Un día alguien dijo que en el amor y la guerra todo vale. Valiente
cabrón el que comentó aquello, ya estuviese en una trinchera entre dos piernas
o saboreando el néctar de las balas, ni pies ni cabeza debería tener el
tipo/tipa en cuestión.
Empezaremos con el amor, si me permitís elegir.
El amor, ¡el amor! Ese sentimiento que se puede despertar en
los lugares más insospechados, con las personas menos esperadas, quizás,
incluso con las menos indicadas, pero ahí está, dándote de hostias hasta que te
das cuesta de que has caído como un idiota; ya no hay manera de deshacerse
de la opresión en el pecho y tu cabeza solo tiene una imagen. Empieza la lucha
(y sigo hablando de amor), una lucha por la supervivencia, por estar en pie
pese a quién pese y pase lo que pase, tengas la respuesta que sea y se den cómo
se den los acontecimientos.
Te planteas lo bueno o malo que eres, lo poco o mucho que
tienes que ofrecer a ese amor que acaba de aparecer en tu campo visual, en tu ventrículo
derecho o izquierdo (a veces lo ocupa todo y no deja raciocinio para nada más)
Pruebas (como buenamente se puede) a desenmarañar los hilos
que se han roto dentro de ti, desvelar el secreto de si será o no un amor
correspondido, si hay posibilidades y todas esas mierdas. A veces se consigue,
otras, mejor accionar el interruptor en forma de gatillo y pegarse un tiro
entre las cejas, evitando que el calibre del arma sea tan grande como para que la tapa de
los sesos se reviente y lo manche todo a su paso (y sigo hablando de amor y no
de guerra)
Y ahí estás, con tu veredicto, o con la falta del mismo,
jodido y con el mundo vuelto del revés, con las manos en los bolsillos y sin
saber qué paso dar a continuación. El miedo a equivocarte siempre saca lo peor
de las personas.
En escasos casos (sí, lo que puesto adrede) tienes la suerte
de ser correspondido, de sentir que el amor rebota contra la pared del frontón
de tus sueños y te llega de nuevo, un boomerang que no siempre trae la misma
intensidad, pero que recibes con los brazos abiertos y la frente despejada,
dejando que te golpee con toda su fuerza y sin darle importancia al morado de
tu cutis. Los cardenales no siempre duelen.
Bendito el que puede contar esta historia con final feliz, y
la palabra final tiene la connotación más extendida, de meses, años, décadas y
toda esa parafernalia de llegar a envejecer juntitos y agarrados de la mano.
La guerra, ¡la guerra! Esa hija de la gran puta con cara de muñeca
de porcelana y vestido a ganchillo, que esconde su sonrisa maquiavélica tras
rizos rubios sintéticos. Ese diablillo (descripción amable, no os quejéis) que
se pone en el hombro de la gente cuando dudan sobre si hacer el mal o el bien,
sobre dar o no una oportunidad a las personas que tienen en frente. La guerra
es un calentón, como cuando vas en coche y paras en la cuneta sin preservativos
(y sigo hablando de guerra y no de amor), la tienes que meter pero no quieres
consecuencias; el problema es que tienes dónde meterla, ahí, para ti, y te
olvidas de los momentos buenos pasados, de lo que el futuro te puede deparar,
de lo que ese acto impúdico y alocado te puede traer. Y caes, ya te digo que
caes, como un idiota (nuevamente) caes en la equivocada-agradable sensación de insultar
(taladrar, ametrallar, apuñalar o matar si cabe) al objetivo elegido, y se lo sueltas todo, no dejas bala en la recamara porque piensas que es el último duelo
y después de ese momento se acabará todo, pero no es así, luego llegarán como
viles fantasmas los arrepentimientos, los “yo no quise decir esto y aquello”,
los “solo ha sido un mal día”, etc, etc… y todos los etc. que se os ocurran. Y entonces
te ves solo en tu pensamiento, como a la niña perdida en el centro comercial
que nadie reclama por megafonía, sin saber si tirar por el pasillo de las
conservas o por el de los detergentes, sin saber cómo solucionar la guerra que
tú mismo has iniciado por un pensamiento fugaz que no lleva a ningún lado. Y lo
peor de todo, lo más horrible, es saber a ciencia cierta que, si volvieras
marcha atrás volverías a despotricar de la misma manera, bañando de
salpicaduras los ojos de tu enemigo, hasta el punto de dejar de ser persona y
convertirte en algo que hasta tú mismo desprecias.
A toda esta entrada no creo que le encontréis ningún sentido,
no lo tiene, no lo busquéis.
Solo una pequeña recomendación, desde mi humilde
opinión y sin querer ser más o menos que nadie: cuando ames, ama profundamente,
sin restricciones, sin engaños, dándolo todo, que no se rompan los posibles lazos
por inseguridades o la falta de palabras y actos. En la guerra, mejor ir
desnudo y contando mentalmente hasta el millón antes de soltar cualquier mierda
que tu cerebro piense en un instante. Dicen que las palabras se las lleva el
viento, yo creo que una persona vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Como
veis, dos puntos de vista opuestos para dos cosas que no son tan distintas.
Nuestras seis chicas me miran de reojo y bajan la cabeza, no
porque se sientan aludidas, si no porque cada una de ellas rememora sobre su
vida y las veces que han tenido que enfrentarse al amor y la guerra, por
desgracia y en ambos casos, demasiadas veces.
Mañana como cada viernes no os perdáis la entrada especial de mi querida Connie, ella sí que sabe contar las cosas y dejarnos bien claro qué hacer antes de los 30. Hoy me permito el atrevimiento de darle un beso enorme a mi rubia y por supuesto, al resto de mis compañeras de camino.
Pues creo que tiene mucho sentido. Realmente una entrada diferente Irene, pero muy sugerente, muy de esas que te hacen pensar y dan ganas de charlar sobre ello. Sin embargo seguiré tu consejo y ... callaré.
ResponderEliminarUn placer la lectura, como siempre, te mire quien mire de reojo. A todos nos pasa..tarde o temprano
Un texto "redondo" de esos tuyos que parecen la cuadratura del círculo y luego son un dodecaicosaedro con punta :P
ResponderEliminarHay una frase de San Agustin (bueno, el título de un poema) que me gusta mucho por lo que implica: "Ama y haz lo que quieras."
Muy bueno, guapetona, como siempre ^^
ResponderEliminarEl amor es maravilloso, pero tambien puede ser doloroso, depende las circunstancias, y siguiendo lo que dices, tu consejo, mejor no digomás jejejeje
Un besazo!