que hemos tomado. Creo que me mudo de país esta misma
tarde, se acabó.
La vida se puede ver truncada por
cosas tan pequeñas como un insecto.
Para esto, mejor quedarse sin memoria, te lo digo.
ResponderEliminarAdemás, me dan un ascazo terrible los insectos. Me pica hasta el tuétano :(
pues menuda forma de pasar la semana!!!
ResponderEliminarPero amoavé..., asi resulta que el tamaño importa? :-)
ResponderEliminarA cada frase me preguntaba por donde me ibas a salir..., pero siempre me sorprendes...
jajajajjajaj, ami me ha pasado igual , no sabia por donde saldría el suspense !! besoss
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