jueves, 17 de enero de 2013

Encuentro en tacones. Auto encierro



Sonó el timbre de la puerta del piso de nuestras taconeras y un chaval de unos treinta y dos años gritó durante varios minutos tras la puerta, hasta que por fin una de ellas hizo caso al barullo.
— ¿Qué quieres Danny? — Preguntó Connie mientras lo observaba por la mirilla.
— Pues que me abras, ¡joder!
— No, di lo que tengas que decir y vete ya.
— Abre loca, que nos tenéis a todos preocupados.
— No seas cansado, te he dicho que te vayas, estamos bien y no queremos visitas. Dentro de unos días volveremos, no te preocupes— contesto Connie pegando la oreja a la puerta.
— Quiero verte, saber que estás bien y el resto también, venga rubia, que hace más de una semana que no se os ve por la calle.
— En serio, que estamos bien, son unas vacaciones, vete ya, tengo que hacer cosas— siguió ella a punto de cabrearse por lo pesado que se estaba poniendo el chico.
— Ok, os dejo si me contestan el resto de chicas, sé que estáis todas ahí encerradas. Esto es muy raro y no me gusta.
— El resto están durmiendo, vete por favor, o llamaré a la policía para que te echen. Eres un pesado tío.
— ¿Qué coño le pasa ahora a ese? — Preguntó Irene al llegar junto a Connie.
— Yo qué sé, dice que está preocupado porque no nos ven, lleva más de veinte minutos dando golpes a la puerta y me está poniendo de los nervios— contestó Connie pegando el culo a la madera y rascándose el brazo. 
— ¿Irene, eres tú? — Se oyó la voz masculina.
— Sí, cansino. Ve a casa Danny, estamos bien.
— Pero es que no es normal que no salgáis de casa, de verdad, ocurre algo malo y no me lo queréis contar. Si os puedo ayudar decídmelo, que me preocupo por vosotras— rogó el moreno del pasillo.
— Cariño, pasa dentro y ponte algo en el brazo, yo me ocuparé de éste, no pasa nada— dijo Irene a Connie y ella asintió—. Mira chavalote, con tus golpes y ruidos nos estás molestando; por enésima vez, estamos bien y no tienes de qué preocuparte, haz el favor de no dar más el coñazo y pírate a casa. Me voy a la cama, aunque sigas gritando no pensamos hacerte caso, así que desiste ¿vale? Hasta “Lugo”, nene. 

El chico esperó unos minutos más y al fin decidió marcharse, bajando malhumorado por las escaleras del edificio. Sus compañeros y amigos le darían la charla por no conseguir saber qué les pasaba a las seis taconeras. Llevaban más de una semana encerradas en el piso sin ir a trabajar ni hacer la compra siquiera.
Irene pasó al salón y se tumbó en el sofá, sobre la sábana blanca que habían puesto para que no se manchara. Se subió las perneras del pantalón y contempló sus piernas con desanimo. Estaba muy cansada.
— ¿Has llamado a María? — Preguntó So al entrar al salón.
— Sí, la dejé un mensaje en el contestador y supongo que lo habrá visto— contestó Irene bajándose de nuevo la tela del pantalón.
— Pues a ver si es verdad que viene esta noche, se nos han acabado los Tampax. Y tampoco tenemos pan de molde ni fruta, o yogures, yo no sé estar sin yogures. ¡Vaya mierda! — Gritó So tirándose literalmente de los pelos.
— Venga, que esto no puede durar mucho tiempo, seguro que en un par de días podremos hacer vida normal—dijo Regina saliendo de la cocina—. Hoy he preparado macarrones con tomate, aunque están escasos de tomate porque quedaba muy poco. ¿Le has dicho a María que traiga tomate frito?
— Tenías que haberle dicho a Danny que nos trajera algunas cosas de la tienda, habría sido un respiro, somos muchas y gastamos demasiadas cosas. No nos queda de nada en casa— sugirió So.
— Pero si le llego a pedir algo a él, tendríamos que haberle abierto la puerta, y no creo que sea una buena idea. Yo paso de que me vean así, bastante tengo con verme yo misma— contestó Irene restregándose las manos por la cara.
— No te toques, ¡joder! Lo vas a empeorar. Se nos está acabando el bote mágico, y eso que ayer nos trajo María seis llenos, no vamos a ganar para esta mierda— habló Karol que había estado escuchando toda la conversación desde su cuarto.
— Teníamos que haber hecho la reunión semanal, eso nos habría quitado un poco de la cabeza esta sutuación. Estamos obsesionadas y no hacer nada en todo el día nos pone peor— dijo Alicia, que era la única que quedaba por aparecer en el salón.
Todas ellas iban vestidas con chándal holgados, intentando que no tocaran sus cuerpos, ya que aquel roce empeoraba las cosas. Tenían marcadas las ojeras y estaban exhaustas de no haber dormido bien en los últimos días.
Los botes vacíos de aquella medicina se repartían por toda la casa y aun así no mejoraban. Habían limpiado a conciencia todo el piso, habían quitado las cortinas y las fundas del sillón, incluso habían pasado dos de los días en casa de su amiga María para ver si así se solucionaba algo el problema, pero todo fue en vano, seguían como al principio o peor, ya que cada día que pasaba encontraban en sus cuerpos nuevas marcas.
— Estoy hasta los cojones, de verdad que ya no puedo más, casi nos asfixiamos el otro día y aun así no lo hemos solucionado, ya no sé qué tenemos que hacer. Esto es un suplicio. Os juro que cuando todo termine voy a matar al cabrón del electricista, pienso quemarle la casa o algo así, ese tío nos ha jodido pero bien— amenazó Alicia mientras se rascaba a conciencia el tobillo.
— El hombre no lo haría adrede, seguro que él estará pasando por lo mismo ahora. Pero lo cierto es que yo no puedo más, es insufrible, me duele todo y de vez en cuando me mareo. Los días de fiebre han sido un suplicio y no creo que aguante mucho más en esta situación, tenemos que hacer algo, porque está visto que hasta ahora no lo hemos hecho bien— dijo Connie a punto de llorar.
— Mira, lo que no entiendo es porqué no se nos ha pasado ya, ¿de verdad la vida de un bicho de esos puede durar tanto? Se está poniendo morado con nosotras. Todo lo que he encontrado por Internet no vale, ya lo hemos hecho y no hay manera. Además, la idea de contratar al profesional para que limpiara el piso no ha funcionado, y con lo que nos cobró el tío, será capullo. Seguimos como al principio, llenas de picores y con el cuerpo destrozado— añadió Karol, que tenía el bote de Talquistina en la mano y apuraba su contenido usándolo en las piernas. 

— Lo primero es hacer una lista de dónde y cuándo nos han picado por última vez, creo que solo queda una, estoy segura. Y si lo hacemos así, la pillamos fijo. A mí me picó por última vez en el baño, lo sentí enseguida, y de eso ya hace un par de días— rememoró Regina, tocándose el dorso de la mano, que era la parte que más le dolía.
— A mí fue ayer en el sillón, me quedé dormida dos minutos y me levanté con cinco o seis nuevas por la espalda. Mirad que bonita me ha dejado esta zona— dijo Alicia levantándose la camiseta y enseñando el costado a sus amigas.  
— Ok, pues a mí me picó esta mañana, fue en el desayuno, aquí en el salón, y me dejó el muslo derecho como un puto colador— volvió a levantarse el pantalón Irene, para que el resto contemplara el cuadro de puntos rojos.  
Todas fueron recordando sus vivencias de las últimas horas y tras varias divagaciones, admitieron que ninguna había sido atacada en su dormitorio, por lo que decidieron quitar la ropa de cama y todo lo que fuese de tela para llevarlo a lavar, cerrando luego las habitaciones.
Usaron una cantidad excesiva de desinfectante y aerosoles en toda la casa. Se ducharon una por una y se pusieron la ropa más ligera que encontraron dentro de sus armarios, aquella que llevaban mucho tiempo sin ponerse. Una vez terminaron con todas las tareas de ataque y destrucción, fueron a visitar a su vecina Margarita, que con una sonrisa en los labios, les invitó a pasar para tomarse un café.
Esperarían unas horas y volverían a la casa para ventilar un poco, esperando por fin deshacerse de la maldita pulga que el electricista llevó a su casa, cuando les arregló el cableado eléctrico de la placa vitrocerámica, hacía ya más de una semana.
— Si esto no funciona, prometo prenderle fuego al piso— dijo So en tono serio, mientras que contemplaba a sus amigas con el cuerpo lleno de picaduras rojas y abultadas que, seguramente, les dejarían marcas durante un largo tiempo.
— Pues yo, a la próxima persona que quiera entrar con un animal a nuestra casa, pienso cortarle los huevos. Ha sido la semana más horrible de mi vida— afirmó Irene, una de las que había pasado la fiebre más altas de todas.
Karol, que se encontraba con el portátil sobre las piernas, levantó la cabeza y se dirigió a sus amigas con voz quebrada:
— Chicas, aquí pone que las pulgas pueden llegar a vivir más de cien días y que la eliminación de las pulgas del ambiente doméstico puede tardar unas tres o seis semanas, con las cosas que hemos hecho y las medidas que hemos tomado. Creo que me mudo de país esta misma tarde, se acabó.
La vida se puede ver truncada por cosas tan pequeñas como un insecto. 







Y mañana viernes, como cada viernes, con lo mejor que tienen los viernes,  nuestra Connie con sus aventuras de qué hacer antes de los 30, ¿te lo vas a perder?...    

4 comentarios:

  1. Para esto, mejor quedarse sin memoria, te lo digo.

    Además, me dan un ascazo terrible los insectos. Me pica hasta el tuétano :(

    ResponderEliminar
  2. pues menuda forma de pasar la semana!!!

    ResponderEliminar
  3. Pero amoavé..., asi resulta que el tamaño importa? :-)

    A cada frase me preguntaba por donde me ibas a salir..., pero siempre me sorprendes...

    ResponderEliminar
  4. jajajajjajaj, ami me ha pasado igual , no sabia por donde saldría el suspense !! besoss

    ResponderEliminar