lunes, 14 de enero de 2013

From my Blonde Mind : Soy Mikaela Jodoroska.


Hola, soy Mika, la gatita de So. Mi mamá escribe muchas veces en el ordenador y a mí me gusta mirarla mientras lo hace, me siento encima de la mesa y observo muy atenta mientras el clac clac de las letras suena y en la pantalla van surgiendo más y más palabras que hablan de cosas.
Hoy he querido yo probar lo que se siente porque me parece algo serio pero a la vez divertido, que hacen los mayores, y  yo, ya soy mayor, tengo casi nueve meses y hay muchas  anécdotas interesantísimas de mí que creo todo el mundo debería saber.
Yo nací en un hueco en un muro, era abril o eso me contó mi madre gata, que no es mi mamá de ahora que no es un gato, (aunque le gusta hacer algunas cosas de gato como jugar con mi ratón de tela y dormir mucho rato).
 Tenía cinco hermanos: Pelusito era mi preferido porque se acurrucaba a mi lado y me daba calor; Glotón no era tan bueno, siempre tenía hambre y me empujaba cuando era mi turno de mamar; Negrita era muy bonita y suave pero muy atrevida y osada, siempre estaba haciendo travesuras y explorando por los alrededores, así que mamá la reñía porque si se alejaba algún gato grande podía hacerla daño, como Ojo Gris, que era medio ciego pero muy listo y acostumbrado a la vida callejera y que infundía temor entre los más pequeños. Se contaba de él que ya había devorado a más de cinco gatitos incautos que habían desoído las advertencias de sus mamás.
También había más peligros, los coches podían atropellarte si no eras rápido al cruzar la calle. A mi hermano Garras uno lo aplastó delante de nosotros. Fue horrible. A veces, todavía por las noches, me despierto sobresaltada cuando  una luz fuerte y cegadora se cuela por la ventana en la oscuridad, porque me parece volver al momento en que los faros iluminaron la silueta del pobre Garras justo antes de que el coche lo espachurrara.
A otra de mis hermanas, Bisa, la cogió una señora que tenía el pelo blanco y se la llevó. No la volvimos a ver. En ese momento yo me puse triste pero ahora me alegro porque la vida en los callejones no es bonita para las gatitas buenas y dulces como ella o como yo, además los humanos te quieren mucho, te dan comida rica, te hacen carantoñas y en casa no hace frío ni tienes miedo y puedes dedicarte a tus pasatiempos favoritos.
Pasé con mi familia unos meses, después, aunque vivíamos en la misma colonia gatuna, cada uno debía proporcionarse su propio alimento, protección y refugio. Yo no era muy hábil, pero, por fortuna,  Pelusito se quedó conmigo y me enseñó donde estaban los mejores comederos, abastecidos por humanos que nos querían y eran nuestros amigos. De esta forma evitábamos tener que rebuscar en la basura, donde otros gatos te arañaban y bufaban, o cazar animalitos como ratones y palomas que no son fáciles de atrapar y que además a mí me daban pena. Los  personas eran simpáticas, llenaban los cuencos con arroz, pienso y a veces hasta con jamón de York, ¡Umm, qué rico! (se me hace la boca agua solo de pensarlo) y, además, en algunas ocasiones te hacían un mimo. Yo lo agradecía mucho porque soy muy cariñosa y, a excepción de mi hermano, nadie entre los nuestros me demostraba demasiado afecto.
Sim embargo, un día, tendría entonces yo unos seis meses, pasó algo que cambio mi vida. Pelusito y yo andábamos  juntos como de costumbre, jugando y haciendo nuestra ronda por los comederos del barrio, cuando un perro malo nos olió. Era muy grande, con patas musculosas y un hocico pronunciado que le permitía captar el rastro de sus presas. Su amo lo llamó pero no sirvió de nada. Rompió la cadena que lo sujetaba y corrió tras nosotros ladrando. Mi hermano y yo huimos a toda prisa sin tener muy claro a dónde dirigirnos.
 Aunque éramos bastante rápidos, nuestro perseguidor nos ganaba terreno por momentos. Ya casi podíamos sentir su aliento cálido en nuestras colas cuando encontramos una abertura en medio de una alambrada por donde escapamos. Paramos a descansar. Pensamos que estábamos a salvo, ya que la verja nos protegía de los mordiscos del perro malo. Dentro del jardín tampoco estábamos bien, había otros habitantes a los que no les hizo demasiada gracia nuestra presencia y otra vez nos tocó fugarnos. Esta vez no era uno sino tres los perros a los que teníamos que dar esquinazo y ellos conocían el terreno mejor que nosotros por tratarse de su propio hogar. Fuimos en una dirección y después en otra pero ellos se organizaban como una manada y nos cerraban cualquier posible escapatoria. Yo estaba muy asustada y no sabía qué hacer. Estábamos rodeados y una perra estaba muy cerca de Pelusito amenazándole con sus colmillos de experta cazadora. Y cuando esta se abalanzó sobre él, yo me temí lo peor. Sin embargo mi hermano, lejos de asustarse, fue valiente y lanzó un zarpazo en medio de los ojos que hizo que la perra se apartase, y conseguimos una salida. Del resto apenas recuerdo nada, solo que trepamos por muros y corrimos por tejados durante tanto tiempo que  a mí empezaron a dolerme las patitas. Me retrasé un momento y cuando me di cuenta, de mi hermano no quedaba ni el rastro de la cola. Yo lo llamé con maullidos lastimeros pero no me contestaba, debía estar ya lejos de allí. Me percaté en ese momento de que, por primera vez en mi corta existencia, estaba sola, pero sola de verdad. Y además perdida y con hambre.
Era de noche y todo era desconocido para mí. En nuestra aventura con los perros nos habíamos alejado mucho, y yo ahora no sabía volver a casa. Bajé al suelo y esperé. Cualquier cosa parecía una amenaza mucho  más terrible que la anterior, así que me metí bajó un coche y comencé a hacer chillar con persistencia y desesperación. Tal vez si insistía, Pelusito, que seguro me estaba buscando, podría encontrarme.
Pasaron las horas y nadie de mi familia apareció a rescatarme. Pero yo no me callé, sino que proseguí en mi empeño una vez y dos y tres más, las que hicieran falta.
No sabía volver al descampado, ni cómo encontrar los comederos. Tampoco tenía a nadie que me diera calor o me lamiese las orejas.
Tuve mucho miedo.
Entonces vi a una humana vestida de rojo. Ella me hacía gestos para que me acercase y trataba de imitar (muy mal, por cierto) nuestros inigualables sonidos gatunos. Yo fui hacia ella porque tenía hambre y ella parecía amable. Me cogió y me tomó en sus brazos, y yo ronroneé feliz, porque me sentí a gustito y protegida. La humana, que a partir de entonces se convirtió en mi nueva mamá, me llevó a su casa, me dio de comer y me bañó (¡horror!), secándome luego con un aparato que echaba aire y hacía mucho ruido (¡terror!).
La primera noche que pasé en mi nuevo hogar fue extraña. Echaba mucho de menos a mi hermano y no podía evitar preguntarme qué habría sido de él. Además, el lugar me resultaba raro y trataba de esconderme en todos los rincones, pero al final el agotamiento pudo más que las dudas y me quedé dormida hecha una rosquilla en el sofá. A la mañana siguiente salió el sol y con él todo pareció más bonito. So y yo tuvimos que acostumbrarnos la una a la otra pero enseguida comprendimos que éramos tal para cual. Desde entonces he vivido aquí.
Hay cosas ricas de comer y música. Gente que viene y me acaricia. Tengo un rascador y un hueco en el sillón.
A veces So deja de moverse como un gato, me coge y miramos por la ventana.
Hay elegantes  siluetas felinas  en los tejados que me llaman para jugar. Maúllan aventuras y bufan historias de enormes lunas y largas noches.
 Ella abre la ventana y me mira.
Suelo ir a calentar la cama mientras ella escribe.



Y ahora tengo que decir que mañana hay una cosa que se llama Mota Rosa de Regina Roman. Es muy bonita.



4 comentarios:

  1. Me encantó!!!! tu lado más tierno seguramente!!! Y me reí con ¡horror! ¡terror! jajaja

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  2. Tierno y humorístico.
    Ciertamente eso lo ha escrito una gata, y no es rubia :-)
    Mu bueno, Mika, a ver si vuelves alguna vez a contarnos mas cosas...

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  3. Me ha enternecido. Es bueno comenzar la semana con bondad

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