Lo fácil es hablar de Somaly Mam, la mujer camboyana nacida en 1970 a la
que su familia vendió a cambio del dinero suficiente para comprar una lavadora
y que terminó en un burdel antes de cumplir los diez años. Hace tiempo leí su
biografía y se me encogió el corazón. Luego quise irme a Camboya a salvar niñas
y descubrí que primero tendría que hablar camboyano. Y comprometerme a pasar
allí no sé cuánto tiempo, porque si no mi presencia sería una carga en lugar de
una ayuda.
Es sencillo contar que Somaly escapó de su cautiverio, que emigró a Francia
y que años después regresó a Camboya para, ella sí, salvar a niñas de sus
explotadores sexuales. Ha creado una asociación, AFESIP, que le sirve como
instrumento para dar a conocer su labor y recaudar fondos. Ahora solo me queda
decir que todos somos Somaly Mam. Que ella era una niña feucha y delgada cuyo
cuerpo y voluntad fueron quebrados de forma sistemática y que encontró la
fuerza y el coraje de escapar primero y ayudar a otros después. Si ella pudo
¿Qué no podremos nosotros?
Lo que ocurre es que cuando resuelves la situación diciendo “prostitución
infantil”, el asunto queda en un concepto. Al menos en mi cabeza no hay ninguna
imagen asociada a esas dos palabras. Prostitución infantil no es nada. Es como
terrorismo o pobreza o desnutrición o… no sé, injusticia. Así que os voy a
contar en unas 750 palabras lo que es la prostitución infantil.
Una mañana tu abuelo llega a su casa (por favor, pensad ahora en vuestro
abuelo. El de verdad. Ese al que queréis o de quien conserváis un recuerdo
agradable). Ha bebido. Tú no sabes que bebe, pero huele a alcohol. Ves que se
acerca a la parte de atrás de la casa. Allí se encuentra tu madre. Es muy
pequeña. Tiene siete u ocho años. No ha comido mucho y los bracitos, de los que
cuelga una camiseta de algodón amarillento, se ven delgados. Pellejo sobre
hueso.
Tu abuelo la coge de la muñeca mientras le da un grito.
- Aparta.
No te habías dado cuenta, pero alguien más había entrado con él en casa.
Alguien que se acerca y agarra a tu madre por el mismo brazo. Entre las dos
manos de los hombres desaparece el brazo de tu madre; esa niña de ocho años que
en realidad imaginaba que aquello sucedería antes o después; porque eso es lo
que pasa siempre, antes o después.
No protesta. Se va con el hombre desconocido mientras tu abuelo cuenta unos
pocos billetes. El ambiente apesta a alcohol barato destilado en patios
traseros.
El camino se hace en silencio. A ella le duele el antebrazo. Se le clava el
metal de un anillo enorme. Termina en un cuchitril con las paredes desconchadas
por fuera. Una rata asoma debajo de la puerta. A tu madre se le eriza el pelo
de la nuca y da un tirón. Hasta ese momento al hombre que la ha comprado se le
había olvidado que la arrastraba, pero el miedo a la rata la ha vuelto a poner
en su punto de mira. Le estampa la mano abierta en la cara. Los cinco dedos. El
anillo le abre una herida en el labio. La mejilla le duele, se le han saltado
las lágrimas, aunque no solloza. Se siente como si le fuera a explotar la
cabeza.
De un empujón la meten dentro de una habitación inmunda. Paredes oscuras,
oxidadas, salpicadas de manchas orgánicas. Huele a meados, a mierda rancia, a
un tipo de suciedad que le pone una arcada en la garganta. Pero tu madre no
vomita. Mira con asco un colchón destripado junto a la pared del fondo. Otro
empujón la tira sobre la espuma tan usada que resulta igual de dura que el
suelo.
Quiere levantarse y apoya las manos, pero las separa inmediatamente. Ha
tocado una mancha húmeda, fría, repugnante. Esta vez la arcada no tiene tiempo
de formarse. A los lados del cuerpo de siete, quizá ocho años, de tu madre, se
levantan dos piernas desnudas. El comprador la mira con ojo experto. Se
masturba sobre ella, que le mira con los ojos grandes, vidriosos. Está asustada.
Muy asustada. El hombre se corre. Un chorro de semen translúcido le mancha la
cara.
No ha sido tan terrible.
En tu casa, el abuelo, su padre, ha comprado más de esa bebida barata. Ha
hecho un buen cambio. Esa noche será corta. Y la siguiente. Quizá un par de
semanas de noches cortas a cambio de una hija que no daba más que problemas,
que comía a diario.
Mientras tu abuelo se felicita, al nuevo hogar de tu madre llega alguien
con dinero bastante para pagar por su virginidad. Quizá pague tres o cuatro
veces lo que ha recibido tu abuelo. Así que no es sólo que tu abuelo sea un desalmado
hijo de puta. Es que es un desalmado hijo de puta imbécil.
Tu madre se ha levantado del colchón y se ha limpiado la cara en la
camiseta deslucida. Ahora le da tanto asco la camiseta como el colchón, pero no
quiere tumbarse de nuevo. No ha salido en todo el día. La han encerrado. No ha
comido ni ha hablado con nadie. Hasta que se abre la puerta, la rata desaparece
de nuevo y la vuelven a empujar sobre la espuma infecta, nauseabunda.
Entonces sí, no le arrancan la camiseta, se la levantan y le tapan la cabeza.
Se ahoga con el algodón, amargo por la mancha de semen. Quiere llamar a tu
abuela cuando unas manos grandes, ásperas, le separan las piernas. Este hombre
nuevo que también la ha comprado se ha procurado una buena erección. El sexo
lampiño de tu madre le recibe con dolor, con un dolor semejante al de una
cuchilla en el estómago. Luego vienen los golpes, las sacudidas. La sangre de
tu madre corre piernas abajo, hasta el colchón, donde se confunde con la sangre
seca de otras madres, de otras niñas.
Unas manos le aprietan los pechos inexistentes, le hacen moretones, le
producen contusiones en todas partes. Cuando pierde el conocimiento, este
segundo hombre se aparta de ella con asco. Pide a alguien que la despierte. Ha
pagado por los dos agujeros y eso es lo que se llevará.
Eso es solo la primera noche. Le seguirán muchas. Hasta una muerte
temprana, de modo que tú no habrás nacido.
Y esto es la prostitución infantil. Quizá ahora sí quieras visitar la
página de AFESIP. Búscala.
Y mañana la Mota, la Rosa, La mota Rosa.
No te lo pierdas!
En dos palabras: Sin palabras.
ResponderEliminarLo digo y lo repito. Tus reflexiones semanales nos ayudan a tomar conciencia de tantas cosas que ... no dejas de publicar Ali
ResponderEliminarGracias a ambos :)
ResponderEliminarQ puedo decir, este el unico escrito q eh leido de ti, y puedo decir q apesar de que el escrito es bueno y el tema bastante serio, la forma que le das a la historia es para mi punto de vista no muy bueno. Si quieres despertar la conciencia de alguien no tienes q poner q se imaginen a su madre en esa situacion.
ResponderEliminarAl fianl de cuentas, el cuerpo de la historia q es tan bueno no tiene conexion con el inicio y el final, y si lo tienen, simplemente no es armonioso.
En fin, perdon si te molesta mi critica, seguro me diras, que escribes lo que quieres y que si no me gusta me marche... Antes de q lo escribas, mi respuesta es, eso mismo digo yo por este comentario.