«BIENVENIDOS
A MUY PAGANO»
Érase
una vez, en un reino muy muy pagano, un joven que respondía al
nombre de Frederich Dan.
Frederich
era conocido en el reino por no ser nada de nada. No era alto ni
bajo. Gordo ni flaco. Listo ni tonto. Espabilado ni vago.
Fredy
Ni, como lo llamaban los que no eran sus amigos ni tampoco sus
adversarios, era un joven común, rozando lo ordinario.
Su
pelo ni largo ni corto no lucía por brillante ni tampoco lo
hacía por apagado. Tenía los ojos entre un patidifuso
estupor y la mirada astuta de una liebre, y su voz, cuando la
utilizaba, no se alzaba dos timbres ni por debajo de dos bajos
quedaba .
Fredy
Ni había nacido en Muy Pagano un día raro en el cual no
hacía calor ni tampoco había nevado. Lloró lo
suficiente para anunciar que había llegado, sin llegar a
llamar demasiado la atención a los que entre las dos y tres y
cuarto, echaban la siesta con sus cabras y ganado.
Con
casi dieciocho, uno arriba dos abajo, Fredy Ni pasaba su tiempo libre
entre trabajar y mascar hojas de tabaco sin preocuparse demasiado por
los temas que pudiese afligir el reino que lo había ignorado.
Una
mañana, sería de primavera, quizás a finales de
otoño, el rey de Muy Pagano recibió una carta atada al
pie de un cuervo que graznaba como un colibrí enamorado.
El
capellán cruzó el gran hall de estatuas de oro y barro
con el papel en la mano como si le persiguiera el diablo, mientras
que con sus dedos libres hacía señales a con quienes se
cruzaba para que le siguiesen y no tener así que darle las
noticias al rey sin nadie más a su lado.
El
rey de Muy Pagano, un señor rechoncho de barba blanca a la
altura del esternón, mirada cansada mas muy avispado, se
encontraba cenando sus cereales, fruta y pescado, mientras observaba
como sus ayudantes llenaban el gran saco rojo que nadie sabía
para qué servía con montones y montones de regalos.
Cuando
el capellán entró con su cuello rojo y cara hinchados,
ya sin voz el pobre bastardo, el rey le señaló y todos
se callaron:
—¿Qué
hace aquí, pobre bastardo?
—Rey
mío, una noticia, una buena nueva, quizás no tan buena
cuan mala os traigo.
Uno
de sus ayudantes, gnomos de nariz coloradas y ojos desorbitados,
avanzó por el suelo de mármol llevando tras de sí
un trozo de satén rojo que marcaba sus pasos.
—¡Mirad!
—Exclamó el rey y todos se tensaron—: ¡Una cometa!
¿O será un burro alado?
Las
risas se alzaron hasta que al pobre diablillo no se le diferenciaba
las orejas de los costados, y al fin, nota en mano y cola de diablo,
se dispuso a entregarla en manos de su jefe y mandatario.
—Decid
qué pone tal nota, pobre bastardo —entonó el rey
mientras acariciaba el lomo de su mascota, una mezcla entre caballo y
poni con un unicuerno de venado.
—Dice,
oh, mi bondadoso rey, que la guerra se desata y se requiere de un
representante para la Cumbre de los Corsarios.
El
murmullo se alzó en diferentes tonos de runrún
descompasados, hasta que gafas en la nariz y pergamino en mano, el
rey leyó el tratado:
—Se
reclama a todos los reyes, de los reinos ricos cómo de los no
tan agraciados, la presencia de uno de sus hijos, nativos mas no
adoptados, para tomar voz y traer el voto de su líder en los
asuntos que aquí serán tratados.
El
rey observó el papel con extremo cuidado, repasando sílaba
a sílaba y pensando, para sus adentros y callado, qué
tiempos aquellos en los que su única lectura eran cartas
escritas a mano por niños que decían ser buenos cuando
en realidad habían sido malos.
—¿Y
a quién elegís, oh, sabio rey? ¿Será al
caballero Juan El Galán, o tal vez su primo, Jorge El
Gallardo?
—Ni
uno ni otro, pues necesitamos que sea especial a la vez que
secundario —contestó el anciano rey mientras peinaba su
largo barbado.
—¡Fredy
Ni, entonces mi rey! —Exclamó el capellán exaltado.
—No
conozco tal Fredy, de Ni no sé nada, y no sé pues si
será el indicado.
—Sí,
mi señor, Ni, el que no es ni joven ni casado, el mismo que
vive entre las praderas y el campo de maíz, sin hablar ni
tampoco ser demasiado callado.
—Fredy
Ni... —dijo el rey pensativo—. ¿Y podrá él
ser el indicado?
—En efecto, excelencia de barba apuesta y cabellos rizados
—contestó el pobre bastardo—. Nadie lo conoce, mas tampoco
es demasiado ignorado. No llama la atención por ser apuesto,
mas no se puede decir que el pobre hombre no sea agraciado. Es
inteligente sin pasarse de sabio, y es sabido que habla cuando tiene
que hacerlo, callando si no es demandado.
Todas
las voces se unieron en un zumbido casi entonado, mientras el rey
miraba al capellán haciendo temblar hasta las muelas del pobre
bastardo.
—Ni,
entonces sea. Traedme al que no es poco ni demasiado, y veré
si podrá ayudarnos ahora que es reclamado.
Fredy
Ni observaba las puntas de los maizales, calculando cuánto les
quedaba para poder ser colectados, cuando caballos al trote y
trompetas en los labios, cinco caballeros se detuvieron a pocos pasos
de su lugar privilegiado.
—Frederich
Dan, Ni, para los que son de tu poblado —empezó en caballero
cuyo yelmo señalaba orgulloso la plata y rojo intercalados—.
Se os reclama ante el rey para una misión a la cuál no
se debe de negar, mas que tampoco se le es obligado.
—Si
no se me es obligado, pues —dijo Ni tras unos segundos, quizás
minutos, de mirarles callado—, podéis volver sobre los
mismos pasos de sus caballos. Y tened cuidado donde pisáis, el
maíz en esta época es muy delicado —Fredy Ni cerró
los ojos y siguió mascando su tabaco. Así seguro se
cansaban y volvían al poblado.
—Fredy
Ni, el que no es ni de aquí ni de allí —dijo el
soldado tras carraspear disgustado—, órdenes del rey
traemos, ¿acaso es usted un renegado?
—¡Pobre
de mí, insensato! —Contestó Fredy ya enfadado—. Soy hijo
de mi padre y de mi madre, un hijo amado. Nací ni aquí
ni en ningún lado, y solo me acojo a mi derecho de permanecer
sentado.
—En
efecto pues, de su derecho hemos indagado. Mas el rey es quien leyes
dicta, y en su nombre se le quita tal legado. Levántate pues,
Frederich Dan, Ni, para los allegados.
—Si
mi señoría insiste, os acompañaré, mas no
de mi agrado. Éso sí, tomad nota, apuntad lo que os he
contado —finalizó Ni a lomos del caballo—: no soy hijo de
aquí, de allí, de ningún lado. Así que si
su señoría mi presencia a reclamado, por mis servicios
exijo ser pagado.
—¡Un
bufón, astuto el tarado! —Exclamó el rey,
arremetiendo contra su pobre caballo venado.
—En
efecto, mi señor. Un pago ha reclamado —contestó el
líder de la caballería, ocultándose tras el
capellán, pobre bastardo.
—¡Haced
pasad a tal Ni! A ver si el que no es ni de aquí ni de allí,
tiene algo que alegar antes de ser decapitado.
Fredy
Ni entró con su cabeza no tan en alto como cabizbajo. Se
detuvo frente al rey y una mirada astuta le echó al poderoso
mandatario.
—¡Vos,
insesanto! El que no sabe de dónde viene mas sí dónde
ha acabado, ¿qué alega en vuestra defensa ante tal
agravio?
—En
efecto, su majestad, el de larga barba y grandes brazos —empezó
Ni mientras liaba una hoja de tabaco—. Mas pondero que ha habido un
error, culparía yo al pobre bastardo —señaló
al capellán quién sostenía la nota entre sus
dedos sudados.
—Un
error dice, Ni el que no es de aquí ni de allí. ¿Cuán
gran podría ser el error que más importante es que
vuestra cabeza a mis pies?
—En
efecto, majestad, si me permite lo aclaro: tal reclamo lo hace al rey
un hijo de su tierra, uno nato, y como bien lo dice su excelencia, no
soy de aquí, de allí, ni de acolá... ¿en
qué podría servir entonces un pobre Ni que apenas sabe
hablar?
El
rey pensativo miró a Ni con los ojos entrecerrados. Sí,
listo el tarado, listo como un condenado.
—En
efecto, Ni, el que no es de aquí, ni de acolá ahijado.
La razón puede que la tenga, mas no del todo está
aclarado.
—Aclarad
entonces, su majestad de barba y saco rojo con regalos. Si a sus
gnomos y capellán queda claro, no seré yo, pobre de mí insensato, el que diga lo contrario.
—A
la Cumbre has de ir. Lo ordenó yo, y así se ha de
cumplir. Mas Ni, el que no pertenece a ningún lado, su pago
tendrá pues, por ser tan astuto... e insensato.
—En
efecto, si pago dice, de ganancias hablemos, excelencia, rey apuesto
y barbado. Reclamo pues algo que no tengo, lo único de lo que
me sé escaso.
—¿Y
de qué se trata, insensato Ni? ¿Tierras, cabras... maíz
inflado?
—Oh, no. Pobre de mí, ¿para qué querer algo que ya
poseo o, en todo caso, me haga trabajar cuándo lo que quiero
es estar sentado? Una moza, una que me acompañe y junto a mí
no pertenezca a reino alguno, que sea como yo, solo un pobre
insensato más en el mundo.
—Y
tal moza, Ni, el de que no es de aquí ni de allí, ¿ya
lo ha pensado?
—En
efecto, mi rey el de caballos y gnomos de ojos desorbitados. Seguro
la conocéis, ¿acaso no es de su sangre la muchacha de
ojos y pelo color pardo?
—¡Tal
precio no se ha de reclamar a un rey! —Bravuconeó el
mandatario golpeando el suelo con su bastón de zafiros
incrustados—. Una princesa es, y con un príncipe ha de
desposarse. ¡Ni, insensato y tarado! Ni mil Cumbres y sicarios
harán que entregue a mi hija en manos de un bastardo.
—Que
así sea —la voz en tono bajo y cansado interrumpió a
los dos hombres ya exaltados.
—¡Id!
No podéis estar aquí —dijo el rey, sus mejillas del
mismo rojo que los sapos escalfados.
—No,
padre. Mi deber he de cumplir y el reino proteger. ¿Acaso no
es lo que debo de hacer?
—En
efecto es vuestro futuro...
—Que
se cumpla pues, el futuro ha de cumplirse y así honrar al
pasado —suspiró la princesa con los ojos empañados.
—Si lo hace, hija mía, princesa de Muy Pagano, ya no serás
ni de aquí ni de allí... ¿acaso te irás a
Muy Lejano?
—Entiendo
pues que mi precio ha sido aceptado —interrumpió Ni mascando
ruidoso sus hojas de tabaco.
El
rey triste y decepcionado miró a Ni a sus ojos aletargados.
—Frederich
Dan, Fredy Ni para los que son de aquí cómo no lo es su
señoría, la mano de mi hija la tendrá si
acuerda que a nuestro reino nada malo le acaecerá.
—En
efecto, mi señor, suegro ahora diría yo —dijo Ni con
una sonrisa no tan amplia como astuta, echando una mirada de reojo a
la princesa de labios de fruta—. A la cumbre he de ir, y así
lo haré. De mano de mi moza, nada más pediré...
***
—Ni,
el que no es de aquí ni de allí —la suave voz sonó
a su lado—. ¡Insensato! ¡Pobre tarado! —Finalizó
con un profundo beso en sus labios.
—Mi
princesa, ahora cómo yo, ni de aquí ni de acolá,
¿acaso dudaste un segundo de mí, me creíste
fallar?
—Ni más lejos, mi príncipe sin tierra o reino.
Vuestro plan era perfecto, casi como lo haría un verdadero
heredero.
—Pues
acomódate, mujer, y disfruta del viaje. Llegaremos a Muy
Lejano antes de que sea tarde.
—Fredy
Ni, mi dulce Fredy, el que no es de allí, mas que está
aquí —suspiró la princesa mientras la cabeza apoyaba
sobre los hombros anchos mas no tan altos—. ¿Cómo
lograste una nota atar a un cuervo sin ser hallado?
—Confía
en mí, mujer, ahora ni de aquí ni de allí. Soy
insensato, en efecto tarado, mas si de algo no escaseo es de seseras
y tiempo vago. Las ideas de los que cómo yo no pertenecen a
ningún lado son las mejores, ¿ves tu lo contrario?
—Ni,
mi Ni... ¡mi dulce insensato!
***
Un
rey disgustado recibió una nota, pobre capellán acabó
decapitado. En ella las buenas nuevas eran que tal cumbre nunca se
celebró, como no había tal tratado, y que Ni, el que no
era ni de aquí ni de allí, con su hija se había
marchado.
Dos
hijos tenían, y cómo sus padres, no pertenecían
a ningún lado.
Y
vivieron felices... comiendo maíz inflado.
***
**
Y el lunes no os perdáis So Blond t su Blond Mind...
Ni muy ocurrente ni muy divertida, ni muy larga ni muy corta
ResponderEliminarBroma..., es broma...
Genial y diferente...
A veces, los que no somos ni una cosa ni la contraria, y por nada destacamos, el gato al agua nos hemos llevado.
ResponderEliminarFantástico texto Karol. ya era hora esta semana que alguien cumpliera :P (es bromaaa)
Manu