Hay
muchas cosas en la vida estimulantes y otras que, con el tiempo, se vuelven
aburridas, rutinarias. Sin embargo hay algo que a muchos siempre nos mantiene en continua búsqueda,
alerta, despiertos. ¿Qué es? Cada cual tiene lo suyo. A algunos les gusta
pasarse pantallas de un juego épico, futbolístico o de carreras en la consola;
otros, prefieren dibujar, ver cómo de la nada van surgiendo primero los
contornos para luego, con posterioridad,
marcar los detalles de lo que, quizás, con suerte, sea una obra maestra, capaz
de ofrecer una sensación de volumen, espacio y movimiento y a la vez producir sentimientos de orgullo en
el propio autor y de admiración en sus espectadores.
Y a
algunos (que no se me ofenda nadie, que lo digo por mí misma. Es que el plural
mayestático me pierde cosa mala), que no sabemos hacer la O con un canuto, nos gusta
escribir. ¿Por qué pensamos que algún día seremos ricos famosos y dotados de un
halo de fascinación y misterio que nos asemejará a los héroes inmortales; nos
alejará de la mediocridad de lo efímero, de la perdida que significa la
decadencia de la vejez, el olvido y la muerte? Ummmm, pues mira, que esto no lo
había pensado yo más allá de unas trescientas o cuatrocientas veces, y no suena
mal del todo, oye, pero va a ser que no.
Lo de
ser rica, lo veo complicado. No es que no me atraiga la idea de vivir en una
casa enorme, con un vestidor gigantesco lleno de ropita con pedigrí, una
piscina olímpica climatizada y unos nenes, así de buen ver, con bultos extraños,
que me masajearan los pies y me deshicieran ,con suavidad pero con firmeza, las
contracturas de mi futuro escultural cuerpo moldeado a base gimnasio y clínica
de estética. Con toda sinceridad, creo que tengo más posibilidades de acceder
al olimpo de los millonarios, vendiendo jamones que juntando letritas. Y yo es
que soy muy mala vendiendo jamones. Creo que antes me los comería y adiós
negocio.
En
cuanto a lo de ser una heroína legendaria, capaz de grandes hazañas. Pero,
¿vosotros me habéis visto? Si mi mayor reto diario es recordar dónde dejé los
zapatos la noche anterior. Soy una nena (bueno, ejem, todos somos niños a ojos de
nuestros padres) que pasa por delante del Hospital del Aire, mete la cabeza en
una apertura de la verja y grita: «Conejos, conejitos, venid a mí», hasta que
se da cuenta de que el guardia de seguridad la mira de manera extraña y que,
tal vez, agacharse con el culo en pompa cuando se lleva minifalda y tacones
para llamar a los animalitos (que no sé qué leches harán ahí. Alguien que debió
hacer la gracia) pues no sea la actitud más adecuada ni la que aporte un alto
grado de dignidad y compostura a mi persona. No me veo yo al lado de esos
personajes regios y cultivados que ocupan los sillones con mayúsculas bien
gordas del abecedario. Que discuten con parsimonia si la palabra «chachi» está lo
suficientemente madura para entrar a formar parte de libro gordo de petete que
es la DRAE, faro de todo bien hablante, dentro está la cultura; fuera, las
tinieblas del barbarismo choni. Oh, sabios catedráticos, yo os saludo, porque
sin vuestro sencillo manual mi vida sería más fácil, sí, pero más aburrida.
-Bueno,
vale, no nos aburras con tus mierdas de rubia, So ¿Por qué escribes?
Oye, no
os pongáis bordes que os meto un tocho sobre Marcela de Vega y su aportación a
la dramaturgia que os dejo secos. Tengo mis novecientas palabras semanales y
pienso aprovecharlas.
Bueno. Existe
la teoría de autor sudamericano, cansino y meloso, de que la literatura es un
diálogo entre el escritor y el lector. Yo he meditado sobre esta aseveración y
concluyo: Y unos cojones de yak en celo que son casi cuatro kilos de huevos
bien hinchaos.
Los escritores
hablan solos como las viejas que discuten con la tele, y además lo hacen con
nocturnidad, alevosía, premeditación y una cosa que es «mastocamiento».
Esa palabra
lo resume todo, no busquéis excusas de ansia de creación, mundo interior que se
desborda, necesidad de comunicar, afán de hacer sentir. Ná, eso gilipolleces
para las entrevistas. La escritora que no se empapa hasta el punto de tener que
ir a cambiarse, ya no de bragas, si no de calcetines, no es escritora ni es
nada.
El escritor
que no culmina una buena eyaculada literaria con otra análoga pero física
gracias a dos cliks del ratón que cambian las insignes letras por lotengopatirosayquehuele.com,
no es un autor de pro.
De ahí
que no se tenga autocrítica, de ahí que todos nos creamos buenos escribiendo,
que aceptemos tan mal los reproches y los consejos. ¿Quién os lo va a hacer mejor
que vosotros mismos, nenes y nenas? Nadie. Lo que pasa es que follando conoces
gente.
Mastocamiento,
que es soberbia, complacencia, vanidad, regocijo.
Pero también,
gracias a la Diosa, es una forma de calmar tensiones, de evacuar miedos, de coger
una bocanada de aire, de derrotar traumas.
No creo
que los señores de la DRAE me lo acepten, ni que consiga nunca el sillón con la
ese mayúscula. Aunque seguiré cosiendo mis letras una tras otra y sintiéndome
bien por ello al menos mientras esta actividad tan poco provechosa me haga
creer que estoy en la cresta de la ola.
Y
muchos de vosotros también.
Pal
martes, Mota Rosa, es tiempo de Regina Roman, tiempo para la reflexión, las
pastas de té y los calcetines con puntilla.
Las letras están bien cosidas, aunque el traje, lleno de palabros raros, resulte a veces desconcertante. Osea, como la vida misma.
ResponderEliminarCama es una palabra más sencilla, pero ahora me llama.
Creo que, aparte de tener razón en lo que dices, no me había reido nunca tanto con tus escritos como con este, desde la primera frase a la última, algunas las he tenido que volver a leer porque las lágrimas de risa me tapaban las letras.
ResponderEliminarA destacar, como frase:
"Existe la teoría de autor sudamericano, cansino y meloso, de que la literatura es un diálogo entre el escritor y el lector. Yo he meditado sobre esta aseveración y concluyo: Y unos cojones de yak en celo que son casi cuatro kilos de huevos bien hinchaos."
Millonaria no se si llegarás a serlo, con jamones o sin ellos, pero escribiendo asi harás felices y risueños a unos cuantos lectores.
Los escritores hablan solos como las viejas que discuten con la tele, y además lo hacen con nocturnidad, alevosía, premeditación y una cosa que es «mastocamiento».
ResponderEliminarjajajajajajajajajajajajajajajajaja
Ojalá todas las rubias del planeta, y de paso las morenas, tuviésemos tu claridad de mente y tu salero verbal!!! jajajajaaaa, qué sepas que a las bailarinas (mira que bien me queda eso de que soy bailarina) desde mi particular punto de vista, nos pasa lo mismito. ;)__ _
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