miércoles, 6 de febrero de 2013

Galletas de la suerte: El efecto mariposa


Harry Belafonte nació el 1 de marzo de 1927, de padres jamaicanos, en Harlem. No había mucho bueno que augurarle, pero la vida le llevó a popularizar la canción del barco bananero en los años 50. A la mayoría de vosotros os habrá llegado de la mano de Tim Burton, que la usó en Beetlejuice. A mí me llegó impoluta gracias a mi padre, que no es que fuera muy freak, es que nació en 1950 y era el hombre muy de escuchar música a todas horas.

Harry Belafonte era un hombre negro en una época en la que lo único peor que ser un hombre negro en Estados Unidos era ser una mujer negra. Aprovechando su influencia en el panorama musical hizo cine de alto contenido social, se involucró hasta el tuétano en la lucha por los derechos civiles, trabó amistad con Martin Luthern King, dejó que Petula Clark –qué tía- le tocara el brazo en antena y renunció a un contrato millonario para cinco programas de televisión cuando en la cadena le dijeron que no había problema por sacar negros en pantalla, pero que si salía uno, no podía haber mezcla racial: el ballet debía estar formado en su totalidad por personas negras. Harry dijo que no.

En 1964 en Mississippi, tres muchachos (dos chicos y una chica) que se dedicaban a hacer una campaña puerta a puerta para censar a ciudadanos negros con la finalidad de que pudieran ejercer su derecho al voto (la comunidad negra podía votar pero sólo podían ejercer su derecho los ciudadanos censados, lo que de hecho privaba a la inmensa mayoría de su paseo hasta las urnas para depositar su papeleta) fueron asesinados. Hay una gran película de Willem Dafoe y Gene Hackman que narra el episodio: Arde Mississippi. Ese mismo agosto Belafonte se plantó en el estado de Tom Sawyer con su amigo Sidney Poitier para continuar con la campaña del censo. Sidney le dijo que sí, que iría con él, pero que no volviera a llamarle para nada jamás. La vida de ambos corría peligro.

Fue uno de los promotores y organizadores del famoso We are the world, interpretado por todo hijo de vecino y producido, si no recuerdo mal, por Quincey Jones. Quizá no recordéis por qué se juntaron Michael Jackson, Paul McArtney, Cindy Lauper, Diana Ross, Sting y hasta la última hormiga con nombre propio sobre la faz de la tierra. Yo sí. Recuerdo los anuncios en televisión, las moscas en los ojos de los niños raquíticos que poblaban el desierto etíope. Hace poco ha habido una hambruna parecida en Somalia. Aprendemos poco.


Ver artículo sobre Somalia


Seguimos hablando del hijo de un cocinero jamaicano nacido en Harlem en 1927. Lo que viene a ser la peor clase de basura humana, el fruto de un estrato social con menos perspectivas de futuro del mundo entero. Un tío que alcanzó fama mundial (venga, yo le conocía, así que en sus tiempos debió de ser la releche) y que no por ello se hizo una casa de verano con los laureles.

Se me quedarían muy cortas las 900 palabras de hoy para explicar todo lo que ha hecho este hombre, que sigue siendo un activista de pro, así que voy al lío: hace dos días decía So Blonde en su muro que la microfama empezaba a tocarle las narices. Bendita rubia que me puso el concepto debajo del mentón.

Nosotros somos, en nuestra mayoría, seres humanos con algunos estudios, con conexión a internet –así que comemos un mínimo de tres veces al día o es que tenemos las prioridades muy estropeadas- y poseedores de una microfama más o menos micro. La pregunta es la siguiente: ¿Qué hacemos con ella? Además de darnos baños calmantes para el ego, de besar las mejillas de nuestros prójimos cuidando de que sus epiteliales no se mezclen con las nuestras ¿Qué hacemos de bueno con nuestra microfama?

Vale, a estas alturas ya estamos todos colorados hasta las orejas (todos los que tengamos alguna vergüenza, quiero decir) y la pregunta cambia: ¿Qué vamos a hacer a partir de este momento con nuestra microfama? ¿Vamos a seguir llenando nuestros muros de material salido directamente de nuestros ombligos? ¿Lo vamos a salpicar de fotografías graciosas que ridiculizan a nuestros políticos y de fotografías aún más graciosas de gatitos encantadores? Porque las cosas, el mundo, no se cambia con sentido del humor, ni con ingenio español, ni echando mano de una mezcla del Lazarillo y el Quijote.

Con sentido del humor se sobrevive. El mundo, ese que nos toca a todos las narices, se cambia con el ejemplo. El mundo se cambia diciendo con seriedad las cosas que hay que decir. Con seriedad, sí, aunque tenga tan mala prensa lo de ponerse serio. El mundo se cambia dejando de difundir estereotipos absurdos que no son verdad; tratando a todos aquellos con quienes te cruzas como te gustaría que te trataran a ti.

Para cambiar el mundo no hace falta ser Harry Belafonte, aunque cambiaría más rápido si todos nos comprometiésemos como él. Basta, para empezar, con portarse igual que Harry en el círculo de influencia de cada uno. Todos somos famosos. Todos somos Harry Belafonte, así que ¿Por qué no ser Harry Belafonte?

La semana que viene comienza una sección nueva; o una nueva manera de afrontar la sección. Asumido queda que perderé lectores. Salvo que mis lectores hagan lo que les pido y difundan, compartan, busquen. Porque la única manera de terminar con lo que no funciona es empezar: empezar y que se sepa. Este es mi compromiso. Es pequeño, es minúsculo, pero ya sabéis todos lo que ocurre cuando una mariposa agita las alas a destiempo.





Y mañana nos encontramos con la mejor rubia de todos los jueves. Saluden con alegría a...


3 comentarios:

  1. Espero con curiosa anticipación ver que ha salido de tu cabecita..., a ver si el efecto marposa acaba creando un tornado en Taiwan y la liamos :P

    De Beetlejuice recomiendo la escena de la cena, cuando la vimos en casa (epoca antigua, con video) le dimos al botón de rebobinar como tres veces. Aun hoy me parto la caja con esa escena.

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  2. Una vez más hago mías tus palabras y me las aplico. Cambia el mundo si cambio yo.
    Tu texto, cada semana, es una reflexión de vida que ayuda para no perder el norte ni las referencias.
    Gracias de corazón

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    1. No sabes, Manu, con cuánta alegría recibo esas palabras. Llevo diciendo que escribo para que al menos una persona reaccione como tú.

      Ya sabes: eres la medida de mi éxito :)

      Gracias.

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